15-El hilo de los dioses

Paco no tenía razón cuando afirmaba que La Ninja debía ir un ratito a pié y otro andando. Él sí, y Antonia: cuando eran personas “normales” sólo podían tener algunos de los poderes de la superheroína durante algunos minutos para salir del paso.

Pero cuando aparecía el cuerpo acerado de la Ninja de los Peines, todo cambiaba. No hacía frío, ni calor, no existía el cansancio, no había límite de velocidad, ni casi de fuerza. La Ninja era todopoderosa.

Sólo había una pega: cuando se trabajaba a hipervelocidad, es decir, de moverse con tal rapidez que todo lo demás parecía congelado, La Ninja consumía cantidades ingentes de energía, una energía cuya demanda excedía a la oferta. Entonces la Ninja dejaba de estar “operativa” y todo se volvía negro.
Antonia había pensado muchas veces de dónde provenía esa energía. Últimamente había adquirido cierta percepción de la existencia de múltiples universos que como capas de una cebolla permanecían unos al lado de otros pero sin mezclarse, sin que entre ellos hubiese ningún tipo de transferencia y entonces, dedujo que la energía, y las voces, provenían de un universo anexo, justo de “ahí al lado”, en términos multidimensionales: “la Antonia se había vuelto muy Punset”, decía Paco.

Antonia pensaba ahora cómo esa conexión interuniversal se había establecido no solo a través de la Ninja, Tetsu Watanabe tenía también el poder de moverse a endiablada velocidad, también limitado en el tiempo. No habían probado a ejercer el mismo poder a la par. Antonia, ahora en el interior del cuerpo escultural de la Ninja, tenía sus dudas, ¿y si la fuente de energía era la misma? ¿Podríamos ambos consumirla durante el mismo tiempo o estaría limitada a la mitad?

En realidad, Antonia era un mar de dudas.
Cuando hacía un año se despertó en la Restinga convertida en La Ninja de los Peines de pronto se sintió como una elegida, alguien con un gran poder y por lo tanto, una gran responsabilidad.

Luchó contra El Penumbra, un poderoso enemigo mental que era capaz de deprimir a las piedras, como el mismísimo Fondo Monetario Internacional. Fue en el último momento cuando sintió que no estaba sola: oyó unas voces que le indicaron qué tenía que hacer.

Al cabo de unas semanas, una serie de acontecimientos aparentemente casuales la llevaron a Japón, donde una organización secreta la intentó secuestrar y sabe Dios qué habría sido de ella si no hubiese estado ahí, al quite, el mismísimo Paco el Camboyano. Y fue en Japón donde descubrió que, lo mismo que ella tenía poderes, alguien más los tenía.
Eran poderes distintos, más tecnológicos, más de este mundo, como si la transferencia de energía pura que se producía en ella desde otro universo no pudiese llevarse a cabo en el caso de esa organización y sólo dispusiesen de una ventaja en información, algo que les permitía acceder a una tecnología nunca antes vista.

Llegados a este punto, con una organización mundial en frente, potencialmente apocalíptica, su nueva consciencia, su muy mejorada capacidad de raciocinio, la condujo a buscarse apoyos. La idea parecía suya, pero ya no podía estar segura. ¿Acaso las fuerzas que le habían dado el poder ya no confiaban en su capacidad?
Se quitó ese pensamiento de la cabeza. No servía para nada y, por el contrario, la dejaba atribulada y deprimida, sentimientos que se pueden tener en otoño, frente a una chimenea, en una tarde lluviosa y fría, nunca en el momento mismo de enfrentarse con las fuerzas del Mal.

Saltando de casa en casa, de risco en risco, se trasladaba a poca velocidad, unos ochenta kilómetros por hora, aunque aún así, llegaría a la Ciudad de Gaza en unos minutos. La Ninja, el cuerpo, se movía de forma automática, manteniendo el equilibrio, seleccionando el destino del siguiente salto y ejecutándolo con precisión milimétrica del mismo modo que una persona normal camina sin tener que pensar en mover las piernas ni en controlar los desniveles del terreno. Esto le daba a Antonia tiempo para pensar.

Pero esos pensamientos no eran buenos.

Cuando Antonia o Paco pasan a un segundo plano y vuelven de esa “nada”, no tienen recuerdos, es como si durmieran sin soñar. Sin embargo, en esta ocasión, ella había vuelto con cierto desasosiego en su interior, como si el poso de un mal recuerdo la entristeciera. No le importó que Paco se hubiese transformado más tarde de lo previsto, ni que pareciera achispado. De hecho, casi ni le saludó. Y estaba allí, junto a ella, “mirándola” sin hablar. Consciente quizá de que su compañera estaba preocupada. Incapaz, como siempre, de entender la sutilidad de los cambios sus cambios de humor.

La luna llena se reflejaba en el lejano mar Mediterráneo, donde miles de años atrás espartanos, corintios y persas se disputaran su hegemonía. Ahora todo parecía en calma.

De pronto los pensamientos volvieron. Recordó cómo seleccionó a los integrantes de “la Alianza Inverosímil”, como la llamaba el Notario.  El Notario. Curioso tipo. Delgado, mayor, sucio y triste, y sin embargo de una fineza en el lenguaje exquisita, proveniente sin duda de un pasado culto, aunque en estos momentos sólo leyera novelas baratas de vaqueros. Le vino a la mente Jean Baptiste, un chico aparecido de pronto, nada en especial. Bueno, quizá sí: su juventud, su pureza de corazón. Gallardo, en el lado opuesto: un investigador aguerrido, maltratado por la vida, sagaz y perseverante. De la Fuente, un jubilado con experiencia en la gestión de situaciones difíciles. Pepo, un friki de runas y romulanos. ¡Vaya tropa!

Recordó que a la mañana siguiente, como ella ya sabía que iba a pasar, todos tenían poderes excepcionales. Eran poderes que ella conocía bien, aunque en el caso de la Alianza estaban estratégicamente repartidos: Watanabe hipervelocidad, Gallardo poder deductivo extremo, De la Fuente, clarividencia estratégica, Pepo habilidad con el mundo de la tecnología, el Notario capacidad de acumulación de información, Jean-Baptiste fuerza y agilidad…

Un momento, se olvidaba de alguien…
La Peligro.

¿Porqué había seleccionado a La Peligro’? La verdad es que no lo sabía. Simplemente se le ocurrió y le pareció interesante. Este pensamiento le llevó de nuevo a cuestionar su autonomía. ¿No sería ella nada más que un peón en un juego de ajedrez interdimensional? Una pieza más en una especie de “videojuego divino”.

La Ninja se detuvo de manera automática. La sensación de angustia era poderosa y le impedía respirar.

··
-¿Ocurre algo Antonia?- La voz de Paco sonó muy cerca.
-No, nada. Estoy algo tonta.
-Te noto preocupada, ¿en qué piensas?
-Nada. Paparruchas. – El cuerpo de La Ninja empezó a saltar de nuevo con la misma agilidad de antes.
-Algo será.
-Tonterías. Tendré la regla.
-¡Qué regla ni que ocho cuartos!- Protestó la voz del Camboyano.-Si a ti la regla nunca te ha impedido hacer nada.
-Bueno, pues la menopausia.
-¡Antonia! No me vengas con escusas femeninas que no son de tu estilo. ¿Qué te pasa?
-Te digo que…- El pié de la Ninja trastabilló en el saliente de la azotea de una casa, en medio de unos invernaderos. La superheroína cayó desde casi seis metros haciendo un agujero de considerables dimensiones y provocando un fuerte estruendo.

-¡Mierda!- Dijo Antonia, nerviosa, casi sin poder tomar las riendas del cuerpo caído.
-Párate un segundo.-Si Paco hubiese podido agarrarle las manos lo hubiera hecho.
-¿Qué quieres? Ha sido una distracción.
-Espérate un momento. No muevas a la Ninja. Hablemos.
-No hay tiempo.
-Si lo hay, tranquila. Hablemos.- La voz de Paco era calidad, arrulladora. Antonia se relajó un poco.
Algunas caras sorprendidas iban asomándose al borde del agujero iluminando su interior con linternas. Sus voces casi no eran escuchadas por Paco y Antonia.

-¿¡Qué puñetas es eso!?
-Parece una mujer.
-¡Yo nunca he visto a una mujer así!
-No, tú no has visto nunca a ninguna mujer de ninguna forma.
-¡Déjate de bromas! Avisa a  Tufik.

A más de tres mil kilómetros de allí, en el aeropuerto de Dubai City, los pasajeros con dirección a Frankfurt embarcaban por las pasarelas aéreas en el enorme A-380 de Emirates. En la planta de arriba, en la zona Executive, el coronel Calatrava intentaba que La Peligro se sentara cuanto antes para que dejara de llamar la atención.
-Pero todavía no me has dado la razón.
-Es que no la tienes, mujer. No puedes en un país tan cerrado como Dubai montártela de feminista. Tú, precisamente. No te imaginas lo qué te hubiera pasado si llegan a descubrir que en realidad…
-¿Qué en realidad qué?¿Que tengo una morcilla de Burgos entre las piernas?
-Shhh…. Mujer, por favor. Contrólate. Si no llega a pasar eso que pasó en el ordenador de la comisaría, ahora estarías rezándole a Alá para que acabara con tu vida lo más rápido posible.
-Y por eso estoy muy orgullosa de ti.
-¿A qué te refieres?
La enorme cara del travelo se acercó a la de Calatrava y le susurró.
-Que fuiste tú, cariño. Tú y tus amiguitos.
Calatrava también empezó a hablar en voz muy baja.
-¿El CNI? Para nada. Te juro que ellos no tienen nada que ver. Ha sido un…, no sé cómo decirte. Un milagro.
-No me refiero a tus amigos del CNI, me refiero a los otros amigos.
Calatrava, conforme escuchó a su esposa se quedó blanco, sin palabras.
-¿A qué a… amigos te refieres?
-¡Venga ya, tonto! Si lo sé todo.
Calatrava empezó a sentirse mal. No podía imaginarse que todo su tinglado estuviese al descubierto. Necesitaba darle una explicación creíble a su esposa y en este momento no podía pensar.
-Es… es… espera un momento. Voy al servicio.
-No se puede. En pista no se puede ir al servicio.
Sin escuchar la lejana voz de la Peligro, se levantó.
La verdad era que sus “otros amigos” solo supieron del suceso cuando ya había pasado y lo único que hicieron fue aconsejarle devolver a su esposa a Europa. Nada más. Quizá lo mejor que hacía era abandonar el aparato en ese momento, pero no podía dejarla sola. No si no quería que el avión entero se enterase de cómo era.

En el norte de Sudán, el helicóptero con Hideiki, Al Galeb y Watanabe ya había despegado de las instalaciones del santuario de Horus y volaba a oscuras sobre las montañas en dirección a Egipto, por lo que la alarma sonaba ya a todo trapo y los paramilitares corrían de un lado a otro asegurando cierres, apostando armamento y buscando a Obama y la bestia pelirroja observados por cientos de cámaras de seguridad que proyectaban sus imágenes sobre la mesa del silo-sala de control ante los ojos de Manuela y sus colaboradores.
-Silo sellado, señora. Nada puede entrar ni salir de la sala por muy veloz que resulte.
-Ya. Esperemos que no haya entrado ya.
Los soldados miraron con desconfianza hacia los lados.
-Bien. No perdamos el tiempo ahora. ¡Swarzschild!
-Señora- Dijo el teniente apartándose de la pantalla.
-Active a los milicianos según la primera fase del plan previsto.
-A sus órdenes, señora.
Las manos de Swarzschild y de los otros operadores empezaron a activar controles digitales. En el tercer nivel de la estructura metálica que recubría la pared del silo, la matriz de pequeñas cápsulas verdes empezó a activarse de forma aparentemente aleatoria. El sonido de los generadores de energía, en algún lugar del complejo, subió un par de octavas.

···
-¿Qué quieres Amed? No molestes, ¿no ves que estamos negociando?
-Al Said me ha dicho que te avise, Tufik. Ha caído algo entre la casa y los invernaderos… es algo extraño.
-¿Es Israelí?¿Es peligroso?
-No podría decirte. Ven, vamos.
Tufik miró a los compradores de verduras con los que mantenía una discusión que ya se alargaba demasiado y se excusó mientras se levantaba para acompañar al atolondrado del aprendiz hacia la salida.

-Los tenía a punto de caramelo. Como nos hayas interrumpido por una tontería te vas a llevar más palos que el burro de Said.
-Es importante, Tufik. Es una… una… extraña mujer.
-¡Acabáramos!- Cerraron la puerta tras de sí y empezaron a rodear la casa.-¿Y eso te alarma, muchacho? Un día tendremos que resolver el problema de tu virginidad.
-No es eso.- Respondió enojado.-No tiene nada que ver conmigo. Es una extraña mujer.
-¿Qué tiene, tres tetas?
-No, pero las dos que tiene son bastante grandes.
-Bueno. Vamos a verla, supongo que será allí, en medio de todos esos zánganos.
-Sí, jefe. Allí es.

-No sé lo que me pasa. Tengo dudas. No sé si hacemos bien.
-¿A qué coño te refieres?
-A esto que hacemos, luchar contra el Mal. ¿Qué es el Mal?
-Jooooder Antonia. ¿Qué te has tomado?
-Nada, coño. Es que de pronto me parece que no estamos haciendo lo que nosotros queremos, sino lo que quieren las voces.
-¡Si eras tú la que decías que tenías que defender al Mundo!
-Ya. Pero ahora tengo dudas.
-¡A buenas horas!
-Ya. Sé que no es el momento, pero no lo puedo evitar.
-Pues yo sí. Échate a un lado.
-¿Qué vas a hacer?
-Tomar el mando. Cuando te sientas mejor te lo paso sin problemas, pero ahora ya hay que salir de aquí, mira.
-Coño. ¿Quiénes son esos?
-Un montón de gente asustada y sorprendida. Recuerda que están viendo a la Ninja.
-Está bien, haz lo que creas.
-Pero no te vayas muy “lejos”, ¿eh? Sabes que yo no soy ni la mitad de listo que tú.
-¿A dónde quieres que vaya?

En el borde del cráter en el que yacía el impresionante cuerpo negro de la Ninja de los Peines, la cabeza de Tufik logró hacerse un hueco entre los mirones.
-¡Por Dios! ¿Qué clase de mujer es esta?
-Te lo dije, es una mujer extraña.
El cuerpo de la Ninja se puso de pié de un salto, haciendo que su cabeza quedara prácticamente a la altura de los palestinos.
-¿Eres israelí?- Dijo en árabe Tufik.
-¡Soy amiga!- Gritó la voz gutural de la superheroína justo antes de desaparecer ante la incrédula cara de los presentes.

-¿Dónde ha ido?
-Como sea israelí estamos jodidos.
-Recemos porque sea de los nuestros.
-Rezad…- Respondió Tufik dejando al grupo.-Yo voy a vender pimientos, porque mañana también tendremos que comer.
Amed vio a su jefe alejarse hacia la casa y deseó con todas sus fuerzas que aquella mujer extraordinaria fuese Palestina, por lo menos.
Antonia, desde el interior de la Ninja, justo al borde de la casa de Tufik se quedó observándoles.
-Mirales. No tienen nada, están en medio de una lucha sin fin y sin embargo no se rinden. Siguen luchando, trabajando por conseguir siquiera algo que llevarse a la boca.
-Si. Pobre gente.
-Y yo con mis tonterías. ¡Trae acá los controles! Le vamos a dar caña de lomo.
-¡Esa es mi Antonia!
La Ninja de los Peines pegó un nuevo salto y avanzó un par de casas en dirección al Norte cuando una miríada de líneas verticales blancas apareció ante ella. Surgían de algunos puntos del horizonte y se perdían en el cielo estrellado de Palestina.
-¿Y eso, qué significa?
-Eso son nuestros objetivos. Abróchate que nos vamos.

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