Thirty Seconds Over Tokyo




Casa de los padres de Hinata. 
En algún lugar al norte de Hokkaido. 12:30 p.m.

                Dicen que si la mierda fuera oro, los pobres nacerían sin culo.
           El caso es que hay gente que parece llamar a la desgracia bien sea por falta de habilidad, de oportunidad, por mala suerte o por una estratégica combinación de las tres. Diego Palmero, el de Chiclana, era uno de esos.
                No consiguió pescar atunes en su estrecho de su alma y se tuvo que embarcar en un atunero a tomar por culo del mundo. Eso es falta de oportunidad.
                Luego el pesquero se vio atacado por un monstruo marino en mitad de una tormenta perfecta, eso es tela de mala suerte. Y aunque fue el único superviviente, de poco le sirvió, porque le ingresaron en un psiquiátrico y de allí le secuestraron para intentar asesinarlo. Diego resolvió la situación escapando y, tras una breve convivencia con macacos de cara roja, terminó refugiándose en la casa del segundo cerdito (la de madera) durante una lluvia radioactiva.
                Si esto no es una estratégica combinación de mala suerte, falta de oportunidad y falta de habilidad que venga Dios y lo vea.
                Lo único que tenía a su favor Diego el Chiclana era que no se daba cuenta de su mala pata así que pasaba un kilo de sentirse desgraciado y, ahora, observado de cerca por un niño japonés, con una compatriota desnuda y desmayada en la habitación de al lado y unos anfitriones que empezaban a dar muestras de incomodidad discutiendo sotto voce al otro lado de un biombo de papel, planeaba cómo largarse de allí antes de que aparecieran los chicos de Himitachi para terminar lo que habían dejado a medias.
                Si lo peor que le pudo pasar al Hombre fue comer de la fruta prohibida del “árbol de la ciencia”. A partir de entonces se las tuvo que ver con su suerte, habilidad y oportunidad. Diego aún no se había caído del guindo.
                La televisión había sido desconectada y sólo se escuchaba un pequeño aparato de radio que, naturalmente, emitía en japonés instrucciones de seguridad que los naturales del sitio ejecutaban disciplinadamente. Si esta situación se hubiese producido en, por ejemplo, Oklahoma, las tiendas estarían saqueadas y en llamas, la gente pegándose tiros por las calles y el ejercito bombardeando los barrios. Pero los japos son muy suyos. Todo, excepto la radio, parecía tranquilo.
                -Shh…!- Diego levantó la mirada y vio a la mujer de la habitación de al lado que le hacía señas para que se acercara. Hinata también la había visto y fue a decir algo cuando Diego le tapó la boca.
                -Be quiet!- le susurró en su imperfecto inglés.
                El chico hizo un gesto de asentimiento y el Chiclana le retiró la mano lentamente temiendo que se pusiese a gritar. Pero no fue así. La curiosidad y la ausencia de la autoridad de su padre producían cierta excitación infantil que ahora les venía muy bien.
                -Come!- Le ofreció Diego como compensación a su discreción y con la intención de no perderlo de vista. El chico y él se dirigieron a la habitación de al lado casi a gatas.
                -¿Cómo estás?- preguntó el marinero, contento de tener alguien que hablaba el mismo idioma que él y, que dicho sea de paso, parecía bastante más maciza que hacía unos minutos.
                -Estoy Bien. Tenemos que irnos, van a llamar a la policía.
                -¿Cómo lo sabes?¿Hablas japonés?
                -No, pero lo entiendo. No preguntes porqué… sería largo de explicar.
                -¡Pues si yo te contara lo mío!
                -Ya habrá tiempo de sincerarnos. ¿Sabes si tienen coche?
                -No tengo ni idea, no sé ni donde estoy.
                -Pues ya somos dos. ¿Porqué no le preguntas al chico?, he visto que os entendéis.
                El chico les contó que tenían un pequeño todoterreno y una avioneta de fumigación detrás de la casa. Pero que su padre no consentiría que salieran mientras tuviesen órdenes de las autoridades de permanecer encerrados.
                -¿Sabes pilotar?
                -¿Yo? No tengo ni el carnet de conducir.
                -Bueno. De todas formas cogeremos la avioneta, seguro que será sencillo.
                -¿Estás loca? Pilotar una avioneta no tiene que ser sencillo.
                -¿Y cómo lo sabes?
                Diego empezó a desconfiar de su compatriota. ¿De dónde había llegado, qué le había pasado, por qué había aparecido desnuda, qué pretendía? ¿Cómo se llamaba?
                -Me llamo Diego Palmero, marinero.
                -Yo Antonia López, cantaora. Y algo me dice que me vendría bien un palmero. Pregúntale al chico cómo podemos llegar a la avioneta.
                A pesar de sus dudas, Diego trasladó la pregunta al chico. Pero como él había pensado, el japonés tenía muy claro qué se podía hacer y qué no. Antonia cogió al chico y le miró fijamente a los ojos. Sus pupilas reverberaron.
                -Llévanos a la avioneta, ahora.- Le dijo en español.
                El chico asintió y les indicó la ventana de la habitación para que salieran por ella. Diego se quedó extrañado de que el cabrón del niño supiese español y lo tuviese ahí dale que te pego con el inglés, pero al poco, los tres caminaban inapropiadamente vestidos por los terrenos nevados del exterior de la casa en dirección a un pequeño hangar del que partía una tosca pista de aterrizaje.
                -¿Cómo has hecho eso?
                -¿Qué cosa?
                -Hablarle en español y que te entienda. Y además convencerle.
                -Es largo de explicar.
                Dentro se encontraba un viejo Mitsubishi Zero de la segunda guerra mundial modificado para portar depósitos de insecticida. Aun se podían notar los círculos de la bandera japonesa bajo la pintura color naranja que lo cubría.
                -Pero esto es un avión de guerra, de los de las películas.
                -Mejor,  seguro que es más fácil de pilotar: cuatro palancas y cuatro cables.
                Antonia se volvió a agachar para ponerse a la altura de los ojos de Hinata.
                -Ahora vamos a despegar, retírate un poco y no vuelvas a casa hasta que nos veas volando. ¿De acuerdo?
                -Ni shitagai. Kaibutsu to tatakau tsumori?
                -¿Qué monstruo?- Dijo Antonia mirando al Chiclana.
                -Te dije que mi historia era muy larga de contar.
                -Me están entrando muchas ganas de conocerla.- Volvió a mirar al chico.- Si hay un monstruo no te preocupes, nos lo cargaremos.
                -Banzai!- Dijo el chico levantando el puño derecho con valentía.
                Antonia parecía recordar absolutamente todos los detalles de estos aviones de las cuatro películas en blanco y negro que había visto de pequeña, aunque naturalmente no recordaba haberse fijado en estos trastos. Así, subió de inmediato al ala, descorrió la cúpula de la cabina hacia atrás y se sentó en el único asiento que había.
                -¡Eh… yo no quepo!
                -Me temo que sólo hay asiento para uno.
                El chico pareció descubrir la preocupación de los fugitivos y dijo.
                -Kobu zaseki ga arimasu.
                Antonia giró la cabeza y, efectivamente, había un pequeño asiento de madera detrás, seguramente apañado por el padre para llevar a su hijo. A Diego le costó la misma vida encajar en él, pero, una vez instalado, de espaldas al piloto, parecía que podría aguantar sin romperse como un palillo.
                -Bueno chico, es hora de largarse.
                El pequeño japonés se alejó del aparato caminando de espaldas, sin perder de vista a los héroes que iban a luchar contra el monstruo.
                En la cabina, tras un pequeño análisis de los mandos, la palanca central, los interruptores e indicadores, Antonia pulsó un botón y el motor se puso en marcha con gran estruendo.
                -Sayonara!- gritó mientras cerraba la cúpula de la cabina. En un par de minutos corrían hacia uno bosquecillo cercano apurando los metros de pista. Un movimiento de la palanca entre las piernas de Antonia y el aparato despegó las ruedas y empezó a elevarse con brío hasta acariciar con la panza las copas de los árboles. Hinata, que había corrido tras el aparato se detuvo a mitad de camino y les saludó con la mano  mientras sus padres corrían desde la casa asustados.
                -¿A dónde vamos?- gritó el Chiclana.
                -A Tokio. Dónde si no.
                -Para qué vamos a dar rodeos.
                -Pues eso.
                Tokio estaba a más de mil doscientos kilómetros al sur, así que tardarían poco más de dos horas en llegar si les alcanzaba el combustible. En cualquier caso, la capital no estaba para tonterías, más bien estaba en alerta máxima ante el temor de un ataque norcoreano proveniente de una extraña nave submarina que se dirigía hacia la entrada de la bahía.
                El cielo se había llenado de aviones y helicópteros, las calles se habían vaciado de gente, las defensas antiaéreas estaban dispuestas y nerviosas recorriendo cada palmo del espacio aéreo circundante y el dispositivo anti submarinos se había desplegado entre las bases de Miura y Yokohama en el canal de acceso a la bahía. Un escenario ideal para llegar con un avión de la segunda guerra mundial robado y de color naranja. ¿Es esto habilidad, oportunidad o suerte?... ¡Vaya usted a saber!

                -Comandante.- Dijo el capitán de la unidad antisubmarina de la base de Yokohama a su jefe, que observaba de pie la entrada de la bahía desde el balcón de su despacho.-Las medidas antisubmarinos estás desplegadas, nada podrá entrar ni salir bajo el agua.
                -Bueno, eso es un objetivo deseable. Repase esas medidas conmigo.
                -Hemos corrido las dos redes metálicas que cierran el fondo marino, una en el exterior y otra en el interior del canal.
                -Perfecto. Suponga que puedan rebasar estas barreras.
                -Si algo tan improbable ocurriera, hemos activado las más de ciento cincuenta minas de fondo del canal de entrada, entre ambas mallas de acero, son explosiones controladas que sólo pueden hacer emerger a la nave. Entonces, las defensas de superficie darían buena cuenta de ella o de cualquier objeto que pudiera lanzar.
                -Parece seguro.
                -Por otra parte, la fuerza aérea patrulla sobre la ciudad y las defensas antimisiles están preparadas para interceptar cualquier objeto no identificado.
                -Todo muy bonito. Si estos tíos tienen un misil o carga nuclear todo eso no importa. Nos iremos al infierno todos juntos.
                El comandante abandonó la barandilla y se dirigió a una pequeña mesita en una esquina del balcón.
                -¿Un whiskey?

                En la base de las fuerzas de autodefensa de Miura, el personal del CIC estaba mudo, observando como la figura en forma de huso que parpadeaba en la pantalla del sonar se detenía justo ante la primera malla de acero que cerraba la entrada de la bahía.
                -Es la hora de la verdad.
                Los segundos pasaban lentamente mientras el misterioso objeto submarino permanecía inmóvil, como si no supiese qué hacer ante una barrera que no tenían previsto encontrarse. De pronto, continuó su marcha en dirección al canal de entrada, rebasando la primera línea de defensa.
                -¿Cómo han hecho eso?
                Sonó el teléfono del capitán.
                -Si… ¿Cortado? ¡Son cables de 50 milímetros de grueso…!- Colgó.
                -El intruso ha cortado la primera malla de acero. Se enfrenta al corredor de minas.
                Los operarios del centro de información y control contenían la respiración viendo cómo la figura submarina se adentraba en el canal minado de la bahía. El silencio expectante se podía romper en cualquier momento con el sonido sordo de las explosiones, fuera del CIC, a unos dos kilómetros. La figura continuaba con su avance sin que tal cosa ocurriese.
                En el balcón de la base de Yokohama, justo al otro lado del canal, el comandante apuraba su segundo whiskey viendo como los flotadores que indicaban la primera malla de protección se alejaban hacia alta mar.
                -¿No tenemos cargas de profundidad?
                -No es necesario, comandante, las minas de fondo son más que suficientes.
                -Si, como la malla. Además, creo ver cómo la cosa esa avanza por el canal, es esa mancha verde, ¿ve? Y no oigo detonar ninguna carga.
                El capitán se empinó sobre la barandilla para ver lo que su jefe le decía. Efectivamente el intruso parecía moverse sin problemas por el campo minado.
                -¿De qué tipo de detonador disponen?
                -Son magnéticas, señor.
                El comandante no dijo nada.
                El capitán se separó de la barandilla del balcón y se dirigió a la mesita donde estaban la botella y los vasos. Ahora sí necesitaba beber algo.
                -Deje la bebida, capitán. Ordene que despeguen aparatos con torpedos, los vamos a necesitar.
                El capitán cambió de camino y salió del despacho del comandante. Éste apuró su vaso y se encorvó sobre la barandilla para observar mejor la sombra verdosa que se deslizaba incólume por el canal minado de entrada.

                En Miura, las pantallas del CIC mostraban cómo la figura ya se había detenido a la salida del canal, justo ante la segunda malla de acero. Pero todos sabían que también la rebasaría, así que los nervios estaban a flor de piel.
                -Ponme con el comandante de Yokohama. Esto se ha puesto muy feo.
               
                En la Base Aérea de Yokohama la orden de montar torpedos se recibió como una inyección de adrenalina. El personal auxiliar empezó a transportar los MU-90  (lo que en lenguaje normal sería un “pedaso de torpeedo”) corriendo por las pistas en dirección a un par de helicópteros Apache a los que ya les estaban desmontando los misiles. Eran de los pocos aparatos que aún permanecían en tierra y no sobrevolaban la capital.
                Casi en el mismo tiempo en que le cambian las ruedas al Ferrari de Alonso, los aparatos estaban preparados para salir al combate submarino. Un par de órdenes, un par de coordenadas y saltaron de la pista como pumas dirigiéndose hacia el enigmático enemigo al que nada parecía detener.
                El Comandante de la base de Yokohama oyó el sonido de los helicópteros justo cuando aparecieron sobre su cabeza en dirección al canal. En el interior del aparato, el artillero intentaba fijar el objetivo en su pantalla. El radar no devolvía un punto preciso, el sonar era aun peor.
                -¡Piloto, no puedo fijar el objetivo, es… esponjoso!
                -Intentaré colocarme al otro lado, no sea que las estructuras de la base de Miura estén despistándole.
                -¡No, no es eso!¡Tendré que programarlo manualmente, colócate a las 3 del objetivo y mantén la posición a media milla cuadrada!
                El helicóptero se situó a babor del intruso deteniéndose en el aire en un punto a media milla de altura y media milla de distancia. El artillero pulsaba la pantalla táctil frenéticamente mientras el intruso continuaba su lento avance hacia el interior de la bahía, donde la ciudad de Tokio esperaba atemorizada. Por fin, pulsó el botón de disparo y el torpedo se desprendió del soporte lateral encendiendo el motor cohete que lo llevaría en dirección a la mancha verde. Entró en el agua desprendiéndose de la propulsión aérea y poniendo en movimiento la turbina hidráulica, la velocidad era de casi 45 nudos. El artillero veía cómo el objetivo se iba acercando en su pantalla gracias a la cámara especial situada en la proa del torpedo cuando de pronto pudo distinguirlo con claridad.
                -¿¡Qué mierda es esa…!?
                Pero no tuvo tiempo para más. Como un bate de beisbol arrojado al aire, el torpedo salió despedido del agua dando vueltas sobre sí mismo hasta quedar a la altura del helicóptero justo cuando terminaba su cuenta atrás.
                La explosión no fue muy fuerte, pero si lo suficientemente cercana como para que el Apache se escorara demasiado hacia un lado. La escasa distancia hasta la superficie no le permitió al piloto ningún tipo de maniobra y una de las palas rozó el agua de la bahía frenándose y obligando al helicóptero a girar en sentido contrario, lo que le hizo chocar a él mismo  contra el agua una, dos y hasta tres veces cayendo al mar hecho un amasijo de hierros.
                El segundo helicóptero se puso justo en frente del intruso y disparó su propio torpedo. Tras su breve vuelo se introdujo en el mar como un cuchillo amenazador. La estela submarina se podía ver desde el balcón del comandante de la Base de Yokohama. Justo cuando iba a impactar, el torpedo se desplazó ligeramente a estribor esquivando su objetivo y continuando en dirección al canal de entrada. El americano ya sabía lo qué iba a pasar y se retiró de la barandilla.
                Nada más llegar el torpedo a la zona minada, una tras otra, las minas de fondo empezaron a detonar provocando que toneladas de agua fueran despedidas hacia el aire.
                El helicóptero se situó sobre el objetivo y empezó a disparar sus cañones de 18 milímetros directamente sobre la sombra verde que continuaba su movimiento sin inmutarse. Los proyectiles, al entrar en el agua perdían toda trayectoria y fuerza, por lo que el ataque era más un intento desesperado que una auténtica acción ofensiva. De pronto, desde el intruso salió disparado un chorro de agua a presión que impactó en el aparato haciendo que se pararan sus reactores. Como un juguete falso, el helicóptero se precipitó hacia el agua.
                El jefe de la base de Yokohama contemplaba la escena extrañado, sin entender cómo armas de última generación, helicópteros de combate inteligentes y un personal bien entrenado eran incapaces de dar en un blanco tan evidente cuando el capitán volvió a entrar en el despacho.
                -Comandante, hemos recibido un mensaje del artillero del primer helicóptero.
                -Seguramente solicitando que le rescatemos del agua.
                -No precisamente. Describiendo el objetivo.
                -¿Y qué coño es?
                -No es una máquina, es un animal. Un animal enorme.

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