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Fernanda, en ausencia de Antonia López, se había
convertido en la plenipotenciaria gobernanta de la sede de la Fundación para la
Universalización y Estudio de la Gracia y el Arte, y ejercía su poder con esa
doble dimensión que tienen muchas mujeres y muy pocos hombres de dureza y
flexibilidad simultáneas.
Nadie la había nombrado nada, quizá como sirvienta. Pero
cuando una persona sabe lo que tiene que hacer y lo hace sin menoscabo de los
que le rodean, adquiere una suerte de liderazgo incontestable que más quisieran
para ellos los poderosos del Mundo.
Con sigilo se acercó a su marido, Gabriel, y le dijo algo
al oído mientras le ponía el desayuno en un rincón de la cocina. El hombre, con
medio buche de café en la boca, asintió sin levantar la mirada. Luego, la
mujer, terminó de cargar el carrito para los atareados integrantes de la
Alianza Inverosímil que aún rondaban por la sede y salió en dirección al
antiguo comedor reconvertido en sala de control.
-Es la hora de descansar un poco. Tenéis que desayunar.-Dijo
entrando de espaldas.
-¡Uf..!- dijo De la Fuente estirando los brazos mientras
se levantaba.-¡Creí que no llegarías nunca!
-Todo tiene su momento.-dijo con ese acento que parecía
acariciar los desacostumbrados oídos de los presentes.-Aquí os dejo un poco de
fruta para empezar, tostadas y churros, que me pidió ayer el señor notario.
-Gracias Fernanda. ¡Qué haríamos sin ti!
-Nada bueno, supongo.-Contestó la mujer mientras se
entretenía en recoger el puñado de chismes que una noche de trabajo había
dejado por doquier.
Pepo apareció al instante, enterado como siempre estaba
de lo que pasaba arriba. Su aspecto era deplorable. Había adelgazado, su rostro
aparecía macilento y su ropa alojaba la más nutrida colección de manchas que se
puede tener.
Ni siquiera saludó, como si nunca hubiera dejado de estar
allí. Se sentó con De la Fuente y el Notario y cogió un churro.
-Bien. Entonces, José Antonio, respecto de La Peligro, ¿lo
ves muy mal?
-No tanto.- El notario se estaba sirviendo café. Al
contrario que Pepo, José Antonio había adquirido una notable mejoría de
aspecto, debido quizá a su retorno a la vida activa entre leyes, normativas,
protocolos y convenios internacionales.-Según la legislación de los Emiratos,
una mujer prácticamente no tiene derechos, no digamos ya un homosexual. En
determinadas circunstancias, esta tendencia
puede ser castigada con la pena capital.
-Joder… ¿Y te parece que no está demasiado mal?
- El marido de La Peligro ya está en el ajo en
conversaciones con la Embajada y quizá esta tarde vuelen para España.-Intervino
Pepo.
-Permanece atento, no debe haber sorpresas en este
asunto.
-Perdonen que les haya escuchado, pero… ¿La señora
Peligro está en peligro?
-No, tranquila.- Replicó el notario.-Está muy bien
atendida, y su marido muy bien asesorado, aunque él no sabe por quién…
De la Fuente miró su reloj con cierta incomodidad.
-Gallardo debería estar ya aquí.
-Tenga en cuenta que es el señor comisario, tendrá
asuntos que atender allá enfrente.- Fernanda participaba desde una esquina sin
dejar de recoger, acomodar, ajustar y limpiar. En ese momento sonó la campana
de la puerta.
-Ve usted. Ya está aquí. ¡Es un reloj de cuco!
Pepo miró divertido al excomisario mientras cogía otro
churro.
-Ésta le entiende a usted mejor que su propia esposa.
-Desde luego. Con ese movimiento y esa vocecita que
parece que no ha roto un plato en su vida y lo que controla la jodía.
-Volviendo a la Peligro. El caso es que con este jaleo
por el momento ha inutilizado a Calatrava como agente de la organización a la
que combatimos. Se ve que el corazón le puede.
-Bueno. Por ahora, amigo, por ahora.
-Buenos días… perdonad, está la cosa un poco calentita
con los desahucios y la gente enfrentándose a la policía en la calle.-dijo
Gallardo entrando como una sopa.-Además, está cayendo un diluvio ahora mismo.
-Habría que hacer algo con eso de los desahucios. ¿Sabías
que el año que viene sólo invertiremos en antidisturbios?
-¡Joder, Gallardo, hay tanto mal rollo por ahí que
necesitaríamos mil ninjas!-Suspiró De la Fuente.-Bueno, ven aquí, tómate un
café y cuéntanos algo que no sepamos.
-¿Qué no sepáis? Si sois vosotros los que me informáis a
mí. Por cierto, ¿dónde está ahora Antonia?
Pepo miró su móvil, marcó algunas partes de la pantalla con
los dedos aceitosos y respondió con la boca llena.
-Está llegando a Abú Simbel, convenientemente camuflada
como turista.
-El momento se acerca.- Gallardo saboreó su café con emoción.-¿Se
sabe algo de Tetsu y Jotabé?
-Bueno, tu estrategia para dar a conocer a Tetsu, con el
falso asalto a Hideiki y Klein en aquella carretera de Ginebra funcionó, como
ya te dijimos.- Aclaró el Notario.
-No podía fallar… pero ¿qué es de él desde entonces?
De la Fuente respondió sin dejar de mirar a Pepo, que
validaba lo que decía con breves movimientos de cabeza.
-Lo último que sabemos es que se montó en un helicóptero
camino, suponemos, de ese punto que indicaste en el mapa, le obligaron a apagar
el terminal y Pepo nos aconsejó que no dejara nada encendido, podrían
detectarlo y mandar todo al garete.
-Realmente no sabemos nada. Estamos sordos y ciegos.
-Jotabé, a esta hora, debería estar desembarcando en…
¿cómo era?
-Wadi Halfá. La última ciudad al norte de Sudán. Le
quedan aún unas horas de camello para llegar al punto de encuentro.
-Pero, habéis hablado con él.
-Hace apenas media hora.- Pepo no paraba de coger churros
sin importarle llenar todo de aceite.
··
Gallardo se levantó y se dirigió a la pizarra para
cambiar de posición los nombres de los implicados.
–Perfecto, -miró su reloj.-Todo debería ir bien.
-Hay un pequeño inconveniente…- dijo el Notario.-No
sabemos si realmente ese punto que has marcado es el lugar que dices que es.
-Bueno.- Gallardo se volvió soltando el rotulador.-Eso
decían los documentos que encontró Pepo sobre un santuario egipcio olvidado.
-Yo dije que era un santuario egipcio, nada más. El resto
es de tu cosecha.
-¡Qué mejor sitio para montar esta operación! Grande,
discreto y desconocido. Además hay muchos movimientos en esa dirección y está
justo en el lugar idóneo para actuar rápidamente sin despertar sospechas.
-Recordad.-Intervino De la Fuente.-Cada uno de nosotros
tiene una habilidad y esto sólo funcionará si trabajamos en grupo. Gallardo
tiene la capacidad de deducir, tú la de acceder a los más escondidos recodos de
la Red y José Antonio la de acumular información, ordenarla y facilitarla.
Nadie tiene porqué dudar de las capacidades del otro.
-¿Y yo qué capacidad tengo?- Protestó Fernanda poniéndose
en jarras.
Los cuatro hombres se miraron extrañados.
-Este…-De la Fuente creía que tenía que responder-Creo
que tú…
-¡Les voy a decir la capacidad que tengo yo…!-Soltó el
trapo sobre el móvil de Pepo.
-Usted, señor De la Fuente se va a marchar a casa a
descansar y ver a su señora, que lleva casi dos días aquí.
-Pero…
-Usted, señor Notario, también tendrá que salir a que le
dé el aire, y el agua, no sea que se nos mustie como una planta sin vida.
-Pero… yo..
-Y usted…-Zarandeó a Pepo por un hombro.-Usted se va a
meter ahora mismo en el baño y no quiero verle salir si no es bien escamondado
y perfumado, que parece un vaquero de Huánuco.
-Lo siento, Fernanda.-Se levanto el primero.-Pero tenemos
que estar alertas para lo que pueda ocurrir y se acerca el momento más
importante de esta operación.
-¡Precisamente por eso…!-Mientras decía esto, pasaba el
trapo con furia sobre la pringosa pantalla del móvil de Pepo que, en vano,
intentaba recuperarlo.-Dentro de unas horas tendréis que estar todos bien
lavaditos y dormiditos para hacer lo que toque hacer. Ahora es momento de
relajarse.
-¿Y yo no tengo que irme?-Preguntó divertido Gallardo.
-¿¡Usted!?-Le devolvió el móvil a su dueño limpio como la
patena.-Usted ya descansó. ¿Qué pretende, que me quede yo al cuidado?
¡Demasiado tengo con esta casa de locos, llena de gente desordenada y
despreocupada! Usted se queda de guardia.
-Pues creo que tiene usted razón.- Dijo De la Fuente
levantándose.-Chicos, cada mochuelo a su olivo. Nos vemos dentro de cuatro
horas.
Entre murmuraciones, Pepo y el Notario se levantaron y se
encaminaron hacia la puerta.
-A ti, amigo, no me hace falta decirte que si pasa algo
me avises inmediatamente.
-No te preocupes. Por ahora no habrá noticias, todo el
mundo está en tránsito.
En el paupérrimo muelle de Wadi-Halfá, Jean-Baptiste se
apeaba de la barcaza que lo había llevado desde el campamento de MSF en Sudán
del Sur. Habían tenido algunos problemas en la frontera con el propio Sudán
aunque, afortunadamente, una llamada recibida por el jefe del puesto pareció
darles salvoconducto: los tentáculos de la Alianza eran poderosos.
El sol caía a plomo sobre las cabezas de las escasas
personas que a esa hora del medio día trajinaban cerca de la pequeña ciudad.
Por fortuna, Jotabé hablaba también inglés, porque a tan escasa distancia de
Egipto, la población aún conservaba recuerdos de la colonización inglesa.
-Por favor, querría alquilar un par de camellos.
-¿Alquilar?-El interpelado estaba acomodando sin
demasiado éxito algunos cestos sobre un montón de cuerda.-¿Cree que está en El
Cairo?
-Bueno, pues, comprar.
-¿Y con qué iba a pagar?
-Tengo Euros.
-¿Cuántos?
-Perdón, creo que eso lo tendría que decir el vendedor.-Cortó
el francés.
El estibador, un viejo negro todo pellejo y huesos,
levantó por fin la mirada y sonrió con una boca de escasos dientes amarillos y
desordenados.
-Yo no vendo camellos.
-¿Y podría decirme dónde puedo encontrar quién los venda?
-Camellos no. Una camioneta quizá.
-No, necesito camellos.
-Vaya a la ciudad y pregunte por allí. ¡Y déjeme trabajar
en paz!
Jotabé se echó la mochila a la espalda y empezó a andar
en dirección a la loma donde se asentaban las cincuenta o sesenta casuchas que
conformaban la población sin dejar de preguntarse cuánto trabajo habría en
aquel embarcadero.
···
Al sur, en el santuario de Horus, el invitado qatarí de
Hideiki y Klein acababa de llegar a la sala de control acompañado por un par de
soldados occidentales. El japonés se acercó cauteloso para recibirle.
-¿Cómo ha ido todo?
-Mejor no le contesto.-Al musulmán se le había quedado
cara de asco, seguramente tras una visita al escusado.-Si pudieran acelerar
todo esto, me gustaría volver cuanto antes.
-No se preocupe, será rápido. Acompáñeme al balcón, por
favor.
Mientras Manuela se quedaba controlando todo sobre la
mesa multimedia con el resto de oficiales, Toojo y Al Galeb subieron por unas empinadas
escalerillas de metal hacia una abertura en la pared que separaba el silo de la
explanada central.
-Lo que va a presenciar a continuación le convencerá
completamente sobre la idoneidad de nuestra oferta.
-Eso espero, no suelo moverme por este tipo de lugares.
-Era necesario. Si no lo viera en directo no lo creería.
Al atravesar el hueco, ambos aparecieron en lo que
parecía un balcón para exhortos u homilías del antiguo santuario. Desde él se
divisaba perfectamente todo, la impresionante estatua de Horus, la entrada del
complejo, un triángulo invertido de intensa luz. La cubierta, un entramado de
líneas y rectángulos de tela, los cubículos del fondo, donde estaba alojado y,
en el centro, ocupando prácticamente todo, un rectángulo vallado rodeado por
hombres armados.
El balcón, a modo de atriles, disponía de dos pantallas
que mostraban primeros planos de algunos aspectos del recinto.
-Un espectáculo muy cuidado.
-Un espectáculo muy real, si me lo permite.
-¿Empezamos?
Toojo tocó una de las pantallas y la imagen desapareció,
siendo sustituida por un conjunto de controles: círculos, barras e indicadores.
-Observe el desarrollo de la demostración. En su pantalla
puede ver más de cerca el escenario acercando la imagen hacia el lugar que
desee.
-¿Y usted?
-Si no tiene inconveniente, me gustaría mostrarle antes
algunos datos para que pueda entender todo lo que va a ver.
-Pero,… no hay asientos.- dijo el Al Galeb decepcionado.
-Serán solo un par de minutos.-
El invitado, con apatía, se acercó a una de ellas.
-Puede preguntar lo que desee en cualquier momento. Mire
su pantalla, por favor.
En el interior del silo, Manuela y su camarilla de comandantes
controlaban toda la operación, incluidas las pantallas de Al Galeb y Hideiki.
-Ya va a empezar. Sube a los combatientes.
-Enseguida.
Un gesto suave sobre la pantalla y algo empezó a moverse
en las entrañas del complejo. En los pasillos metálicos que cubrían las paredes
del silo los operadores extremaron la vigilancia de sus monitores, atentos a
cualquier detalle para que nada saliese mal. De pronto, todo se detuvo.
Del corredor que daba a la explanada surgió la figura de Watanabe.
Caminaba con decisión pero sin prisas. Observó al grupo que miraba la mesa-pantalla
y sus rostros tensos, pero no se detuvo. Miró arriba y abajo. Su mirada se fijó
en unos paneles llenos de cables y luces.
“Debes buscar los paneles de comunicaciones”, recordaba la
voz de Pepo mientras le enseñaba decenas de fotos de paneles. No había duda,
aquel era el lugar descrito.
Se encaminó hacia la escalerilla metálica de la derecha y
subió hasta la primera hilera de máquinas. Caminó por el voladizo esquivando
las estatuas humanas en las que se habían convertido los operadores del
complejo. En realidad, ellos se movían a la velocidad normal, era él el que lo
hacía a velocidad ultra rápida. A Einstein le hubiese hecho gracia el asunto.
Por fin, tras una difícil maniobra para esquivar a un
corpulento con pinta de agente de la Getapo, alcanzó los paneles.
Buscó una conexión libre, como le había dicho el
tecnólogo, en el firewall: “Es el aparato con menos conexiones y pinta de más
robusto”. Era el que estaba a ras de suelo.
Se sacó lo que parecía un móvil del bolsillo y le conectó
un delgadísimo cable. Colocó el móvil en un hueco dentro del armario de
conexiones y con delicadeza fue fijando el cable por el costado del firewall
hasta llegar a la conexión frontal. Conectó el terminal del cable en ella y se
levantó.
-Las jaulas están fuera. Cuando Hideiki quiera.
-Perfecto. Esperemos que todo vaya bien.
La actividad en el centro de control había vuelto a la
normalidad. Todos estaban a lo suyo, quizá, algún operador notó como algunas
pantallas tardaron un instante en responder, pero ya todo funcionaba como
siempre.
En el panel de conexiones, oculto entre una maraña de
cables, un pequeño dispositivo urgaba en las entrañas del firewall intentando
encontrar un camino de entrada por sus propios medios. Eran millones de
operaciones matemáticas que el propio fabricante del teléfono ignoraba que
pudiera realizar el aparato, pero por fin, el móvil encontró un resquicio y se
coló dentro del cortafuegos estableciendo instantáneamente una conexión
encriptada con una computadora concreta, a miles de kilómetros de distancia.
-¡Tenemos conexión!- Gritó Pepo desde el baño.
-¿Qué dice señor?- Le contestó Fernanda desde el patio.
-¡Tenemos conexión!- Salió del cuarto de baño desnudo y
chorreando agua en dirección a las escaleras.-¡Tiene que avisar a los otros!
-¡Pero señor, no puede andar desnudo por ahí, debe
secarse y vestirse!¡Dios de mi vida… esto es una locura!
-Lo siento Fernanda, no podemos perder ni un segundo… ¡ya
me vestiré!
-¡La madre que le trajo al mundo!
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