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Los Muyahidines Mutantes aparecían
por cualquier rincón disparando con sus armas automáticas a todo lo que se
movía a su alrededor e interceptando a los habitantes de Gaza City cuando
corrían a esconderse o intentaban ayudar a alguien. Sus rostros reflejaban un frenesí
morboso, como si las muertes que iban provocando les produjeran una excitación
sexual.
Los muertos caían sin parar,
daba igual si eran hombres o mujeres, si eran niños o ancianos, todos eran
objetivos. Como orcos salidos de una fosa inmunda se disputaban las presas sin
reparar en medios. En sus venas corría una exquisita mezcla de adrenalina y
endorfina que hábilmente suministrada por el dispositivo injertado en sus
vientres provocaba en ellos una locura de odio y placer irrefrenables.
Hasta que una sombra oscura
llegaba al lugar de su orgía de sangre. Entonces los disparos cesaban, los
muertos dejaban de caer y un espantoso olor a carne macerada en vinagre se
extendía hasta el último rincón. En el silencio que quedaba sólo se escuchaban
lamentos, gemidos de dolor y llantos. Terminado su trabajo, la sombra se
esfumaba.
La velocidad con la que La
Ninja era capaz de acabar con la vida de los locos asesinos era sorprendente. No pasaba ni medio segundo entre una muerte y la
siguiente impidiendo que los muyahidines advirtieran su presencia cuando ya
caían con el cuello roto, la cabeza aplastada o el pecho hundido. Una muerte
excesivamente misericordiosa para unos tipos que no merecían el más mínimo
perdón.
Lejos quedaba en la
consciencia de Antonia la certeza de que en realidad aquellos muertos ya habían sido víctimas antes. Víctimas inocentes
de una organización perversa de fines inconfesados. Ahora se habían convertido
en los más crueles asesinos y no merecían compasion. La folklórica dirigía los
objetivos de La Ninja en compañía de su guitarrista. Sólo tenía que mirar hacia
dónde debía dirigir el siguiente ataque mientras el engendro acababa con el
actual.
No era difícil. Eran los
únicos humanos que se movían con soltura por las calles. Además, de cada uno de
ellos partía una línea de luz que se perdía en el cielo nocturno. Era una marca
que sólo podía ver La Ninja pero que señalaba de forma incontestable la
presencia de algún fenómeno desconocido por Antonia y Paco como el concepto de
partículas entrelazadas y su peculiar forma de comunicarse entre sí.
El trabajo no obstante era
extraordinario, dado el número de objetivos. La Ninja no tenía problemas de
energía, a pesar de estar casi todo el tiempo en hipervelocidad, pero Paco y
Antonia mostraban síntomas de cansancio
debiendo turnarse de vez en cuando en la función de localización de enemigos.
Sólo de vez en cuando debía de parar y subir sobre algún edificio para echar un
vistazo para tener una visión estratégica.
En uno de estos descansos Paco llamó la atención de
Antonia.
-Oye, ¿estos tíos no volverán
a revivir al cabo del rato?
-¿Cómo, no crees que quedan
bastante descompuestos?
-Pues mira. El número de ellos
no parece disminuir.
Antonia dejó un segundo de
seleccionar candidatos y miró hacia
el horizonte. Cientos de líneas blancas marcaban sendos objetivos hasta donde
la vista de La Ninja podía alcanzar. Y eso era mucho.
-Es verdad. Tienen que ser
nuevos. Mira, ves, aparecen más por allí.
-Esto nos va a costar un huevo.
-Pues no creo que podamos ir
más rápido.
Una tremenda explosión la sacudió
haciéndola caer desde la cornisa en la que estaba sobre un vehículo incendiado
que al recibir su impacto saltó en mil pedazos. Mientras se intentaba levantar
sonó otra un poco más lejos. Eran explosiones contundentes, secas y terribles.
-¡¿Y eso?!
-Misiles.-Respondió Antonia
con seguridad.-En realidad no estamos haciendo gran cosa, quizá contener algo
la masacre, pero el ojo por ojo ya se ha desatado y estos tipos, me refiero a
los normales, parecen no tener muy
bien puesto el coco.
El cuerpo imponente de La
Ninja surgió de entre las llamas del vehículo como si nada.
-¿Ojo por ojo?
-Es el gran mal de la zona.
Manda la venganz… ¿Qué…?
Justo delante de ella estaba
apostado un miliciano de casi dos metros. Empuñaba un lanzamisiles que le apuntaba
al pecho a bocajarro.
-No sé qué coño eres, pero te
vas a ir al infiero.-Dijo pulsando el disparador.
La distancia que les separaban
no era suficiente ni siquiera para La Ninja. El proyectil impactó contra su
pecho al mismo tiempo que detonaba matando al muyaidín y lanzándola a ella contra
la fachada de la casa más próxima. Su pesado cuerpo impactó contra la pared
como un ariete destrozándola mientras la atravesaba. Aún tuvo que romper tres
paredes más antes de quedar sin impulso, recostada sobre un montón de escombros
en el fondo del edificio. Una nube de polvo la rodeó por completo. Desde el
interior de la Ninja no se apreciaba ningún daño importante.
-En cualquier caso, tenemos
que dar cuenta de esta gentuza.-Dijo Paco.
Ante la mirada asustada de un
grupo de niños que permanecían refugiados en un rincón, el cuerpo negro y sucio
de La Ninja se levantó y caminó a través de los agujeros que acababa de hacer
en dirección a la calle.
Los chicos, aunque acostumbrados a una vida llena de
violencia, quedaron aterrorizados ante la figura imponente y siniestra de La
Ninja.
-¿Eso es bueno o malo?-Preguntó uno de ellos.
-No lo sé, esperemos que sea bueno.-Contestó el que
parecía mayor.
-Tiene que ser bueno. Tiene tetas, como mamá. Y mamá es
buena.-Dijo el pequeño.
··
-¡Shalif!
El malinés se quedó
petrificado. Intentaba pasar desapercibido, caminando por la solitaria
explanada del santuario de Horus y aquella voz, que no le resultaba familiar,
lo llamaba por su propio nombre desde la oscura espalda de la estatua del dios
egipcio. No tenía más remedio que acercarse si no quería que fuese quien fuese
levantara sospechas. No obstante se echó mano a la pistola que llevaba bajo el
cinturón.
Como si realmente su camino
fuera en dirección a la estatua, Shalif se encaminó con decisión hacia la
figura recortada en la oscuridad.
-¿Quién eres?¿Cómo sabes mi
nombre?
Al llegar a la zona de sombra,
sus ojos lograron descubrir a un imponente y pálido muchacho que le hablaba
agazapado junto a la peana del ídolo.
-Soy amigo de Obama. ¿Cómo has
conseguido ese atuendo?
-¡Obama, cómo no!¿Dónde está ese
negro estúpido?
-Estoy aquí.- Susurró desde
los cuarenta metros que le separaban del suelo.
-¡Mierda, cállate!¿Qué
quieres? No pienso cargar con vosotros.
Justo cuando Jotabé iba a
hablar sonó un sordo golpe sobre sus cabezas que les llamó la atención, otro,
otro más. El chico intentaba reproducir la bajada espectacular que había
realizado el francés, pero con nula pericia, de forma que caía dando tumbos de
pared en pared como un saco de arena. Su cuerpo se detuvo en el suelo justo a
sus pies. Los golpes llamaron la atención de la guardia. En una de las cabinas
de vigilancia se asomó uno y miró. Aparentemente, nada pasaba en la explanada,
como era de esperar. El guardia volvió al interior del muro desapareciendo.
-¡Pero hombre de Dios!- Dijo
Jotabé.-¿Cómo se te ocurre?
-Al verte hacerlo a ti parecía
sen.. sencillo… ¡ung!
-¿Ves?- Dijo Shalif caminando
hacia atrás.-Con ese negro no llegas a ninguna parte.
El francés había cogido el
cuerpo dolorido de Obama y lo intentaba poner de pie con sumo cuidado.
-Este negro viene conmigo. Tres son mejor que uno ¿No crees?
-No. Yo sólo podré salir, cargando
con vosotros sólo tendré más dificultades.- Y empezó a caminar en dirección a
los barracones para invitados donde hacía un rato estuvo alojado Al Galeb.
-Solo no podrás.- Susurró
Jotabé sin dejar de vigilar al tambaleante africano que, aparentemente, no se
había roto nada de importancia.
Shalif no se dio la vuelta.
Continuó hacia el costado izquierdo del santuario con decisión, como si
realmente tuviese algo que hacer.
-Achtung!- Gritó el guardia de
la cabina.- machst du da unten?
El malinés continuó caminando como si no hubiese
escuchado nada.
Un potente foco le alumbró cegándolo. Sus
facciones árabes eran inconfundibles.
-Mujahideen losen!- Gritaron de nuevo, ahora a
través de una potente megafonía. Shalif se quedó petrificado mirando a un lado
y otro. El único lugar que le permitía esconderse, siquiera para pensar, era la
estatua de Horus, donde Jotabé y Obama le observaban igualmente atónitos.
Empezó a correr hacia ella. Su debilidad física quedó patente, pues lo hacía
con paso inseguro y desequilibrado.
-Alt!- Gritó de nuevo el guardia.
Shalif cayó de bruces y empezó a levantarse sin
perder tiempo, aunque con torpeza.
-Alt!- Gritó otro guardia, de pié en la propia
explanada.
Empezó a correr de nuevo. Un disparo rebotó en la
piedra y pasó a escasos centímetros de la cara de Jotabé.
-¡Coño!- Dijo en español.-Agáchate.
Otro disparo. Otro más desde la cabina. Un cuarto
disparo hirió a Shalif en la pierna haciéndole caer definitivamente.
-Ich weiß nicht, wie du weg bekam, aber nicht sehr weit.-Dijo el
guardia de la explanada acercándose confiado al herido. Shalif, que reptaba
hacia la cercana sombra de la estatua, sacó su pistola y le apuntó con mano
temblorosa disparándo casi de inmediato. La bala dió contra el piso levantando
un puñado de arena.
-hat eine Pistole!
Diez o quince impactos acabaron con la vida del
malinés justo cuando medio cuerpo suyo ya estaba tras la estatua de Horus. Cayó
casi a los pies de Jotabé.
Otros guardias, alertados por los disparos, corrían
hacia la estatua de Horus. El que le había disparado ya casi estaba a la altura
del cuerpo.
-¡Mierda!-Dijo Jean-Baptiste viendo como un rápido
charco de sangre le alcanzaba las botas.-¿Y ahora qué hacemos?
Obama lo miró con sus grandes ojos blancos sin
saber qué responder.
-¡Pepo! ¿Cómo no nos has avisado de que el ataque
de los Muyahidines había empezado. ¿Es que no tienes ojos?
-Pues no.- Sonó metálica la voz del tecnólogo por
el minúsculo altavoz del ordenador.-Tenemos una comunicación intermitente.
Estamos a punto de perderla.
-¿Por qué?-Preguntó Gallardo de pié, con su
rotulador preparado para pintar la posición de las tropas.
-El sistema de seguridad de sus ordenadores es muy
sofisticado, cada pocos minutos cambia la encriptación de sus túneles. Cuando
la volvemos a pillar, otra vez la cambia. Además, creo que tienen algún sitema
experto que nos ha detectado, los cambios son ahora tan rápidos que casi no nos
dá tiempo a reconfigurar los nuestros.
-Osea.- Dijo Gallardo tirando el rotulador sobre
la mesa de el Notario.-Que no servimos para nada.
-Tranquilo hombre. Esto debe ser muy complicado,
incluso para un cerebro como el de Pepo.
-El mío y el de una cincuentena de frikis de medio
mundo.
-¿Y no podemos hacer nada?
-Estamos intentando encontrar el mecanismo de
comunicación de claves asimétricas, pero esto puede ser más difícil que lo de
la máquina Enigma. Igual lo tenemos dentro de dos años.
-¡Joder...!-Dijo el Notario arrepintiéndose
inmediatamente de haber dicho una palabra malsonante.-Algo deberíamos hacer.
-El único agente
con el que podemos contactar es La Peligro, y no creo que sirva para mucho.
-No. Está en Dubai, a más de dos mil kilómetros
del cualquiera de los escenarios. Pero quizá necesite ayuda... –De la Fuente
miró a sus compañeros con cara de resignación.-¿Puedes contactar con ella?
-Cuando tenga un minuto la llamaré por megafonía
del aeropuerto, esperemos que esté allí y no en el avión.
-La Peligro es muy suya, igual está montando un
pollo en medio de la terminal de no te menees.
De la Fuente se levantó y tomó el rotulador de la
mesa del Notario dirigiéndose a la pizarra.
-De todas formas, no nos vendría mal ver qué
posibilidades tenemos de éxito. Veamos: En el sitio ese de Sudán, donde tienen
la base está Watanabe, o debería estar.
En Gaza está La Ninja, o debería estar
y en el aeropuerto de Dubái la Peligro, o
debería estar.
-¿Y Jotabé?
-Jotabé debería
estar en algún sitio.
-¡Vaya una mierda de Control!
-Y que lo diga Gallardo... y que lo diga.
···
La Peligro empezaba a calmarse. La miles de voces
del aeropuerto que llegaban a sus oidos se iban organizando en su cabeza, formando
conversaciones inteligibles. De cualquier forma, aún no estaba para escuchar a
nada ni a nadie después de haber sido consciente de la muerte y dilución de su
esposo.
-¿Qué le pasa a esa señora?-Preguntó un niño a su
madre.
-Habrá perdido el avión.-Contestó ella intentando
alejarle del lugar.
-¿Y tú cuando te vas a casar?-Decía uno de los
guardias del pasillo K1.
-No tengo ni idea. De eso se encargan mi padre y
mi suegro.
-No, no he podido vender tanto. La cosa está mal,
incluso para estos tíos. Se están gastando mucha pasta en construir islas
artificales.
-Pues a ver cómo cierras el ejercicio.
Las voces de cuanto le rodeaban, se pronunciaran
en el idioma que fuera, llegaban a los oidos de La Peligro claras y nítidas,
incluso si procedían del minúsculo altavoz de un pequeño teléfono móvil.
Intentaba no oir lo que se hablaba en el A380 donde su marido había sido
acribillado. No necesitaba oir más.
-¿Qué son esos dos puntos?
-Estamos intentando identificarles. Parece que han
despegado de Siri o de algún lugar cercano y vuelan a match 3 en dirección a
Kuwait.
-¿Iraníes?
-No lo creo. No tenemos conocimiento de ninguna
maniobra.
-Conéctate con Manama.
-¿Con los americanos?
-Si. No quiero sorpresas. Tienen una ruta muy
sospechosa.
-De acuerdo.
La Peligro separó su rostro de las manos. Con el rimmel
corrido por toda la cara a causa del llanto parecía más bien un comando de
maniobras que una viuda gorda. Aquella conversación si tenía interés. Debía ser
en la torre de control. Aguzó el oído, lo cual era mucho para la Matahari del
Siglo XXI.
-Match 4. Van demasiado rápido.
-Son aviones militares, no hay duda. Llama a
Manama.
-NSA.-Era una voz automática.
-Alerta de seguridad. Clave Delta India Alpha
Alpha Charlie 2 5 Alpha 7.
-¿Qué os pasa Dubái?-Dijo inmediatamente una voz
humana.
-¿Son vuestros un par de pájaros en pleno Golfo
Pérsico a match 4 en dirección Norte Noreste?
-No. Pero los tenemos etiquetados. Gracias por
vuestro interés.
-Nada. Si podemos hacer algo.
-No, ya nos bastamos nosostros. Corto.
La conversación de la torre de control ya queaba
lejos. Ahora, La Peligro escuchaba la que se producía en la Task Force 58 de la
base de la quinta flota en Barheim. Las voces llegaban igualmente cercanas
aunque se producían a más de trescientos kilómetros.
-Dubai también los ha visto.
-¿Qué hacemos?
-Manténganlos monitorizados y hagan despegar
aviones del Stenniss pero manténganlos fuera del alcance de sus radares. No hay
que provocar un incidente internacional.
Aquella segunda voz sonaba un poco más lejana, pero
La Peligro podía seguirla. Ignoraba que estaba escuchando lo que se cocía en el
Mando Aéreo Estratégico de los Estados Unidos, en Nebraska.
-Tenemos otros dos aparatos. Parecen que proceden
de Chipre. Van en dirección a Palestina, o Israel.
-De estos no tenemos que preocuparnos. Habla con
Rota, que manden cuatro interceptores desde el Enterprise. ¿Es el más cercano,
no?
-Si.
La Peligro se levantó. No sabía muy bien lo que
había escuchado, pero algo le decía que a sus amigos de la fundación todo aquel
movimiento de aviones les podía interesar y a ella también le convenía hacer
algo.
-Peligro Pérez, por favor. Acérquese a la primera
cabina y marque el número del día de su nacimiento. Llamada para Peligro Pérez.
El aviso por megafonía sonaba en perfecto
castellano. Es más, la travelo juraría de que era la voz de Pepo. Justo a
tiempo. Se levantó y empezó a buscar una cabina.
Ya no había cabinas casi en ningún sitio. Pero no
en Dubái, donde había de todo. Tras unos cientos de metros de búsqueda desesperada
y un par de avisos más, vio un grupo de teléfonos en una de las paredes de la
terminal.
Se acercó a uno y marcó el número 17.
En la explanada del santuario de Horus, una decena
de mercenarios rodeaban la estatua y estaban a punto de ver a Jean-Baptiste y
Obama, pegados como lagartijas a la peana del dios. Una voz grave sonó a su
derecha.
-Os dije que no os moviérais.
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