En algún lugar de la prefectura de Ibaraki.
Hacía
tiempo que el Mitsubishi Zero había atravesado las primeras estribaciones de una
cordillera que se extendía hacia el suroeste como un diminuto mosquito naranja sobre bosques interminables cuando, al
remontar una loma, Antonia divisó el mar. Viró en esa dirección para situarse
sobre la línea de costa porque quería evitar las irregularidades del terreno que
la obligaban a subir y bajar constantemente provocándole náuseas a Diego el
Chiclana.
Era
extraño en un marinero, pero había que tener en cuenta la cantidad de arroz que
había ingerido gracias a los hospitalarios dueños del avión. Ellos le
agradecieron sus atenciones robándoselo. Quizá esto no mejore la imagen que la
familia del pequeño Hinata tuviera de los españoles. Pero después de perdidos,
al río, que diría Rodrigo Rato.
-Parece
que vuelve a haber gente.
-Si,
hace algunos minutos que abandonamos el área de exclusión de Fukushima, estamos
muy cerca de Tokio, a unos diez minutos.
-¿Cómo
puedes saber eso, este trasto no debe tener ni altímetro?
-Si
que lo tiene, pero no me hace falta, digamos que me oriento muy bien.
Diego
había intentado sonsacar a la muchacha de edad indefinida y aspecto juvenil que
llegó aturdida y desnuda tras una tremenda explosión en las instalaciones de
Himitachi, pero Antonia no decía nada más que vaguedades, frases a medio
terminar o de sentido intrigante. Así que el náufrago había optado por no
preguntar directamente, intentando mantener así una conversación medianamente
inteligible para su imprecisa mollera.
-¿Dónde
piensas aterrizar?
-Esto
necesita poco espacio. Un campo de fútbol o una carretera abandonada nos vendrá
bien.
-A
parte de Fukushima, ¿crees que hay un solo metro cuadrado abandonado en Japón?
-No
te preocupes. Algo me dice que no tendremos problemas en encontrar un sitio.
Ya
empezaba otra vez con las referencias a sus intuiciones o, como ella las
llamaba: “las voces”. Diego estaba deseando salir del agujero en el que se
había metido, tras el asiento del piloto, y plantarse en algún sitio donde
alguien normal le dijera cómo largarse de este país. Tenía ganas de volver a
casa y no quería más líos, pero esta mujer tenía toda la pinta de ir de lío en
lío.
El
avión sobrevolaba pequeños núcleos pesqueros, alejándose de la costa cuando se
acercaba a una gran población y volviendo a ella cuando predominaban las
plantaciones de arroz y otras yerbas. Unos hombres trabajaban en la bajamar
metidos en el limo hasta las rodillas con unas estructuras metálicas.
Uno
de los pescadores sacaba cangrejos de unas cestas-trampa y los echaba en una
jaula a su espalda cuando el avión de Antonia y Diego le pasó casi a ras
haciendo que perdiera la concentración. Uno de los bichos le atenazó un brazo.
-¡Demonios!-
dijo cogiendo a la criatura y arrancándole la pinza de un hábil giro de muñeca
antes de que la presa le hiciera daño. El cangrejo mutilado cayó en la jaula
junto con sus congéneres mientras el pescador entreabría la pinza, ya inerte, y
se la quitaba.
-Por culpa de ese estúpido avión,
ya no te podré vender.
Ni
el pescador ni los tripulantes del en su tiempo caza imperial se podían
imaginar lo que estaba ocurriendo apenas ciento cincuenta kilómetros al sur:
Una gigantesca criatura, de fuerte exoesqueleto verde, armada de decenas de
pinzas pequeñas, medianas y enormes se estaba merendando la tripulación de un
pesquero destrozado en plena bahía de Tokio como si estuviese rebañando un
plato de migas. En el cielo, sobre ella, tres helicópteros intentaban en vano
que la bestia se volviese al fondo marino a base de disparos de quince
milímetros y algún que otro obús.
La
gente que merodeaba por los pantalanes del puerto empezó a arremolinarse para
presenciar lo que, en la lejanía, parecía un rebullir de agua y disparos, pero
nada más. Sin embargo, las autoridades ya estaban otra vez en alerta, apenas
media hora después de levantar la de bombardeo nuclear. Es lo que tienen los
japoneses, si no les dan por un lado, les dan por otro.
-Agente
Watanabe, puede salir un momento.
El
capitán esperó a que el agente especial saliera de la sala de interrogatorios y
cerrase la puerta antes de continuar hablando.
-Hemos
comprobado los datos del detenido. No es un delincuente ni un terrorista, sino
un inspector de la policía española que, efectivamente, estaba buscando a uno de
los desaparecidos. De todas formas debería pagar por haber roto un precinto
policial.
-¿Lo
dejamos aquí?
-No
puede ser. Han vuelto a declarar la alerta, parece ser que la criatura de la
bahía está haciendo de las suyas y hay que evacuar la parte más próxima a ella.
Necesitamos todos los efectivos, incluido usted.
Tetsu
sintió como la angustia le atenazaba de nuevo: La criatura de la bahía. Había
llegado la hora de la verdad.
-Podemos
dejarlo en libertad con vigilancia electrónica.
-Creo
que es buena idea. Agente, - se volvió hacia el policía que custodiaba los
calabozos, - Pida arriba un brazalete de vigilancia para poner al reo, le vamos
a soltar.
Con
una marcial inclinación, el policía saludó y corrió escaleras arriba para
atender las órdenes de su jefe.
-Bien,
eso está bien. Se lo comunico inmediatamente y yo mismo me encargo de ponerle
el brazalete, informarle de sus derechos y de acercarle al hotel.
-Perfecto,
tenga la llave de las esposas.
Algunas
veces las cosas son más sencillas de lo que parecen. Y en menos de cinco minutos,
el agente especial Tetsu Watanabe y el inspector Gallardo, electrónicamente
preso, estaban en la calle, viendo cómo de nuevo todo el cuerpo de policía
metropolitano corría de un lado para el otro.
-¿Qué
ocurre?
-Al
parecer, la criatura marina que está en la bahía es peligrosa para los
ciudadanos y nos estamos movilizando para evacuar la zona portuaria, por si acaso.
-Sería
interesante de ver. Desde un punto de vista profesional, claro está.
El
japonés miró al inspector de reojo.
-¿Quiere
acompañarnos?
-Si
no hay inconveniente…
-Un
momento, que lo consulto con el capitán.
Tetsu
se acercó al jefe y estuvo un segundo hablando con él. No tuvo que encontrar
demasiada oposición cuando en un instante ya estaba de vuelta con el español.
-Dice
que no hay inconveniente, pero que no debemos separarnos, recuerde que tiene un
dispositivo GPS que indica en todo momento donde está.
“Menudo
guardián”, pensó Gallardo, aunque evidentemente no puso objeción. En cierto
modo sus razones eran profesionales: quería ver cómo la policía local manejaba
este asunto, y comparar con el comportamiento de sus compatriotas.
En
el coche patrulla ya había una persona, el agente Yuuto, un tipo bajito, de
redondos mofletes y expresión inocente; así que el español tuvo que sentarse en
el reducido espacio trasero. Casi de inmediato, el vehículo se puso en marcha y
salió de las calles del Midtown tomando una autovía elevada que le llevaba directamente
al puerto. La ciudad de Tokio estaba literalmente cubierta por una malla de
viaductos de alta velocidad que movían un tráfico abundante pero ágil de extremo
a extremo de la ciudad.
En
el puerto, mientras tanto, un operativo de policías enguantados tiraba de la
gente para que se adentrase en la ciudad, dejando vehículos, cargas y cualquier
cosa que no pudiesen llevar en sus propias manos. Agentes con megáfonos
informaban a los transeúntes que debían abandonar la orilla de la bahía porque
podían ser heridos por un animal salvaje. Los ciudadanos, como siempre,
atendían las indicaciones sin rechistar, aunque no podían evitar girar de vez
en cuando la cabeza para ver si podían atisbar algo de ese “animal salvaje”.
-Kaito,
que dice la policía que debemos abandonar el mercado.
El
marchante de pescado que había proporcionado aquella mañana pequeñas criaturas
verdosas a todo Tokio ajustaba cuentas con un ordenador portátil y un gran
número de fajos de billetes mientras los empleados terminaban de limpiar la lonja.
-Sólo
me queda un minuto, iros vosotros, ahora salgo yo.
-De
acuerdo, pero date prisa, parece importante.
“Si,
como lo de la alerta de bombardeo. Si todos los días nos montan estos
simulacros terminaremos arruinados.”
El
mercado se vació en minutos. La policía dio una pequeña e ineficaz batida por
las calles de los puestos comprobando que estaba totalmente evacuado. Unos
empleados cerraron los portalones de acceso del público, de los camiones de
carga y de los almacenes y se alejaron por último de la bahía. Kaito, medio a
oscuras, volvía a contar el dinero.
-¡No
me lo puedo creer… no puede ser…! Tendré que repasar.- Las manos sucias le
sudaban, ansioso por confirmar haber pasado de ser un triste tendero a ser uno
de los comerciantes más ricos de Tsukiji.
En
el exterior, cinco cazas de las Fuerzas Aliadas se acercaban desde la lejana
península de Yokosuka hasta el centro de la bahía, rugían de nuevo las
terribles fuerzas aéreas norteamericanas sobre el pacífico Japón aunque, en
esta ocasión, sólo pretendían acabar con la enorme criatura que, acabado su
trabajo con el pesquero Gojira parecía dirigirse ahora a los muelles del
mercado de pescado de Tokio.
-Aquí
escuadrón Alfa. Contacto visual. Eliminen obstáculos.
La
voz del jefe de escuadrón se escuchaba en la base, en los puentes de los
portaaviones de la séptima flota y en la base de las fuerzas de autodefensa de
Miura. El capitán de la base tradujo el mensaje.
-Indíquele
a los helicópteros que se retiren de inmediato en dirección noreste.
El
operador transmitió la orden y los tres helicópteros de rescate iniciaron una
maniobra evasiva que dejó despejado el centro de la bahía, cubierto ahora por
unos cuantos trozos de madera, algunas cajas y una sombra verde que se movía
lentamente hacia del noroeste.
Las
bodegas laterales de los F22 se abrieron casi al mismo tiempo.
-Alfa
Dos, preparado para lanzar misiles, Alfa Uno, dispare Sidewinders, ahora.
Un
par de pequeños cohetes salieron disparados desde uno de los aparatos en
dirección a la mancha verde recorriendo el espacio que le separaba en un
suspiro. Justo antes de chocar con la superficie del agua hicieron explosión
sobre el objetivo. El doble impacto pretendía provocar a la criatura gracias a
la tremenda presión lo que, según los estrategas, la haría salir a la
superficie convirtiéndola en una auténtico objetivo militar.
Pero
la criatura no se inmutó.
Los
aparatos se abrieron en abanico para realizar un loop sobre la bahía y volver a
estar en posición de disparo. Uno de ellos se acercó demasiado al agua sin
intuir que la criatura estaba a unos escasos metros de él. De repente, una ola
gigantesca surgida de la nada, envolvió
al aparato ocultándolo por un instante. Cuando salió de nuevo, el caza ya había
perdido toda estabilidad y empezó a volar como una piedra arrojada sin rumbo
fijo para terminar estrellándose en medio de una gigantesca explosión contra
uno de los pantalanes del puerto de contenedores.
Los
cuatro aviones restantes se volvieron a agrupar en dirección a la mancha verde
que ya estaba bastante cerca de tierra.
-Alfa
Tres, tome la posición a Alfa Uno. Alfa Dos, preparado. Alfa Tres, dispare
Sidewinders, ahora.
Dos
nuevos misiles intentaban repetir la misma estrategia anterior y detonan sobre
la criatura pero ésta, como era de esperar, ni se inmuta. De nuevo los aviones
realizan la maniobra de cambio de rumbo para retomar la formación, pero ahora
si cambia algo.
Como
si el bicho hubiese calculado exactamente cada una de las trayectorias, cuatro
brazos salen del agua a una velocidad de relámpago impactando en las bodegas de
cada uno de los aparatos que ya se separaban sobre la bahía a unos escasos
doscientos metros de la superficie. Cuatro impactos y cuatro detonaciones justo
cuando los brazos se retiraban bajo el agua. A causa de la inercia, los restos aún
continuaron en vuelo el tiempo suficiente como para formar un espectacular
abanico de fuego y humo ante la atónita mirada de los ciudadanos.
-¡Por
el espíritu de mi suegra!- dijo Yuutu saliendo del patrullero en la explanada
de carga de Tsukiji.
-¿Qué
es eso?- Preguntó Gallardo, apeándose a su vez.
-Son
los cazas que estaban atacando a la criatura, creo que han sido destruidos.
-¡Dios
mío… pero qué clase de animal puede hacer eso!
Watanabe
no tuvo que responderle. Una inmensa sombra verde empezó a erguirse sobre la
línea de edificios del mercado, como un gigantesco crustáceo. Un chirrido
desconcertante obligó a los espectadores a taparse los oídos.
La
criatura estaba ya en tierra, sobre sus más de veinte patas como columnas
metálicas. Con las pinzas mayores tomaba la cubierta de las naves del mercado y
la levantaba como quien levanta la tapa de una caja. Calles y puestos
abandonados recibían por primera vez en su existencia la luz natural de la tarde.
La única persona que permanecía dentro, el nuevo rico Kaito levantó la mirada
de su fortuna contemplando horrorizado la abominación que le observaba a través
de dos enorme bolas facetadas.
-¡No…
no!- intentó esconderse, pero una de las pinzas menores, rápidas y certeras, le
atrapó justo por la cintura levantándolo y llevándolo a la horrenda boca de la
bestia, una suerte de agujero dentado y rodeado de cientos de pequeñas pinzas
que lo sujetaron al instante.
Los
gritos del comerciante, al verse tan cerca del fétido aliento de la criatura,
no podían ser escuchados debido al chirrido desasosegante que emitían unos
cartílagos junto a sus patas. Las pequeñas pinzas de la boca movían a la presa
con precisión haciéndola pasar hacia el
interior de forma instintiva mientras los miles de dientes que la rodeaban comenzaban
a triturar al pescadero produciendo el mismo sonido que la máquina de hielo de
Haruto.
La
sangre chorreaba por la estructura quitinosa junto con algunos de los billetes que
se escapaban de la mano sin vida del comerciante.
La
presentadora del telediario aparecía sobreimpresa en una imagen lejana de la
bahía de Tokio. Debajo de ella un letrero desfilaba vertiginoso: “Ataque de una
bestia a la ciudad de Tokio”
-Interrumpimos
nuestras emisiones para informar en directo del ataque de una criatura
gigantesca a la capital de Japón. Estamos intentando acercar nuestras cámaras
al lugar de los sucesos pero por ahora la policía lo está impidiendo. No
podemos determinar la naturaleza de la criatura ni el alcance del ataque. Las
autoridades aún no han emitido ningún comunicado. Sólo disponemos de los
testimonios de ciudadanos que dicen haberla visto. Todos parecen coincidir en
que se trataría de un monstruo marino que les recuerda al monstruo de las leyendas
de Godzilla denominado Ebirah.
Una
imagen del muñeco Ebirah apareció tras la locutora.
-Aquí
ven a ese demonio marino tal y como lo imaginó el creador de la aclamada
“Ebirah, el horror de las profundidades”, que ahora parece realmente atacar
Tokio. Sin embargo, en esta ocasión no podremos contar con la ayuda de
Godzilla.
Imagen: Thesea monster.
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