14-Alerta Ninja



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Los santuarios egipcios no eran como los templos de la antigua Grecia. Más bien eran como la Ciudad Prohibida de los emperadores chinos. Un lugar cerrado, sólo visitable ante ceremonias esporádicas, siempre bajo el control de los monjes.
En ellos se almacenaba el grano que se recogía cada año durante la crecida del Nilo. La curia mantenía un férreo control sobre él, bajo la autoridad del faraón. Todo Egipto pivotaba en torno a esos tres elementos: el Nilo, que con sus crecidas volvía fértiles las riveras, el Templo, que guardaba y distribuía el grano recogido y el faraón, representación de un dios y materialización de su poder absoluto.

Y así, hace miles de años, se producía ya la disposición triangular que ha llegado hasta nuestros días: poder político, economía y religión. No siempre ha sido una convivencia agradable. Cada uno de los tres vértices de ese triángulo ha intentado quedarse con todo el pastel en muchas ocasiones. Pero eso nunca ha funcionado. Nunca ninguno de ellos ha podido arrebatar a los otros dos su esencia, su leitmotiv.  

Las religiones siempre se han pegado al poder para manipularlo mientras que este hacía lo propio con la economía. Por último, la economía siempre ha tenido la necesidad de la religión para aparentar cierto corazón. En el antiguo Egipto, los tres poderes estaban extremadamente cerca, por eso la civilización egipcia funcionó durante milenios.

Hoy en día, viendo los gruesos muros que guardaban el grano junto a los dioses se tenía la extraña sensación de no estar en un templo, sino en un banco o en un bunker. Y esos muros impedían ahora que el estridente sonido de la alarma se oyera ni siquiera tímidamente en el despacho de Hideiki, otrora las dependencias de algún sumo sacerdote.

Una pequeña luz roja parpadeaba en el escritorio mientras Al Galeb, Manuela y el japonés conversaban improvisadamente junto a la puerta, de espaldas a aquella.

-¿Y bien?
-Mis jefes están convencidos, ahora toca actuar.
-Perfecto.- Dijo entusiasmada Manuela.-¿Qué quieren que hagamos?
Como si la voz de la pérfida y diminuta hispanoalemana no hubiese sido la que había formulado la pregunta, el qatarí siguió hablando a Hideiki.
-Dijo usted que sólo necesitaba una orden estratégica, que de la táctica y el operativo ya se encargaban ustedes.
-Entiéndalo. Sólo nosotros conocemos bien el potencial de la Milicias, así que sólo nosotros podremos saber cómo desplegarlas para cumplir con el deseo de nuestro cliente.
-Una última cosa.
-Dígame.
Manuela había percibido perfectamente que al cliente ella no le gustaba en absoluto. A ella tampoco le gustaba él, tan pijo y relamido. Pero a lo largo de los últimos años había aprendido a esperar su momento, así que permaneció callada y a la escucha, como una sumisa dama saudí.
-¿Estarían dispuestos a ofrecer sus servicios al enemigo?
-¿A qué enemigo se refiere?
-A nuestro enemigo. 

Hideiki guardó unos segundos de silencio. Sabía que en aquella respuesta podía jugarse el negocio y, si ésta era inadecuada, recibir una orden ridícula, con unos objetivos falsos, de forma que la orden estratégica fuese una distracción por culpa de la cual sus jefes moverían incorrectamente sus piezas en el tablero mundial alejando así el triunfo de la causa de su organización.

De pronto todo dependía de una sencilla pregunta.

Manuela también había estado en Hanover, en la reunión donde les habían indicado cuál era su propósito en esta operación.
Evidentemente no era el dinero: ni con todos los petrodólares del Golfo se hubiera podido costear la operación de la Milicias. Su objetivo era precisamente conocer cuál era el objetivo real del cliente, en cierto modo, cuál era su enemigo. Y Manuela ardía en deseos por saberlo, por intuirlo, antes incluso que Hideiki.

-Bueno.-Se mostró tímido.-Me pone en un compromiso. No le voy a negar que nuestra organización es una empresa comercial y, evidentemente, no puede renunciar a los negocios que le surjan.-Intentaba elaborar una media verdad, mucho más creíble que una mentira.
-¿Es esa su respuesta?
-No, no. Espere. Déjeme terminar.
Al Galeb se giró hacia la mesa con intención de tomar una silla y descansar de una vez cuando vio la luz parpadeando en el escritorio.
-¿Qué significa eso?
Hideiki y Manuela se echaron mil reproches con la mirada. En ese momento la luz se apagó.

-Es… Es un indicador de comprobación, nada importante. Tome asiento si así lo desea.
Con cierta desconfianza, Al Galeb se acercó a una de las sillas, la giró y se sentó de cara a los otros dos echando antes una última ojeada al escritorio para comprobar que la luz no volvía a encenderse.
-Bien. Tenía ganas de doblar las piernas. Creo que ha sido el rato más prolongado en el que he estado de pié, sin desearlo.
Hideiki le hizo un gesto a Manuela para que abandonara el despacho y se acercó a la otra silla para sentarse frente al cliente. La pérfida enana se tuvo que tragar sus ansias de saber y acató la orden como si fuera idea suya.

-Yo, si me disculpan, creo que no hago falta aquí. Iré a continuar con mis quehaceres.
-Ha sido un placer, señorita.- Dijo el qatarí en perfecto español.
-El placer ha sido mío.-Le contestó Manuela en inglés girándose y saliendo por la puerta. Cuando de nuevo estuvieron a solas, el japonés miró sonriente al qatarí y le preguntó cómo si tal cosa: -Bien. ¿Por dónde íbamos?

··
Manuela, tremendamente irritada por la desfachatez de Al Galeb, la argucia de Hideiki y la torpeza de la tropa, activando la alarma en plena negociación,  entró como medusa en la sala de control donde todos se movían de un lado para el otro a toda velocidad.
-¿¡Qué coño ha sido eso!?-Su grito sonó como el chirrido de una rata.
-Doctora. Ha habido un problema. Le ruego mil disculpas.
-¡Métase las disculpas donde le quepan!¿Qué coño ha pasado?
-En el quirófano 3, uno de los reclutas ha intentado fugarse.
-¿Cómo?-Manuela parecía no atenderle. Sus manos movían los controles de la mesa-pantalla con avidez, activando las cámaras del quirófano, de los pasillos, de la explanada, comprobando por sus propios medios que todo estaba en orden.
-Un negro, al parecer la droga no le había hecho efecto.
-Pero, por lo que veo todo está bajo control.
Los colaboradores que había congregados en torno a Manuela y la mesa agacharon la cabeza y guardaron silencio. Manuela tardó un microsegundo en detectar el mensaje.
-¡¿No?!
El que había hablado al principio hizo acopio de coraje para contestar.
-De alguna forma inexplicable ha desaparecido. En las narices de los guardias.
Un escalofrío recorrió el diminuto y ponzoñoso cuerpo de la doctora.
-¿Así, sin más? ¿Ahora está y de repente, ahora no está?
El paramilitar quedó perplejo. No, no era una pregunta retórica, ni con sorna. Preguntaba sinceramente si eso era lo ocurrido, dándole visos de verosimilitud, lo que indicaba que de algún modo lo había visto con anterioridad.
-Si qui… quiere puede ver la grabación de las cámaras.-Atinó a decir alarmado ahora, con la certeza de que estaban ante algo desconocido pero real.
-No hace falta.-Levantó la mirada hacia el grupo que la rodeaba y les miró fijamente a los ojos.
-Sellen el recinto, inmediatamente, pero por el Führer no activen la alarma.
Veinte manos cayeron simultáneamente sobre la pantalla y empezaron a desplegar controles, indicadores e imágenes en miniatura.
Manuela dio la espalda a la actividad frenética de cerrar a cal y canto el santuario y miró hacia la cúpula del silo donde imágenes de hombres con cabeza de chacal la contemplaban impertérritos mientras parecían susurrarle: “La Ninja está aquí.”

-Teniente.- Dijo al operador que tenía más a mano.
-¿Doctora?
-Prepare el helipuerto de emergencia y dirija allí al helicóptero antes de que se sellen las puertas.
-Ya lo estaba haciendo, señora.
-Eso está bien. Hacen falta gente como usted. ¿Cómo se llama?
-Teniente Schwarzschild, señora.
-Un apellido con futuro, teniente. Recuérdemelo cuando todo esto haya pasado.
-Así lo haré, señora.- Y se volvió para seguir tecleando comandos.

Dos gigantescas hojas de metal empezaron a moverse a ambos lados de la grieta que daba entrada a la explanada iniciando un recorrido que las llevaría a encontrarse la una con la otra, cerrando la entrada del complejo. En la explanada, el helicóptero empezaba a mover los rotores mientras aún era remolcado por un robusto tractor de bolsillo hacia el centro, bajo la severa mirada del dios Horus.

-Como le decía, señor Al Galeb, nuestra compañía no tiene ningún perfil ideológico.- Mintió.
-Ninguna opción nos parece mejor o peor. Sólo somos una compañía privada que trabaja por dinero. Una empresa más. Ustedes mismos ya han contratado nuestros servicios de suministro, logística, soporte y recursos humanos en otras ocasiones, según tengo entendido.
-No exactamente. Su compañía no es la misma con la que nosotros hemos trabajado anteriormente.
-Los nuevos dueños tienen la misma filosofía.
-Ya. O sea, que podrían facilitar recursos a nuestros enemigos en mitad del enfrentamiento.
-Yo no he dicho eso.- El japonés cogió una tableta de su escritorio y la activó colocándola para que su interlocutor pudiese verla.
-Permítame que le hable de las cláusulas de nuestro contrato Titanium.

Hideiki no había disfrutado tanto con una pantomima como lo estaba haciendo en ese momento. Una de las técnicas para asegurarle al cliente lealtad era que la pagara, y eso era lo que le iba a ofrecerle. Eso sí, en un contexto en el que la seguridad legal brillaba por su ausencia y la fuerza estaba de su parte. Evidentemente, aquella estrategia no había salido de las cuadriculadas mentes de japoneses o alemanes. Tenía un sello inequívocamente mediterráneo.

-Con un incremento inicial de un 20%, usted y sus jefes se aseguran de que una hipotética solicitud de servicios a nuestra compañía durante el enfrentamiento, viniese de donde viniese y fuera para lo que fuera, sería puesta en su conocimiento y valorada por ustedes con objeto de poder acceder a la prestación o denegarla, con el consiguiente abono de los costes perdidos en la operación.
-Interesante. Pero eso puede llevarnos a la aparición de solicitudes inventadas con el propósito de ganar más dinero.
-Tendría que confiar en nosotros y nuestro indudable propósito de salvaguardar nuestra reputación.

Al Galeb pensó un instante. Se le veía seguro, tranquilo. Probablemente tenía suficiente capacidad de negociación.
-Está bien. Contrataremos la cláusula…
-Titanium.
-Perfecto. Este mundo del tráfico de armas y mercenarios ha cambiado mucho.
-La globalización nos fuerza a ello.
-¿Dónde puedo ordenar la transferencia?
-Le dejo en el despacho con mi ordenador, para que trabaje con seguridad. Ahora, si puede decirme el objetivo estratégico para que podamos ir realizando los movimientos previos ahorraríamos mucho tiempo.
Al Galeb tomó la tableta y movió sobre ella los dedos hasta lograr entrar en el servidor de mapas. Movió la imagen para mostrar una zona concreta del globo. Luego señaló un punto de la pantalla.
-Hay que provocar un enfrentamiento terminal en esta zona. Sin posibilidad de armisticio ni acuerdos de paz. ¿No sé si me entiende?
-Perfectamente.- Hideiki miró donde señalaba el dedo de fina manicura del qatarí y sonrió satisfecho.-Quiere decir crear auténtico odio exterminador. No se preocupe, seremos capaces. Aunque quizá, deberíamos renegociar el importe, es un objetivo muy ambicioso.

-Ustedes inicien el conflicto con lo ya acordado y hablamos dentro de una semana.
-Perfecto.- El japonés se puso de pié y ejecutó una reverencia un poco más exagerada de lo correcto, en realidad ya tenía lo que quería, lo demás, bueno, quizá dentro de una semana sería demasiado tarde.-Nuestro acuerdo será fructífero para ambas partes, no le defraudaremos.

···
El helicóptero salió casi en el último momento por la estrecha franja que aún quedaba de abertura. Ya era noche cerrada en el norte de Sudán cuando emprendió un rápido ascenso vertical hasta llegar a la altura de la meseta que coronaba el complejo. Sobrevoló la gran malla de acero y trozos de tela color tierra que lo cubría hasta llegar a un pequeño rellano que ahora estaba indicado con radiobalizas, visibles solo en la pantalla de radar. Casi en la misma maniobra, el helicóptero tomó tierra y detuvo sus rotores.

En el interior del complejo, a pesar de no estar activada la alarma, los soldados occidentales, en su mayoría de origen alemán, corrían de un lado para el otro buscando al milagrosamente desaparecido prisionero mientras Manuela Klein y su camarilla de suboficiales contemplaban a cámara muy lenta la grabación del ascensor de quirófanos justo en el momento de la desaparición.
-¡Para ahí!
Una sombra oscura parecía emborronar una parte de la imagen congelada de Obama y los guardias. En el siguiente fotograma, la sombra oscura se volvía más grande para desaparecer en el siguiente. El ascensor había quedado vacío.
-¡Mierda!-Dijo la doctora alejándose de los demás.-¡Mierda, mierda!
-¿Qué podemos hacer?
-Apliquen todas las medidas de alerta máxima, sin activar la alarma sonora hasta que nuestro invitado sea evacuado. ¿Los milicianos están a buen recaudo?
-Ahora deben estar en éxtasis, les hemos doblado el aporte de morfina.
-Correcto.
Hideiki apareció preocupado.
-¿Qué ocurre?¿Por qué se habían activado la alarma?
-¡Uf…!- Resopló la doctora.-Es largo de contar. Pero todo se resume en esta frase: La Ninja de los Peines está aquí.
-¿¡Cómo!?
-Tranquilícese, doctor. Lo primero que tenemos que hacer es llevarnos a nuestro cliente. El helicóptero está en el helipuerto de emergencia, suban y váyanse cuanto antes. Intentaremos sellar todas las salidas.
-Cierren también esta sala, no podemos dejarla entrar aquí bajo ningún concepto.
-En cuanto salgan ustedes.
-Bien, voy a por Al Galeb.
-Doctor.-Interrumpió una joven vestida de militar.-La transferencia ha sido confirmada.
-Perfecto. Activen el plan original.
-¿Entonces, es tal y como pensábamos?
-Si… con algunas diferencias que no son importantes. Nos mantendremos en contacto.
Manuela miró alejarse al japonés con cierta envidia. No le apetecía quedarse de responsable de aquél complejo con la Ninja merodeando por allí. Hideiki se volvió un segundo, como si le hubiese leído el pensamiento.
-Piense en positivo, doctora, a lo mejor esta es la oportunidad que estaba esperando.
-Esperemos, doctor, esperemos.

Watanabe intentaba entenderse con Obama. En inglés, en español y hasta en japonés. La cara del negro no era de incomprensión de sus palabras, sino de lo que acababa de pasarle: en un segundo estaba en el ascensor, a punto de ser acribillado a balazos, y en el siguiente estaba allí, a cuarenta metros del suelo, en un saliente protegido por una balaustrada de roca, justo detrás de la cabeza de Horus.
-No debes moverte de aquí. Volveré dentro de poco.
-Oui, oui… Je vais rester ici. No problem.
El falso guardaespaldas de Hideiki lo miró con resignación, ese no problem no le tranquilizaba en absoluto. De pronto un tumulto de voces y disparos le hizo asomarse por a la explanada.

-Que… qu'est-ce?
-Shhh!
En la salida del ascensor de quirófano, un grupo de guardias parecía luchar contra una bestia que daba mamporros a diestro y siniestro. La luz roja que iluminaba todo desde hacía un buen rato no dejaba mucho a la vista, entre otras cosas, no permitía a Tetsu ver que el que daba las leches era pelirrojo. El japonés miró el reloj. Ya debía de estar junto a Hideiki, o allá donde estuviera el helicóptero, pero no podía dejar a ese tipo solo, como no pudo dejar a Obama. Aunque éste parecía no necesitar ayuda.
-Un momento, ahora vuelvo.- Y desapareció.
Obama se quedó boquiabierto mirando al vacío un rato, como esperando a que lo que estaba no-viendo volviese a aparecer. Y apareció, aunque acompañado de un gigante que se movía como una máquina de dar golpes.

-Shh… quieto, quieto… Soy yo, Watanabe.-Dijo el japonés alejándose con rapidez.
Jean-Bapatiste se detuvo resoplando como un toro. Miró alrededor, vio al incrédulo Obama y a su compañero, vestido con un traje algo arrugado y manchado. También parecía respirar entrecortadamente.
-¿Tetsu? ¡Dios mío, menos mal, no creo que pudiera aguantar mucho más!
-Desde luego. ¿Y la Ninja?-El guardaespaldas parecía algo irritado.
El francés se dejó caer agotado, tardó unos segundos en contestar, mientras se tranquilizaba.
-No lo se. En Wadi-Halfa me atacaron unos tipos y me sedaron, luego me desperté ahí abajo… no tengo ni idea de donde estoy ni qué día es.
-Estás en el sitio indicado en el momento oportuno, sólo falta la Ninja.
-¿Crees que podría llegar aquí sola?
-No lo sé. Estoy deseando llamar a la fundación, pero me lo han prohibido. – Watanabe se alejó enojado hacia la balaustrada.-Estoy un poco harto de no saber qué hacer, pensaba que vosotros tendríais las cosas más claras y fíjate.
-Comme tu t’appelle?- Oyó decir a sus espaldas.
-Ne riez vous, mon nom est Obama.
Jean-Baptiste sonrió cansado.
-Jean-Baptiste, un ami.
-¿Qué charláis?
-No te lo vas a creer. Nuestro amigo se llama Obama.
-Nuestro amigo huele a mierda y orines.
-Sí, apesta un poco.-Lo miró y le volvió a sonreír.- ¿Qué vamos a hacer?
-Yo he de seguir con la actuación, vosotros deberíais esperar aquí a que aparezca la Ninja.
-¿No puedo hacer nada?
-¡Ni lo sueñes!- Dijo el japonés agarrando la balaustrada con las dos manos para saltarla.-Esto es un enjambre de tipos armados hasta los dientes, no durarías ni un segundo.- Y desapareció.

- Com… comment faire cela?
-Il est très rapide!
-Très, très rapide…
-Oui… très, très rapide.


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