·
-Os dije que no os movierais.
La advertencia sonó clara pero
nadie parecía haberla pronunciado. Tanto Jotabé como Obama miraban al vacío,
acosados por la inminente presencia de la decena de soldados que rodeaban la
peana de la estatua de Horus.
-¿Quién ha dicho eso?
-Watanabe. Estamos salvados.
Y efectivamente estaban
salvados. Casi de forma simultánea, sin causa aparente, los soldados cayeron
sobre la arena de la explanada del santuario.
-¿Y bien…?¿Alguna novedad?-Ahora
sí había alguien y efectivamente era Tetsu Watanabe.
-Uf… Menos mal que apareces,
casi no lo contamos.
-No sé cómo lo hace pero si
fuera jugador de fútbol estaría en la cumbre.
Jotabé soltó una sorda
carcajada.
-¿Qué ha dicho?
Él y Watanabe se entendían en
español, pero Obama sólo hablaba árabe y un francés muy parco.
-Nada. Qué podrías ser balón
de oro.
-No creo que la cosa esté para
bromas. Hay que actuar inmediatamente. Rápido, tomemos tres cuerpos y traigámoslos
aquí, hay que ponerse sus ropas.
-¿Vamos a entrar en acción?
-Sí. No quiero dejaros solos
porque tendría que rescataros cada cinco minutos.
Jotabé se sonrojó, aunque no
demasiado. En realidad, la situación le resultaba divertida, un efecto más de
su presurización muscular. Mientras
traducía las órdenes del japonés vio cómo Watanabe ya estaba vestido de
militar.
-¡Eso es trampa!
-No hay tiempo que perder,
esto se va a poner lleno de gente.
Como para corroborar sus
palabras, el estridente sonido de una sirena llenó el espacio de la explanada.
-Vit! Vit!-Dijo Obama cojeando
hacia el soldado más próximo.
-¿Y a este qué le pasa?
-Creía que tenía superpoderes
y se ha lesionado.
-¡Esto va a ser más complicado
de lo que pensaba!
Las pantallas de los
ordenadores que había en la Sala de Control del sótano de la Fundación
mostraban imágenes de radar. De una forma “mucho más sencilla” que con los
ordenadores de la organización de Manuela Klein, Pepo y sus amigos habían entrado en los del Mando
Estratégico estadounidense y observaban los aviones que desde Chipre y el Golfo
Pérsico se acercaban a la frontera entre Israel y Palestina.
-Según estos fulanos, los
aviones cambian de posición de forma imprevista, dudan de que realmente estén
ahí. Piensan que son soñuelos.
La voz de la Peligro sonaba
por los altavoces.
-Señuelos, Peligro, Señuelos.
-Efectivamente. Cambian de
posición. ¿Qué piensan hacer los yankis?
-Están moviendo satélites
espía, pero la visibilidad en el mediterráneo es muy mala, se acerca una
tormenta a Jaifa. Esperad… esperad…
Las pantallas iban cambiando,
reproduciendo las propias imágenes que se proyectaban en el control militar de
Nebraska. Ahora mostraban una densa rueda de nubes que cubría el extremo
oriental del Mediterráneo. La imagen parpadeó y pasó a mostrar imágenes de
radar fluorescentes que se acercaban en un zoom rapidísimo. El objetivo del
satélite probablemente se movía nervioso en todas direcciones buscando los
esquivos aviones chipriotas.
-Han dado orden de que
despeguen todos los aviones de la sexta y la quinta flota. Han puesto DEFCON 3,
aunque no tengo ni idea de qué coño es eso.
-¡Ostias! ¿Pero qué se creen
estos tíos?- Volvió a maldecir el Notario.
-¿Eso es un nivel de alerta,
no?- Preguntó De la Fuente.
-Sí. El nivel de alerta del ejército
americano, el máximo es el uno. El DEFCON 3 sólo se ha alcanzado cuando la
crisis de los misiles de Cuba, durante la Guerra del Yom Kippur y en el 11 de
septiembre. Todas las fuerzas norteamericanas deben estar ahora movilizadas.
-¿Pero… por cuatro aviones
cochambrosos?
-¿Sabes lo que creen los
militares cuando ven “señuelos”?-Gallardo hizo la pregunta pero no esperó la
respuesta.- Que el ataque real está oculto y puede revestir una gravedad
insospechada. Y son muy precavidos.
-¡Mierda!-Gritó Pepo.
-¿Otra vez has perdido la
conexión?
-No. Mirad aquella pantalla.
Es Irán. Están despegando muchos aviones de lo que aparecen como bases
militares.
-¿Y eso porqué?-El Notario
nadaba en este mundo de la defensa estratégica sin entender muy bien las razones para tanto movimiento.
-¿Crees que esos tíos no han
visto despegar a las fuerzas aéreas norteamericanas? Pensarán que les van a
atacar, recuerda que los americanos y los judíos tienen casi la certeza de que Irán
tiene armamento nuclear y, probablemente, han decidido atacar antes de que lo
use.
-¡Joder la que se está liando
por nada!
-Esperemos que las fuerzas
diplomáticas se estén desplegando con la misma celeridad.
-¡Esto sólo lo puede arreglar
La Ninja! ¡Debemos localizarla!
··
Todos se miraron. La frase la
había pronunciado De la Fuente como una sentencia tajante.
-Eso es imposible. No hay
contacto con ella.
-Quizá la Peligro pueda
ayudarnos.-Intervino Gallardo.
-¿¡Yo!? ¿Qué quieres, que le
pegue un grito desde el aeropuerto de Dubái?
-No. Que la localices. Seguro
que puedes.
-Puedo intentar escucharla,
sólo eso.
-Hazlo.
-¿Y qué hago con los
americanos?
-Déjalos un rato, ya sabemos
de qué van.
Todos guardaron un silencio
escéptico, pero nadie se atrevió a dudar de la estrategia de Gallardo, al menos
de forma explícita.
Como un muñeco de gigantes y
cabezudos, la Peligro empezó a girar sobre sí describiendo un lento círculo de
360 grados. Con su gran cuerpo y su enorme cabeza, y en el aeropuerto, daba la
impresión de que se iba a abrir dejando paso a Arnold Swazanegger. Al menos eso
le pareció a un chico que se agachaba junto a su padre.
-Papá, papá. Dentro de esa
mujer hay un hombre.
-¡No digas tonterías y
agáchate!
En realidad el niño recordaba
la película que acababa de ver en el hotel, pero no estaba demasiado lejos de
la realidad.
-Pero es que hace cosas raras.
-Hijo mío. Todas las mujeres
hacen cosas raras. Son mujeres.
-Pero mamá no hace cosas
raras.
-¿Mamá? ¡Mamá es la que más! Y
ahora ponte de rodillas y reza conmigo, es la hora.
La Peligro escuchaba en
profundidad: miles de voces, respiraciones, ruidos y músicas pasaban por su
lado como si se adentrara en un túnel infinito. Pero como cuando buscamos un
tornillo en una caja de herramientas, sabía perfectamente la forma que buscaba,
la forma de la respiración de la
Ninja, y estaba dispuesta a encontrarla. No era difícil, pero debía ir muy
lentamente.
El chico que empezaba a rezar
con su padre, en un recodo de la terminal con suelo alfombrado y luz más tenue,
aprovechaba cada inclinación para echar una mirada de reojo a aquella mole de
cara manchada que giraba lentamente con los ojos cerrados.
-No mires y reza.
-Perdón papá.
De pronto se detuvo. No era
exactamente la respiración de La Ninja, era un movimiento muy rápido, como un
latigazo, que iba y venía. Y allí, detrás del sonido principal, un silbido,
suave pero muy agudo. Volvió a ponerse el teléfono en la oreja.
-Creo que la he encontrado.
Está moviéndose como lo hace ella… ya me entendéis.
···
En la Fundación todos se
miraron sorprendidos, incluso Gallardo.
-¿Estás segura?
-Bueno, segura no. Casi
segura.
-¿En qué dirección estás
mirando?-Gallardo apoyó la mano sobre el hombro de Pepo y le susurró al
oído-¿Puedes mostrar un mapa de medio oriente en donde salga marcado el
aeropuerto de Dubái?
Pepo no respondió, simplemente
empezó a teclear.
-¿Cómo que en qué dirección
estoy mirando?- Dijo la Peligro sin moverse del sitio.-Pues… miro hacia un lado
de la terminal, no sé… creo que hay un Ferrari rojo dando vueltas en un rincón,
un grupo de tíos con chilabas, gente para acá y para allá.
-No, me refiero a qué
dirección geográfica.
-¿¡Y cómo coño lo voy a saber!?
-No hay nada por ahí con algún
letrero que indique alguna dirección como puerta norte… o pasillo este.
-¡Ay hijo mío! Todo está en
chino, bueno en inglés o en moro.
-Pero… ¿tú no entendías todos
los idiomas?
-Cuando los oigo, no cuando
los leo. De hecho, tengo a un par rezando justo a veinte metros y me estoy empapando
de su letanía: “Doy fe de que no hay más divinidad que Dios y Mohammad es el
mensajero de Dios”, y así una y otra vez.
-¡Pues vaya una mierda de
poderes!
-¡Mira, Notario, cada una
tiene lo que tiene! Tú tampoco eres García Márquez, que digamos.
-Un momento.- Intervino
Gallardo.-¿Hay gente rezando?
-Un padre y su hijo, aquí al
lado.
-¿Puedes mirar en su misma
dirección?
-¿Hacia ellos?
-No, hacia donde ellos miran.
-Están mirando al suelo.
-¡No coño!-Saltó el Notario
cuando entendió lo que Gallardo pretendía.-Hacia donde ellos rezan.
-¡Uich… espérate!- La Peligro,
mirando de vez en cuando a los musulmanes que rezaban, giró lentamente para encarar su misma dirección. El chico,
que no la perdía de vista, empezó a inquietarse.
-Papa…
-Reza y no me interrumpas o te
la vas a ganar.
-Pero…
-Re-za.
-Ya está. Ya estoy mirando en
su misma dirección.
-Puedes escuchar ahora a la
Ninja.
-No he dejado de escucharla en
todo el tiempo.
-Puedes decir la dirección.
-A la derecha de donde estoy
mirando. Por cierto, a dónde miro hay mucha más gente rezando.
-Es la Meca. Pepo, ¿puedes
trazar una línea recta entre el aeropuerto de Dubái y la Meca, en el mapa.
Después de unos cuantos
pantallazos, Pepo ya tenía una foto de la zona y podía marcar una línea desde
Dubái a la ciudad santa del Islam.
-Bien, supongo que tienes
reloj.
-Un Cartier. Es de imitación,
pero me lo ha…
La voz de la Peligro se
quebró.
-¿Estás bien?
Hubo un silencio. Pequeño pero
expresivo.
-Sí. Continúa.
-Bien, pon el reloj de manera
que las doce esté en la misma dirección en la que miras.
-Ya está.
-¿Qué hora debería marcar el
reloj para que la aguja señalara hacia la Ninja?
-¡Joder Gallardo!-Dijo
Pepo.-Luego el friki soy yo.
-Espérate un momento.-Se la
escuchaba refunfuñar por los altavoces, maldiciendo algo incomprensible. Al
cabo de un interminable minuto, contestó.
-A la una y cinco. Más o
menos.
-¡Eso es precisión!-Intervino
De la Fuente.
-Y eso que con estos dedos
gordos me ha costado lo mío.
-Rápido, Pepo… marca la
posición en el mapa.
-Tranquilo que yo no tengo un
reloj.
-Pues píntalo.
-Es verdad… píntalo.
Pepo miró a sus compañeros
indignado. Es lo que tiene la gente común cuando le enseñas lo de cortar y
pegar, se cree que todo está chupado.
No obstante, buscó una imagen
de un reloj, la colocó, la giró y luego trazó una línea que pasaba por el
centro de las agujas y la hora indicada, para lo que se tomó su tiempo
calculando fracciones de arco.
La línea atravesaba toda la
Península Arábiga, Jordania y, tras pasar sobre Israel, se perdía en el
Mediterráneo.
-¿Se escucha el mar?-Gallardo
estaba muy nervioso.
-Sí, un poco más adelante pero prácticamente al lado.
-Aumenta eso…-Ordenó a Pepo.-A
ver dónde está la Ninja exactamente.
Pepo movió el zoom de la
imagen hasta dejar la franja de Gaza en primer plano.
-Si no hemos cometido ningún
error, y podemos haberlos cometido todos. La Ninja estaría en Gaza City.
-Perfecto. Llámala.
-¡Ja!-Pepo se levantó de un
salto.-¿A qué número?
-A todos.
En el silo donde estaba
instalado el control central de los Muyahidines Mutantes, Manuela se había encerrado
en su despacho, abandonando la operación y dejándola en manos de los
mercenarios. Sabía que Hideiki le había estado ocultando algo, pero no podía
precisar qué. Ahora ya lo sabía: no todas las fuerzas estaban bajo su control,
lo que en cierto modo significaba que era una marioneta ciega movida en las
manos de Toojo. La ira le quemaba.
Pero ahora empezaba a
comprender que su brote de indignación la había hecho comportarse como una
chiquilla apartándola del control y por lo tanto facilitando los planes de sus enemigos. En cualquier caso, el mal
ya estaba hecho: Hideki estaba a punto de llegar y ella estaba allí, escondida
y sin capacidad de maniobra, esperando a que la detuviera y, ahora sí, acabara
con ella definitivamente.
Un zumbido le avisó de que
alguien quería entrar. Venían a por ella, pero le daba igual. Ya todo estaba
perdido. Pulsó sobre uno de los botones que había bajo su mesa y la puerta se
abrió. Era el teniente Swarzschild.
-¿Me permite, doctora?
-¿Viene a detenerme?
-Nada más lejos de mis deseos,
señora.- Swarzschild cerró la puerta tras de sí y se acercó a la mesa
respetuoso, casi con miedo.
-Vengo a informarla. Las cosas
han dado un giro inesperado.
-¿Un giro?
-Hideiki y Al Galeb han
muerto, arrojados desde el helicóptero por ese guardaespaldas japonés, Watanabe.
-¿Cómo?
-El piloto del helicóptero
está en el control. Según cuenta, el guardaespaldas se mueve de un lado a otro
de forma instantánea. Afortunadamente no les ha hecho nada y nos lo ha podido
contar.
-Entonces… no era La Ninja.-Dijo
como para sí.
-¿Quién?
Manuela se levantaba
pensativa. De pronto la cara se le oscureció.
-¿Dónde está el
guardaespaldas?
-El piloto cree que ha entrado
en las instalaciones.
Manuela empezó a rebuscar
entre las cosas que había aquí y allí, nerviosa, mientras llenaba una pequeña
bolsa con algunos objetos. Al teniente le dio la impresión de que estaba
preparando su fuga.
-Aún hay más.
-¿Más?-Se detuvo en seco.
-Ha saltado la alarma. En la
explanada, más de diez hombres han caído fulminados de forma instantánea, las
cámaras sólo muestran una sombra que emborrona las imágenes.
-¿Y el coronel Untermann?
-Está bloqueado, no sabe qué
hacer.
-Por eso le ha mandado aquí.
-No. Él no sabe nada. Soy yo
el que cree que debería usted tomar el mando.
-Muy halagador, pero en estas
circunstancias ese papel no es precisamente un regalo.
-No todo está mal.-Swarzschild
intentaba mostrarse convincente.-Las fuerzas aéreas americanas e iraníes parece
que van a iniciar una guerra inminente. Los señuelos han funcionado a la
perfección.
La cara de Manuela se iluminó con
una amplia y maléfica sonrisa.
-¡Perfecto! La misión está
terminada.- Pegó un tirón de la cremallera de la maleta y la cerró.-¡Venga
conmigo!
-A sus órdenes.
Doctora y teniente se
encaminaron uno detrás de otra en dirección a la puerta. De pronto, Manuela se
giró y miró confiada al mercenario.
-¿Sabe pilotar?
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