04.07: El Otro Lado


La noche era fresca y el cielo encapotado anunciaba la cercanía del invierno, aunque aún el viento del norte pujaba por estabilizar el clima a orillas del Canal de Beagle.
La chica del anorak aparcó su coche justo en la puerta del Hotel La Nación y se bajó preocupada, intentando no olvidar ningún documento de los que se le habían desparramado en el asiento de atrás cuando, preocuada, abandonó el puerto.
Cruzó el pequeño parterre medio seco que separaba la valla de la entrada del Hotel y llamó a la puerta. Una luz surgió del ventanuco del porche y sonó el cerrojo. A esa hora ya casi todo el mundo se había recluido en sus casas, y más en aquella carretera que se perdía en las laderas boscosas del sur de los Andes. Nicolás asomó su prominente nariz por la apertura.

-Soy Iris, nos vimos en el puerto esta mañana. ¿Me recuerda?
-¡Oh, cómo no…!-El remisero terminó de abrir la puerta para invitarla a entrar, una interminable sonrisa cruzaba su anguloso rostro.-Entre, pero…-Miró por encima de ella hacia el exterior en penumbra.-¿Viene sola?
-Sí. Ha debido haber un problema.-Dijo entrando como un espíritu sin sustancia, sin rozarle siquiera.

La puerta se cerró. Stella, en la cocina, terminaba de levantar la vajilla de la cena y casi no prestaba atención a lo que pasaba en el vestíbulo. Si hubiese visto la cara de pánfilo que se le había puesto a su marido, seguro que alguno de esos trastos habría terminado estrellándose contra su cabeza.
-¿Qué clase de problema?
-Al parecer, el señor Bermúdez no llegó en este viaje, aunque sé que salió de la base para embarcar en él. No tengo palabras.
-Un segundo…-dijo Nicolás rodeando el mostrador y abriendo el libro de reservas.-Estamos hablando de Sancho Bermúdez, ¿no es así?
-Desde luego.
-Espere un momento. Tome asiento si lo desea.

Nicolás se fue hacia la puerta del fondo y dejó a la indígena sentándose en uno de los sillones de piel marrón que había diseminados por las cuatro paredes de la estancia. Entró en la cocina hablando rápidamente.
-Gorda. ¿Recordás a la pareja de gallegos que alojamos esta tarde?
La mujer, juntando la basura, ni le miró.
-¿Pareja de gallegos? ¡Casi ni los recuerdo!-Dijo con sarcasmo.
-Hablaban de un tipo gordo, grande y barbudo que se llamaba Sancho. Viajaba con ellos en el antártico.
-¿Y..?
-Parece ser que desapareció. Era nuestro quinto cliente.
Stella se detuvo.
-¿Qué querés decir?¿Se perdió?
-No. Desapareció del barco. La india que reservó la habitación para él dice le notificaron que no iba en el crucero, lo que contradice a la pareja de la cuatro.
-Igual son dos Sanchos distintos… recordá que estamos hablando de gallegos, ¿cuántos gallegos no se llamarán Sancho, o Quijote, o Dulcinea o cualquier otro nombre gallego?
-Pero. ¿Y si estuviéramos hablando de la misma persona? Estaríamos ante un caso claro de desaparición.
-¿Y qué? No te parece que ya hay demasiadas desapariciones extrañas en este puto país como para que nos preocupemos de otra más.
-Nosotros no, pero la india debería saber, ¿no creés?
Stella volvió a tomar los platos sucios y continuó volcando sus restos en la basura.
-Será mejor que no la asustes si no estás seguro.
-Llamaré a los de la cuatro. Quizá puedan ayudarle.
-Hacé lo que querás, pero no te metas en líos, que luego me los como yo.

Nicolás ya no la escuchaba; caminaba de nuevo por el vestíbulo.


“Antonia… Antonia…”

En la oscuridad creía oír la voz de Paco. Era su vieja voz, la de siempre, la de antes de que se fundieran en una criatura poderosa y extraña a la que todo el mundo conocía como La Ninja de los Peines.

“Abre los ojos”

Dudó un segundo. Era cierto. Tenía los ojos cerrados. Los abrió. No cambió nada. Todo estaba oscuro.

Cuando llegaba la noche, si no estaban en pleno jaleo, Antonia López se dirigía a su habitación, se desnudaba y, en un lugar junto a la ducha preparado para resistir altas temperaturas, se transformaba en La Ninja. En ese momento, tanto ella como Paco estaban juntos en algún lugar de la cabeza del engendro. Lo habitual era echarse un rato charlando, poniendo cosas en común, para luego efectuar lo que denominaban “el relevo”. Antonia se sumía en la oscuridad perdiendo la consciencia mientras Paco obligaba a la Ninja a adoptar su forma, algo mejorada, claro está. 

Por la mañana ejecutaban la operación contraria.
Mientras cualquiera de los dos estaba en la nada, nada les pasaba, nada oían. Sólo la transformación en La Ninja les obligaba a salir de ese estado inane para percibir los sentidos de la criatura: la luz que veían sus ojos, el sonido que llegaba hasta sus oídos, la temperatura y el tacto de su piel cárdena.

Pero en aquella ocasión, Paco no volvió. Antonia era ya La Ninja, pero seguía sola.

En los últimos meses las cosas no iban como de costumbre. Las voces dejaron de escucharse. Sus compañeros, los miembros de la Alianza Inverosímil, perdieron los poderes de forma drástica. Antonia empezó a sentirse sola, sin apoyos. Finalmente una fuerte sensación de estar siendo utilizada para fines desconocidos le había dejado sin fuerzas, sin ganas, para ser más exactos. La Ninja continuaba teniendo todo su poder, pero ella estaba desmoralizada, a pesar del último gran triunfo sobre Mörgendammerung. Un triunfo que había cambiado el Mundo, aunque no precisamente en la dirección que ella hubiese deseado.

 Ahora tenía que tomar una decisión. Antonia no era cobarde, así que se sumergió en esa oscuridad a la que accedía cuando le daba el relevo a Paco con el firme propósito de encontrarle.
-¿Paco?
-Soy yo. Abre los ojos.
-Los tengo abiertos. No veo nada.
-Abre los ojos, haz un esfuerzo.
-Los tengo abier…-Abrió los ojos. No todo estaba oscuro, había una luminosidad grisácea, irreal. 
Como si flotara en mitad del Londres victoriano. Allí estaba Paco. Casi no podía verle a pesar de que sólo les separaba medio metro. Tenía el aspecto de antes del suceso: avejentado, delgado y poca cosa. Supuso que ella también sería como antes.

-¿Dónde estamos?
-Estamos en “el otro lado”. Allá donde vamos cuando no estamos en casa.
-Quieres decir…
-Sí. Tienes que ver esto,-la mano de Paco surgió de la niebla para agarrar la suya,-ven conmigo.- Sintió un escalofrío al notar la rugosa piel. ¿Cuánto tiempo hacía que Paco no la tocaba? Y eran sus manos, tal y como las recordaba.

Caminaban por una superficie almohadillada y cálida, agradable al tacto de sus pies desnudos. Parecía que no iban a ninguna parte hasta que Antonia escuchó un golpe y un gemido sordo. Se detuvieron y él tiró de su mano un poco más para introducirla en la niebla hasta que tocó una superficie lisa y fría. Retiró la mano asustada.
-¿Qué es?
-Tardé un buen rato en reconocerlo. Es el coche. Bueno, lo que queda de él.
-¿Qué coche?
-El Panda. Recuerda, desaparecimos tú, yo y el Panda. También está aquí.- Volvió a agarrar su mano.-Ahora ven por aquí. No temas, no hay peligro.

Continuaron caminando en línea recta durante un buen rato hasta que volvieron a detenerse tras otro golpe.
 -¿Qué es ahora?
-Es el coche.
-¿Otro coche?
-No, el mismo.
-Pero hemos caminado en línea recta.
-Hemos dado la vuelta, sólo que no a izquierda ni derecha, hemos girado “hacia arriba”. Creo que estamos dentro de una bola hueca.
-Bola o boliche, da igual. Esto no me gusta. ¿Por qué no has vuelto?
-Abrí los ojos, y al hacerlo perdí contacto con La Ninja. Pero no sé más. Creo que las voces quieren que estemos aquí los dos.
-Bueno. Ya estamos aquí. Y ahora qué.


-Sin duda. Es él.
Nicolás, Encarni, la shoni valenciana, y su flaco y ecologista amigo miraban la foto que les mostraba la india del anorak rojo.
-¿Y está segura de que viajaba en el antártico?
Encarni mascaba chicle con la boca abierta. Su rostro no expresaba el más mínimo interés por el asunto.
-Ya te lo he dicho tía. Es él.
-Pero la tripulación dijo no reconocerle en esta foto.
-Cuéntale lo de la tripulación.-Dijo su compañero, algo más interesado.
-¡Qué asco de gente!-Se quejó.-Qué síiii. Que es él. Gordo, barbudo, grande y mayorcete. Además estuvimos un rato, un marinero me dijo que le entretuviese un rato, nada mássss.-Miro a su compañero mientras remarcaba las últimas palabras
Iris se quedó mirando fijamente la foto de Sancho.
-¿Qué ha podido pasar?
-Pues yo creo, sin ser demasiado atrevido, que simplemente lo han secuestrado.-Respondió Nicolás con cierto aire de suficiencia.
-O se ha caído por la borda-Apuntilló el larguirucho.
-Claro, claro… siempre está la borda, ahí, como mirándote y diciéndote ven…
-¿¡Pero se puede saber qué boludeces están diciendo!?-Stella se limpiaba las manos en el delantal mientras caminaba hacia ellos hecha una fiera.-¡Nicolás…! Repelotudo… cómo podés hablar así de nadie a una chica tan preocupada… Vení acá mujer,-la tomó de la mano y se la llevó con ella a la cocina. -Olvidáte de estos dos botarates, pensaremos algo.

Los dos se quedaron mirando cómo las dos mujeres se marchaban hacia la cocina.
-¡Qué carácter tiene tu mujer!
-En el fondo es como el dulce de leche.

El jaleo del vestíbulo había llamado la atención de Schwarzschild que volvía con las bandejas de comida a la cocina. Se detuvo un instante en la provocativa figura de la mascadora de chicle. Ambos se miraron, ajenos a la discusión que habían iniciado los hombres sobre el carácter infernal de las mujeres. El teniente se quedó con la vista fija en los prominentes pechos de la chica y se incorporó abandonando el carrito de las bandejas en mitad de su recorrido. Ella se acercó despacio, admirando el corpachón del alemán. Una invisible nube de feromonas les rodeó.

-¿Eres del servicio?
-Entschuldigung nicht sprechen Spanisch.
-Dieter! hierher kommen!-Sonó la chirriante voz de Manuela desde el otro lado de la puerta trasera. Schwarzschild volvió a agarrar el carrito y se dirigió a la cocina sin volver a levantar la cabeza.

-¡Joder!-Dijo Encarni volviendo a reunirse con los otros dos.-¡Qué domado lo tiene...! Mucho cuerpo y muy pocos huevos.
-Encarni, por favor, contén la lengua.
-¡Calla ya, chalao!
Nicolás estaba realmente incómodo ante las continuas discusiones de aquella extraña pareja. Para arreglarlo, no se le ocurrió otra cosa que decir...
-Si desean ir a bailar con gusto les acercaría a la discoteca del puerto. Está realmente bien.
-No me gustan las discotecas.
-Ni a mí los pingüinos y me he hartado de ver bichos. Así que o me acompañas o tendré que ir sola.
Nicolás miró alarmado al larguirucho. Tenía unas ganas irresistibles de gritarle “¡¡¡Pero pelotuudo, no ves que se te escapa la piba!!!“.
-Está bien. Supongo que te debo una compensación. ¿Está muy lejos?
-¡En el puerto…!-respiró tranquilo.-Apenas a diez minutos… voy a comentarle a Stella. Si me disculpan.


-Hola.-Sonó una voz de género indefinido.
-Paco. ¿Has oído eso?
-Como tú.-Se volvió hacia la bruma y gritó.-¿Quién eres?

Se hizo un silencio durante un instante. Una extraña figura se fue perfilando mientras surgía de  entre la niebla. Antonia no había visto nada igual en su vida.
-Podría deciros que soy una de “las voces”.
Los dos se quedaron helados. Allí estaba, al alcance de su mano. Un enorme terror les asaltó, conscientes de estar en un lugar desconocido ante un ser extremadamente poderoso.

-Nos… nosotros…-Intentó decir Paco.
-Ya era hora.-dijo Antonia dando un paso al frente.-Llevamos ayudándoos bastante tiempo y aún no sabemos para qué.

Una sonrisa sincera y tranquilizadora iluminó la bruma.
-Tienes razón, Antonia. Os merecéis una explicación. Habéis hecho un buen trabajo, aunque no erais la primera opción.
-¿No éramos la primera opción?¿Qué quieres decir?
-Es una larga historia. Simplemente estabais en el lugar en el que deberían haber estado otras personas. Pero, repito, habéis hecho un trabajo excepcional.

Antonia caminó hacia la figura con decisión. Lo que fuera que era aquello le estaba tocando las pelotas. Paco le siguió sorprendido por la agresividad del movimiento de su compañera. La figura simplemente retrocedió.
-No huyas, no te voy a hacer daño.-Dijo Antonia.
-Aunque quisieras, no podrías. No estoy aquí.
-O sea que estás detrás de una pantalla, eso me suena.
-En cierto sentido, aunque a mí podéis preguntarme.
-¡Es un alivio!-Intervino Paco sacando sarcasmo de su miedo.
-Está bien, empieza a explicarte.
-Noto demasiado rencor.
-¡No está el horno para bollos!-La actitud del ser parecía tan permisiva que Antonia se crecía ante ella, aunque después de haber luchado contra un psicópata-telepatía, una gamba gigante y una legión de zombis, se lo podía permitir. Paco en cambio tenía muchísimas ganas de decirle a su compañera “Antonia, no le toques las campanillas”.

-La verdad es que tienes razón en estar enojada. Nosotros mismos estamos haciendo lo que no queríamos hacer, pero ahora intentaremos remediarlo. Siempre que contemos con vuestra colaboración.
-Ya tardas.
-Antonia, hija, deja al muchacho, o lo que sea, que se explique.

Antonia guardó silencio y el ser volvió a sonreír.-Gracias Paco.
-De algún modo ya os hemos explicado muchas cosas, por eso sabéis mucho más que antes. Sin embargo, esperábamos no tener que contaros todo hasta que no fuera estrictamente necesario. Ahora se ha convertido en urgente.

La figura cambió su semblante, todo se volvió sombrío, triste.
-Estáis en nuestro universo. Es un universo que se muere.
-¡Como el planeta de Supermán!
-Algo parecido, Paco… algo parecido.-Dijo el ser, aquiescente.-Nuestra civilización ha de terminar y así hay que aceptarlo. Pero no todos estamos de acuerdo: algunos de nosotros pretenden cambiar de universo antes de que el nuestro se apague. Creen haber encontrado una fórmula. Otros pensamos que no, que no es posible viajar entre universos sin crear una irregularidad de consecuencias imprevisibles.

Antonia, a pesar de tener las ideas mucho más claras que antes, sólo podía imaginar dos universos como dos lugares uno junto al otro. Recordó a Obama, y cómo intentó salir de África para llegar a la próspera Europa. No pudo evitar verles como a un grupo de exiliados, desposeídos de su tierra.
-El universo es infinito, creo que tus vecinos tienen razón. Podéis venir.
-No es tan sencillo, Antonia. Nuestros universos no se parecen en nada, no comparten ni siquiera las más básicas leyes de la física, no es posible para nosotros vivir en vuestro universo.
-Pero nosotros estamos aquí. Y estamos vivos.
-Es largo de explicar, pero realmente no estáis en nuestro universo, sino en una burbuja del vuestro que está y no está en ambos universos a la vez.
-Y no podríais hacer vosotros lo mismo.
-No. No podemos encerrarnos en una burbuja. No podemos encerrar un universo dentro de otro. La infinitud tiene sus límites, aunque son difíciles de imaginar para vosotros.
-Entonces…-Antonia hizo como si caminara hacia un lado. La figura le siguió. Paco tardó un segundo en hacer lo propio.-…La Ninja es…
-Es una creación en vuestro universo. Hecha con materia de vuestro universo. Sólo existe una conexión entre ella y esta burbuja.
-Y nosotros nunca salimos realmente de aquí.
-No. La Ninja adopta vuestra forma, pero sigue siendo La Ninja.

-¡Joder, tú…! Entonces no soy yo quien…-Empezó a decir Paco. Antonia lo miró sorprendida.
-Paco, por Dios, déjate de guarradas.
-La singularidad necesita de una acción en sendos puntos de nuestros espacio-tiempo. Por eso, los “tránsfugas”, podríamos llamarles así, han contactado con gente de vuestro planeta. Nosotros simplemente vamos detrás, intentando que no consigan generar el suceso necesario para abrir el hilo de transferencia.

-Y pensasteis en infiltrar un elemento en nuestro mundo: La Ninja.
-Sí. No le llamamos así, pero sí. También estamos haciendo que algunos de vuestros amigos adquieran poderes que ya tenían y no sabían explotar al máximo aunque no deja de ser un recurso pobre.
-Pero se los habéis quitado.
-No podemos hacer según qué cosas durante demasiado tiempo. Aquí estamos en guerra, tenemos carencias que se suman a las propias de un universo que se sume en la entropía y también sufrimos bajas.

-Por eso ya no escuchamos más que una voz.
-Sí. En mi grupo sólo quedo yo.
-¡Pues estamos bien!

-Además, vuestras dudas no hacen más que retrasar vuestra intervención. Los tránsfugas están a punto de conseguir su objetivo.
-En Ushuaia.
-De momento.

Paco y Antonia se quedaron mirando el uno al otro. Por un lado les había gustado verse y tocarse. Saber que no se habían desintegrado en el interior del engendro, pero por otra parte, ahora tenían una responsabilidad que antes desconocían.

-Está bien… ¿Qué tenemos que hacer?
-Tenemos que ir moviéndonos conforme se vayan sucediendo los hechos. No existe un tiempo lineal que lo rija todo, no podemos planificar, sólo podemos incidir en pequeños cambios, y esos puntos de incisión van apareciendo dinámicamente, sólo llegado el momento podemos ver el camino.
-O sea, que no nos vamos a enterar hasta que estemos en el ajo.
-Lo siento. Esto es mucho más complicado de lo que os estoy contando.
-De acuerdo. Ushuaia, de momento.
-Gracias Antonia. Que sepas que te ayudas a ti y a tu universo, nosotros ya estamos sentenciados.

Antonia se dispuso a cerrar los ojos cuando Paco intervino.
-Por cierto. Ya que tenemos que movernos de acá para allá… ¿no podríais hacer que La Ninja volase?
La imagen sonrió.
-No. Es muy…
-Muy complicado de explicar.
-Gracias Paco. De veras.

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