Pero cuando aparecía el cuerpo acerado de la Ninja de los Peines, todo cambiaba. No hacía frío, ni calor, no existía el cansancio, no había límite de velocidad, ni casi de fuerza. La Ninja era todopoderosa.
Sólo había una pega: cuando se trabajaba a
hipervelocidad, es decir, de moverse con tal rapidez que todo lo demás parecía
congelado, La Ninja consumía cantidades ingentes de energía, una energía cuya
demanda excedía a la oferta. Entonces la Ninja dejaba de estar “operativa” y
todo se volvía negro.
Antonia había pensado muchas veces de dónde provenía esa energía.
Últimamente había adquirido cierta percepción de la existencia de múltiples
universos que como capas de una cebolla permanecían unos al lado de otros pero
sin mezclarse, sin que entre ellos hubiese ningún tipo de transferencia y entonces,
dedujo que la energía, y las voces, provenían de un universo anexo, justo de “ahí
al lado”, en términos multidimensionales: “la Antonia se había vuelto muy Punset”, decía Paco.
Antonia pensaba ahora cómo esa conexión interuniversal se
había establecido no solo a través de la Ninja, Tetsu Watanabe tenía también el
poder de moverse a endiablada velocidad, también limitado en el tiempo. No
habían probado a ejercer el mismo poder a la par. Antonia, ahora en el interior
del cuerpo escultural de la Ninja, tenía sus dudas, ¿y si la fuente de energía
era la misma? ¿Podríamos ambos consumirla durante el mismo tiempo o estaría
limitada a la mitad?
En realidad, Antonia era un mar de dudas.
Cuando hacía un año se despertó en la Restinga convertida
en La Ninja de los Peines de pronto se sintió como una elegida, alguien con un
gran poder y por lo tanto, una gran responsabilidad.
Luchó contra El Penumbra, un poderoso enemigo mental que
era capaz de deprimir a las piedras, como el mismísimo Fondo Monetario
Internacional. Fue en el último momento cuando sintió que no estaba sola: oyó
unas voces que le indicaron qué tenía que hacer.
Al cabo de unas semanas, una serie de acontecimientos
aparentemente casuales la llevaron a Japón, donde una organización secreta la
intentó secuestrar y sabe Dios qué habría sido de ella si no hubiese estado
ahí, al quite, el mismísimo Paco el Camboyano. Y fue en Japón donde descubrió
que, lo mismo que ella tenía poderes, alguien más los tenía.
Eran poderes distintos, más tecnológicos, más de este
mundo, como si la transferencia de energía pura que se producía en ella desde
otro universo no pudiese llevarse a cabo en el caso de esa organización y sólo
dispusiesen de una ventaja en información, algo que les permitía acceder a una
tecnología nunca antes vista.
Llegados a este punto, con una organización mundial en
frente, potencialmente apocalíptica, su nueva consciencia, su muy mejorada
capacidad de raciocinio, la condujo a buscarse apoyos. La idea parecía suya,
pero ya no podía estar segura. ¿Acaso las fuerzas que le habían dado el poder
ya no confiaban en su capacidad?
Se quitó ese pensamiento de la cabeza. No servía para
nada y, por el contrario, la dejaba atribulada y deprimida, sentimientos que se
pueden tener en otoño, frente a una chimenea, en una tarde lluviosa y fría,
nunca en el momento mismo de enfrentarse con las fuerzas del Mal.
Saltando de casa en casa, de risco en risco, se
trasladaba a poca velocidad, unos ochenta kilómetros por hora, aunque aún así, llegaría
a la Ciudad de Gaza en unos minutos. La Ninja, el cuerpo, se movía de forma
automática, manteniendo el equilibrio, seleccionando el destino del siguiente
salto y ejecutándolo con precisión milimétrica del mismo modo que una persona
normal camina sin tener que pensar en mover las piernas ni en controlar los
desniveles del terreno. Esto le daba a Antonia tiempo para pensar.
Pero esos pensamientos no eran buenos.
Cuando Antonia o Paco pasan a un segundo plano y vuelven
de esa “nada”, no tienen recuerdos, es como si durmieran sin soñar. Sin
embargo, en esta ocasión, ella había vuelto con cierto desasosiego en su
interior, como si el poso de un mal recuerdo la entristeciera. No le importó
que Paco se hubiese transformado más tarde de lo previsto, ni que pareciera
achispado. De hecho, casi ni le saludó. Y estaba allí, junto a ella,
“mirándola” sin hablar. Consciente quizá de que su compañera estaba preocupada.
Incapaz, como siempre, de entender la sutilidad de los cambios sus cambios de
humor.
La luna llena se reflejaba en el lejano mar Mediterráneo,
donde miles de años atrás espartanos, corintios y persas se disputaran su hegemonía.
Ahora todo parecía en calma.
De pronto los pensamientos volvieron. Recordó cómo
seleccionó a los integrantes de “la Alianza Inverosímil”, como la llamaba el
Notario. El Notario. Curioso tipo.
Delgado, mayor, sucio y triste, y sin embargo de una fineza en el lenguaje
exquisita, proveniente sin duda de un pasado culto, aunque en estos momentos
sólo leyera novelas baratas de vaqueros. Le vino a la mente Jean Baptiste, un
chico aparecido de pronto, nada en especial. Bueno, quizá sí: su juventud, su
pureza de corazón. Gallardo, en el lado opuesto: un investigador aguerrido,
maltratado por la vida, sagaz y perseverante. De la Fuente, un jubilado con
experiencia en la gestión de situaciones difíciles. Pepo, un friki de runas y
romulanos. ¡Vaya tropa!
Recordó que a la mañana siguiente, como ella ya sabía que
iba a pasar, todos tenían poderes excepcionales. Eran poderes que ella conocía
bien, aunque en el caso de la Alianza estaban estratégicamente repartidos:
Watanabe hipervelocidad, Gallardo poder deductivo extremo, De la Fuente,
clarividencia estratégica, Pepo habilidad con el mundo de la tecnología, el
Notario capacidad de acumulación de información, Jean-Baptiste fuerza y agilidad…
Un momento, se olvidaba de alguien…
La Peligro.
¿Porqué había seleccionado a La Peligro’? La verdad es
que no lo sabía. Simplemente se le ocurrió y le pareció interesante. Este
pensamiento le llevó de nuevo a cuestionar su autonomía. ¿No sería ella nada
más que un peón en un juego de ajedrez interdimensional? Una pieza más en una especie
de “videojuego divino”.
La Ninja se detuvo de manera automática. La sensación de
angustia era poderosa y le impedía respirar.
··
-¿Ocurre algo Antonia?- La voz de Paco sonó muy cerca.
-No, nada. Estoy algo tonta.
-Te noto preocupada, ¿en qué piensas?
-Nada. Paparruchas. – El cuerpo de La Ninja empezó a
saltar de nuevo con la misma agilidad de antes.
-Algo será.
-Tonterías. Tendré la regla.
-¡Qué regla ni que ocho cuartos!- Protestó la voz del
Camboyano.-Si a ti la regla nunca te ha impedido hacer nada.
-Bueno, pues la menopausia.
-¡Antonia! No me vengas con escusas femeninas que no son
de tu estilo. ¿Qué te pasa?
-Te digo que…- El pié de la Ninja trastabilló en el
saliente de la azotea de una casa, en medio de unos invernaderos. La superheroína
cayó desde casi seis metros haciendo un agujero de considerables dimensiones y
provocando un fuerte estruendo.
-¡Mierda!- Dijo Antonia, nerviosa, casi sin poder tomar
las riendas del cuerpo caído.
-Párate un segundo.-Si Paco hubiese podido agarrarle las
manos lo hubiera hecho.
-¿Qué quieres? Ha sido una distracción.
-Espérate un momento. No muevas a la Ninja. Hablemos.
-No hay tiempo.
-Si lo hay, tranquila. Hablemos.- La voz de Paco era
calidad, arrulladora. Antonia se relajó un poco.
Algunas caras sorprendidas iban asomándose al borde del
agujero iluminando su interior con linternas. Sus voces casi no eran escuchadas
por Paco y Antonia.
-¿¡Qué puñetas es eso!?
-Parece una mujer.
-¡Yo nunca he visto a una mujer así!
-No, tú no has visto nunca a ninguna mujer de ninguna
forma.
-¡Déjate de bromas! Avisa a Tufik.
A más de tres mil kilómetros de allí, en el aeropuerto de
Dubai City, los pasajeros con dirección a Frankfurt embarcaban por las
pasarelas aéreas en el enorme A-380 de Emirates. En la planta de arriba, en la
zona Executive, el coronel Calatrava intentaba que La Peligro se sentara cuanto
antes para que dejara de llamar la atención.
-Pero todavía no me has dado la razón.
-Es que no la tienes, mujer. No puedes en un país tan
cerrado como Dubai montártela de feminista. Tú, precisamente. No te imaginas lo
qué te hubiera pasado si llegan a descubrir que en realidad…
-¿Qué en realidad qué?¿Que tengo una morcilla de Burgos
entre las piernas?
-Shhh…. Mujer, por favor. Contrólate. Si no llega a pasar
eso que pasó en el ordenador de la comisaría, ahora estarías rezándole a Alá
para que acabara con tu vida lo más rápido posible.
-Y por eso estoy muy orgullosa de ti.
-¿A qué te refieres?
La enorme cara del travelo se acercó a la de Calatrava y
le susurró.
-Que fuiste tú, cariño. Tú y tus amiguitos.
Calatrava también empezó a hablar en voz muy baja.
-¿El CNI? Para nada. Te juro que ellos no tienen nada que
ver. Ha sido un…, no sé cómo decirte. Un milagro.
-No me refiero a tus amigos del CNI, me refiero a los otros amigos.
Calatrava, conforme escuchó a su esposa se quedó blanco,
sin palabras.
-¿A qué a… amigos te refieres?
-¡Venga ya, tonto! Si lo sé todo.
Calatrava empezó a sentirse mal. No podía imaginarse que
todo su tinglado estuviese al descubierto. Necesitaba darle una explicación
creíble a su esposa y en este momento no podía pensar.
-Es… es… espera un momento. Voy al servicio.
-No se puede. En pista no se puede ir al servicio.
Sin escuchar la lejana voz de la Peligro, se levantó.
La verdad era que sus “otros amigos” solo supieron del
suceso cuando ya había pasado y lo único que hicieron fue aconsejarle devolver a su esposa a Europa. Nada más. Quizá lo mejor
que hacía era abandonar el aparato en ese momento, pero no podía dejarla sola.
No si no quería que el avión entero se enterase de cómo era.
En el norte de Sudán, el helicóptero con Hideiki, Al
Galeb y Watanabe ya había despegado de las instalaciones del santuario de Horus
y volaba a oscuras sobre las montañas en dirección a Egipto, por lo que la
alarma sonaba ya a todo trapo y los paramilitares corrían de un lado a otro
asegurando cierres, apostando armamento y buscando a Obama y la bestia
pelirroja observados por cientos de cámaras de seguridad que proyectaban sus
imágenes sobre la mesa del silo-sala de control ante los ojos de Manuela y sus
colaboradores.
-Silo sellado, señora. Nada puede entrar ni salir de la
sala por muy veloz que resulte.
-Ya. Esperemos que no haya entrado ya.
Los soldados miraron con desconfianza hacia los lados.
-Bien. No perdamos el tiempo ahora. ¡Swarzschild!
-Señora- Dijo el teniente apartándose de la pantalla.
-Active a los milicianos según la primera fase del plan
previsto.
-A sus órdenes, señora.
Las manos de Swarzschild y de los otros operadores
empezaron a activar controles digitales. En el tercer nivel de la estructura
metálica que recubría la pared del silo, la matriz de pequeñas cápsulas verdes
empezó a activarse de forma aparentemente aleatoria. El sonido de los
generadores de energía, en algún lugar del complejo, subió un par de octavas.
···
-¿Qué quieres Amed? No molestes, ¿no ves que estamos
negociando?
-Al Said me ha dicho que te avise, Tufik. Ha caído algo
entre la casa y los invernaderos… es algo extraño.
-¿Es Israelí?¿Es peligroso?
-No podría decirte. Ven, vamos.
Tufik miró a los compradores de verduras con los que
mantenía una discusión que ya se alargaba demasiado y se excusó mientras se
levantaba para acompañar al atolondrado del aprendiz hacia la salida.
-Los tenía a punto de caramelo. Como nos hayas
interrumpido por una tontería te vas a llevar más palos que el burro de Said.
-Es importante, Tufik. Es una… una… extraña mujer.
-¡Acabáramos!- Cerraron la puerta tras de sí y empezaron
a rodear la casa.-¿Y eso te alarma, muchacho? Un día tendremos que resolver el
problema de tu virginidad.
-No es eso.- Respondió enojado.-No tiene nada que ver
conmigo. Es una extraña mujer.
-¿Qué tiene, tres tetas?
-No, pero las dos que tiene son bastante grandes.
-Bueno. Vamos a verla, supongo que será allí, en medio de
todos esos zánganos.
-Sí, jefe. Allí es.
-No sé lo que me pasa. Tengo dudas. No sé si hacemos
bien.
-¿A qué coño te refieres?
-A esto que hacemos, luchar contra el Mal. ¿Qué es el
Mal?
-Jooooder Antonia. ¿Qué te has tomado?
-Nada, coño. Es que de pronto me parece que no estamos
haciendo lo que nosotros queremos, sino lo que quieren las voces.
-¡Si eras tú la que decías que tenías que defender al
Mundo!
-Ya. Pero ahora tengo dudas.
-¡A buenas horas!
-Ya. Sé que no es el momento, pero no lo puedo evitar.
-Pues yo sí. Échate a un lado.
-¿Qué vas a hacer?
-Tomar el mando. Cuando te sientas mejor te lo paso sin
problemas, pero ahora ya hay que salir de aquí, mira.
-Coño. ¿Quiénes son esos?
-Un montón de gente asustada y sorprendida. Recuerda que
están viendo a la Ninja.
-Está bien, haz lo que creas.
-Pero no te vayas muy “lejos”, ¿eh? Sabes que yo no soy
ni la mitad de listo que tú.
-¿A dónde quieres que vaya?
En el borde del cráter en el que yacía el impresionante
cuerpo negro de la Ninja de los Peines, la cabeza de Tufik logró hacerse un
hueco entre los mirones.
-¡Por Dios! ¿Qué clase de mujer es esta?
-Te lo dije, es una mujer extraña.
El cuerpo de la Ninja se puso de pié de un salto,
haciendo que su cabeza quedara prácticamente a la altura de los palestinos.
-¿Eres israelí?- Dijo en árabe Tufik.
-¡Soy amiga!- Gritó la voz gutural de la superheroína
justo antes de desaparecer ante la incrédula cara de los presentes.
-¿Dónde ha ido?
-Como sea israelí estamos jodidos.
-Recemos porque sea de los nuestros.
-Rezad…- Respondió Tufik dejando al grupo.-Yo voy a
vender pimientos, porque mañana también tendremos que comer.
Amed vio a su jefe alejarse hacia la casa y deseó con
todas sus fuerzas que aquella mujer extraordinaria fuese Palestina, por lo
menos.
Antonia, desde el interior de la Ninja, justo al borde de
la casa de Tufik se quedó observándoles.
-Mirales. No tienen nada, están en medio de una lucha sin
fin y sin embargo no se rinden. Siguen luchando, trabajando por conseguir
siquiera algo que llevarse a la boca.
-Si. Pobre gente.
-Y yo con mis tonterías. ¡Trae acá los controles! Le
vamos a dar caña de lomo.
-¡Esa es mi Antonia!
La Ninja de los Peines pegó un nuevo salto y avanzó un
par de casas en dirección al Norte cuando una miríada de líneas verticales
blancas apareció ante ella. Surgían de algunos puntos del horizonte y se
perdían en el cielo estrellado de Palestina.
-¿Y eso, qué significa?
-Eso son nuestros objetivos. Abróchate que nos vamos.
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