20-Punto de inflexión

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Casi cuatro horas después de empezar a dedicarse en cuerpo y alma a la matanza indiscriminada de civiles, la Milicia Muyahidín Mutante no presentaba síntomas de agotamiento. Las bajas que causaba la Ninja de los Peines apenas modificaban su estrategia. La paz que llegaba allá donde Antonia y Paco dirigían al engendro para acabar con tanto dolor destruyendo sin miramientos a los zombies químicos de la Organización Sin Nombre,  era “compensada” con la aparición en otro lugar de nuevos efectivos que continuaban con tan atroz propósito.


Pero no eran los únicos nuevos Muyahidines activados. En distintas partes del globo, gente aparentemente normal que, en su momento, desaparecieron inexplicablemente durante algunos días y que retornaron a sus vidas sin recordar nada, cambiaban de aspecto, se volvían agresivos a la vez que descubrían de pronto que tenían una misión que cumplir. Y se entregaban a ello con ciega obediencia.  


Para el Mundo, todo empezó con algunos mensajes de texto, algunos whatsapp’s improvisados o twits atropellados. Luego entraron en escena las Organizaciones No Gubernamentales, las embajadas y los freelances de las grandes multinacionales de la información.


Las televisiones, con el propósito de informar y también de captar la audiencia y hacer caja, interrumpieron sus programaciones para dar cuenta de los hechos gravísimos que estaban sucediendo en Gaza City. Y nuevamente tenían que interrumpir sus noticiarios de urgencia para informar de atentados suicidas en el metro de las grandes urbes, aviones que se estrellaban contra centros religiosos o matanzas masivas en decenas de ciudades. Las agencias de noticias vomitaban una tras otra catástrofe sin dejar tiempo al becario de avisar a sus jefes cuando ya tenían el siguiente atentado en pantalla.


La gente ante el televisor no sabía si estaba viendo una película o estaba asistiendo en directo al fin del mundo.


Los presentadores, igualmente atónitos, emitían comentarios sin reflexionar,  movilizando a la población a tomar partido, a pedir venganza o mano dura. La vertiginosa sucesión de desgracias no dejaba hueco en la parrilla para la reflexión y el análisis.


Las cancillerías, los centros de poder, las organizaciones de derechos humanos, los grupos políticos, las iglesias, las mezquitas, las sinagogas y las embajadas hervían de protestas, gritos, indignación y reproches. En cuatro horas, el Mundo se había dado la vuelta y la guerra se cernía sobre él sin que nada ni nadie pudiese aplacar tanta ira.


En ese río revuelto, los halcones, los más duros, nadaban en su medio ambiente natural, haciendo prevalecer su visión intransigente de la sociedad ante un poder político estupefacto. En Washington, el Presidente de los Estados Unidos firmaba placets para el inicio de ataques masivos en Medio Oriente. En Teherán y Jerusalem los ultraortodoxos se hacían con el control del ejército enviando a miles de soldados hacia la frontera iraquí acompañados de una ingente fuerza aérea y naval. En China, el Comité Central del Partido Comunista miraba los informes acelerados que llegaban continuamente sin tino para posicionarse ante una situación que se les iba de las manos, con sus fuerzas en alerta máxima. Rusia contemplaba con sus misiles nucleares erectos los movimientos de su enemigo natural.
Nada parecía poder detener la escalada bélica. Y nadie tenía el tiempo suficiente para meditar y pensar: la crisis, la brecha fiscal, el caos financiero, las diferencia norte-sur, el ascenso de los extremismos, la corrupción política, todo parecía tener una única solución: ¡Guerra!


Las redes sociales acallaban a los pacifistas. Los sesudos pensadores, los que ayer eran gurús de la política internacional hoy no tenían la más mínima oportunidad de ser escuchados. Sólo los descerebrados de grandes palabras, que pedían grandes sacrificios por esta o aquella causa, idea o religión, que escupían su odio al diferente, solo ellos lograban audiencia, arreando como borregos a millones de followers.


Si alguna vez nos habíamos preguntado cómo el asesinato de un archiduque pudo desencadenar la Primera Guerra Mundial o Hitler perpetrar el holocausto judío o cómo se invadió Irak por unas fotos trucadas ahora teníamos una perfecta y terrible explicación.


Y todo ese ruido monstruoso que precedía a la peor de las conflagraciones imaginables venía acompañado de un silencio igualmente atronador: La Ninja de los Peines ejecutaba su “trabajo” sin ser advertida por nada ni nadie, como si las voces que solían orientarla en momentos de confusión hubiesen dejado de existir.


-¡Alto!
-Échese a un lado, soldado, la doctora y yo tenemos que salir. Es urgente.
-Lo siento teniente. Las órdenes de bloquear las puertas del silo son tajantes, nada ni nadie puede entrar ni salir.
-Las órdenes las he dado yo, así que yo puedo revocarlas.
-Lo siento, doctora Klein, el Coronel Untermann tiene el mando ahora. No pueden salir.
Un seco disparo, amortiguado por el silenciador, dejó la expresión del soldado congelada durante unos segundos. Su intento de llevar la mano al botón de alarma no pudo llegar a consumarse, herido en el corazón no tuvo fuerzas para levantarla antes de caer como un muñeco de trapo.
-¿Qué ha hecho?-El teniente Swarzschild miraba sorprendido a la pequeña hispanoalemana.
-¿Con quién está usted?
-Pero...-miró con aprensión el arma que casi le apuntaba.- Con usted, señora.
-Pues teclee la clave de acceso y abra la puerta, no tenemos tiempo.


··
El teniente, todavía confuso por la inesperada reacción de su jefa, se dirigió titubeante al panel de control de seguridad. Puso la palma de la mano sobre la pantalla del escáner y esperó a que el barrido láser la recorriera. Una luz verde indicó el desbloqueo del sistema de control. Luego sólo tuvo que teclear algunos códigos numéricos y la pesada puerta de acero de veinte centímetros de grosor empezó a deslizarse hacia arriba lentamente.
-¡Venga...!¡Venga...!- Manuela Klein miraba nerviosa hacia el final del corredor donde se abría al silo con todos sus operadores y soldados ocupados en la tarea de controlar el descontrol mundial. La pesada puerta parecía no tener ninguna prisa.


En la explanada, la sirena sonaba impidiendo casi que Watanabe, Jean-Baptiste y Obama pudieran hacerse entender. Los mercenarios deberían estar armándose o vistiéndose, porque de momento sólo estaban ellos tres.



-voulez pas que le fusil?
El joven de Burkina Faso rehusó el arma que le ofrecía el francés.
-Je ne pouvais pas l'utiliser, je préfère ce couteau.-Dijo metiéndose un cuchillo entre los pliegues que formaba el uniforme.
-Ya está.-Dijo Jean Baptiste terminando de ajustárselo.-¿A dónde vamos ahora?
-Aquella puerta de allí da al corredor de la sala de control, lo acabo de comprobar. Había dos guardias. Ya no hay que preocuparse de los guardias. Vienen más por allí arriba y por la derecha. Tenéis que correr como si os persiguiera el mismísimo diablo.-La figura de Watanabe se movía con cambios bruscos, apareciendo y desapareciendo de un lugar a otro. Evidentemente estaba haciendo incursiones mientras hablaba con ellos de forma que iba comprobando lo que decía conforme lo decía.
-¿Estáis preparados?
Jotabé miró al negro que hizo un gesto de asentimiento.
-Pues... ¡A correr!
A pesar de que el africano tenía una pierna lesionada, probablemente por un esguince causado al intentar emular al supermusculado Jean-Baptiste, corría casi más que éste dando largos saltos con su pierna sana. Algún disparo sonaba acá o allá, pero las balas no llegaban a dar en ningún sitio. Watanabe estaba cubriéndoles. Después de unos interminables cien metros, chocaron contra la puerta que ya empezaba a abrirse tras detectar las placas identificadoras que colgaban de los uniformes que acababan de robar.


-¡Mon Dieu! Casi no lo contamos. ¿Watanabe?
-Estoy aquí... -Contestó desde el interior del corredor, apoyado sobre el muro del fondo.-Creo que estoy empezando a agotarme.
-¿Empezando a agotarte?¿Qué quieres decir?
-Recuerda que tengo un tiempo limitado para la hipervelocidad. Llevo demasiado tiempo de un lado al otro...-el japonés se incorporó y se mostró falsamente animoso.-Venga, venid conmigo, es por allí.


En la sala de control de La Fundación, el Notario, el comisario Gallardo, el ex-comisario De la Fuente, Pepo el tecnólogo, Fernanda la asistenta y su marido miraban atónitos las imágenes de las cadenas de noticias de todo el mundo.
-¡Ay Dios de mi vida! ¿Qué está pasando?
-Está liándose la de Dios es Cristo.-Gallardo miró con reproche al Notario que tardó un segundo en darse cuenta de lo inapropiado de su expresión.-Dicho con todo el respeto.
-Desde luego, señor Notario, su falta de respeto es mínima si lo comparamos con eso.
-¿Te queda mucho, Pepo?
-Las comunicaciones se han empezado a saturar. Algunas grandes líneas están empezando a ser reservadas, el despliegue militar alcanza también a la red.
-¿Y eso quiere decir...?-Preguntó un poco irritado ante tanta tecnología incomprensible.
-Que ya casi lo tenemos, pero que no le puedo dar un tiempo fijo. Cuando parece que lo vamos a conseguir, desaparecen rutas enteras y tenemos que reencaminar las comunicaciones.


“Acabamos de recibir un teletipo: Se ha producido una explosión en las dependencias de la embajada china en Moscú.”- El presentador miró desconcertado a la cámara.-”No sabemos nada más. Intentaremos ampliar esta noticia, pero me informan que ya tenemos imágenes de la estación Alexanderplatz de Berlín, donde una explosión ha sembrado el caos en uno de los puntos más concurridos de la ciudad.”
···


En Gaza-City la Ninja subió de nuevo a un edificio para planificar su próxima incursión. La calle estaba llena de escombros, vehículos incendiados y cadáveres. El olor a carne quemada y ácido llegaba incluso a la azotea. Una rápida mirada alrededor le permitió comprobar que aún cientos de Muyahidines estaban masacrando a la gente apenas a dos manzanas de distancia.
-Antonia. Esto es inútil. Yo no le veo el sentido, quizá nos hemos equivocado de objetivo y deberíamos haber ido a Sudán, con Jean-Baptiste y Watanabe.
-Recuerda que cuando decidimos algo, si no es correcto, de alguna forma las voces nos lo hacen ver. En este caso no dijeron nada.
-Las voces llevan demasiado tiempo calladas. Me da la sensación de que algo no va bien.
-A mi también. ¿No te has dado cuenta de que llevamos mucho tiempo en hiperactividad y La Ninja no se agota?
-Pero eso es bueno.
-Pero no es lo normal. Efectivamente, algo no va bien.
Mientras la preocupación se apoderaba del interior de La Ninja, empezaron a sonar los móviles en toda Gaza City. Miles de aparatos emitiendo sus músicas a la vez inundaron las calles de un tintineo indescifrable. Un escándalo inesperado.
-¿Qué pasa ahora?
-Suenan los teléfonos.
-¿Los teléfonos... qué teléfonos?
-Todos, ¿no ves?
A ras de suelo, entre los cadáveres y escombros, decenas de pequeños rectángulos de luz se iluminaron recortando un mosaico disperso en la oscuridad de la noche.
-¿Cómo van a sonar todos los teléfonos a la vez?¿Quién puede hacer eso y para qué?
Antonia tardó un segundo en averiguar la respuesta..
-¡Pepo! Es Pepo. Intenta ponerse en contacto con nosotros.
Como un rayo, La Ninja volvió al nivel de la calle corriendo por la fachada como si la fuerza de la gravedad no existiera. Se detuvo ante uno de los aparatos. Lo cogió y lo descolgó. La inconfundible voz de Antonia López entonaba su famosa versión de “Ojos Verdes”.
-¡Dios... es verdad, es tu voz! ¿Pero porqué no dicen nada?
-Tiene que estar todo el mundo contestando, no pueden establecer una conversación inteligible.
-¿Y cómo podemos escucharlos?
De nuevo, La Ninja pegó un par de saltos descomunales y se instaló en la azotea. Empezó a aguzar su oído.
Como ya había pensado en alguna ocasión durante el viaje hasta El Cairo, los poderes de la Alianza Inverosímil eran los suyos mismos, solo que distribuidos entre distintas personas. Así, Jean-Baptiste tenía una fuerza y agilidad sobresalientes, Watanabe podía moverse a hipervelocidad, Pepo entender las máquinas sin ninguna dificultad o Gallardo descubrir relaciones entre sucesos de forma diáfana. Ella también tenía un super oído, como La Peligro. En realidad los sonidos de todo el mundo se movían por todo el mundo solo que bajando de frecuencia. Su oído tenía el ancho de banda más extenso de toda la galaxia y su cerebro, o lo que sea que tuviera la Ninja sobre los hombros, podría modular la escucha a cualquier rango. El mar, rugido de aviones, gente en una trattoria, explosiones, gritos, llantos, disparos.
-¿Qué ocurre en el Mundo?
-Algo gordo, cállate que estoy intentando escuchar la respiración de Gallardo o Pepo. Ahí están, oigo a Pepo.
-¡Ya están sonando los teléfonos!
-Esperemos que La Ninja sea capaz de entender su estrategia comisario.
-Seguro.-Decía Gallardo.-Antonia es muy lista. Ahora podremos comunicarnos con ella.
-¿Como?-Decía el Notario.-¿A través de qué móvil?
-Eso es cierto. Si pongo las miles de voces que están hablando ahora no seríamos capaz de entender lo más mínimo.
-No.-Antonia escuchaba pasos junto a la voz de Gallardo.-Vamos a comunicarnos con ella gracias a La Peligro: Sí nos estás escuchando, Antonia, habla. La Peligro te escuchará y nos contará lo que dices, estamos en contacto con ella por teléfono y ella sabe perfectamente dónde estás.
-Estoy aquí. Os escucho perfectamente.
-”Dice que os escucha perfectamente...”-La voz metálica de La Peligro repetía las palabras que lograba escuchar desde Dubái. Los aliados emitieron una exclamación de júbilo interrumpida por otro mensaje.
-Pregunta que qué está pasando, que oye mucho ruido.
-Necesitamos que salgas de ahí y pienses algo rápidamente. Se está montando una Guerra de proporciones apocalípticas.-De la Fuente contestó a las palabras de la Peligro pero hablaba como si lo hiciera directamente con La Ninja.
-Explicadme todos los detalles.
Mientras De la Fuente, interrumpido por el Notario y los lamentos de Fernanda, intentaba resumir el caos que se había desatado en todo el globo, Gallardo se acercó a Pepo y le susurró al oído.
-Y ahora vas a hacer una cosita más.


Unos murmullos y pasos acelerados les hicieron esconderse en un recodo. Watanabe y Jean-Baptiste ocultaban a Obama seguros de que el negro sería presa fácil de quienes quiera que se acercaran. La penumbra del hueco, probablemente destinado en su tiempo para albergar a una estatua de madera que se perdió, les ocultó de Swarzschild y Manuela que pasaron junto a ellos como una exhalación sin verles.
-Pero, señora, permítame: me podría decir a dónde nos dirigimos.
-Nos vamos fuera de aquí. La misión ya está cumplida y la presencia de ese Watanabe y su endiablado movimiento no auguran nada bueno.
-Pero, no deberíamos esperar a que las puertas se volviesen a cerrar.
-No hay tiempo, teniente. Tenemos que salir de aquí, yo quiero sobrevivir y supongo que usted también.
-No me parece muy... correcto.
-Aún quedan muchas cosas por hacer para llegar a la victoria final. La Causa necesita de gente como usted y como yo para lograrlo.
Las voces de la doctora y el teniente se perdieron al salir a la explanada. Jotabé y Tetsu se miraron sorprendidos.
-¡Las puertas... se están cerrando!-dijeron casi al unísono.
Sin pensarlo, echaron a correr en la dirección por la que habían aparecido Manuela y su acompañante dejando atrás al pobre Obama.
-Attendez-moi!-Dijo empezando de nuevo a cojear tras ellos.



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