04.08: Demasiado lejos




Algún día, viajar hasta Marte no supondrá la pérdida de dos años de travesía, y quizá, en un par de semanas o incluso menos podremos ir a visitar a los primos de Marte para llevarles la empanada de la abuela. Algún día, ir a la Luna podrá ser una buena opción de fin de semana, incluso podría darse el caso de que algunas personas trabajen en la Luna y duerman en la Tierra. Quién sabe. Y aunque eso nos parezca imposible, la experiencia nos aconseja prudencia antes de esgrimir tan tajante veredicto.

Cuando Colón viajó a América con tres carabelas y un puñado de aventureros casi se pierde en el mar. Tardó más de un mes en recorrer la distancia que separa las Islas Canarias de la actual Cuba y, si en ese momento, alguien les hubiera explicado que hoy en día somos capaces de hacer ese viaje en poco más de ocho horas lo pobres tripulantes, víctimas del escorbuto y la desolación, no hubiesen tenido siquiera ganas de negarlo.

Hoy, miles de personas cruzan a diario el Atlántico de un continente a otro, acercando países, mezclando culturas y biologías, achicando el planeta, provocando la globalización que no sólo sirve para ahorrar costes de producción, como creen sus defensores y temen sus detractores. También elimina diferencias y crea consciencia planetaria. Algún día las distancias serán aún menores y todos nos pareceremos mucho más. Pero por ahora se mantienen ciertas diferencias que imprimen al viaje transoceánico un aire de aventura y emoción casi injustificado.

La excitación pues, en un vuelo desde Europa hasta América, es una característica común entre los pasajeros. Una excitación expectante que los servicios de a bordo intentan disimular con películas, venta de productos, comidas, copas y alguna cabezadita. Algo muy distinto de lo que vivieron los pobres marinos de las tres carabelas.
Tras la siempre inquietante maniobra de despegue, el Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas puso rumbo suroeste para pasar cuatro horas después sobre el Ecuador a más de diez kilómetros de altura a una velocidad de mil kilómetros por hora mientras, en su interior, los pasajeros dormitaban plácidamente. O al menos lo intentaban.
-Manolo.
-Qué quieres, no dejas de darme en el codo mujer. Duérmete un poco.
-¿Qué opinas de la adopción para las parejas homosexuales?
Manolo miró a su esposa. Después de todo, estaban allí por la cabezonería de ella que “no quería morirse” sin conocer América.
El estaba muy a gusto en el salón de su casa, con su televisión de cuarenta y tantas  pulgadas proyectándole partidos de fútbol de todas las ligas del mundo, para pensar en mover el culo tantos kilómetros, pero las misma cantinela todos los días era imposible de soportar y así, a pesar de su edad y de su escuálida paga, terminó por darle gusto. Eso sí, si iban a ir a América, él tenía que conocer el país donde el fútbol era una religión de la que se hubiera hecho fiel seguidor si existiese en algún lugar un registro de fieles.
Así que, en un regate de última hora, consiguió cambiar el destino de Nueva York a Buenos Aires. Una jugada de la que estaba orgulloso.

-Vamos a ver. ¿A qué viene esa pregunta?
-Es que no me puedo quitar de la cabeza a la parejita de ahí detrás. Pienso en la niñita, creciendo sin madre, entre dos... No lo puedo entender.
-¿A qué pareja te refieres?
-A la de detrás. La que te dije antes… ¿No te acuerdas?
Si Juana supiera la de veces que él la mira mover la boca y está pensando en otra cosa no le haría esas preguntas.
-No, lo siento, no lo recuerdo.
-Si hombre. Cuando estábamos embarcando. Ese joven musculoso que iba son su pareja, el chino, y con una niña morenita, casi gitana.
-¿De qué coño me estás hablando?
-Desde luego Manolo. Cada día estás peor. Yo creo que tendrías que ir al médico. Estás preocupándome.
-¿A qué te refieres?
-A que a lo mejor tienes un principio de Alzheimer.
-¡Acabáramos! Ahora resulta que me estoy volviendo chocho
-¡¡¡Shhh!!!- Dijo alguien desde atrás.
-Ves-Volvió a susurrar-La gente está durmiendo, deja ya de liarla.-Y se dio la vuelta hacia la ventanilla para intentar volver a dormir.

Juana se cruzó de brazos enojada. Estaba claro que su marido no estaba bien, pero se prometió que nada más volver a España le obligaría a ir al médico. Así que, mientras Manolo soñaba con “La Bombonera”, ella iba preparando la siguiente estrategia de acoso y derribo.

Las luces de la cabina estaban apagadas intentando facilitar el sueño a los viajeros. Solo unos pequeños testigos y algunos focos de lectura iluminaban tenuemente el interior. Unos insomnes leían, otros parecían escuchar música o ver alguna película y algunos intentaban charlar con su acompañante, pero Juana no podía hacer ninguna de esas cosas, así que, por enésima vez, se levantó para ir al váter y, de camino, echar una mirada furtiva a la extraña pareja que se sentaba tres filas más atrás.

Y aunque el tonto de su marido no lo recordara, allí estaban: ese chico alto, hipermusculado y de ensortijada y corta cabellera pelirroja que dormía como un tronco con la cara aplastada contra la persiana de su ventanilla. Su “marido”, un japonés también guapete y bien formado que con la cabeza colgando sobre su pecho ocultaba ahora su rostro tras dos tupidas cortinas de cabello negro.
Ella, que estaba muy leída de peluquería, sabía que aquellos dos no podían ser otra cosa que un matrimonio gay. Los había visto a docenas en las revistas: guapos, musculosos y nada “gays”… eso era una pareja gay. ¡Si lo sabría ella!

Con un sentimiento confuso entre la satisfacción de un buen dictamen y la frustración de no hacerse entender con su marido, rebasó la línea de la extraña pareja y continuó en dirección a la cola del avión. De pronto se detuvo. ¿Y la niña?

Como si retrocediera la moviola, Juana dio unos cuantos y disimulados pasos atrás para volver a ponerse a la altura de los chicos. Efectivamente, la butaca de en medio estaba vacía, la niña se había esfumado. La buscó un instante por los alrededores y dio con ella. Justo en la ventanilla contraria, sola en un par de asientos libres, mirando a la negra noche y el borde tenuemente luminoso del horizonte del planeta. La pequeña, no más de cuatro años, dejó de mirar al exterior y le clavó sus pequeños ojillos negros mientras le sonreía. Era evidente que la ocasión la pintaban calva: una niña sola, unos padres dormidos y muchas preguntas en su cabeza.
-Hola… ¿No te puedes dormir?
-No. Tu tampoco, ¿verdad?
La dulce vocecilla de la chica sonó como un suspiro en el silencio de la cabina.
-¿Quieres que charlemos?
-Bueno.
Juana se sentó como un rayo, a pesar de su artrosis, mientras su cabeza empezaba a ordenar el “interrogatorio”.
-Mi nombre es Juana.-Dijo utilizando esa estúpida forma de hablar con la que se dirigen los adultos a los niños.
-Y yo me llamo Toni.
-¿Toni? ¿No es un nombre de chico?
-No. Yo me llamo Toni y soy una chica.
Juana empezó a regocijarse. Aquello prometía.

El olor de la panceta frita llegaba al exterior del Hotel La Nación cuando los agentes Luis Castro y Sandra Gutiérrez llamaron a la puerta.
-Ummm… temprano empiezan.-Dijo Luis paladeando el posible desayuno.
-¡¿Quién…!?-Gritaron desde el interior.
-Abra señora. Somos la Policía.

Stella apartó el perol del fuego y volcó su estimulante contenido sobre un plato vacío. Luego lo dejó en el carrito junto al de los huevos, la jarra de zumo de naranjas, las tostadas, la mantequilla, dulce de arándanos, café y leche y contestó alarmada.
-¡Ya les atiendo…!¡Un segundo!

Como alma que lleva el diablo, atravesó el vestíbulo empujando el carrito en dirección a la puerta que comunicaba el edificio principal con el jardín trasero, la senda de losas de piedra y la pequeña casita en la que, con horario alemán, ya estaban despiertos Manuela Klein y Dieter Schwarzschild.

Mientras esperaban para entrar, Gutiérrez salió del pequeño porche del Hotel y miró al cielo.
-¿Creés que nevará pronto?
Castro bajó los escalones y miró también el cielo.
-Si no lo hace hoy, lo hará mañana. Esta noche podríamos...
-Mi marido vuelve esta tarde, no puede ser.
-Pues lo hacemos antes.
-Ya veremos.
Los dos agentes se quedaron en silencio. Detrás del olor de la panceta se percibía el aroma de la tormenta que se estaba formando al noroeste y quizá alguna otra tormenta. El sonido del cerrojo de la puerta les sacó de sus reflexiones.

-Perdonen. Estaba friendo panceta pero se me quemó.
-Pues huele muy bien.-Dijo Gutiérrez volviendo a entrar en el porche mientras mostraba su placa.-Somos de la policía, quisiéramos hablar con algunos de sus clientes.
-Naturalm.. Pasen, tenemos toda la documentación conforme.
Los dos agentes entraron en el vestíbulo y se dirigieron automáticamente hacia el mostrador mientras Stella cerraba de nuevo.
-No es una cuestión de cumplimiento legal. Hemos recibido una denuncia de desaparición y, al parecer, dos de los posibles testigos se encuentran alojados aquí.
Stella respiró aliviada. Iris, la chica india había seguido su consejo. aunque al ver a los policías a escasos metros de sus clientes "ocultos" pensó que quizá no había sido el mejor consejo que había dado en su vida.
-Iré a avisarles. Anoche llegaron tarde y tendré que despertarles.
-Pues hágalo. Deme el libro de registro, iremos repasando la información.
-Por supuesto señor agente. Aquí tiene. Ahora, si me permiten.

En la habitación de Manuela y Dieter el suculento desayuno no estaba siendo bien digerido. Habían tenido que correr las cortinas quedando prácticamente a oscuras y debían hablar en un susurro.
-Esperemos que no vengan a por nosotros.
-Es imposible.-Contesto Schwarzschild con desinterés mientras daba cuenta de los huevos.
-¿Por qué es imposible?
-Porque no estamos registrados. Tú lo dijiste.
-¡Esto no es Alemania!-Se volvió a sentar para prepararse una rebanada de pan.-Aquí las autoridades no se rigen por los papeles.
-Quieres decir que las autoridades hacen cosas que no tienen justificación lógica.
-¡Ay Dieter! ¡Si supieras cuántas!
-Pero a lo mejor en Argentina es distinto que en España.
-No amor mío.-La expresión rechinó entre sus dientes.-Si algo une a todos los latinos del mundo es precisamente ese comportamiento ilógico.- "Según los parámetros alemanes". Esta observación se la guardó.
-Tú eres medio alemana y medio española. ¿Cuál de los dos rasgos predomina?
La pregunta sonó como si él la estuviera examinando para determinar su “calidad”. La manita de manuela se posó en la manaza del alemán como la garra de una urraca.
-Como decía mi difunto padre, soy la esencia de lo mejor de ambos mundos.
Dieter retiró su mano involuntariamente. Luego se dedicó a la panceta.
-¿Tienen algo de bueno los latinos?
En la oscuridad, el brillo metálico de los ojos de Manuela se clavó en la cabeza de su amante. Un pensamiento se activó de forma automática: “Cuando todo se estabilice, tú también te irás al otro barrio.”
-Supongo que algo tendrán.-Dijo después de pensar un rato.
-Cuando lo encuentres, me lo cuentas.
Manuela odiaba esa actitud de superioridad de algunos alemanes. Sería autoestima, racismo, ignorancia o una mezcla de todas esas cosas, pero siempre había sentido que sus orígenes mestizos le habían frenado en Mörgendammerung. Ahora, el estúpido teniente Schwarzschild también se permitía hablar con desprecio de los no-alemanes. Quizá se deshiciera de él antes de lo previsto, aunque echaría de menos su comportamiento en la cama. Era una auténtica máquina.

-Entonces, tus papás te llaman Toni.
Antonia, en el interior del minúsculo cuerpecillo de una niña de cuatro años, miraba a la interesada sesentona y no lograba saber qué puñetas quería, pero llevaba más de dos horas intentando descansar y una y otra vez le venía a la cabeza la situación, ahora desvelada por “la voz” y su gravedad. Quizá hablar con ella le distrajera un rato.
-Sí, y todos mis amigos.
-Y tus dos papás, ¿cómo se llaman?
-¿Mis dos papás?
Juana hizo un gesto con la barbilla en dirección a Tetsu y Jotabé y le volvió a preguntar.
-Sí. Tus dos papás.
Antonia cayó de pronto en la cuenta: es verdad, parecían una “familia alternativa”. Y decidió llevarle la corriente, por aquello de divertirse un rato.
-Tetsu y Jean-Baptiste.
-¡Ah…!-Les volvió a dirigir la mirada, no exenta de desprecio, y esperó antes de realizar la siguiente pregunta.
-¿Y cuál de ellos hace de…?
Antonia sabía a qué se refería, pero se hizo la “niña pequeña”.
-¿De qué?
-Ya me entiendes. De mamá.
-Ninguno de los dos. Son solo dos papás.
-Ya pequeña. Pero a ver si me explico. Uno de ellos será más, cariñoooso, más delicaaado, más sensiiible.
El rostro de Juana era beatífico, sin embargo encerraba una mirada aviesa. Una niña de cuatro años no hubiese sabido interpretar ese lenguaje facial, pero Antonia tenía bastantes más de lo que aparentaba y casi pudo leerle la mente. Así que se decidió a torturar a tan sádica entrometida.
-¿Eso es una madre: cariñosa, delicada y frágil?
-Pobrecilla. No sabes lo que es una madre, ¡no sabes lo que te pierdes!
-Bueno. Mis padres son estupendos pero desde luego no son ni delicaaados ni sensiiibles.
-¿Y no te gustaría tener una mamá?
Antonia empezó a barruntar algo y le siguió la corriente.
-¿Es mejor una mamá que un papá?
-Bueno. No es mejor ni peor. Es una mamá. Todos los niños normales tienen una mamá y un papá.
-Menos yo. Será porque no soy normal.
-¿Y no te da pena?
-No. Tengo dos papás. Y como ya has dicho que una mamá no es mejor que un papá, pues me da igual.
Juana empezaba a impacientarse, así que cambió de frente y apretó un poquito más el interrogatorio.
-¿Y son también cariñosos entre ellos?
-A su manera.-Antonia de imaginó a Tetsu siendo cariñoso con cualquiera y sonrió.
-Y tú les ves… cuando se dan... cariño.
-Claro.-“Hija de puta”, pensó, “¡A que va ha ser capaz de preguntarlo...!”
-Y qué hacen en esos momentos.
Para la folklórica aquello pasaba de castaño oscuro. La mujer que tenía en frente era la clásica persona que se cree "de bien" mientras se comporta como una auténtica arpía, así que se decidió a terminar el juego.
-Pues se desnudan, se visten con arneses de cuero y clavos y empiezan a pegarse con látigos y a torturarse con extraños aparatos eléctricos que son como...
A Juana se le había subido la sangre a la cabeza. Sus miedos y prejuicios confirmados por una tierna e inocente niña.

-¡Que no tonta…!-dijo “la niña” dándole un golpecito en el brazo- En realidad, se tratan como tu tratas a tu marido, con cariño y ya está. ¿No?
-Y entonces, ¿cómo sabes eso que me has contado? ¿Lo has visto en algún sitio?
La cara de Toni se iluminó mientras se acercaba a la señora para confesarle un secreto.

-Porque lo he leído en tu mente… eso  es lo que tú estabas pensando, ¿no?
-¿¡Pero bueno… qué clase de niña eres tú!?- Levantó la voz sin darse cuenta.
-Una niña con podeeeres…-Movía los dedos frente al rostro de Juana-Y sé más cosas de tí: piensas que tu marido tiene Alzheimer porque no recuerda lo que le cuentas, y yo sé que no lo recuerda porque no te escucha… Vieja bruja.
-¡Vete al infierno!¡Maleducada!
Y se levantó para seguir su camino topándose con Tetsu en el pasillo. Watanabe se disculpó con un ligero ogigi y se acercó a la niña.
-¿Algún problema Antonia?
-No. Esa señora que tiene una forma retorcida de ver la vida.-Y de nuevo se le iluminó la cara-Échale la manta a Jotabé que creo que tiene frío.
-De acuerdo. Si necesitas algo sólo tienes que llamarme.
-Igualmente digo.
-Es verdad… igual eres tú la que tienes que ayudarnos.
-Igual sí.-Y rieron un segundo con un hilo de voz.

El japonés volvió a su asiento y tropezó con la manta de Jotabé, arrugada a sus piés. La tomó y se la puso a su compañero encajándo los extremos entre su cuerpo y la butaca. Cualquiera diría que el japonés se desvivía por el pelirrojo. Y como Antonia había calculado, en ese momento la señora pasó junto a ellos y contempló la escena. Furiosa, se sentó indignada en su asiento y vio que a su marido también se le había caído la manta, pero no la recogió.
“Si no me escuchas, ¡que te tape Rita!”

-En seguida llegan los clientes, como les dije, estaban dormidos.
-Perfecto. Llegó un mensaje de Fax mientras usted estaba avisándoles.
Stella tomó la hoja que descansaba sobre la bandeja y la leyó.
-¿Buenas noticias?-Preguntó Sandra al verla sonreir.
-Es una reserva: dos adultos y un niño.-Le mostró la hoja a la policía.
-¿Tetsu Watanabe?¿Eso es japonés o chino, no Luis?
-Más o menos. En cualquier caso, parece una familia de vacaciones.


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