16-Infamia




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La luz de la luna llena, blanca y fría, regaba de distintos tonos de gris la abrupta orografía de la antigua Nubia, donde la organización para la que trabajaba Manuela Klein había establecido su factoría de muyahidines mutantes.
El helicóptero sobrevolaba el territorio sin ni siquiera las luces de posición, intentando pasar desapercibido tanto a los escasos habitantes de la tierra de los hombres del arco como a los controladores de satélites espía de las grandes potencias mientras el hábil piloto se bastaba con las pantallas de radar para sobrevolar las montañas aunque hoy lo tenía más fácil: Un cielo absolutamente despejado, iluminado por una inmensa luna y un millón de estrellas, le alumbraba el camino.
En el interior del aparato, Hideiki seguía conversando de forma sutil con su invitado, el qatarí Al Galeb, que acababa de contratar los servicios de aniquilación de toda una zona del globo y quizá por ello aparecía cansado, medio adormecido, contemplando el espectáculo fantasmagórico de las montañas sudanesas. Watanabe, sentado en la banqueta de enfrente pensaba cómo contactar con sus amigos de la Fundación cuanto antes, una vez abandonadas las instalaciones del santuario de Horus y su capacidad para captar sus comunicaciones.

-Si no le importa, doctor, me gustaría escuchar algo de música.- Dijo en japonés.
-Adelante Watanabe, aun nos queda un buen trecho para llegar a El Cairo.
El falso guardaespaldas hizo una breve reverencia y se puso los auriculares inalámbricos mientras encendía la pantalla de su móvil. Parecía un celular de los años noventa: aparatoso, con teclado y la pequeña protuberancia en la parte superior, aunque en realidad era un teléfono de satélite de última generación que no sobrepasaba  los doscientos gramos. Para que funcionara a la perfección debía desplegar la antena, claro que con la escusa de escuchar música, eso no hubiese tenido mucho sentido.
Operó sobre el teclado y activó la llamada a la Fundación. Parecía que la noche despejada y la zona eran propicias para una buena recepción. La llamada empezó a buscar su camino saltando de satélite en satélite y del espacio a las estaciones terrestres europeas para encaminarse por la inmensa red de fibra óptica del viejo continente. De pronto se interrumpió. El japonés volvió a intentarlo pulsando el botón de rellamada, estaba claro que no iba a ser sencillo.

-El caso es que con esto no había contado. Estamos aislados, nosotros, Jean-Baptiste, Watanabe, La Peligro… ¡La Ninja! ¡Esto es un desastre!
Gallardo se movía nervioso frente a la pizarra, intentando pintar algo, desplegar alguna estrategia, inferir alguna solución, pero todo lo que se le ocurría pasaba por poder comunicarse con los miembros de la Alianza.
-No te preocupes tanto. Si no se te ocurre nada, esperaremos. Igual en cualquier momento suena la flauta.
-¡El teléfono, lo que tiene que sonar es el teléfono!
De la Fuente, visiblemente agotado, se volvió hacia Pepo que no paraba de explicarle cosas muy interesantes al Notario, dada la cara de asombro de éste.
-Y ustedes. ¿Todavía estáis con eso de los cuentos?
-Cuantos, jefe, cuantos. Es increíble, es de ciencia-ficción, es de…
-De cuento. De cuento de magia. Si yo sé lo que me digo.
-Pero no es un cuento.-Intervino Pepo, algo molesto con la reflexión del excomisario.
-Pues a mí me parece increíble.
-Yo diría mejor que le resulta incomprensible, para ser más exactos.
-¿Por qué no intentas explicármelo otra vez?
-¡Déjame a mí… déjame a mí!-saltó entusiasmado el Notario seguro, al parecer, de haber entendido la complejidad del concepto en dos horas de explicación interminable.
-Todo tuyo. Yo me bajo al CPD a ver si soy capaz de establecer algún tipo de comunicación con alguien.

El tecnólogo se levantó y se fue dejándolos a los tres en la sala de mando, de nuevo desordenada y sucia. Fernanda estaba atareada en otra parte de la casa, lo que les venía muy bien porque en las últimas horas se había puesto demasiado “maternal” y los tenía un poco amedrantados: que si qué sucio está todo, que si cómo huele aquí, que no comen nada…

-Verá, se lo voy a explicar con palabras llanas, no con los palabros de Pepo que asustan por desconocidos, aunque no difieren en exceso del lenguaje común.
-Vamos allá. Gallardo, siéntate aquí y observa como nuestro traductor nos cuenta el cuento de los cuantos.
Gallardo, con el rotulador de la pizarra dándole vueltas mecánicamente sobre su pulgar, se sentó junto a De la Fuente, dispuesto a escuchar aquella historieta de partículas y movimientos espaciales.

-Lo primero que tengo que avisaros, lo primero que debió avisarnos Pepo, es que esto que voy a contar es inexplicable para los propios físicos, aunque se ha comprobado en experimentos.
-¡Coño, así no nos enterábamos, si ni ellos saben el porqué!
-Que no puedan explicarlo no quiere decir que no suceda.
-Ves como en el fondo es un cuento.
-Déjale terminar, De la Fuente, que ya suficientemente raro es el asunto como para que nos perdamos en chascarrillos.

-Bien. Se ha demostrado que si dos partículas están “entrelazadas”, que es un estado especial de unión entre dos partículas, cuando una de ellas cambia de estado, la otra también lo hace.
-¿Qué es cambiar de estado?
-Bueno, pues imagínese algo como cambiar de polaridad: positivo a negativo y viceversa.
-Como un imán.
-Uf… Bueno, venga, como un imán. Sigo. - El notario se levantó y quitó el rotulador de la mano del comisario para acercarse con él a la pizarra. Allí pintó dos círculos.
-El modo en que estas dos partículas están entrelazadas, o mejor aún, las causas por la que lo están no están claras y, en teoría, podríamos entrelazar partículas aunque no se ha conseguido aún. Pero, para abreviar, digamos que dos fotones de un mismo haz de luz tienen muchas papeletas para estar enlazados entre sí.

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-Fotones… y qué es eso.
-Una partícula más. Una partícula de luz. Exactamente lo que perciben sus ojos, que no son otra cosa que captadores fotónicos.
-¡Joder, Notario, en sólo dos horas te has enterado de todo eso!
-Para que vea, señor comisario. Continúo.- El notario dibujó un tercer círculo en el otro extremo de la pizarra y tomó el borrador para eliminar uno de los anteriores.
-El caso es que podemos separar ambos fotones tanto como queramos y seguirán entrelazados.
-¿Aunque estén uno aquí y otro en la China?
-Aunque estuviese uno aquí y otro en la otra punta de la galaxia.
-¿Y cómo se transmiten ese estado?
-Eso tampoco son capaces de explicarlo los físicos, pero se lo transmiten.
-Eppur si muove.- Dijo De la Fuente.
-Efectivamente. Como dijo Galileo a los incrédulos miembros del Tribunal de la Santa Inquisición: y sin embargo, la Tierra se mueve.

-Bien, tenemos dos pelotas que se comunican entre sí de forma misteriosa estén a la distancia que estén.
-Efectivamente. Esa comunicación permitiría la transmisión de información de una a la otra utilizando de forma controlada sus cambios de estado.
-Como un telégrafo.
-Como un telégrafo microscópico.
-Y eso es lo que Pepo dice que es nuestra única solución para evitar la actuación de los guerreros mutantes.
-Efectivamente. De algún modo, la gente de la Organización Sin Nombre, llamémosles Los Malos, han conseguido utilizar esta propiedad para construir un sistema de Teleportación Cuántica.

-¿No dijiste que no ibas a usar palabros?
-Es el nombre que recibe la acción de comunicar información mediante partículas entrelazadas. Teleportación es más corto.
-Sí, más corto es.
-Pues eso. Los Malos utilizan un mecanismo de teleportación para comunicarse con los dispositivos que implantaron a los mutantes. Pero ese sistema que es eficiente como ninguno para la comunicación ya que siempre tiene cobertura, nada le hace interferencias y nada puede “escuchar” lo que transmite, tiene un gran defecto.
-¿Y no se han dado cuenta los… Malos?
-Evidentemente. Pero los beneficios son infinitamente mayores que el defecto. La comunicación es segura, eficaz y disponible al cien por cien, aunque el mutante esté bajo mil kilómetros de roca.
-¿Nos vas a decir cuál es ese defecto, o nos vas a tener toda la noche con la intriga?
El notario rodeó una de las pelotas con un círculo mayor y la otra la encerró en algo parecido a un cuadrado.

-Bien. Una de las partículas está dentro del dispositivo alojado en el abdomen de los mutantes. Dentro de esa cápsula de color amarillo que nos mostró antes Pepo. La otra, - Se movió hacia el cuadrado,- está dentro de las instalaciones de los Malos, al norte de Sudán. La teleportación sólo funciona entre dos partículas concretas que son INSUSTITUIBLES.- Al elevar el tono de voz, el Notario quiso hacer hincapié en el origen del fallo, pero sus interlocutores continuaron mirándole como a la espera de esa clave, evidentemente no se habían percatado.
Suspiró y volvió a tomar el borrador, se fue hacia el círculo encerrado en el cuadrado y lo empezó a borrar.
-Si eliminamos una de las partículas, la comunicación se rompe.
Un breve silencio permitió a Gallardo y De la Fuente ordenar toda la información recogida.
-Por lo tanto, si destruimos las instalaciones de los Malos, los mutantes, estén donde estén,  dejarán de “funcionar” por así decirlo.
-Eso cree Pepo. Pero no es necesario destruir las instalaciones, sólo el lugar donde están alojadas las partículas entrelazadas con cada uno de los mutantes, una especie de “piscina de fotones”, como le llama él.
Gallardo se puso de pié. De nuevo estaba enojado.
-Pero no podeeeemos avisaaarlos porqueee no teneeemos comunicación…- Dijo moviéndose como el Joker delante  de Batman.
-Sí. Ese es nuestro fallo.-El Notario le devolvió el rotulador.
-En todos sitios se cuecen habas.

En el santuario de Horus, Jean-Baptiste paseaba igual de nervioso que su compañero Gallardo y por la misma razón, observado por un atemorizado y atónito Obama.
-¿Qué podemos hacer?
-No se me ocurre nada. Tendríamos que comunicarnos con mis amigos, a lo mejor ellos pueden ayudarnos, por otra parte, la Ninja ya debería estar aquí.
-¿Quién es la Ninja?
El francés se detuvo y lo miró. El negro estaba hecho polvo, había viajado cuatro días por el desierto desde Mali, sin agua, sin higiene, sin comida. La ropa, sucia y ajada, parecía dos tallas más grande y sus ojos blancos como pelotas de golf resaltaban en la penumbra del alero del santuario como si quisieran huir por su cuenta.
-La Ninja es una… un… una heroína.
-¿Como Juana de Arco?
-Algo parecido. Si ella viniera se acabarían todos nuestros problemas.
-Pues recemos para que lo haga.
-Reza tú, amigo. Yo no creo que pueda ayudar mucho.
-¿Sabes hacia dónde está la Meca?
Jean-Baptiste buscó un punto al azar.
-Hacia allí.
-Gracias… La Ninja, ¿no?
-Efectivamente.
···
Mientras Obama intentaba implorar a Dios por su futuro, el francés se acercó distraídamente al borde del alero, contemplando desde la oscuridad la ahora desierta explanada del santuario, oculto tras la inmensa estatua de Horus. En ese momento vio aparecer a un soldado que salía del ascensor de quirófanos. Le llamó la atención por varias cosas: estaba solo, normalmente andaban en parejas o grupos más numerosos, y el uniforme le quedaba ridículamente grande, como la ropa de Obama. Se volvió de golpe.
-Shhh… oye… Obama.
-No me interrumpas, eso no está bien.
-Ven. Creo que Alá nos está ayudando ya.
El negro se puso de pié de un salto y se acercó con sigilo al gigante pelirrojo.
-¿Qué quieres decir?
-¿Conoces a ese?
Obama se fue a asomar pero Jotabé lo retuvo un poco haciéndole señas para que fuera discreto. Por fin logró ver al soldado que caminaba junto al muro del santuario en su dirección.
-¡Por supuesto, es Shalif!
-Shalif.
-Uno de los esclavos que vino conmigo… tampoco estaba drogado. Te hablé de él cuando te conté mi viaje.
-¡Ah, si…! Ese al que tú no le caías muy bien.
-Es un poco idiota. Pero está ahí, debe haberse fugado y haber robado el uniforme. No creo que nos quiera ayudar, sólo quiere salvarse él.
-Hay que intentarlo. No te muevas de aquí, voy a su encuentro.
-¡Cómo, el suelo está a más de cuarenta metros!
-Pero este dios también nos va a ayudar.

Con la agilidad de un gato, Jean-Baptiste saltó a la balaustrada y de allí hacia la estatua de Horus, a unos doce metros de distancia. Parecía que se iba a estrellar contra ella, pero en el último instante giró y dio con sus pies en la espalda del halcón de roca impulsándose ahora hacia la pared que había justo debajo de Obama. Repitió la operación de un lado a otro mientras iba cayendo hacia el piso de la explanada. Por fin, puso los pies en el suelo y se quedó agachado entre la estatua y el muro del santuario, oculto a la sombra del dios.
-¡Shalif!- Gritó susurrando.-¡Shalif!

En Gaza City el caos se había apoderado de las calles. Grupos de soldados entraban en las casas y ametrallaban a todo lo que se movía: mujeres, ancianos, niños. Una auténtica masacre. La gente corría de un lado para el otro pero caían acribillados nada más ser vistos.
Vehículos de las Milicias de Hamás estallaban al encontrarse con granadas antitanque disparadas desde las azoteas, formando gigantescas bolas de fuego. El ruido era atronador.

La cosa no había hecho más que empezar pero tenía todo el aspecto de un ataque masivo contra la población civil. En algún lugar, en los alrededores de la ciudad, grupos de artilleros preparaban las lanzaderas de cohetes Qassam para devolver el daño a Israel. Porque de una cosa no cabía duda: eran soldados de élite israelíes.

Se notaba en sus uniformes, en sus insignias y en su armamento. La gente gritaba, lloraba, corría y moría como en un plano secuencia. Los soldados se movían con fría resolución, ajenos al daño causado, presas de un ansia de muerte sin límites. Los pocos que caían abatidos desaparecían en una especie de zumo humeante y fétido. Pero nadie reparaba en ello, porque ahora tocaba salvar la vida, la propia y la de tus vecinos, amigos y familiares.
Algunos extremistas judíos ultraortodoxos habían clamado por la invasión directa de Gaza y, al parecer, habían conseguido hacer prevalecer sus tesis: Aniquilar Palestina. Así que Hamás no tenía otra opción que enviar contra los también inocentes israelíes, ajenos a esa visión fatalista del mundo, todo su armamento. La noche sería recordada por siglos.

La Ninja observaba todo aquello desde lo alto de un edificio medio en ruinas. Cada uno de los soldados israelíes era el extremo de una de las líneas de luz que se perdía en el cielo, como si fueran movidos por el mismísimo Dios. Pero Antonia y Paco sabían que no eran israelíes, y que no era precisamente Dios quien los movía. Los escuchaban maldecir y darse órdenes cortas. Hablaban árabe, o alemán, incluso chino. No. No eran soldados de élite de Israel. Eso es lo que querían hacer creer.

Al ver cómo algunos caídos se disolvían entre estertores también comprendió que aquellos hombres no eran hombres, eran otra cosa.
-¿Te vas a quedar mucho tiempo parada? La gente está muriendo como moscas.
-Tienes razón, Paco. Empecemos.- La Ninja miró a su alrededor, por encima de los tejados de la ciudad. Miles de líneas blancas les rodeaban.-Tenemos mucho trabajo que hacer.-Y desapareció.

Casi de forma instantánea, los soldados de la calle a la que había estado mirando la Ninja cayeron fulminados. Los francotiradores, los que manejaban los bazucas y lo morteros. Casi al unísono, caían desplomados, con el cuello torcido, o la cabeza reventada y se deshacían en una espumante bilis negra.
Las líneas blancas iban apagándose alrededor como si una onda expansiva fuese apagando las velas de una tarta mortal. En menos de dos minutos, barrios enteros de la ciudad quedaron a oscuras, poblados de cadáveres, restos de mutantes y en silencio, sólo roto por los llantos y lamentaciones de la población. Pero las líneas de luz se extendían más allá, quedaba mucho trabajo y la Ninja no se detendría hasta terminarlo.

De algún lugar en el este, cientos de estelas dibujaron también líneas de luz, aunque éstas no eran rectas ni verticales, describían parábolas que señalaban claramente objetivos en el país vecino: los Qaazam viajaban ya con su carga de muerte. Quizá el mal ya se había desatado y no sería posible detenerlo. Quizá el enemigo ya había conseguido lo que quería: encender la mecha de la destrucción mutua.

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