Como todo el mundo sabe, los taxistas forman una especie
de sociedad secreta en cualquier ciudad del mundo. Se dividen su territorio,
pactan los precios y acosan a los gobiernos locales. No es que individualmente,
los taxistas, sean distintos al resto de los mortales. Como los curas o los
militares. Pero cuando se juntan, cuando forman cardumen, manada o jauría, los
taxistas son muy peligrosos.
En Ushuaia no iba a ser menos. De forma que aquí, ser
taxista ilegal, o remisero como se les conoce en Argentina, es un oficio de
alto riesgo. Nicolás era remisero. No por valentía desde luego sino por ignorancia
del riesgo.
Pero si bien los ciudadanos comunes prefieren un taxi con
toda su documentación en regla, existe un grupo de personas que prefieren tomar
un taxi ilegal, algo que sea oculto, sin facturas, sin identidad. Como ellos.
No sería de extrañar que la presidenta argentina o el presidente del gobierno
español prefirieran remíses antes que viajar en sus confortables coches
oficiales, seguidos de incómodos periodistas dispuestos a fotografiarlos en
cualquier asunto impublicable. Así que, en cierto modo, un remisero era una
especie de outlaw aceptado por la sociedad. Excepto por los taxistas, claro.
El vehículo de un remisero evidentemente no llevaba identificación.
Cuando alguien solicitaba su servicio, el cliente debía decir qué llevaría
puesto, en qué esquina estaría esperando y a qué hora. Un puntito Bond, James
Bond.
El remisero daría primero una pasada para comprobar que
no había “moros en la costa” antes de detenerse y preguntar si había solicitado
transporte. Todo un ejercicio de juego de espías que a Nicolás le hacía
sentirse clandestino, importante y vivo. Stela no opinaba sobre el asunto
porque ignoraba los peligros que corría su marido, pero le alegraba verle regresar
sano y salvo tras cada viaje.
La llamada que recibió le indicaba que una mujer de poca
estatura, morena, acompañada de un hombre alto y rubio les estarían esperando a
la salida de la terminal del Aeroclub. En media hora. Y allí estaba él, dando
vueltas a la rotonda de la entrada bajo la atenta mirada de cuatro taxistas con
cara de sospechar.
Por fin, la señora bajita, minúscula más bien, y su alto
y rubio acompañante salieron al exterior. Nicolás, rápido como un rayo, se
dirigió hacia ellos y detuvo el Renault Logan justo cuando miraban hacia la
parada de taxis. Casi sin esperar a que el coche se detuviese, se bajó de él y
lo rodeó gritando aparatosamente.
-¡Che…! Cuánto tiempo pensás que tendría que esperar…
¿Acaso crees que no tengo otra cosa que hacer?
El tipo alto, alemán sin duda, hizo un gesto para
interponerse entre aquél individuo con cara de delincuente y la señora bajita.
Nicolás, ya a su altura, susurró mientras le intentaba dar un abrazo.
-Disimulá. Intentamos parecer familiares, ¿me entendés?
Schwarzschild evidentemente no le entendió, así que, de
un solo movimiento le atrapó por la muñeca y le hizo girar doblándole dolorosamente
el brazo hasta el omoplato.
-Teniente. Relájese, es una estratagema.-Manuela le
hablaba en alemán, lo que sí entendió. El que no sabía exactamente qué pasaba
era el pobre remisero que miraba la gravilla a escasos diez centímetros.-
¡Suelte al pobre hombre, lo va a lesionar!
La cara de Nicolás impactó contra la gravilla cuando el
rubio le soltó. Los taxistas se divertían de lo lindo ante la torpeza del
ilegal. El teniente Schwarzschild le ayudó a levantarse.- Entschuldigen!
-¡Dios!-dijo sin saber qué le dolía más, si la cara o la
muñeca.-¿De dónde ha sacado a Suarzaneger?
-Es un amigo.-Manuela lo miró y sus pupilas se
dilataron.-Un buen amigo. ¿Nos vamos?
-No sé si podre conducir. Creo que me ha lesionado la
muñeca.
-¡Oh, bueno! Si lo prefiere, tomaremos un taxi de los de
ahí al lado.
La cara de Stela, con ese gesto agrio que solía poner
cuando hacía algo mal, asomó por encima de las montañas nevadas del horizonte.
-No. No.-Volvió a rodear al automóvil.-Mejor se vienen
conmigo, haré un esfuerzo. No me perdonaría dejarles en compañía de aquellos
tipos.
-Perfecto.
En un Logan no caben grandes cosas, y Schwarzschild era
grande. Así que no tuvo más remedio que ir delante, con la cabeza dándole en el
techo y las rodillas en el pecho. Manuela en cambio podía haber bailado la
conga en la parte de atrás. Las maletas si cupieron en el portaequipajes.
-Ustedes dirán dónde les llevo.
-Verá. Un amigo nos dio su número de teléfono porque
intentamos pasar desapercibidos.
-Pues con este gigante a su lado no crea que lo tendrán
fácil.
-Bueno, la próxima vez invente una actuación menos… expresiva.
-Descuide.
-¿Sabría usted de algún hotel o pensión donde tuvieran
habitaciones libres y que fuese discreto?
La cara de Nicolás se iluminó. Pero la voz de Stela
resonó en su cabeza, así que la dejó salir.
-¿Qué quiere decir con ser discretos?
-No nos gustaría quedar registrados.
-¿De cuánto tiempo hablamos?
-En principio pagaríamos un mes por adelantado. Una
habitación doble.
Todos los agujeros corporales de Nicolás se dilataron
simultáneamente. “¡Un mes!”.
-¿¡Un mes sin registrar!? ¿Es que vos estás loco?-Stela
susurraba pero a Nicolás le resonaban los oídos. De vez en cuando miraba por la
puerta entreabierta de la cocina a la desigual pareja que esperaba
pacientemente frente al mostrador vacío del Hotel la Nación.
-¿Pero vos creés que un par de especímenes como esos
pasarán desapercibidos ni tan siquiera un minuto? ¡Si parecen la una y media!
-Pero pensá en todo. Un mes de una habitación doble es
asegurarnos los gastos de medio año. Y más aún. ¿Quién ha visto nuestros
precios? Le cobraremos el doble.
-Pero…pe… ¿¡¡¡Estás del orto!!!?
Sin darse cuenta habían ido elevando el tono de voz. Los
últimos comentarios se habían escuchado perfectamente en el vestíbulo. Manuela
giró la cabeza hacia la puerta entreabierta y vio los ojos verdes de Stela
mirándola aterrorizados.
-Si me disculpan. El precio no debería ser problema:
Podemos llegar a un acuerdo que sea ventajoso para ambos.
Stela cerró la puerta de golpe y se volvió para mirar al
delgaducho de su marido.
-Ves mujer. Son gente razonable.
-¡Son la mierda de la vaca! Esto nos va a traer
problemas. Muchos problemas.
-Cuando lleguen los resolveremos.
-Probablemente vos. Con esa mente preclara y esas ideas
brillantes que suelen adornar tu cerebro como un árbol de pascua.
-¿Eso es un sí?
Stela miró sombría a Nicolás. Una idea machacaba su
cabeza “te vas a arrepentir… te vas a arrepentir”.-Está bien. Le cobraremos
diez veces más. Ni un peso menos, ¿entendés?
-Bueno mujer, habrá que negociar.
-¡Ni un peso menos!
-De acuerdo.-Dijo la voz de Manuela tras la
puerta.-Pagaremos diez veces el valor del alojamiento. Aunque tenemos algunas
condiciones.
-¡Ves mujer!-susurraba de nuevo.-Los enfadaste.
Stela tomó aire y abrió la puerta.
-Negociemos, yo también tengo algunas condiciones.
-Negociemos pues.
El barco de pasajeros se balanceaba endiabladamente. La
luz difusa volvía todo irreal. Molestaba a la vista. Las olas que chocaban
contra el barco salían de la nada blanca que formaba la intensa niebla que lo
rodeaba. Sancho salió tambaleándose y fue a dar contra la barandilla. La bruma
se convertía en agua allá donde tocaba humedeciéndolo todo.
La vista alcanzaba a sólo cinco metros a la redonda.
Nadie estaba cerca, así que encendió un cigarrillo y empezó a fumar con ganas. De
normal, no era demasiado optimista, pero después de unas semanas luchando por
conservar la plaza en la estación antártica y finalmente no conseguirlo, la
promesa de una nueva oportunidad, una tenue esperanza, le daba algo de fuerzas.
Quería creer, y eso es mucho para un científico.
-¿Tienes fuego?
Se giró. Frente a él se encontraba una chica, de unos
veinte y pocos años, vestía un enorme gabán de lana, probablemente tejido a
mano. Llevaba un gorro y una bufanda, pero por lo que él podía ver, era una
chica guapa.
-Si.-Sacó el encendedor y lo encendió acercándolo al
extremo del cigarrillo liado que sujetaban sus labios.-Pon las manos porque
hace demasiado viento.
Después de una breve lucha terminó encendiéndolo. Un
aroma familiar acarició su nariz. Él la miró sorprendido.
-Es María… ¿Quieres?
-Bueno…-dijo pensándolo un segundo.-Hace mucho tiempo que
no fumo, pero quizá no me vendría mal un poco de relax.-Tiró su medio
cigarrillo que inmediatamente se empapó en el suelo y se apagó.
-Toma. ¿Has estado abajo?
-¿Te refieres a la Antártida o a la bodega del barco?
-Al la Antártida, tonto.-Los enrojecidos ojos de la chica
brillaban. No era el primer canuto que se había fumado esa mañana.
-He estado más de dos meses.
-Pues yo la verdad, tampoco es para tanto: Que si focas
tal, que si pingüinos de cresta de no sé qué color, que si leones marinos…
tengo ganas de volver.
-¿De dónde eres, me suena tu acento?
-Soy de Valencia, y tú, ¿eres del norte, no?
-Pamplonica.
-¡Joder…!- Volvió a tomar el cigarrillo de la mano de
Sancho. Sus dedos se rozaron un instante y a él le pareció agradable.-¡Con lo
bestias que sois los navarros! Estuve yo un día en los Sanfermines y no me
quiero ni acordar.
Sancho se la imaginó, borracha, con la camiseta mojada de
vino chapoteando en alguna fuente y rodeada de buitres con ganas de jaleo.
-No todos los pamplonicas somos así.
-¡No te jode! Ni todas las valencianas vamos con tres
naranjas en la cabeza vestidas de mamarracho.- Pegó una larga calada que quemó
un buen tramo del pitillo.-Aunque a mí los petardos me gustan… -emitió un
sonido parecido a una carcajada pequeñita y suave.-Sobre todo estos.
-¿Y cómo has venido hasta aquí? Esto está muy lejos de
Valencia.
-Mi colega, que es un jipi de estos de los animales y la
naturaleza. Un plasta.
-No te convence el medio ambiente.
-Estoy deseando llegar a algún sitio con gente, ruido y
coches para mandarlo a tomar por culo. Qué triste.
-Pues no estás de suerte. Yo soy astrónomo.
Sancho ya había clasificado a la chica. Era una shoni, como decía su hijo. Probablemente
había conocido al otro en alguna concentración antisistema, o una manifestación
contra el maltrato animal, o cualquiera de las algaradas brotaban a la luz de
las protestas. Pero a ella lo que en realidad le gustaba era fumar y pasárselo
bien.
-¿Pues a ver qué tal eres?-Se echó el gorro para atrás y
se despejó la cara. Era guapa. Muy guapa.-¿Qué tienes que decir a una virgo?
Sancho rió como hacía meses que no lo hacía.
-Perdona… soy Astrónomo, no Astrólogo. Estudiamos el
universo de verdad.
La cara de la chica se entristeció.
-Pero tengo muchas cosas que decir de una virgo.
Especialmente si es como tú. Me llamo Sancho.
-¡Uy! Como el del quijote… pero tú eres más alto. Dónde
va a parar. Yo me llamo Encarni.
-Encantado. ¿Nos metemos dentro, hace un poco de rasca?
-Vale. Mientras no me cruce con Felix Rodríguez de la
Fuente.
El astrónomo volvió a reír. Sería por la marihuana o por
Encarna, o por lo de La Plata. La siguió con la mirada mientras se colaba en la
niebla hasta que desapareció.
-¡Eh! ¡Grandullón!-dijo su voz.-¿No íbamos a meternos
dentro?
-Voy. Sigue hablando para que no me pierda.
Al poco tiempo, Manuela Klein y el teniente Dieter
Schwarzschild se encontraban ocupando una de las casitas del hotel, la más
retirada. Tenían dos habitaciones y un pequeño distribuidor entre ambas que
Nicolás había amueblado con un par de
sillones de oreja sacados a toda prisa del vestíbulo. Del hotel les separaba un
corto camino de piedras incrustadas entre el césped ralo del jardín trasero.
Las ventanas de una de las habitaciones daban a la ladera de las montañas
mientras que las de la otra se elevaban sobre los tejados cercanos de la ciudad
y el canal de Beagle.
-Es bonito- Dijo Dieter deshaciendo su maleta.
-Por lo menos está lejos de cualquier sitio.
Dieter asintió.
-¿Te queda alguien por llamar en Hamburgo?
-Nadie. Los han arrestado a todos. El juicio de Gaza lo
retransmiten por televisión. Hay gente que no conozco de vista pero sé que eran
los de más arriba. La organización ha sido desmantelada.
-¿Por qué no intentamos contactar con alguien a través de
las redes privadas que teníamos?
-¡Ay Dieter! Esas redes deben estar intervenidas. ¿No
escuchas los noticiarios? Cada día detienen a más gente, no sólo en Alemania,
también es Francia, España, Reino Unido, América… estamos solos.
-Menos mal que viramos hacia Kenia, si llegamos a tomar
hacia El Cairo…
-Si, al final, todo salió mal.
Manuela miraba por la ventana la luz del crepúsculo sobre
los tejados de Ushuaia.
-Yo sigo sin explicármelo.
-Es esa cosa… La Ninja.
-Ya. Siempre dices lo mismo. En fin… ¿Crees que tendremos
suficiente con un mes?
-No. Llevamos más de cuatro dando vueltas por el Mundo…
igual tendremos que quedarnos aquí una buena temporada.
-Pues con lo que les estás pagando no creo que podamos
aguantar mucho más.
-Si el hotel es nuestro no nos costará nada.
Schwarzschild se giró hacia ella. Su cuerpo, rechoncho y
corto le resultaba repugnante, pero en ese momento era la única persona en la
que podía confiar. Cuando le salvó la vida en el helicóptero, inyectándole un
antídoto contra el ácido que empezaba a correr por sus venas lo hizo
probablemente para salvar la suya propia. Manuela era tremendamente fría,
despiadada. Sin embargo, cuando la organización Morgendämmerung cayó como un castillo de naipes él
también se convirtió en su único aliado. Sus intentos por buscar algún
superviviente a la caza de la que eran presa se topaban siempre con la negativa
de la doctora Klein, como decía: no
estaríamos aquí si no fuera porque nadie sabe que estamos aquí. Y quizá
tenía razón.
Sin embargo, cuando lo miraba lascivamente, con la mirada turbia de la
lujuria, pensaba que quizá estaban aislados por que así ella se aseguraba sus
favores, sus pequeños momentos de placer que para él era tan repugnantes como
la figura que estaba viendo recortada en la luz anaranjada pero fría del sol de
Ushuaia.
-No entiendo qué es lo que quieres decir. ¿Piensas comprar el hotel?
Manuela se volvió. Su rostro era duro y sus ojos como dos cuentas de acero.
-No. Pienso quedármelo. Pronto llegará el otoño, y quedaremos aislados
durante días. Sólo hay que esperar a que llegue el momento. Nadie se dará
cuenta.
-Pero aquí hay autoridades, registros, vecinos que recordarán a sus
anteriores dueños.
-¿No has visto el hotel? Está vacío. Seguro que les va mal el negocio.
¿Recuerdas la conversación de antes? „Les cobraremos el doble, así podremos
pagar las facturas de seis meses“. Están en la ruina, nadie se extrañará de
que, llegada la temporada baja, se hayan tenido que ir, traspasando el negocio
a un par de recién llegados.
Dieter se quitó la camisa. El calor de la chimenea ya había mejorado la
temperatura de la habitación, aunque aún hacía algo de frío. Él no lo notó.
Manuela si notó su desnudez.
-Parece un plan bien trabado. Ahora entiendo porqué no querías que nos
registraran, a pesar de tener nuestros papeles falsos perfectamente en regla.
-Efectivamente.- Se fué acercando mientras él se quitaba los
pantalones.-Nos iremos haciendo amigos suyos, le contaremos alguna historia
rocambolesca pero romántica: yo una mujer casada con un poderoso magnate,
tu....-Su pequeña mano se posó sobre el prominente pectoral del alemán.-Tu mi
guardaespaldas. Hemos huido... estamos escondidos de sus largas garras...
viviendo una aventura.
Él tragó saliva.
-¿Cómo piensas deshacerte de ellos?
Manuela fue bajando la mano. El teniente, como buen militar, ya casi estaba
a punto de revista.
-Bueno, aquí hay mucho terreno, y tú eres... fuerte...-apretó.- Seguro que
sabrás como enterrar dos cadáveres.
La tomó por la cintura y la levantó
como el que levanta una caja, luego la echó sobre la cama y empezó a
desnudarla.
-Se cómo enterrar muchas cosas, doctora.
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