10 - La infiltración



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Fernanda, en ausencia de Antonia López, se había convertido en la plenipotenciaria gobernanta de la sede de la Fundación para la Universalización y Estudio de la Gracia y el Arte, y ejercía su poder con esa doble dimensión que tienen muchas mujeres y muy pocos hombres de dureza y flexibilidad simultáneas.
Nadie la había nombrado nada, quizá como sirvienta. Pero cuando una persona sabe lo que tiene que hacer y lo hace sin menoscabo de los que le rodean, adquiere una suerte de liderazgo incontestable que más quisieran para ellos los poderosos del Mundo.
Con sigilo se acercó a su marido, Gabriel, y le dijo algo al oído mientras le ponía el desayuno en un rincón de la cocina. El hombre, con medio buche de café en la boca, asintió sin levantar la mirada. Luego, la mujer, terminó de cargar el carrito para los atareados integrantes de la Alianza Inverosímil que aún rondaban por la sede y salió en dirección al antiguo comedor reconvertido en sala de control.

-Es la hora de descansar un poco. Tenéis que desayunar.-Dijo entrando de espaldas.
-¡Uf..!- dijo De la Fuente estirando los brazos mientras se levantaba.-¡Creí que no llegarías nunca!
-Todo tiene su momento.-dijo con ese acento que parecía acariciar los desacostumbrados oídos de los presentes.-Aquí os dejo un poco de fruta para empezar, tostadas y churros, que me pidió ayer el señor notario.
-Gracias Fernanda. ¡Qué haríamos sin ti!
-Nada bueno, supongo.-Contestó la mujer mientras se entretenía en recoger el puñado de chismes que una noche de trabajo había dejado por doquier.

Pepo apareció al instante, enterado como siempre estaba de lo que pasaba arriba. Su aspecto era deplorable. Había adelgazado, su rostro aparecía macilento y su ropa alojaba la más nutrida colección de manchas que se puede tener.
Ni siquiera saludó, como si nunca hubiera dejado de estar allí. Se sentó con De la Fuente y el Notario y cogió un churro.
-Bien. Entonces, José Antonio, respecto de La Peligro, ¿lo ves muy mal?
-No tanto.- El notario se estaba sirviendo café. Al contrario que Pepo, José Antonio había adquirido una notable mejoría de aspecto, debido quizá a su retorno a la vida activa entre leyes, normativas, protocolos y convenios internacionales.-Según la legislación de los Emiratos, una mujer prácticamente no tiene derechos, no digamos ya un homosexual. En determinadas circunstancias, esta tendencia puede ser castigada con la pena capital.
-Joder… ¿Y te parece que no está demasiado mal?
- El marido de La Peligro ya está en el ajo en conversaciones con la Embajada y quizá esta tarde vuelen para España.-Intervino Pepo.
-Permanece atento, no debe haber sorpresas en este asunto.

-Perdonen que les haya escuchado, pero… ¿La señora Peligro está en peligro?
-No, tranquila.- Replicó el notario.-Está muy bien atendida, y su marido muy bien asesorado, aunque él no sabe por quién…
De la Fuente miró su reloj con cierta incomodidad.
-Gallardo debería estar ya aquí.
-Tenga en cuenta que es el señor comisario, tendrá asuntos que atender allá enfrente.- Fernanda participaba desde una esquina sin dejar de recoger, acomodar, ajustar y limpiar. En ese momento sonó la campana de la puerta.
-Ve usted. Ya está aquí. ¡Es un reloj de cuco!

Pepo miró divertido al excomisario mientras cogía otro churro.
-Ésta le entiende a usted mejor que su propia esposa.
-Desde luego. Con ese movimiento y esa vocecita que parece que no ha roto un plato en su vida y lo que controla la jodía.
-Volviendo a la Peligro. El caso es que con este jaleo por el momento ha inutilizado a Calatrava como agente de la organización a la que combatimos. Se ve que el corazón le puede.
-Bueno. Por ahora, amigo, por ahora.

-Buenos días… perdonad, está la cosa un poco calentita con los desahucios y la gente enfrentándose a la policía en la calle.-dijo Gallardo entrando como una sopa.-Además, está cayendo un diluvio ahora mismo.
-Habría que hacer algo con eso de los desahucios. ¿Sabías que el año que viene sólo invertiremos en antidisturbios?
-¡Joder, Gallardo, hay tanto mal rollo por ahí que necesitaríamos mil ninjas!-Suspiró De la Fuente.-Bueno, ven aquí, tómate un café y cuéntanos algo que no sepamos.
-¿Qué no sepáis? Si sois vosotros los que me informáis a mí. Por cierto, ¿dónde está ahora Antonia?

Pepo miró su móvil, marcó algunas partes de la pantalla con los dedos aceitosos y respondió con la boca llena.
-Está llegando a Abú Simbel, convenientemente camuflada como turista.
-El momento se acerca.- Gallardo saboreó su café con emoción.-¿Se sabe algo de Tetsu y Jotabé?

-Bueno, tu estrategia para dar a conocer a Tetsu, con el falso asalto a Hideiki y Klein en aquella carretera de Ginebra funcionó, como ya te dijimos.- Aclaró el Notario.
-No podía fallar… pero ¿qué es de él desde entonces?
De la Fuente respondió sin dejar de mirar a Pepo, que validaba lo que decía con breves movimientos de cabeza.
-Lo último que sabemos es que se montó en un helicóptero camino, suponemos, de ese punto que indicaste en el mapa, le obligaron a apagar el terminal y Pepo nos aconsejó que no dejara nada encendido, podrían detectarlo y mandar todo al garete.
-Realmente no sabemos nada. Estamos sordos y ciegos.
-Jotabé, a esta hora, debería estar desembarcando en… ¿cómo era?
-Wadi Halfá. La última ciudad al norte de Sudán. Le quedan aún unas horas de camello para llegar al punto de encuentro.
-Pero, habéis hablado con él.
-Hace apenas media hora.- Pepo no paraba de coger churros sin importarle llenar todo de aceite.

··
Gallardo se levantó y se dirigió a la pizarra para cambiar de posición los nombres de los implicados.
–Perfecto, -miró su reloj.-Todo debería ir bien.
-Hay un pequeño inconveniente…- dijo el Notario.-No sabemos si realmente ese punto que has marcado es el lugar que dices que es.
-Bueno.- Gallardo se volvió soltando el rotulador.-Eso decían los documentos que encontró Pepo sobre un santuario egipcio olvidado.
-Yo dije que era un santuario egipcio, nada más. El resto es de tu cosecha.
-¡Qué mejor sitio para montar esta operación! Grande, discreto y desconocido. Además hay muchos movimientos en esa dirección y está justo en el lugar idóneo para actuar rápidamente sin despertar sospechas.
-Recordad.-Intervino De la Fuente.-Cada uno de nosotros tiene una habilidad y esto sólo funcionará si trabajamos en grupo. Gallardo tiene la capacidad de deducir, tú la de acceder a los más escondidos recodos de la Red y José Antonio la de acumular información, ordenarla y facilitarla. Nadie tiene porqué dudar de las capacidades del otro.
-¿Y yo qué capacidad tengo?- Protestó Fernanda poniéndose en jarras.

Los cuatro hombres se miraron extrañados.
-Este…-De la Fuente creía que tenía que responder-Creo que tú…
-¡Les voy a decir la capacidad que tengo yo…!-Soltó el trapo sobre el móvil de Pepo.
-Usted, señor De la Fuente se va a marchar a casa a descansar y ver a su señora, que lleva casi dos días aquí.
-Pero…
-Usted, señor Notario, también tendrá que salir a que le dé el aire, y el agua, no sea que se nos mustie como una planta sin vida.
-Pero… yo..
-Y usted…-Zarandeó a Pepo por un hombro.-Usted se va a meter ahora mismo en el baño y no quiero verle salir si no es bien escamondado y perfumado, que parece un vaquero de Huánuco.
-Lo siento, Fernanda.-Se levanto el primero.-Pero tenemos que estar alertas para lo que pueda ocurrir y se acerca el momento más importante de esta operación.
-¡Precisamente por eso…!-Mientras decía esto, pasaba el trapo con furia sobre la pringosa pantalla del móvil de Pepo que, en vano, intentaba recuperarlo.-Dentro de unas horas tendréis que estar todos bien lavaditos y dormiditos para hacer lo que toque hacer. Ahora es momento de relajarse.
-¿Y yo no tengo que irme?-Preguntó divertido Gallardo.
-¿¡Usted!?-Le devolvió el móvil a su dueño limpio como la patena.-Usted ya descansó. ¿Qué pretende, que me quede yo al cuidado? ¡Demasiado tengo con esta casa de locos, llena de gente desordenada y despreocupada! Usted se queda de guardia.
-Pues creo que tiene usted razón.- Dijo De la Fuente levantándose.-Chicos, cada mochuelo a su olivo. Nos vemos dentro de cuatro horas.
Entre murmuraciones, Pepo y el Notario se levantaron y se encaminaron hacia la puerta.
-A ti, amigo, no me hace falta decirte que si pasa algo me avises inmediatamente.
-No te preocupes. Por ahora no habrá noticias, todo el mundo está en tránsito.

En el paupérrimo muelle de Wadi-Halfá, Jean-Baptiste se apeaba de la barcaza que lo había llevado desde el campamento de MSF en Sudán del Sur. Habían tenido algunos problemas en la frontera con el propio Sudán aunque, afortunadamente, una llamada recibida por el jefe del puesto pareció darles salvoconducto: los tentáculos de la Alianza eran poderosos.
El sol caía a plomo sobre las cabezas de las escasas personas que a esa hora del medio día trajinaban cerca de la pequeña ciudad. Por fortuna, Jotabé hablaba también inglés, porque a tan escasa distancia de Egipto, la población aún conservaba recuerdos de la colonización inglesa.

-Por favor, querría alquilar un par de camellos.
-¿Alquilar?-El interpelado estaba acomodando sin demasiado éxito algunos cestos sobre un montón de cuerda.-¿Cree que está en El Cairo?
-Bueno, pues, comprar.
-¿Y con qué iba a pagar?
-Tengo Euros.
-¿Cuántos?
-Perdón, creo que eso lo tendría que decir el vendedor.-Cortó el francés.
El estibador, un viejo negro todo pellejo y huesos, levantó por fin la mirada y sonrió con una boca de escasos dientes amarillos y desordenados.
-Yo no vendo camellos.
-¿Y podría decirme dónde puedo encontrar quién los venda?
-Camellos no. Una camioneta quizá.
-No, necesito camellos.
-Vaya a la ciudad y pregunte por allí. ¡Y déjeme trabajar en paz!

Jotabé se echó la mochila a la espalda y empezó a andar en dirección a la loma donde se asentaban las cincuenta o sesenta casuchas que conformaban la población sin dejar de preguntarse cuánto trabajo habría en aquel embarcadero.

··· 
Al sur, en el santuario de Horus, el invitado qatarí de Hideiki y Klein acababa de llegar a la sala de control acompañado por un par de soldados occidentales. El japonés se acercó cauteloso para recibirle.

-¿Cómo ha ido todo?
-Mejor no le contesto.-Al musulmán se le había quedado cara de asco, seguramente tras una visita al escusado.-Si pudieran acelerar todo esto, me gustaría volver cuanto antes.
-No se preocupe, será rápido. Acompáñeme al balcón, por favor.
Mientras Manuela se quedaba controlando todo sobre la mesa multimedia con el resto de oficiales, Toojo y Al Galeb subieron por unas empinadas escalerillas de metal hacia una abertura en la pared que separaba el silo de la explanada central.
-Lo que va a presenciar a continuación le convencerá completamente sobre la idoneidad de nuestra oferta.
-Eso espero, no suelo moverme por este tipo de lugares.
-Era necesario. Si no lo viera en directo no lo creería.

Al atravesar el hueco, ambos aparecieron en lo que parecía un balcón para exhortos u homilías del antiguo santuario. Desde él se divisaba perfectamente todo, la impresionante estatua de Horus, la entrada del complejo, un triángulo invertido de intensa luz. La cubierta, un entramado de líneas y rectángulos de tela, los cubículos del fondo, donde estaba alojado y, en el centro, ocupando prácticamente todo, un rectángulo vallado rodeado por hombres armados.
El balcón, a modo de atriles, disponía de dos pantallas que mostraban primeros planos de algunos aspectos del recinto.
-Un espectáculo muy cuidado.
-Un espectáculo muy real, si me lo permite.
-¿Empezamos?
Toojo tocó una de las pantallas y la imagen desapareció, siendo sustituida por un conjunto de controles: círculos, barras e indicadores.
-Observe el desarrollo de la demostración. En su pantalla puede ver más de cerca el escenario acercando la imagen hacia el lugar que desee.
-¿Y usted?
-Si no tiene inconveniente, me gustaría mostrarle antes algunos datos para que pueda entender todo lo que va a ver.
-Pero,… no hay asientos.- dijo el Al Galeb decepcionado.
-Serán solo un par de minutos.-
El invitado, con apatía, se acercó a una de ellas.
-Puede preguntar lo que desee en cualquier momento. Mire su pantalla, por favor.

En el interior del silo, Manuela y su camarilla de comandantes controlaban toda la operación, incluidas las pantallas de Al Galeb y Hideiki.
-Ya va a empezar. Sube a los combatientes.
-Enseguida.
Un gesto suave sobre la pantalla y algo empezó a moverse en las entrañas del complejo. En los pasillos metálicos que cubrían las paredes del silo los operadores extremaron la vigilancia de sus monitores, atentos a cualquier detalle para que nada saliese mal. De pronto, todo se detuvo.
Del corredor que daba a la explanada surgió la figura de Watanabe. Caminaba con decisión pero sin prisas. Observó al grupo que miraba la mesa-pantalla y sus rostros tensos, pero no se detuvo. Miró arriba y abajo. Su mirada se fijó en unos paneles llenos de cables y luces.
“Debes buscar los  paneles de comunicaciones”, recordaba la voz de Pepo mientras le enseñaba decenas de fotos de paneles. No había duda, aquel era el lugar descrito.

Se encaminó hacia la escalerilla metálica de la derecha y subió hasta la primera hilera de máquinas. Caminó por el voladizo esquivando las estatuas humanas en las que se habían convertido los operadores del complejo. En realidad, ellos se movían a la velocidad normal, era él el que lo hacía a velocidad ultra rápida. A Einstein le hubiese hecho gracia el asunto.
Por fin, tras una difícil maniobra para esquivar a un corpulento con pinta de agente de la Getapo, alcanzó los paneles.
Buscó una conexión libre, como le había dicho el tecnólogo, en el firewall: “Es el aparato con menos conexiones y pinta de más robusto”. Era el que estaba a ras de suelo.
Se sacó lo que parecía un móvil del bolsillo y le conectó un delgadísimo cable. Colocó el móvil en un hueco dentro del armario de conexiones y con delicadeza fue fijando el cable por el costado del firewall hasta llegar a la conexión frontal. Conectó el terminal del cable en ella y se levantó.

-Las jaulas están fuera. Cuando Hideiki quiera.
-Perfecto. Esperemos que todo vaya bien.
La actividad en el centro de control había vuelto a la normalidad. Todos estaban a lo suyo, quizá, algún operador notó como algunas pantallas tardaron un instante en responder, pero ya todo funcionaba como siempre.
En el panel de conexiones, oculto entre una maraña de cables, un pequeño dispositivo urgaba en las entrañas del firewall intentando encontrar un camino de entrada por sus propios medios. Eran millones de operaciones matemáticas que el propio fabricante del teléfono ignoraba que pudiera realizar el aparato, pero por fin, el móvil encontró un resquicio y se coló dentro del cortafuegos estableciendo instantáneamente una conexión encriptada con una computadora concreta, a miles de kilómetros de distancia.

-¡Tenemos conexión!- Gritó Pepo desde el baño.
-¿Qué dice señor?- Le contestó Fernanda desde el patio.
-¡Tenemos conexión!- Salió del cuarto de baño desnudo y chorreando agua en dirección a las escaleras.-¡Tiene que avisar a los otros!
-¡Pero señor, no puede andar desnudo por ahí, debe secarse y vestirse!¡Dios de mi vida… esto es una locura!
-Lo siento Fernanda, no podemos perder ni un segundo… ¡ya me vestiré!
-¡La madre que le trajo al mundo!

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