04.09: Guerra Fría




Durante la guerra fría, las potencias beligerantes emprendieron una carrera tecnológica sin precedentes. Del mismo modo que en la España reciente cualquier arquitecto emborrachado de arte era capaz de conseguir fondos públicos para realizar el proyecto faraónico de turno, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX los más disparatados planes recibían el aval de la Administración norteamericana o del Politburó soviético.
Algunos de esos proyectos tenían más de fantasía que de sentido estratégico, pero si su ideólogo pulsaba las teclas precisas, ingentes cantidades de dinero público eran desviadas hacia las arcas del mismo sin que nadie se preguntara si aquello era viable, factible o útil.

En la Unión Soviética, los proyectos eran cancelados o aprobados a golpe de Congreso del Partido Comunista. En USA, republicanos y demócratas se turnaban para ir modificando la nómina de empresas realizables. Nos quedan algunas que, aún exitosas, siguen adoleciendo de sentido práctico, como el programa Apollo, que llevó a que 10 hombres pusieran sus pies sobre nuestro satélite para recoger piedras.

Naves interceptoras, submarinos enormes pero invisibles, misiles con capacidad para destruirnos varias veces. Todo con muy poco sentido y mucha pasta de por medio. Y mientras los americanos intentaban "acostumbrar" a sus tropas a la radiación en el Desierto de Nevada, una mente preclara demostraba a los prebostes del Comintern de que ante un ataque masivo con bombas nucleares lo mejor para ellos, gordos de cejas peludas, era poner tierra de por medio. Y qué mejor sitio para ello que La Antártida.
Así nació Vostok, una base científica que, como todo en aquella época, escondía unas instalaciones militares.

Esta, más o menos, era la explicación que el coronel Dmitri Vasilev iba dando a Sancho mientras caminaban por un helado corredor de la base, a kilómetro y medio bajo la superficie de la Antártida.
-Un buen refugio sí que resulta.
-Pero llegó la ruina de la Unión Soviética y estas instalaciones fueron abandoniadas.
-¿Qué les hizo volver a abrirlas?
-Supongo que la agresividad militar americana, o el crecimiento chino, o el cambio climático. ¡Vaya usted a sabier!

-Y, exactamente, qué han descubierto de pronto en mis investigaciones que les ha llevado a tener que secuestrarme.

Habían llegado a una puerta metálica, como las de los barcos. El coronel pulsó un botón a la derecha y habló durante unos instantes con alguien del otro lado. Finalmente la rueda del cierre empezó a girar y la puerta se abrió.

-Pase usted primero, senior Bermúdez.

Sancho y Dmitri entraron en una sala bastante grande y cálida, cosa que agradeció el español que temblaba de frío. Dejaron su manta y el grueso gabán del  coronel en unos percheros de la entrada y continuaron caminando.
-Verá. Antes de que la confabulación neo fascista de Mörgendammerung fuese descubierta, aquí ya sabíamos que algo extraño estaba ocurriendo. La radiación electro-magnética se había incrementado en ambos polos. En principio pensamos que podía deberse a un incremento en la actividad soliar.

-Cosa que efectivamente ha ocurrido y ha afectado al escudo Van Hallen.

Llegaron a un despacho de paredes de cristal con una mesa y varias sillas a su alrededor. Sancho entró ante la invitación del coronel y tomó asiento. El ruso se sentó justo en frente.

Las condiciones de la conversación habían cambiado radicalmente. De una pequeña habitación con los muebles atornillados y él atado a ellos con unas esposas en un ambiente literalmente gélido habían pasado a una sala de reuniones con muebles de plástico y una confortable temperatura.

-Pero no eran esas las causas, porque no coincidían los picos de actividad con el debilitamiento del escudo.
-Supongo que sabrá que las erupciones tardan un tiempo en alcanzarnos.

Dmitri le miro a los ojos y sonrió.

-He de confesarle que algunas cosas que sé ahora las he aprendido aquí, pero evidentemente no era yo quién examinaba los dispositivos de medición.

Sancho no notó ningún síntoma en su interlocutor que denotara que le había ofendido con su estúpida pregunta, lo que sin duda contribuyó a que, de pronto, Dmitri le resultara un tipo simpático, ¿Sería el "poli bueno" de aquel tinglado de espías y bases secretas?

-¿Y han descubierto el origen de esos cambios?
-Hemos descubierto algo mejor, pero antes de continuar es preciso que usted nos dé una respuesta afirmativa a nuestra oferta.

-No  negaré que su historia es muy interesante, sobre todo para un astrofísico en paro. Pero creo que no justifica renegar de mi nacionalidad y convertirme en ciudadano ruso.
-Es una condición imprescindible para que pueda trabajar para los servicios secretos.
-Y además espía... Difícil me lo pone coronel. ¿Y si digo que no?

-Le suministraremos una droga que le hará olvidar las últimas setenta y dos horas y le abandonaremos en algún callejón de Ushuaia con los síntomas de haber ingerido grandes cantidades de alcohol.
-¿Resaca?
-Una gran resaca.

El caso es que tampoco se lo pintaba mal. Al fin y al cabo, podían eliminarle, sin más. Por qué no lo hacían, sería más limpio y rápido, además de mas disuasorio, pensó Sancho. Sin embargo se guardó mucho de preguntarlo al coronel.

-Está bien. De todas formas, para trabajar como camarero en una taberna de borrachos ingleses o alemanes prefiero hacerlo con alguien que aprecie mi trabajo. ¿Dónde hay que firmar?


-Ya pueden salir.
Manuela miró a su compañero de habitación con preocupación y de limpió con la servilleta mientras se levantaba. Abrió la puerta con prudencia justo para encontrarse con Stella.
-¿Hay algún problema?
-No, no. Es una investigación por la desaparición de un pasajero del antártico, nada que ver con ustedes.
-No queremos molestar, si es necesario nos vamos.

-¡Para nada!-Stella había levantado la voz delatando su necesidad de contar con ellos para llegar a fin de mes, así que intentó disimular.-Es un asunto pasajero, uno de nuestros otros inquilinos parece que presenció algo en el barco, no tiene nada que ver con el Hotel.
-Bien.-Abrió la puerta completamente.-Puede retirar el desayuno, ya hemos terminado.

Stella entró en la habitación, el alemán descorría las cortinas en ese momento. El olor de la habitación no le gustó nada. Olía a sudor, no quiso imaginar porqué. 
-Schneit.
-¿Nevando, tan pronto?-Contestó Manuela acercándose a la ventana.
-Es la primera nevada. Por suerte ustedes estarán aquí confortablemente instalados.
-Si no hay problemas.
-Descuide. En un par de días serán los únicos huéspedes.
Manuela miró a Schwarzschild y ambos volvieron sus rostros hacia la ventana. Algunos rincones del jardín empezaban a acumular pequeñas cantidades de nieve. El invierno se acercaba.

La avenida San Martín se había convertido en los últimos años en el lugar donde forasteros y lugareños se reunían para hacer compras. Unos de recuerdos y otros de vituallas. Allí, hecho un mar de líos con la interminable lista que le había facilitado Stella, Nicolás conversaba con Caprile, el carnicero.
-¿Pero pensás celebrar la comida del fin del mundo?
-Tenemos freezer, ya lo sabés.
-Si, pero no tenés plata para llenarlo.
-Últimamente la cosa mejoró. Mañana tendremos casi al completo el hotelito.
-Curioso. Todos los hotelitos están al completo. ¿Conocés el de Winifredo? ¡Hasta arriba!
-¿Winifredo? Pero me hablás de un tugurio de mala muerte.
-Llenito de alemanes. ¿Y el de Fortunatti? Completo.
-¿También alemanes?
-No. Chinos. Pero no chinos secos como vos y yo, Chinos chetos, con grandes autos y plata saliéndole por las orejas.
-¿Y cómo llegaron a este extremo tan alejado?
-Supongo que ya conocieron el Mundo entero y por fin le tocó a Tierra del Fuego.
-Solemos ser los últimos de la lista, eso es cierto.
El tendero colocó dos grandes y pesados paquetes de carne dentro de una bolsa y empezó a anotar en un pequeño cuaderno con el lápiz que se acababa de sacar de encima de la oreja.
-Aquí tenés, ocho kilos de cuadril. Todas las existencias.
-Ponéme aquellas tortuguitas, quizá Stella quiera hacer tarta de carne.
-Nicolás… ¿te tocó el prode?
-¿Y no hay gringos, coreanos, senegaleses…?
-Gringos naturalmente, pero están en el mar, según me contaron los del antártico. Todo el canal de Drake parece el desfile del cuatro de julio.
-Demasiada gente para tan poca chicha. Ponéme también caracú, habrá que hacer puchero para los días de frío.
-El caracú te lo regalo. Me dejás sin mercadería.
-Pero con la bolsa llena.

El Renault Logan parecía un sapo aplastado por el peso de la carga, incluidas cuatro bombonas de butano, o garrafas de gas, que ocupaban el asiento trasero como si fueran cuatro gemelas metálicas. A pesar del peso, el pequeño motor logró sacar del reposo al auto y lo empujó a lo largo de la avenida para tomar hacia el norte cuando el remisero vio a la chica del anorak rojo.
Nicolás tocó el claxon y la india se giró asustada.
-¿Me recordás?
-Últimamente nos vemos en todas partes.
-Te llevaría, pero como verás vamos ocupados.
-Voy en dirección contraria, hacia la comisaría. Me dieron recado, quizá Bermúdez haya dado señales de vida.

El extraño sentido de los negocios de Nicolás hizo acto de presencia. Si Bermúdez estaba en comisaría o los policías sabían dónde estaba, quizá pudiese llevarle a La Nación. Un cliente es un cliente.
-Esperá, te acompaño.
-No te preocupes. No es necesario.
-No se discuta más. Vos sos una clienta y en La Nación siempre estamos a su servicio.
La india logró reírse un instante, que ya era mérito, pero rápidamente volvió al rictus preocupado típico de los de su raza.
El coche de Nicolás quedó montado en la acera cargado hasta el techo y Nicolás, casi con entusiasmo juvenil, se puso a la altura de la chica.
-¿Comisaría primera, la que está cerca de la casa del Gobernador?
Su respuesta fue un contenido gesto de asentimiento mientras empezaba a caminar calle abajo. Él la siguió aunque no estaba demasiado convencido de hacer lo que debía. Si Stella le hubiese escrito algunas pequeñas instrucciones en la hoja de la compra…

En el puente de mando de la fragata Ingraham, bajo el mando de la cuarta flota, un grupo de oficiales examinaba un mapa del contorno atlántico de la Antártida.
-Las últimas lecturas fueron en esta zona. Aquí desaparece todo rastro.
-¿Con los otros pasó lo mismo?
-Desde que estamos monitorizando este cuadrante, todos los submarinos desaparecen bajo la capa helada del continente.
-¿Qué informan los otros navíos?
-Nada. Parece que se cuelan bajo la nieve y desaparecen. No salen por ningún sitio.
-Esto me huele mal. ¿Qué instalaciones rusas hay por aquí cerca?
-La más próxima es la estación de investigación Progress.
-Demasiado al este, indíqueme otra.
El oficial señaló un punto en la esquina opuesta de la mesa, fuera del mapa.
-En el otro extremo del continente, en dirección al océano índico, está la base Vostok.
-Imposible, tendrían que rodear todo el continente y aún así quedarían demasiado lejos de la base.
-Debe tener en cuenta, capitán, que no toda la Antártida es maciza. Los que está en la superficie es el casquete de hielo, bajo él, según los últimos estudios, se encuentra el continente de tierra firme, pero éste se parece más a la costa norte de Canadá que a la Antártida como usted la ve.
-¿Insinúa que un submarino podría cruzar por debajo de la corteza de hielo de un extremo a otro?
-Un submarino clase Alfa de última generación puede navegar a más de mil quinientos metros de profundidad. Podría, si encuentra un cauce de agua por el que hacerlo.
-¿Tenemos nosotros submarinos capaces de hacer ese viaje?
-Me temo que no señor. Nuestros submarinos nucleares apenas llegan a los ochocientos metros de profundidad.
-¡Mierda!-El capitán de fragata se alejó del mapa y del grupo acercándose al oficial de radio.
-¿Cómo hemos podido consentir eso?
-La guerra submarina se acabó con la guerra fría.
-¡Póngame con el puente del Ronald Reagan. Comunicación cifrada!
-Sí señor.
El marinero movió las manos con velocidad y habló algo a través de su micrófono. Luego le pasó el auricular al capitán.-El comandante Gallaham, señor.
-¿Comandante? Aquí el capitán del ASW Ingraham en el cuadrante 13. Creo que tenemos algo.

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