17-A cara descubierta




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En la meticulosa operación de embarque de un avión con más de cuatrocientos pasajeros se producen una cantidad innumerable de pequeños incidentes que tienen a toda la tripulación ocupada en despejar los pasillos llenos de torpes pasajeros que no saben usar los portaequipajes o piden ayuda para los auriculares, las pantallas táctiles o la carta del bar. Algunos no son tan torpes y se dedican a ayudar a los otros opinando sobre cómo deberían sentarse, usar la luz de lectura o llamar a la azafata. No se sabe que grupo es peor, por eso la tripulación mira constantemente el reloj deseando que todo se estabilice cuanto antes y poder contar aquello de “qué hay que hacer antes de morir estrellados contra una montaña”.
En el A-380 de Emirates que permanecía pegado a la terminal del Aeropuerto Internacional de Dubái pasaba exactamente lo mismo, principalmente en la planta de abajo, la de categoría turista. En la superior, dividida en dos clases, la Bussines Exclusive y la First Cabine, el ajetreo era mucho menor gracias al espacio y a la poca afluencia de personas, así que, durante el embarque, la tripulación se acumulaba en la parte inferior, dejando la superior en manos de una única azafata que tenía por lo tanto el mismo trabajo que sus compañeros.
En uno de los servicios de la zona Exclusive nadie escuchaba los gruñidos y contorsiones de su ocupante excepto su esposa: una extraña mujer, gorda, hombruna y vulgar que gritaba a su vez sin ser oída más que por los pocos pasajeros de la clase, algo abochornados por un espectáculo más cómico que trágico.

-¡Cariño…!¿Qué te pasa?
-Na… nada… debes abandonar el avi… avión… ahora.
La Peligro miraba hacia todas partes para encontrarse con ojos esquivos que intentaban marcar distancias con ella mirando hacia otro lado.
-¡Dios mío!¿Es que nadie me va a ayudar?
Quizá alguien había llamado ya a la azafata, pero en apariencia, la travelo estaba más sola que Bashar Al-Assad.
-No pierdas el tiempo… lárgate ahora.
-Y una mierda. De aquí no me voy sin ti.
El amor es extraño, une a gente dispar, hace que luchemos unos contra otros por otros. Nos acongoja y reconforta. En ese momento nada podía alejar a La Peligro de la puerta tras la que Calatrava, su marido, se retorcía como un poseso, surcado por miles de pequeños vasos sanguíneos de color violáceo que parecían envolverlo como una red.
-¡Lárgate ya… maricón!- Gritó con todas sus fuerzas.

Aquello no era normal. Maricón era muy fuerte. La Peligro no reconoció la voz de su amado. Dio un traspié al separarse de la puerta. No podía ser, qué le pasaba, qué había dicho ella, qué podía ser aquello que casi no le dejaba respirar, ahogándolo irremisiblemente.
A pesar de sus pocas habilidades mentales entendió que debía hacer algo más que gritar: debía ayudarlo y, si lo que quería era que se fuese, eso es lo que tenía que hacer.
-Está bien, me marcho. ¡Que te den!
Y se alejó sin dejar de escuchar todos y cada uno de los sonidos que se producían en el espacioso excusado del Airbus. Caminaba aturdida, intentando pensar algo con rapidez. Se acordó de sus amigos, los de La Alameda, pero no podía contactar con ellos: no tenía teléfono. El propio Calatrava se había encargado de quitárselo: “ahora te vas a relajar y vas a estar conmigo y nadie más”.

Lo que en su momento le pareció una idea estimulante ahora la tenía atada de manos. Se detuvo ante sus asientos que formaban un pequeño espacio privado entre otros grupos de pasajeros. Miró la pantalla, el pequeño escritorio, los amplios sillones que se convertían en cama, algunos compartimentos para objetos pequeños. Nada de aquello le servía para ayudarle. Miró a los otros pasajeros, escasos y elegantes. Algunos leían, otros miraban la pantalla o conversaban. Había un par trabajando con sus ordenadores portátiles. Las ventanas, contra la oscuridad de la noche, actuaban como espejos que reflejaban el ambiente de la luminosa cabina. Todo parecía armónico y sosegado. Sólo ella escuchaba la angustia que atenazaba la garganta de su esposo.

Un teléfono. Eso es lo que necesitaba. Un teléfono.
Buscó al pasajero más próximo. Era un árabe vestido al uso tradicional. Blanco inmaculado, como los conserjes del hotel donde apenas hacía unas horas había sido reducida y detenida. Se armó de valor.
-Por favor, podría dejarme un teléfono.-Dijo acompañándose de gestos para hacerse entender.
-Phone?
-Si… si. Phone.
El pasajero le sonrió y se incorporó señalando a un pequeño trozo de plástico blanco empotrado a la derecha de su pantalla. Lo tomó y se lo ofreció. Era el auricular de un teléfono, todos los asientos tenían uno.
-¡Gracias!- Dijo entusiasmada volviéndose a su asiento.-¡Gracias!
El árabe movió la cabeza y continuó a lo suyo.
Ya en su plaza, tomó el aparato. En la pantalla apareció un teclado junto a unos mensajes en inglés y árabe que mostraban como usarlo. Eran sencillos de entender porque se acompañaban de gráficos y signos, como si los hubiese hecho el que redacta los manuales de IKEA: debía marcar primero el 0 y luego el código de país. ¿Qué código tenía su país?
Tocó la interrogación que aparecía en la pantalla junto al texto “Country Code”. Un mapa mundial llenó la pantalla. Tocó en su país. El mapa se amplió mostrando sólo la zona cercana. Volvió a tocar en su país. El mapa desapareció. En el campo “Country Code” ya había un número. Marcó los dígitos del teléfono de contacto de la Fundación.
-¡Dios mío… coged el teléfono, por favor!

Mientras tanto, el helicóptero en el que viajaban Tetsu Watanabe, Toojo Hideiki y Rshwan Al Galeb dejaba ya las montañas del norte de Sudan en dirección al espacio aéreo egipcio siguiendo el curso del Nilo que reflejaba el cielo y un trozo de la luna como si fuese una grieta a otro mundo, . El falso guardaespaldas seguía intentando contactar con sus amigos de la fundación mientras el qatarí y su jefe charlaban animadamente sobre las posibilidades infinitas que se abrían ante ellos gracias a las Milicias de Muyahidines Mutantes. Una voz sonó en la cabina.
-Señor Hideiki. Tiene una llamada de prioridad uno por la línea interior.
-Perdone. Si me permite.- Toojo tomó el pequeño microteléfono que había bajo su ventana y descolgó.
-Hideiki.
Permaneció a la escucha. Su cara no reflejaba emoción alguna, pero no para otro japonés, que si veía pequeños signos de inquietud en las manos y la tensión muscular. No debían ser buenas noticias.
-De acuerdo. ¿Alguna causa conocida?

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En el  santuario de Horus, Manuela Klein gesticulaba al teléfono.
-No tenemos ni idea. Pero como apreciamos en pantalla, la desactivación de milicianos es circular, desde un punto hacia el exterior, como si una onda expansiva, lenta pero constante, los fuese eliminando.
-Active la fase dos y prepare una incursión aérea.
-¿Aérea?¿Qué incursión aérea?
-Perdone, doctora.-El teniente Swarzschild se acercó al oído de la diminuta Manuela.-Tenemos algunas unidades aéreas.
-¡¿Y alguien pensaba contarme eso en algún momento?!
El teniente se le quedó mirando sin saber qué contestar.
-Manuela.-Hideiki se intentaba mostrar tranquilizador.-Es una opción que no creíamos necesaria y, bueno, quizá podríamos hablar de ello pero ahora no es el momento.
-¡Si no sé qué fuerzas manejo no puedo tomar las decisiones adecuadas!
-No podemos hablar de eso ahora. Pregúntele al comandante Untermann.
-Voy a hacer algo mejor. Dejaré a Untermann al mando, ya que parece que es él el que conoce todo nuestro potencial.
-Manuela, es usted quién está al mando, tome la decisión que corresponda.
-Ya la he tomado. ¡Untermann, venga acá!
Se oyeron voces por el teléfono. Finalmente, habló una voz masculina.
-Comandante Utermann, ¿doctor?
-¿Qué ocurre?
-La doctora me ha ordenado que me haga cargo del mando táctico.
Hideiki, que continuaba aparentando tranquilidad pegó no obstante un sonoro suspiro.
-Está bien. Volvemos a la base. Esté al mando hasta entonces: active la fase dos del programa y movilice algunos efectivos aéreos.
-¿Cuál es el objetivo?
-Señuelos iraníes deben sobrevolar Israel y señuelos israelíes bombardear Gaza City.
-A sus órdenes, señor.

-¿Algún problema?
Hideiki estaba petrificado, una pequeña gota de sudor resbalaba hasta su ceja.
-Creo que hay algunos puntos que no dejé convenientemente programados.
-¿A qué se refiere?
-Medios operativos que no estaban previstos en el plan original. Un error imperdonable.
-¿Está en peligro la misión?
-Nada que no podamos arreglar. Pero tendremos que volver a la base, si no es mucha molestia.
-¡Uf…!- Al Galeb miró por la ventanilla sopesando qué valía más, si su comodidad o la consecución de los objetivos, la decisión fue fácil: Sin lo segundo no volvería a ver lo primero.-Está bien, volvamos. Hagamos lo que sea preciso y luego ajustaremos el precio.-Respondió intentando no perder el control de la situación.
-Por eso no debe preocuparse.-Pulsó un botón del teléfono.-Piloto, dé media vuelta, volvemos a las instalaciones.
-A sus órdenes, señor.
El helicóptero dio un amplio giro de ciento ochenta grados y volvió a ascender para sortear las montañas. Tetsu, que observaba todo como ausente sintió de pronto que sus posibilidades de contactar discretamente con sus amigos se reducían a unos minutos, hasta llegar al Santuario de Horus. Volvió a marcar rellamada.

-¡Entra una llamada!- Sonó la voz de Pepo por el pequeño altavoz de uno de los ordenadores de la salita donde el Notario explicaba el extraño comportamiento de las partículas entrelazadas.-¿Quién es?
-Soy yo. La Peligro. Dios, menos mal que estáis ahí.
-¿Dónde si no?¿Qué te ha pasado, porqué has dejado de estar en contacto?
-Porque soy una tonta romántica.
Gallardo y De la Fuente se miraron extrañados.
-Bueno. Qué pasa, dónde estás…
La conversación con la travelo estaba trufada de quejas, lloriqueos y súplicas, pero al poco, los dos policías y el Notario se habían hecho una idea más que nítida de la situación.
-Debes salir del avión. Inmediatamente.-Dijo Gallardo con determinación.
-Pero… él… yo…
-Debes salir del avión. Él ya no es él, créeme.
-Yo…
-¡Entra otra llamada!
-¡Cojones… ahora nos va a llamar todo el mundo!
-Peligro. Deja el avión antes de que cierre las puertas. Debemos cortar.
-Pero…
La comunicación se cortó y la Peligro quedó muda un instante. Los gruñidos de su marido se oían cada vez más fuerte. Una lágrima empezó a recorrer su enorme cara de pan. “Lo siento amor mío”
Tomó su bolso y se levantó. Caminó en dirección a la puerta de embarque y se detuvo justo en la salida de la pasarela. Miró hacia atrás un instante y salió del aparato pasando por todos los controles de acceso sin hacer caso a las advertencias de azafatas, agentes de aduana y personal de tierra. En un par de minutos estaba de nuevo en medio de la inmensa terminal sin haber dejado ni un segundo de escuchar la entrecortada respiración de su amado. Se dejó caer sobre un asiento moviendo con el golpe al resto de viajeros de la fila.

- I can know what happens?
-¡Traductor!
Los dedos de Pepo tecleaban con furia.-¡Estoy en ello!
-Ha habido un problema en el despliegue, algunas unidades han fallado y debemos reforzar los flancos más débiles.
-¿Y para eso debemos volver a la base?
-Sí. Prefiero dirigir personalmente la operación, si no es mucha molestia.
-Es el teléfono de Watanabe. Es posible que él no pueda hablar pero si escucharnos.
-¿Qué es eso que se escucha?
-Parece el traqueteo de un helicóptero.
-Están fuera de la base… ¿Crees que Watanabe nos escucha?
Un sordo golpe sonó en los altavoces.
-Eso parece un sí.
-Está bien Watanabe. No hay tiempo para mucho. Tienes que tomar nota de lo que te vamos a decir. ¿Estás escuchando?
Otro golpe.
-Pues adelante. Pepo, por favor, dile exactamente cuál es su objetivo y no te enrolles.
-No te preocupes.
Pepo empezó a describir qué aspecto entendía él que tendría la piscina de fotones que albergaba las partículas para teleportación del sistema de control de la milicia. Su idea difería bastante en el aspecto real de la matriz de bulbos luminosos del silo de control, pero el concepto si era correcto: un grupo de partículas, en un cubo, o un tablero, algo semejante a un panal. Probablemente dispondrían de un indicador luminoso individual lo que garantizaba la precepción de la estructura. El conjunto debía estar en un lugar muy seguro, probablemente muy vigilado e inaccesible.
Tetsu tenía una idea clara de a qué lugar se refería y de vez en cuando contestaba con un golpe.


···
-¿Has entendido todo?
Un golpe.
-¿Crees que puedes acceder a la piscina de fotones y destruirla?
Otro golpe.
-Perfecto. Debemos actuar antes de que empiece el ataque.
Dos golpes.
-¿Cómo… no te va a dar tiempo a hacerlo?
Tres golpes.
-¿Y eso qué significa?
-Puede que la pregunta sea equívoca.- Intervino el Notario.
Un golpe.
-¿Puedes destruirlo en breve?
Un golpe.
-¿Ha empezado ya el ataque?
Otro golpe.
-Bien.-Intervino ahora De la Fuente.-En ese caso, la Ninja debería estar trabajando ya, así que no necesitamos pasar desapercibidos. Puedes actuar a cara descubierta.
-¡Vaya… ya era hora!
Sonó la voz de Tetsu, clara y rotunda.
-¡Pues dales caña!-Dijo Gallardo apretando la puños como si fuera él el que tuviera que ejecutar su propia orden.
-Ya tenía ganas, no crea.-La comunicación se cortó.

-¿Qué estás diciendo, en qué idioma hablas?
La figura de Watanabe había desaparecido un segundo, como si se hubiese esfumado. El fuerte aire sorprendió a Al Galeb y a Hideiki: las puertas del helicóptero estaban abiertas, de pronto. El guardaespaldas estaba sentado entre ellos dos que ya no tenían los cinturones de seguridad.
-¿Pero qué….?
No le dio tiempo a más. Watanabe extendió ambos brazos empujando con fuerza al japonés y al qatarí, que salieron despedidos por ambos costados del helicóptero cayendo desde más de cuatrocientos metros hacia las pálidas montañas que rodeaban el complejo militar. Sus gritos se perdieron en la distancia justo cuando las puertas ya estaban cerradas. Al Galeb no tuvo tiempo para ser consciente de lo que pasaba antes de reventarse contra la roca. A pocos metros, Hideiki quedó en una postura imposible, como un muñeco roto.
-Ahora podréis hablar de vuestros planes. Por toda la eternidad.- Dijo Tetsu echando una última visual desde la ventana.
El piloto observaba alarmado cómo  se habían encendido varias luces de alerta del panel indicando peligro de descompresión, cuando intentó volverse se encontró junto a la cara aniñada del guardaespaldas de su jefe que ocupaba el lugar el copiloto.
-Si quieres vivir, sólo tienes que llevarme al complejo sin hablar por la radio, sólo eso.
Aún hizo un movimiento automático para coger un arma que llevaba junto al asiento. El arma ya no estaba allí. La tenía Watanabe que le miraba confiado.
-Shhh. Sólo llevarme al helipuerto, nada más.

En el aeropuerto de Dubái, un grupo de militares pasó por delante de La Peligro en dirección a las puertas de embarque, aunque ella no llegó a verlos, absorta en el sonido del corazón de Calatrava, que palpitaba desbocado.
Una voz mecánica había avisado a la torre de control y a la cabina del A380 de un posible atentado. La forma en que la llamada había entrado era sorprendente: a través de los circuitos de seguridad. El aviso sonaba peligrosamente real.

Cuando los militares que entraron en tromba en la cabina superior empezaron a gritar preguntando dónde estaba el sospechoso. Un pasajero señaló al excusado de proa, seguro de que allí debía suceder algo. Gritos, empujones, miedo. Una patada en la puerta y los soldados quedaron petrificados al ver aquél cuerpo hinchado como un globo, lleno de ira y dolor. Lo encañonaron.
-¡Levante las manos y sepárelas del cuerpo!-Gritaron en árabe.

Calatrava, que aún no sabía cómo le habían convertido a él mismo en un soldado mutante, aguantaba a duras penas las órdenes de destruir que le enviaban sus terminales nerviosos saturados de adrenalina. Sólo su consciencia de estar bajo los efectos de un chute hormonal y la idea nítida de salvaguardar la seguridad de su esposa le mantenían clavado frente al lavabo de mármol de Carrara del A380, lo que activaba a su vez la amenaza de envenenamiento y muerte. Ahora, en la mirilla de siete fusiles de asalto sabía que tenía dos opciones: morir lentamente en medio de más sufrimiento o terminar de una vez por todas. Eligió esta segunda opción. Gritando como un salvaje se echó encima del grupo de asalto.

Cincuenta y cuatro impactos acabaron con su vida.

Su cuerpo cayó inerte sobre el suboficial del ejército dubaití que tenía justo en frente haciéndole caer sobre la fina moqueta de exquisito dibujo imperial mientras se disolvía en una melaza negra y maloliente.

En el vestíbulo, el dolor se extendió desde la garganta hasta la roja cara de La Peligro haciéndole gritar involuntariamente. Los pasajeros, sorprendidos, se empezaron a alejar de ella como si fuese víctima de un virus contagioso. Sólo una niña pequeña, de apenas tres años, parecía percibir el dolor como si fuera suyo y también rompió a llorar. Su madre la cogió con cuidado y la consoló. La Peligro no tenía consuelo.

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