04 - Los Apoderados

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Como todas las mañanas, el Notario estaba el primero para entrar en el Ok-Corral. No le importaba el olor a humedad, cerveza rancia y orines que tenía el cuchitril de Manolo Gómez nada más levantar la persiana. Llevaba su periódico y con eso le bastaba.

-Buenos días, don José Antonio.
-Buenos días, Manolo.
-¿Cómo está hoy la cosa?- preguntó haciendo un gesto hacia el diario.
-Aún no lo he leído pero mire…- le mostró la portada.

El ministerio ha actuado rápida y eficazmente con los inmigrantes que intentaban pasar a Melilla

-Esto me recuerda a hace diez años. ¿Qué fue lo que dijo el presidente?
-Sí, cómo era…
Los dos se quedaron pensando. Nadie recuerda lo que dicen los presidentes, afortunadamente para ellos.
-¡Ah, sí!: “Teníamos un problema y lo hemos solucionado”- Contestó el Notario.
-Pero, ¿luego no aparecieron cadáveres en la frontera de Argelia?
-Es cierto. Creo que fue una chapuza criminal.
-Pero esta vez llevan móviles.- Dijo Manolo encendiendo la máquina del café.-Creo que una de esas organizaciones de derechos humanos los controla.
-Qué fácil, ¿verdad?
El camarero no captó la ironía.
-En fin. Voy a sentarme. Cuando puedas, me traes un café.
-En cuanto que la máquina esté preparada.

Mientras tanto, a mitad de la plaza, Paco el Camboyano se despedía de Jotabé después de haberle facilitado un chándal y unas deportivas de su nueva talla.
-Bueno, creo que ya es mi hora. Nos vemos esta noche, si es que nos vemos.
-¿Dónde vas?
-A mi ataúd.
El francés se sorprendió.
-¡Ja, ja! No hombre. Me largo a no sé dónde, la verdad. Ahora aparecerá Antonia, no te preocupes.- Tocó el hombro, que le pillaba muy arriba. -El acuerdo entre ambos es que yo estoy de noche y ella de día, no debemos saltárnoslo salvo por circunstancias excepcionales. Claro que en ese caso está la Ninja.
-Bueno pues que descanses, allá donde sea que vayas.
-Gracias amigo. Fernanda te traerá el desayuno, supongo que tendrás hambre.
-Más de la que gecuegdo habeg tenido nunca.
-Normal, para alimentar ese nuevo cuerpo.
-¿Tú cgees que Antonia podgá explicagmelo mejog?
-Seguro. Antonia es muy lista.

Paco cerró la puerta tras de sí dejando a Jean-Baptiste solo en una pequeña sala.
Había una mesa de comedor de color blanco, ocho sillas, un par de estanterías con menaje, muchas macetas con plantas frondosas y una gran ventana con visillos que daba a la Alameda y por la que entraba la fría luz de la mañana.
Tomó asiento calculando cuánto espacio necesitaba ahora para no tirar nada con sus nuevas piernas. Durante el tiempo de espera estuvo probando a levantar la mesa con una mano sorprendido de lo ligera que le resultaba a pesar de tener una tapa de grueso cristal. La puerta se abrió de golpe y él dejó caer la mesa sorprendido. El ruido fue considerable.
-¡Ay señor!¡Tenga cuidado, que las cosas cuestan dinero!
Fernanda entraba con un carrito lleno de viandas.
-Lo… lo siento, no volvegá a ocuggig.
-Bueno, aquí llega el desayuno, espero que le apetezca algo de lo que traigo. Ya me dijo la señora Antonia que tuviera mucha comida preparada porque iban a volver ustedes muy temprano.
-Pues sí que es lista, si.
-Si usted supiera don Jotabé.
-Pegdón, ¿usted no es de aquí?-dijo sin dejar de mirar la comida.
-No señor, soy peruana. Llevo aquí cuatro años y estaba a punto de volver a mi país cuando la señora me llamó.
-Y la contgató.
-A mí y a mi marido, lo que pasa es que él trabaja fuera, ya sabe, haciendo recados.
-¿Gecados?
-Sí.
Fernanda iba distribuyendo los platos por toda la mesa: huevos y costillas fritas acompañados de cebolla cruda, una especie de rollitos o burritos atados, salteado de verduras y carne, tostadas, cuencos con mantequilla, guacamole, mermelada.
-La señora es muy buena con nosotros.
-Y con nosotgos- dijo el francés intentando que no se le escapara la saliva de la boca.-¿Se puede sabeg qué es todo esto?
-Ay, mire usted. Eso de allí son huevos fritos, aquello es chicharrón, más acá tiene los tamales, riquísimos, están rellenos de pollo, en aquella esquina…
-Déjelo, déjelo. Con su pegmiso me voy a sentag, me muego de hambge.
-Ahí queda, señor. Que lo disfrute.
Sonó la campanilla de la puerta.
-¿Ve? Nuca se equivoca.

A pocos metros de allí, Manolo empezaba a poner los platillos para la inminente llegada de los primeros cafeteros sin perder de vista al Notario que ojeaba el periódico pasando las páginas compulsivamente.
-¿Qué le pasa, no encuentra lo que busca?
-¿Cómo?- El notario se detuvo y le miró.-No, estoy leyendo el periódico, como todos los días.
-¿Cómo puede leer el periódico si no se para en una página más de una décima de segundo?
-¿Qué?
-Si hombre, que está pasando las páginas muy rápido, como si buscara algo.
-Pues le aseguro que lo estoy leyendo. Y entendiendo.
José Antonio se quedó boquiabierto al finalizar la frase.
-¡Caramba! Sí que es raro.- Se levantó y se dirigió a la estantería del fondo, tomó una de las pequeñas novelas de Marcial Lafuente y la abrió. Pasó un dedo por las páginas pasándolas como si estuviese haciendo juegos malabares con una baraja de cartas. Llegó al final.
-¡Ya está!
-¿Se encuentra bien?
-¡Caramba, no! No me encuentro nada bien. Estoy asustado.
Miró a todas partes, aturdido, se llevó las manos a la cabeza. Se dirigió a la puerta y salió del bar deteniéndose para volver a mirar en todas direcciones.
-Don José Antonio, ¿quiere que llame a un médico?-dijo Manolo saliendo alarmado de detrás de la barra.
Pero el Notario no contestó, caminaba a toda velocidad en dirección a la casa de Antonia López, necesitaba una explicación.

··
-¿Dónde están los rollitos esos de pollo?-La Peligro entró como una elefanta enloquecida en el pequeño comedor donde Jotabé daba cuenta del desayuno.
-Hola Peliggo. ¿Ya le ha contado lo que tenemos paga desayunag, Fegnanda?
-No señor, se lo ha imaginado ella sola.
-No me lo he imaginado.-dijo acercándose a la mesa con su enorme manaza por delante.-Os he escuchado desde la calle.
-Eso es imposible: la ventana está ceggada y la calle está al otgo lado del jagdín.
-Desde luego señor. Y además, usted es muy educado y no levanta nunca la voz.
-Ese es mi problema esta mañana.- contestó con un tamal en la mano. -Lo escucho todo, TODO. Por ejemplo, escucho a Antonia bajando las escaleras y a alguien tecleando en un ordenador abajo, creo que es Pepo, por el sonido de su respiración.
-¿Pepo?
-Desde luego el señor don José está abajo en el sótano, lleva toda la noche trabajando, pero desde acá no se le escucha.
-¿Ves, franchute? Estoy absolutamente brebadada pada esbiad gualquied coza.- El pollo del relleno se peleaba con la lengua de la gorda que intentaba hablar y comer a la vez.
-¿Así que esa es tu nueva habilidad?
-Si- tragó sin masticar.- La tuya es que te has puesto muy… cachas. No está mal. Pero la mía es más divertida.
-Todos tenéis habilidades nuevas.- Antonia entró sonriente y relajada, como el día anterior.
-¡Ah, señora, no la había escuchado acercarse!
-Yo zi.
-Peligro, Jotabé… -Se acercó al otro extremo de la mesa.-Bienvenidos de nuevo. Pero siéntate mujer, que estás en tu casa.
Sonó de nuevo la campana.
-Ahí llega otra visita.- dijo la peruana saliendo del comedor.
-Es el Notario.- El francés la miró extrañado.
-Respira como los tísicos: A golpes cortos y rápidos.
-Jodeg, Peliggo, ¡qué peliggo!
-Y que lo digas hijo, no pienso perderme nada de lo que hablen a mi alrededor. Dentro de un par de días seré el “travestí” más informado del mundo.
-De eso se trata.- dijo Antonia mientras se servía un café.

-¿Están todos?- Pepo entró sin detenerse. Parecía que había estado luchando con un par de osos: desarrapado, cansado, sucio y, por la expresión, también hambriento.
-Faltan los polis, pero ya están a punto de salir.
-¿Los escuchas desde aquí?-El francés no sabía si mirar a la travelo o a la comida.
-Y más allá.
Pepo rebuscaba entre los platos sin prestar mucha atención.
-¿Y no te vuelves loca?
-No, puedo elegir lo que escucho, es estupendo.
-Hola… ¿Antonia?
De detrás de la desmesurada Peligro asomó la cabeza algo despeinada de Antonia.
-Estoy aquí, José Antonio, siéntate con nosotros. ¿Quieres tomar algo?
-Eh… Esto, yo venía porque…
-Ya lo sabemos.- dijo Jotabé apartándose un par de huevos fritos.- Has descubierto que tienes una nueva habilidad.
-¡Vaya, tú estás más…!
-¡Más fuerte y alto!- dijo Pepo dejándose caer sobre la silla junto a Antonia.
-Shhh… tranquilo.-La folklórica no parecía alterarse mientras se untaba mantequilla en una tostada.-Cada uno tiene lo suyo.
-Pero a mí siempre me toca del lado de la cabeza. Un poquito de cuerpo no me vendría mal.
-¿¡Qué quieges desig, que yo soy todo cuegpo y poca cabesa!?
-¡Eh…!-intervino La Peligro-Todo el mundo callado, que llega la autoridad.
Sonó la puerta.
-Voy a abrir. Procuren sentarse y tranquilizarse, por favor.
-Eso, todos tranquilos, que estamos desayunando.

El comisario Gallardo venía acompañado de Juan Carlos De la Fuente. Los dos parecían preocupados. Antonia, con una sonrisa luminosa, les invitó a sentarse.
-¿Un café?
Ambos policías se miraron y asintieron sentándose entre el francés y la travelo que se peleaban por los trozos de lomo salteado.
-¿Y bien?- Dijo ofreciéndole una taza a De la Fuente.
-He estado pensando toda la noche.- tomó la taza y la puso cuidadosamente en un resquicio de la mesa entre platos manchados de restos.-Y creo que esto no funcionará. Es imposible que funcione.
-¿Puede explicarse mejor?
Sonó la campana de la puerta.

-Verá. A falta de evaluar las capacidades de una sola persona con poderes excepcionales,-hizo un gesto hacia Antonia,-he estado analizando las necesidades de una organización para la lucha contra el… Mal. Me refiero a El Mal en mayúsculas.
De la Fuente apartó la taza y sacó un papel arrugado de su bolsillo que extendió sobre las migas de pan. Había garabatos, cuadrados y flechas en lo que parecía un organigrama.
-Empezando por lo más básico, necesitaríamos un grupo operativo.
-¿Lo qué?-preguntaron a su izquierda.
-Un grupo de personas armadas, entrenadas y disponibles para su despliegue e intervención rápida en cualquier momento.
-¡Am…!
-Lo tenemos.- dijo Antonia mirando a Jotabé que se quedó con medio tamal colgando de la boca. De la Fuente miró al chico y, tras comprobar que había cambiado de aspecto, se le quedó mirando incrédulo.
-Eh… si se gefiegen a mí, cgeo que exagegan.
El ex comisario se volvió hacia su anfitriona.
-He dicho un grupo.
-Un grupo es a partir de dos ¿no?
La puerta de la sala se abrió y apareció Tetsu Watanabe, aparentemente con el mismo aspecto.
-Entra Tetsu, ahora justo estábamos hablando de ti. Continúe De la Fuente, por favor.
-Necesitaríamos un servicio de inteligencia.- Miró a La Peligro y aclaró.-Espías.
-De eso no se tiene que preocupar. –Contestó pasándose la mano por el pecho. -Aquí tiene a la Matahari del siglo XXI.
El comisario Gallardo se acercó al oído de su ex compañero y le susurró:”Esto es ridículo”
-De eso nada. Yo…- Protestó la gorda como un disparo.
-Por favor. Dejemos que Juan Carlos termine.

-¿Crees que merece la pena?
-Inténtelo.
De la Fuente suspiró.- De acuerdo.
Antonia se echó hacia atrás e hizo un gesto de agradecimiento.
-En tercer lugar, y dado los tiempos que corren, necesitaríamos un control absoluto de los sistemas de telecomunicaciones mundiales. Y creo que eso está fuera de nuestro alcance, ¿no es cierto, Pepo?
-Casi lo tenemos.- Pepo se incorporó.-He establecido una red zombi que abarca todo el globo. Durante la noche estuve creando un nuevo sistema operativo neuronal para controlarla, lo que nos permitirá una potencia de cálculo de aproximadamente.-Pensó un segundo.- 8 petafolps.
-¡Uy… qué locura de noche!
Pepo obvió el comentario de “la Matahari” y continuó.
-Además, junto con unos viejos amigos de aquí y allá, hemos estado desplegando una conexión encriptada de anillos concéntricos-redundantes que…
-Déjalo Pepo.-interrumpió De la Fuente.-Ni sabemos de lo que hablas ni creo que podamos llegar a usar eso que tan duramente habéis preparado tú y tus “amigos”.

···
A pesar de la confianza en Antonia, De la Fuente parecía ejercer una fuerte influencia con sus bien razonados argumentos. La verdad es que esto sólo se le podía ocurrir a un desquiciado: un notario parado, un francés embrutecido, un travelo cotilla, un friki pirado… ¿cómo se puede luchar contra El Mal con eso?
Todos lo entendían así, y la tristeza se fue extendiendo. Nadie se percató de que el japonés había aparecido junto a Antonia de repente, enfrascados como estaban en sus cuitas de organización contra el crimen.
La anfitriona tomó de nuevo la palabra.

-Está bien, tomamos nota. ¿Alguna carencia más?
-La Información. No nos basta con tener acceso a la información. Necesitamos digerirla. No tendríamos tiempo para asimilar esa cantidad de datos e interrelacionarlos entre sí ni en mil años.
-Eh…-El notario sonrió por primera vez.-Creo que yo podría ayudar…
-¡Venga ya!-Saltó el ex comisario levantándose airado.-Esto es ridículo. Seguro que también tenemos alguien con una intuición sobredimensionada.
-¡Ejem!-Tosió Gallardo.
-¡Gallardo!¿Tú también?¿No estabas conmigo en esto?
-Bueno, y lo estoy. Lo que pasa es que desde anoche creo que sé por donde tenemos que empezar, pero no me has dejado contártelo.
-¡Manda huevos…!
-¿Qué más nos falta?
De la Fuente resopló, cansado de luchar contra una pandilla de energúmenos que se creía capaz de salvar el mundo. Pensó un segundo y, mirando a Antonia, se atrevió a decir.

-Hace falta alguien que sea capaz de controlar y coordinar todo esto. No estoy hablando de una superheroína, estoy hablando de alguien que sepa dirigir un grupo.
Todos se le quedaron mirando. Hasta Watanabe, que, sin que nadie se hubiese dado cuenta, había hecho desaparecer el pan y el guacamole.
-¡He dicho que hace falta alguien que dirija esto!
Siguieron mirándole.
-¿Cómo?- De la Fuente se alejó de la mesa y se puso a hacer aspavientos.-¡Tengo sesenta y cinco años! Estoy a punto empezar a mearme encima. ¿Cómo quieren que controle al grupo?
Antonia se levantó y se limpió la comisura de los labios con una servilleta. Luego se dirigió a la salida y dijo abriendo la puerta sin volverse.
-Ya lo está haciendo.

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