Bahía de Tokio.
La base aérea de Yokohama recibía uno tras otro los
aparatos que, apenas hacía media hora, habían blindado el espacio aéreo de
Tokio intentando evitar un ataque de origen desconocido. La verificación por un
piloto de que el intruso de la bahía no era un arma gobernada por el Hombre
había sido suficiente para relajar el dispositivo de defensa. No hay peor bicho
que el Hombre.
Así, una vez que se supo que en la bahía había
entrado “sólo” un animal gigantesco, los militares entendieron que ese no era
asunto suyo y pasaron el control de la situación a las autoridades civiles,
levantando la alerta de bombardeo y permitiendo que la vida normal continuase.
La base de las fuerzas de autodefensa de Miura sí
tuvo que seguir participando en el control de aquella cosa por orden del
ministro de defensa; y como se trataba de un “problema local”, los japoneses no
contarían con la ayuda de las Fuerzas Aliadas. Luego habrá gente que se
pregunte dónde está el Departamento de Inteligencia Militar. Está claro: junto al
váter.
En el Midtown, Tetsu Watanabe había aprovechado el
encierro obligado por el ataque aéreo para seguir charlando con Gallardo,
preguntándole algunas cosas sobre cómo llegó Antonia López a contactar con
Antonio Japón, quién era ese contacto, al que Gallardo dio el empleo de
diplomático ocultando su auténtica filiación de espía, y entonces, una luz se
encendió en la cabeza del policía: encontró un nexo de unión entre su
secuestrado, el náufrago Diego Palmero, la embajada española y la llegada y desaparición
de Antonia López.
Después, la sensación de vulnerabilidad que provocaba
la amenaza de bombardeo atómico fue suficiente para que entre Watanabe y
Gallardo se creara un lazo más estrecho de lo aconsejable en un interrogatorio.
De pronto, el japonés estaba contando a Gallardo sus temores y sus sospechas
justo cuando el agente del pasillo abrió la puerta:
-Arato
wa shuryo shimashita.
-Sore
wa nisedeshita ka?
-Ie,
soreha machigaidatta.
Gallardo observaba la conversación y reflexionaba
sobre la absoluta imposibilidad de captar nada del mensaje, porque el japonés
no se parece a ningún idioma de los que el comisario estaba acostumbrado a
escuchar. Sin embargo sí observaba cómo la cara del agente del pasillo estaba
más relajada y sin embargo la del que le había interrogado se iba poniendo
roja. Algo malo pasaba pero sólo uno de los policías era consciente. Aguardó a
tener una respuesta sin preguntar. La puerta se volvió a cerrar y Tetsu se sentó
de nuevo.
-No sé por qué le cuento esto.- Dijo el agente
especial Watanabe ciertamente aturdido.
-Todos necesitamos compartir nuestras dudas.
El chico miró a Gallardo con la cara demudada,
parecía buscar en el español la comprensión que no obtenía en sus compatriotas.
Quizá era víctima de una especie de Síndrome de Estocolmo al revés, o era
demasiado joven para tener la suficiente información de soporte en su cabeza,
pero el caso es que se decidió a hablar.
-Han cancelado la alarma de bombardeo. No era un
intruso Norcoreano el que se había colado en la Bahía.
-Eso es una excelente noticia. Sin embargo a usted no
le ha tranquilizado.
-Efectivamente. Porque el intruso es una especie de animal
marino de grandes proporciones.
Gallardo sabía por dónde iba la conversación.
-¿Y qué piensa hacer?
-Tengo que comunicarle mis sospechas al jefe, pero
temo que no me creerá.
-Inténtelo. Pero tenga previsto un plan B.
-¿Qué plan B?
-Tome la iniciativa. Haga lo que tenga que hacer.
-Lo que tengo que hacer NO es lo que quiero hacer.
-Me refiero a que haga lo que crea que es necesario,
no lo que le digan las ordenanzas.
-¿Quiere que acabe como usted?
-Bueno, obsérveme. Tampoco estoy tan mal, y parece
que sí estoy descubriendo cosas.
Watanabe se levantó de golpe consciente de la
cantidad de información que había revelado al detenido. Ya se había saltado las
ordenanzas, había cometido faltas muy graves que, probablemente podrían causar
su expulsión del cuerpo si no un juicio por traición, dada las características
de la información revelada y la condición de extranjero del receptor. El mayor
deshonor se cernía sobre su cabeza: era un maldito traidor. Empezó a dar
vueltas por la habitación con las manos en la cabeza. Gallardo creyó
entenderle.
-Tranquilícese, tiene que aprender a poner las cosas
en su contexto. No voy a revelar nada y, como verá,- intentó levantar las manos
para mostrar sus esposas,-no voy a salir corriendo.
Muchos kilómetros al norte, una figura naranja
surcaba los cielos a muy baja altura siguiendo con una precisión matemática los
desniveles constantes del terreno.
-¿No puedes dejar de subir y bajar? Creía que no lo
iba a decir nunca, pero me estoy mareando.
-Eso es porque estás mirando hacia atrás. Tu cabeza
no sabe cuándo vamos a ir para arriba y cuándo para abajo y eso te
desconcierta.
Diego estaba empotrado en la parte de atrás de la
cabina del Mitsubishi Zero que pilotaba Antonia López camino de Tokio. No podía
mirar para adelante, le era imposible.
-¡Ah!- dijo Antonia al cabo del rato.-Y no, no puedo
dejar de subir y bajar… ¿No te has fijado en el terreno?
El Chiclana miró a su derecha. Efectivamente, el
paisaje era una sucesión de montículos romos, pequeños cerros y someros valles
surcados por carreteras y caminos. De vez en cuando se veía alguna población. Un
cambio en el sonido del motor avisó de que otra vez empezaban a subir con fuerza.
-¿Porqué no sigues las carreteras? Van por las
hondonadas y te ahorrarías este sube y baja, supongo que sería más fácil.
-Tenemos que evitar las poblaciones, y tenemos que
volar tan bajo como podamos para evitar los radares. Mira para un lado y
concentra tu atención en el terreno, seguro que te mareas menos.
El avión sobrevoló un cerro coronado por una antena
emisora rodeándola a menos de 60 metros y comenzó a descender siguiendo la forma
del bosque como si estuviese unido a él por un hilo invisible. El ronroneo de
su motor se escuchaba pasar por las cercanas localidades pero nadie podía
llegar a verlo si no por casualidad y de forma fugaz. Su color naranja llamaba
la atención, desde luego, pero solo un instante y luego se perdía en las
preocupaciones cotidianas de los habitantes de la zona.
-Que raro.- Diego intentaba seguir las instrucciones
de la piloto.- Allí al fondo, parece que está todo desierto, abandonado. Como
si de golpe fuera domingo.
Antonia miró a su izquierda. Efectivamente, una serie
de vallas e indicadores delimitaban una zona donde los vehículos parecían
abandonados. No se apreciaba actividad humana alguna. El avión viró hacia
aquella dirección y sobrevoló el control de acceso que quedó a su izquierda. El
paisaje parecía normal, pero no se veía absolutamente a nadie.
-¿Por qué has tirado por aquí?
-Porque no hay nadie. Eso nos beneficia.
Volando a ras de suelo podían ver detalles que de
otra forma pasarían desapercibidos. Por ejemplo, veían vehículos abandonados
llenos de barro, en algunas zonas la carretera quedaba enterrada por lodo seco.
Sin embargo unos flamantes carteles rojos y blancos cerraban los caminos.
-Esto debe ser la zona de exclusión de Fukushima. Por
eso no hay nadie.
-¿Y no será peligroso?
-No para nosotros. Estaremos muy poco tiempo. En
cambio podremos volar más relajados.
Diego contemplaba la desolación que le rodeaba con el
corazón encogido. Pueblos abandonados, casas abiertas, coches enterrados y una
naturaleza que iba ocultando poco a poco las señales humanas.
-Manda cojones, qué desperdicio.
-Sí. No deberíamos usar ese tipo de energía. No aún.
Es como dejar que un niño de tres años haga fuego en el centro de nuestro salón
para calentarnos.
-Coño, Antonia… qué profundo.
-No soy yo. Son las voces.
Diego empezó a preocuparse. “Las voces”, eso sonaba
tela de chungo.
El avión se perdió tras un montículo mientras su
rugido se iba apagando en la lejanía. De detrás de un pequeño matorral salió un
conejo. No tenía orejas.
En el muelle 12, el capitán del Gojira subía la
pasarela del barco a grandes zancadas con un papel en la mano.
-¡Vamos… vamos…!¡Todo el mundo a sus puestos,
zarpamos de inmediato!
El personal del pesquero apenas acababa de regresar
de los refugios del muelle y estaba intentando retomar las tareas de carga del
hielo.
-Aun faltan cuatro contenedores por rellenar,
capitán.
-Pues los dejamos, nos han dado paso ahora,
aprovechando las cancelaciones por la alerta de bombardeo. Es ahora o dentro de
doce horas. Dejadlo todo.
Un marinero tiró de la tolva de llenado hacia afuera,
alejándola de la cubierta. Otros empezaron a cerrar los compartimentos de carga
y a recoger cabos y material suelto. Algunos bajaron a las bodegas y otros subieron
al puente detrás del propio capitán.
-¿Están todos los hombres a bordo?
-Creo que sí, capitán.
-El que no esté no cobra, dilo por megafonía.- El
capitán vio las piernas de uno sobresaliendo en la proa, el cuerpo oculto tras
la borda.
-¿Quién es ese, qué hace ahí?
-Es Tamoya, capitán. Está limpiando la amura.
-¡Dile que se incorpore y vaya a su puesto…!
El piloto comenzó a impartir instrucciones por la
megafonía mientras los motores del Gojira se ponían en marcha. El marinero de
proa volvió a incorporarse satisfecho. La imagen del monstruo del casco estaba
completamente limpia, destruyendo la ciudad con su aliento en llamas. Mientras
otro desenganchaba las maromas que ataban al barco al muelle, éste empezó a
separarse de tierra sin esperar a que el hombre subiera, pero no hacía falta.
Con destreza aprendida saltó sobre la pasarela que ya se levantaba y corrió
hacia la cubierta sin mirar hacia atrás. El piloto manejaba el timón con
determinación, moviendo la nave con pulso firme en dirección a la salida del
canal y la bocana del puerto, algunos helicópteros volaban en grupo en el
centro de la bahía, como siguiendo a algo invisible que se aproximaba a la
ciudad.
-Todos a bordo, capitán.
-Perfecto, corta por el centro de la bahía, ahora que
hay poco tráfico, debemos salir…- miró el papel que aprisionaba en su mano como
si fuese su vida, - dentro de 15 minutos lo más tardar. Aprieta.
Una vez que el barco había tomado la salida del
puerto, los motores cambiaron de sonido levantando borbotones de agua en la
popa. La nave empezó a navegar a velocidad ascendente.
-¡Allí vamos, criaturitas, papá os recogerá!
Como una flecha, la embarcación seguida de su estela
se encaminó hacia el centro de la bahía en dirección al canal de salida y el
mar abierto. En pocos minutos pasaría por debajo del grupo de helicópteros de
las fuerzas de autodefensa que seguían a la extraña criatura del fondo. En la
base de Miura mientras tanto iban movilizando lanchas patrulleras para
acercarse al lugar.
-Capitán-entró un soldado seguido de una mujer.-La
doctora Akemi Sasaki, del centro oceanográfico.
-Entre, doctora, lamento que no tengamos tiempo para
presentaciones.
-No se preocupe, capitán. Dígame, ¿tenemos imágenes
de la criatura?
-Sólo del sonar. Ahora hay varios helicópteros
sobrevolándola, acompáñeme al CIC, veremos las imágenes de sus cámaras.
El oficial y la doctora salieron del despacho y
bajaron por las escaleras hasta la sala del centro de control. Un grupo de
hombres se dispersó al ver aparecer al capitán.
-Hemos pasado un poco de miedo y ahora estamos
deseando ver qué era lo que nos lo produjo.- Dijo a modo de disculpa.
-Allí veo las pantallas, ¿son esas, no?
-Efectivamente. Ve, es una gran mancha verde, pero no
sabemos nada más.
-¿A dónde se dirige?
-A Tokio. Puede que sea una ballena despistada, ya
sabe.
-No lo creo. No existe ninguna especie de ballena de
color verde. ¿Cuánto mide?
-Hemos calculado unos ciento veinte metros de eslora
y entre quince y veinte de manga.
La bióloga tuvo que recordar qué era cada medida,
porque el capitán había utilizado nomenclatura propia de la marina.
-Es muy grande. ¿A qué velocidad va?
-Va a muy poca, parece que camina por el fondo
marino, no está nadando.
-Sólo hay una especie animal que camina por el fondo
del mar. Los crustáceos.
-Está
diciendo que eso es un crustáceo.
-Hasta donde llegan mis conocimientos, no puede ser
otra cosa.
Uno de los controladores levantó la mirada hacia el
grupo.
-Capitán, un barco se dirige hacia ese lugar, parece
un pesquero.
-Díganle que cambie de rumbo, no sabemos qué puede
pasar. Ese bicho ha derribado dos helicópteros.
El operador empezó a dar instrucciones a través de la
radio. En la bahía, uno de los helicópteros se separó del grupo y se dirigió al
Gojira que estaba ya a apenas un cuarto de milla.
-¿Dónde va ese?- preguntó el capitán mientras
observaba como el aparato se acercaba a ellos a gran velocidad.
-Atención, atención.- Graznaron los altavoces del
helicóptero.-Cambien de rumbo, desvíen su trayectoria cinco grados a estribor,
rápido.
-Haz lo que dicen, no quiero problemas.
El piloto movió el timón hacia la derecha sin dejar
de observar los indicadores de dirección. Poco a poco el pesquero fue cambiando
la trayectoria hacia un punto a la derecha de la sombra verde. De pronto, un fuerte
borboteo sacudió las aguas que le cubrían y la figura se movió a gran
velocidad.
-¿Qué ocurre?
En los altavoces del CIC sonaba la voz del jefe de
escuadrilla de los helicópteros.
-Parece que de pronto el objetivo se está moviendo a
gran velocidad, ha cambiado de rumbo… Se
dirige al barco que hemos interceptado. Está acelerando. Está casi a su altura.
Además de las referencias desde el lugar, los
helicópteros enviaban las imágenes donde tanto la doctora como el capitán
podían ver cómo la mancha verde se dirigía al pequeño pesquero que navegaba a
velocidad constante. Un oleaje inesperado meció la embarcación.
-Se ha detenido justo debajo.
-Avisen a esos hombres, que estén preparados para
saltar al agua y preparen su rescate.
Los soldados de los helicópteros ya asomaban por los
portones abiertos de los aparatos sobre la atónita tripulación del Gojira. La
megafonía de uno de ellos gritaba instrucciones taxativas.
-¡Pónganse los chalecos salvavidas, un animal enorme
está bajo su quilla, prepárense para caer al mar!
-¿Qué bicho les ha picado a estos?- dijo el capitán
agarrando su chaleco de un pequeño compartimento junto al timón y entregándole
otro al piloto.
-No sé, pero parece que van en serio.
Una especie de enorme y delgada pluma de grúa color
verde y terminada en una fuertes pinzas surgió de debajo de la embarcación y
empezó a tantear la cubierta. El barco se tambaleó bruscamente haciendo caer a los
hombres del puente. Antes de perder el equilibrio, el capitán vio como Tamoya
corría hacia el castillete de popa perseguido por el tanteo a ciegas del brazo
verde. Desde el suelo, a través de las ventanas pudo ver recortado contra el
cielo plomizo como el marinero de cubierta era alzado por el misterioso brazo, retorciéndose
apresado por el abdomen. El brazo, con su presa, salió de su campo de visión en
dirección al agua.
-¡Por todos los demonios!- Maldijo el capitán justo
antes de que otra estructura similar, desde babor, rompiese los cristales del
puente y entrara amenazadora buscando marineros que llevarse al mar. El piloto se
arrastraba a gatas huyendo de las pinzas que se abrían y cerraban cada vez más
cerca. Se dio la vuelta cuando ya no pudo avanzar más. De espaldas solo le
quedaba contemplar su destino fatal.
Desde los helicópteros empezaron a abrir fuego contra
los brazos quitinosos de la criatura submarina pero las balas rebotaban en él
como si fuesen balines de goma. Uno de los soldados se apostaba en el costado
de un aparato portando un lanzacohetes. Disparó un obús contra la pinza
incrustada en el puente. El proyectil recorrió la escasa distancia que le
separaba de su objetivo e impactó justo en una de las articulaciones. Eso le
tuvo que doler pues la criatura retrajo el brazo dejando al piloto casi al
borde del ataque de nervios.
-Larguémonos de aquí.
-¿A dónde?- gritó el piloto todavía presa del pánico.
-A cubierta, esto es una ratonera.
Los marineros corrían de un lado para otro sin saber
qué hacer, observando a los helicópteros que les rodeaban igualmente indecisos.
De pronto, un fuerte impacto rompió el casco del Gojira justo desde abajo. Una
enorme pinza, mucho más grande que las anteriores, salió de las entrañas de la
nave, se abrió y tiró con fuerza hacia abajo hundiéndola en un segundo con toda
su tripulación.
-¡Llame al mando aliado, necesitamos apoyo aéreo!-
Gritó el capitán de la base de Miura mientras observaba por las pantallas el
hundimiento instantáneo del pesquero.
-Si no me equivoco.- dijo la doctora Sasaki.- Estamos
ante un fenómeno de la naturaleza: Un Panaeus Kerathurus de proporciones imposibles.
-¿Un qué?
-Un langostino del tamaño del
Tokyo Stadium.
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