LUNES
Pepa, la yerbas, al enterarse de que Groenlandia se había
derretido en cuatro días se había intentado suicidar con una sobredosis de
valeriana. Afortunadamente el desmentido de la NASA llegó justo a tiempo para
evitarlo, o casi: aquellos días Pepa anduvo
más tranquila. Bastante más tranquila.
Pero al margen de los fervores verdosos, el tiempo había
cambiado, y eso era un hecho irrefutable que estaba hundiendo los negocios
veraniegos a velocidad de mercado de valores.
Los vendedores de chanclas, camisetas, ventiladores y helados
estaban en pié de guerra. Aquél frío polar en pleno verano no era otra cosa
sino un ataque inmisericorde del cambio climático a la economía local.
Sin embargo, a las diez de la noche y a pesar del viento
desapacible y de la falta de tertulianos por los alrededores, Jean Baptiste,
como un caniche amaestrado, reprodujo su ceremonia de despliegue de la terraza.
Puso las mesas, las velitas y las cartas de cócteles y se quedó un rato mirando
todo desde la puerta. Al final de la acera, justo en la esquina contraria a la
comisaría, un negocio siempre floreciente continuaba con su actividad.
¿Por qué en una sociedad estupefacta seguía funcionando
el negocio de la estupefacción? Misterios del alma humana que dejamos para un
futuro programa de Redes.
-Quillo- dijo un joven famélico vestido con un impecable
chándal blanco de marca Puma desde su esquina.-Me estoy quedando como un polo.
-Dímelo a mí, que me meo como un perrillo chico.-
Contestó el otro sin dejar de moverse.
-Lo que necesitamos es un poco de alcohol. ¿Por qué no te
vas a comprar unos botellines?
-¿Cerveza? Son más de las diez, ya no venden alcohol a la
calle.
-En el Ok-Corral, el franchute
aún no se ha enterado de la ley, él te las vende, además-Miró al bar desde la
lejanía.-Como tiene el negocio canino no opondrá resistencia.
-Está bien.- dijo levantándose del pivote en el que
descansaba.-Pero la próxima ronda va otro.
-Claro, claro.
El Christian, el Kevin y el Richal comerciaban con
estupefacientes, como dirían los polis de la acera de enfrente, aunque ellos
creían que sólo vendían grifa. Sus pintas eran lo suficientemente explícitas
para que un comprador cualquiera pudiera reconocerlos como camellos a cierta
distancia. La policía también, aunque solía hacer la vista gorda pues se
trataba de pequeños traficantes, nada de cárteles colombianos, mucho más
lucidos de atrapar.
Al cabo del rato, el Richal continuaba sin aparecer.
-Quillo, qué tarda el moreno.
El Christian asomó la cabeza para mirar en dirección al
bar. El francés estaba plegando la persiana. Miró un peluco más grande que el
Big-Ben, aunque eso sí, blanco nacarado.
-¿Qué raro, este sin aparecer y a las diez y media
cerrando el bar…?¿Qué pasará?
-No te comas el tarro. El Richal sabe perfectamente cómo
buscarse la vida.
El Christian buscaba a su compañero de menudeo en todo lo
que alcanzaba su vista cuando lo localizó. Iba flanqueado por un par de agentes
mientras subía las escalinatas de la comisaría. Una señora y un tipo con pinta
de lechuguino les seguían. Una poli miraba cómo el francés terminaba de cerrar
el bar.
-Totalmente. Ha ido a mear y le han detenío.
-¿Cómo?
-Y por ahí viene una furgona
de la pasma. Vienen pacá. ¡Me cago en to!¡Por patas!
Por patas, que sería un buen grito de guerra para
cualquier ánade macho, en este contexto significaba que había que poner tierra
de por medio. Con una habilidad aprendida en los más turbios arrabales de la
ciudad, el Christian y el Kevin se deshicieron de los pequeños paquetes de
hachís metiéndolos en huecos de la pared donde apenas hacía unos segundos
descansaban sus huesos y salieron corriendo cada uno en una dirección. Los
policías tampoco andaban cortos de estrategia y, tras un frenazo de la
furgoneta, cuatro agentes se apearon y empezaron a correr por parejas tras cada
uno de los camellos.
-¿Has visto eso?- dijo el gordo en camiseta de una de las
ventanas.
-¿Qué?- contestó su mujer, quién a falta de veraneo propio
intentaba no perder detalle del de los famosos.
-Redada. Por fin van a coger a esos grifotas.
-¡Coño! Otra vez se ha reconciliao.
-¿Quién?
-La Esteban.
-¡Bah! Te interesa más esa gente que tus vecinos.
-Para qué preocuparse. Mañana estarán otra vez ahí.
MARTES
El Ok-Corral parecía la comisaría de Hill-Street cuando
pasaban lista. Lo que por un lado tranquilizaba y por otro dejaba a Jean
Baptiste poniendo solo cafés y donuts y alejaba al resto de la clientela, mucho
más costeada.
-Perdona por lo de anoche. Es que hemos detectado la
entrada de hachís con Ketamina y ya van dos ciudadanos que se han quedado
colgados para siempre.
-Pego si llenáis esto de polisías no lo cogegéis pogque
no vendgán aquí.
-No, desde luego. Estos lo que están es viendo las
olimpiadas, no te preocupes que ahora mismo los pongo a currar. Por cierto…
¿Esa de ahí no estará hasta arriba de grifa?- La sargento Rubio señaló a Pepa,
que jugueteaba con una servilleta como si fuese una mariposa.
-No, que va, solo tiene sobgedosis de valegiana.
-¡Todo el mundo a la comisaría…!¡Venga!
Los policías protestaron justo cuando Usain Bolt ganaba
una carrera espectacular.
-Joder, qué tío.
-Y pensar que es jamaicano.
-¿Cómo Bob Marley?
-Efectivamente.
-Pues este parece más espabilao.
-Ya te digo.
Desde el otro extremo de la plaza, el Christian, el Kevin
y el Richal observaban la procesión de pitufos en dirección a la comisaría.
-Joder tío. Por poco. ¿Qué estarán buscando?
-¿No viste a la tía esa… cómo se llama?
-Te refieres a la colgada que come rábanos ecológicos.
-Y de los otros. Ja, ja…
-¡Que va…! De los otros no. Si probara los otros le daban
por culo a Green Peace.
Rieron con esa risa tonta que sólo tienen las
adolescentes con el pavo y todos los demás después de un par de canutitos.
-Creo que se llama Pepa. Algunas veces nos compra.
-Pues ha tenío que cambiar de proveedor. Llevaba un ciego
del quince. Y creo que aún le dura.
-Tiene que ser la mierda que trae el Juseín.
-¿Tu la has probado?
-No, pero la Jenni lo hizo y está todavía viendo pájaros
de colores.
-Joé, qué guaapo.- dijo el Richal con cara de bobo.
-¿Le compramos algo y lo probamos?
Los tres se miraron.
-¡Ah, no!- protesto el Richal,-¡De eso nada, que siempre
me toca a mí!
-¡Anda moreno, si eres el que mejor te mueves por el
barrio del Juseín.
-Está bien, pero de lo que vendáis la mitad es mío.
-Claro, claro.
El Richal se separó del grupo y se metió entre las calles
sin percatarse de que un tipejo con más mala pinta que el señor Barragan se
separaba de la pared y empezaba a seguirle.
“Crissskkk”, sonó un chasqueo en la oreja del tipo.
-El palomo ha emprendido el vuelo. Cambio.- dijo el
perseguidor entre dientes.
Otro chasqueo.
-Suelta al halcón. Cambio.-Sonó en su oreja.
-El halcón ya vuela. Cambio.
-Procura que no lo alcance, sólo ver en qué palomar
anida. Cambio.
-Sin problemas. Cambio y corto.
En la comisaría, Montilla se volvió hacia la sargento
Rubio.
-Uno de los camellos se ha separado. Castillo le sigue.
-¿Tú crees que Castillo sirve para esto?
-A falta de otro mejor.
-¡Qué mierda de recortes!
-Y además sin paga extra, entran ganas de dejarlos
traficar con lo que quieran.
-Bueno. El deber es lo primero.
“Eso es lo que los ricos nos cuentan para tenernos
cogidos de los huevos”
-A ver si somos capaces de encontrar de dónde sale el
hachís con Ketamina.
-A ver…
MIÉRCOLES
Junto a la centralita, Montilla alucinaba presenciando
“El Debate” entre la sargento Rubio (la porra más grande de la comisaría) y el
agente Castillo, ahora disfrazado de cocainómano de postín.
-Te he dicho que los agentes especiales están en otra
cosa.
-Ya, si me dice usted que están pillando banqueros…
-No, no lo creo. Tu a lo tuyo y olvídate de tu faceta de
ciudadano y concéntrate en ser un policía.
Un par de técnicos se acercaron a Castillo y empezaron a
medio desnudarle insertándole pegatinas y pequeños objetos intrascendentes en
los bolsillos y forros de la ropa.
-¿Y esto qué es?
-Son localizadores y micrófonos para poder escuchar lo
que hablas y poderte localizar.
-En un vertedero.
-¡Joder Castillo, que esto no es una peli de Tarantino!
-No, claro, como usted se queda en la furgoneta, ahí….
“rascándose el coño.”- Esto último no lo dijo, pero lo pensó. Lo pensó él y
todos los demás.
-Todavía te voy a meter un paquete que te vas a cagar. A
ver. Repasa conmigo.
Castillo suspiró mientras se terminaba de vestir.
-Me acerco a los camellos de la esquina. Les pregunto por
Ketamina de Ketama, que es como le llaman a la cosa y cuando me ofrezcan les
digo que quiero mucho más para llevármela a Amsterdam.
-Eso. Y como a los de la esquina les falta un hervor y ya
van más pasados que el Chiquito de la Calzada…- continuó Montilla.
-Efectivamente, seguro que te llevan a ver al Juseín, el
moro que vive dos calles más atrás. Esperemos que éste esté tan empanado como
los de la esquina.
-Si no, a utilizar los localizadores para encontrar el
vertedero.
-¡Castillo…!
-¡Si es verdad, mi sargento, que yo no soy Horatius!
Mientras Castillo, más cagado que María Antonieta en la
Bastilla, se dirigía caminando hacia “la esquina de la grifa”, una furgoneta de
Telefónica salía del aparcamiento subterráneo para aparcar en la calle del
Juseín, a quinientos metros de allí.
-¡Uuuu!- dijo el Notario desde su velador y su mojito
–Hoy tenemos investigación criminal en marcha.
-Desde luego que estos tíos son más tontos que mi tío
José.- Contestó la Maru mirando el despliegue
de efectivos.
-Ese que va ahí vestido de galán de telenovela quién era…
-Es Castillo, un agente nogmal- dijo Jotabé limpiando las
mesas.
-Pues va de gancho, menos mal que los de la esquina ya no
son capaces ni de hacer la O con un canuto.
-Y la furgoneta ya me dirás. ¿De cuándo una furgoneta de
Telefónica tiene los cristales tintados?
-Pues a mí me gustaría verlo.
-Pues te vas a quedar con las ganas.
Al poco rato, Castillo y El Richal salían caminando en
dirección a la casa del Juseín. Como habían previsto, los chicos de la esquina
no se habían percatado del engaño, y es que mucha grifa nubla el raciocinio.
Callejearon un par de esquinas hasta llegar a una en la
que había aparcada una furgoneta de Telefónica. Castillo se acongojó, es decir,
que se le pusieron los congojos justo
al lado de las amígdalas. El Richal llamó a la puerta.
-Abre, Juseín, que soy el Richal.
Unos interminables minutos después la puerta se abrió. Un
moro, con pinta de tener un cinturón de explosivos atado a su cuerpo: barba sin
bigote, rapado, chilaba y cara de volado preguntó al camello.
-¿Y éste quién es?
-Soy Antonio Buendía, me gustaría hablar de negocios con
usted.
-¡A ti no te he preguntao!
-Es Antonio Buendía, pues eso, que quiere un bisnes.
La puerta se abrió completamente y tres tipos que
parecían haber salido de las brigadas de Alí Agka pillaron a Castillo y lo
metieron dentro de un salto. La puerta se entrecerró otra vez y el Juseín miró
fijamente a los ojos al camello.
-Como sea una trampa ve comprándote morfina, porque no va
a ver parte de tu cuerpo que no te duela.- y cerró la puerta.
El Richal dio dos pasos atrás y se dio media vuelta. “Me
cago en mi suerte. ¿Será posible que siempre me toque a mí lo peor?”
En la furgoneta de Telefónica, Rubio y otro par de
agentes oían lo que sucedía en el interior de la vivienda.
-“Ahora desnúdate”
-“¿Es necesario?”
-“Si quieres conservar el pellejo, si”
Se empezaron a escuchar ruidos probablemente de las ropas
al ser quitadas. De repente un silencio.
-“Esto qué es”
-“O perdón… es mi MP3”
Rubio miró sorprendida a los otros dos agentes que se
encogieron de hombros.
-“¿Tu MP3? ¿Seguro que no es un aparato de escucha de la
pasma?”
-“Seguro, seguro…. Si quiere puede escuchar lo que lleva:
Sabina, Serrat, Víctor Manuel…”
Rubio pegó un respingo.
-¿Qué se ha llevao su MP3 a una operación de
infiltración?
-Parece ser que sí.
-¿Pero quién tiene hoy en día un MP3?
-Al parecer el agente Castillo.
-¡Me cago en Castillo…! Toda la más moderna tecnología
para ocultar los micrófonos y se lleva su MP3.
Por los auriculares sonó la voz con acento marroquí de El
Juseín.
-“Rápido, deshaceros de él”
JUEVES
-¿Sabemos algo de la operación de ayer?- Preguntó el
Notario entrando en el bar.
-¿Qué opegasión?
-La de los policías de la acera de enfrente.
-¡Uf…! No sé. La furgoneta volvió al cabo de la media
hoga y al gato apaguesió Castillo cojeando.
-¿Estaba herido?
-No sé. No cgeo.
En la comisaría, Sonseca estaba echando una bronca de las
gordas a una Sargento Rubio que ahora no tenía mucho empaque.
-¡Qué ridículo! Montar un operativo así para escuchar a
un traficante de poca monta como el Juseín y además usando a Castillo como
gancho.
-Nosotros creímos que el contacto importante era Juseín.
-¿Pero si el Juseín es de Ceuta y su negocio gordo son
las imitaciones de Rolex?
-¿Entonces, la Ketamina de Ketama?
-No tengo ni idea, pero apostaría mi placa a que ese tipo
no ha visto Ketamina en su vida.
-Pues lo de la esquina pensaban que sí.
-Acabáramos. Nos guiamos por una pista de tres quinquis
de mala muerte… Rubio, tu afán por ganar medallas da vergüenza. Vete a casa y
descansa un par de días.
-Pero…
-Sin peros.
“De este asunto me voy a encargar yo… y yo me llevaré la
medalla.”
Rubio salió de la comisaría con un cabreo del quince.
Sonseca se quedó a solas con Castillo, Montilla y el resto del personal de
guardia durante el verano: dos tipos que preferirían haber muerto siete veces
antes de que les tocara una misión: Sánchez y Suárez.
-¡Sánchez!
-¿Señor?
-Te vas a ir a El Vacie a buscar al mayor traficante de
estupefacientes de la ciudad. Vamos a hacer un pacto.
-¿Cómo?
-¡Ven a mi despacho!
El Vacie es una aglomeración de casas de chapa, cartón,
maderas recicladas y fragonetas habitadas por gente que no
consta en los registros municipales. Durante años se han intentado realojar a
sus habitantes, pero esto es como el Tetris, quitas una fila pero siguen
cayendo piezas. Y para pieza, el patriarca del clan de los Barrules, un gitano
de Barcelona que se ha establecido en la ciudad para distribuir algo más que malacatones.
Cuando Sánchez detuvo su coche enfrente de su casa, una lujosa chabola en el centro del
asentamiento, ya iba tan rodeado de niños mugrientos que miraban los tapacubos,
los retrovisores, los neumáticos y demás cosas
se le podían desmontar que el policía sabía perfectamente que tendría que
volver a pié si la charla se alargaba más de la cuenta.
El patriarca, haciendo honor a su cargo, era un tipo
mayor, moreno y gordo que permanecía sentado con el respaldo de la silla en la
barriga en lo que podríamos llamar el porche del chabolo. El peso del oro que
le adornaba daba también noticia del nivel de su rango.
-Perdone, ¿Eugenio Barrull?
-¿Quién pregunta por él?
-Soy el agente Sánchez, de la Policía Nacional.
Una miríada de escopetas con cañones recortados asomó por
todos los huecos de todas las viviendas. El sonido metálico que hicieron al
cargarlas relajó tanto los esfínteres de Suárez que empezó a mearse encima.
-¡Paaapa… mira el paaayo… si se mea como el hermaaano!
-Vee… venía a dialogar de parte del Comisario Provincial-
mintió siguiendo las instrucciones de Sonseca.
-¿Dialogar…?¿De qué?
-Ketamina de Ketama.
-¡Asquí no hay de esa porquería!
-Lo sabemos… queremos averiguar de dónde viene.
-¡Vete a la mierda!- Sonó un grito femenino desde algún
sitio.
-¡Nusotros no somos chivaatos!-Sonó otra desde otro
sitio.
-Pe… pero si tenéis un negocio que cuidar.
-¡Niiiño… déjale los tapacubos al señor agente… que viene
en son de paz!- Ordenó el patriarca mientras un par de gitanillos ya empezaba a
acumular ladrillos bajo el coche para quitarle las ruedas.
-Ven pacá payo, que vamos a hablar…. ¡Niiiiño… no le
saques la gasolina al coche del señor agente….!
VIERNES
La ola de frío había desaparecido como desaparecen unos
millones de la mesa de un banquero. De golpe.
Por lo que la terraza del Ok-Corral ya prometía mucho más
ambiente que ayer, aunque, desgraciadamente, los músicos cubanos ya no
volverían, dedicados a otros menesteres. El notario, con afición renovada por
el mojito pasó junto a la sargento Rubio, de civil, y una amiga suya con camisa
de cuadros, pelo corto y pinta de cortar leña todos los días, y las saludó con
un escueto.
-Buenas noches.
-¿Quién es ese?
-Un lechuguino del bar.
Tras solicitar el bebercio, el Notario se sentó en su
mesa reservando, ante la posible pérdida de sitio, la de la bruja Maru, que hoy
si, se acercaba cruzando la plaza con su bolsa de rafia repleta de
encantamientos y maleficios.
-Bueno, hacía tiempo que no te veíamos por aquí.
-Una ya tiene una edad y no puede exponerse al frío. Pero
el hambre es un buen acicate.
-Hoy ya no hace frío… mira cómo está esto. Ayer no había
un alma.
-¿Y aquél quién es?
En uno de los extremos de la terraza, una mujer con pinta
de cantante de Kamela tomaba un refresco mirando en dirección a la comisaría.
-No sé. Una gitana que se ha sentado ahí.
-Gitana no. Peor. Una Quincayera.
-¿Una qué?
-Una Quincayera, una paya criada entre gitanas. Lo más
malo que te puedas echar a la cara.
-Ahm… - dijo pegando un sorbo a su mojito.
En la acera de enfrente una actividad inusitada se
desplegó entorno a la salida del aparcamiento subterráneo. Fotógrafos, cámaras
y muchos curiosos observaban la salida de un par de furgonetas de la Policía
Nacional.
-¿Y allí, qué les ha dao a esos?
-¿No escuchas la radio?
-Mi arradio
está estropeada desde 1983.
-Pues resulta que esta madrugada detuvieron al
narcotraficante más importante de la ciudad, un tal Emilio El Botines.
-¡Uy…! A ese le conozco yo.
-No, tú conoces al que trafica con dinero. Este traficaba
con estupefacientes.
La Maru, que es perra vieja (como diría Jean Baptiste),
miraba la almadraba de periodistas y policías y a la quincallera alternativamente lo que llamó la atención de su
interlocutor.
-¿Crees que tienen algo que ver?
-Mira niño. Si una gitana está a sola a esta hora en la
calle y no es puta, algo raro pasa. Y esa no tiene pinta de puta.
Parecía que la Maru no era la única que pensaba así. La
sargento Rubio, aparentemente de permiso, tampoco perdía de vista a la mujer.
El Notario también se había dado cuenta, lo que empezó a convertirse en un
juego de miradas cruzadas: Notario, Rubio, Maru, Quincallera.
Cuando las furgonetas de la policía lograron desprenderse
del bloqueo periodístico y enfilaron la avenida en dirección, probablemente, a
la prisión provincial, la extraña gitana miró a ambos lados, como si estuviese
haciendo algo malo y cogió su móvil.
-Dile al papa que ya han salío, y que me voy de aquí
porque me parece que hay ropa tendía.
Esperó una respuesta y colgó. Se apañó el bolso, se
levantó y se fue. La sargento Rubio la siguió con la mirada hasta que
desapareció de la vista y luego se volvió para comentar algo con su amiga-camionero.
-Daría un ojo de la cara por saber qué coño está
pasando.- Dijo el notario intentado no perder de vista cualquier movimiento.
-Si quieres yo te puedo ayudar.- dijo la Maru echando
mano de su mazo de cartas.
-He dicho un ojo, no los dos…
-Yo te pedo ayudag- Dijo Jotabé acercándose con el trapo.
-¡Ah sí…! A ver, qué está pasando.
-Un chivataso puso a la polisia tgas la pista de Emilio El Botines como impogtadog de una
vagiable de hachís que contenía Ketamina, un tganquilisante paga ganado que
pone mucho a la gente aunque con consecuensias ggaves paga su salud mental.
-Ya. Pero ¿a qué
no sabes qué hacía esa gitana ahí en la mesa?
-Pues sí. La saggento Gubio le comentaba a su amiga que
ega del clan de los Baggules, y que estaba ahí paga asegugagse de que se
llevaban a Emilio.
-¿Y eso porqué?
-Pues muy fásil. Ves aquél tío que viene pog ahí…
-Sí. El cani.
-Su nombge es El
Gichal y es de los que venden ggifa en aquella esquina.
-Sí, si… me suena.
-Pues le estaba disiendo a la yegbas que tenía Ketamina
de Ketama, hachís con Ketamina, que se la pasaba un pgimo suyo, de los
Baggules. Un tío de fiag.
-Entonces…
-Los Baggules diegon el chivataso paga que detuviesen a
Emilio El Botines y aggebatagle el
negosio de la Ketamina de Ketama.
-Pero eso sólo lo sabemos tú y yo.
-Solos tú y yo.
-¡Qué cabrón!
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