TERCERA PARTE
-¿Dónde está el responsable?
La sala de control era un auditorio de
gente asustada que de pie y con las manos en la cabeza contemplaba incapaz el
caos a través de las pantallas. Gallardo y De la Fuente se habían dirigido a la
primera persona que encontraron al entrar y que como respuesta miró aturdida
alrededor buscando a su jefe.
-Es aquél de allí, el que está fumando.
-Vamos, De la Fuente, no hay tiempo que
perder.
Los policías sortearon a las personas,
convertidas en maniquíes eunucos, hasta llegar a la altura del jefe.
-Hola, tenemos que hablar.
-¿Quiénes son ustedes?
-Yo soy De la Fuente, Comisario Jefe de
la Ciudad y este es mi compañero Gallardo, Inspector de la Audiencia Nacional.
Vayamos a su despacho.
El jefe no contestó, giró sobre sí mismo
y se encaminó al despacho acristalado del fondo. Caminaba rápido sin dejar de volver
de vez en cuando la cabeza para mirar las pantallas.
-¿Qué pasa?- dijo cerrando la puerta
tras los policías.
-¿Le parece poco?
-Ya, pero esto nos ha desbordado. Nunca
un bloqueo había provocado una rebelión en tan poco tiempo. Los antidisturbios
están a punto de llegar.
-La gente está muy harta de pasarse
horas y horas en los aeropuertos, y los sucesos de Torreblanca y el río no
ayudan a calmarlas. Al final ha pasado lo que tenía que pasar.- De la Fuente
parecía reflexionar mirando desde el interior del despacho el caos en las pantallas
de control.
-No hay tiempo para esperar a los
antidisturbios. Esto puede reventar en cualquier momento y los agentes están al
límite, ellos también son personas y no podemos responder de su actuación.
Podría suceder algo que lamentaríamos toda nuestra vida.
-¿Y qué piensan hacer para restablecer
el orden?
De la Fuente, al que esa pregunta le
llevaba rondando desde el almacén, abandonó las pantallas y miró a Gallardo,
rezando para que tuviera una respuesta.
-Muy sencillo. Restablezca la normalidad.
-¿Cómo?
-Cancele la orden de Alerta Terrorista.
Desbloquee el embarque. Mándelos a los aviones.
-¡Está loco! ¿Y las mascarillas. Y el
terrorista?
-Las mascarillas no sirven para nada,
seguro, en cuanto al causante de toda esta mierda, supongo que embarcará en uno
de ellos, en el de Frankfurt seguramente. En los aviones será más fácil
controlar a los pasajeros y al terrorista, y el impacto, caso de que se diese,
tendría menos consecuencias. En el vestíbulo tienen demasiado espacio, hay
mucha gente bajo el mismo techo y nosotros somos muy pocos.
-¿Y por qué no los dejamos salir de la
terminal?
-Porque entonces nuestro hombre se
esfumará, y no crea que una ocasión como ésta es fácil de repetir. Hay que
pillarle hoy y ahora.
-¡A saber dónde está su hombre!
-Está aquí dentro, disfrazado de
personal de la limpieza. Lo hubiésemos capturado si no llega a formarse esta
tangana.
-¿Está seguro?
-Totalmente. Se coló por la entrada de
almacenes, mató a un limpiador y le robó su ropa, ahora estará en ese tumulto,
es imposible capturarlo así.
El jefe del centro de control se apoyó
en la mesa, respiró hondo, asimilando toda la información que estaba recibiendo
de pronto. Parecía verosímil. Al menos estos dos le estaban informando,
mientras que los de abajo, los del CNI, aparentaban más desconcierto que otra
cosa. Recordó quién tenía realmente el control.
-Necesito contrastar esta información
con el CNI, son los que están al mando.
-No hay tiempo. Ahora mismo estamos
perdiendo el tiempo.
El comisario De la Fuente miró al jefe
seriamente, transmitiéndole toda la presión que es capaz de transmitir una
persona a otra. En las pantallas la gente estaba cada vez más cerca del cordón
policial, cada vez más alterada. Los operadores de la sala de control se
volvían nerviosos hacia el despacho. Hacía falta hacer algo.
-Está bien… ¿Cómo lo hacemos?
-Restaure la información de vuelos en
las pantallas. Lance un mensaje por megafonía, diga que el simulacro se ha
cancelado. Pida disculpas y pida que vayan a sus vuelos porque van a salir.
-Pero el control de acceso, deben poner
agentes que verifiquen la identidad de los pasajeros para interceptar al
terrorista.
-Mala
idea, así no habrá forma de cogerlo. Mejor que entre todo el mundo, con el control
normal de su personal de tierra. Mande un agente a cada aparato y que espere
órdenes.
-Sabe que está poniendo en riesgo la
vida de muchas personas. ¿Lo sabe?
-No. Lo que sé es que estoy salvando la
vida de muchas más.
De la Fuente miró a Gallardo. Era justa
su fama. Nada, absolutamente nada le detenía cuando estaba a punto de coger al
delincuente. Quizá no era muy ortodoxo, pero lo que decía era absolutamente
cierto. Tenían que elegir entre unos cuantos o muchos.
El jefe de la sala de control volvió a
encender otro cigarrillo. Pegó una larga calada y salió del despacho.
-Rápido… todo el mundo a sus puestos. Se
levanta la alerta antiterrorista, abran las puertas de embarque. Hablen con la
torre de control, su situación no cambia: ningún vuelo debe despegar ni
aterrizar. Avisen por megafonía de la cancelación del simulacro y llamen para
embarque urgente, a todos.
Como si una ráfaga de aire fresco
hubiese limpiado toda la zozobra de la sala, el personal se sentó y se puso a
trabajar con rapidez. El jefe garabateaba frenético sobre una hoja de papel. La
leyó por encima y se la entregó a la chica de la cabina de megafonía.
-Lea esto inmediatamente, añada los
códigos y los nombres de los vuelos pendientes. Léalo en inglés y francés
también, dará visos de normalidad.
La chica cogió el papel y corrigió
algunas cosas en él. Buscó en una pantalla y anotó números y destino de los
vuelos. Volvió a repasar el texto. Empezó a leerlo en voz baja mientras se
sentaba ante el micrófono. Una, dos, tres veces, intentando que la lectura
fuera lo más fluida posible. Miró a los dos policías que se habían quedado
parados en la puerta de la cabina.
-Ciérrenme la puerta, por favor.
De la Fuente cerró la cabina y la chica
empezó a hablar.
-Atención, atención. El simulacro de
Contaminación ha sido cancelado. Por favor, vuelvan a sus puertas de embarque.
Repito. El simulacro de Contaminación ha sido cancelado.
En el vestíbulo las pantallas
parpadearon y cambiaron a su tono azul habitual con la lista de vuelos de
llegada y salida en amarillo. Cuatro vuelos parpadeaban. La megafonía sonaba
inusualmente alta.
-Los vuelos que voy a leer a
continuación van a efectuar su salida de manera inminente. Este es el último
aviso para embarcar.
La gente del tumulto se detuvo. Escuchó
y, en menos tiempo que una vieja cambia de caja en un supermercado, se giró
hacia el largo pasillo de embarque que parecía decirles… “venga… rápido… venid
aquí”.
La marea humana salió corriendo dejando
tras de sí papeleras caídas, sillones rotos, basura y un cordón policial
perplejo.
La puerta del pasillo de embarque se
abrió justo cuando volvía la gente, mucho más calmada pero igualmente veloz. Un
joven asistente de vuelo salió y se unió a ellos. La puerta se cerró tras él
sin apenas dar tiempo a ver el cuerpo desnudo que yacía arrugado entre las
taquillas.
-“Los pasajeros para el vuelo de Ryan
Air 6286 con destino a Marrakech deben efectuar su embarque por la puerta 1A”
Los mensajes iban haciendo su función de
segmentar al grupo, que se iba despojando de decenas de personas en cada una de
las puertas que jalonaban el corredor de embarque.
-“Los pasajeros para el vuelo de Air
Berlin 7912 con destino a Frankfurt deben efectuar su embarque por la puerta
3B”
-Tome, este es un salvoconducto para
embarcar en el vuelo de Frankfurt, siga por este pasillo, baje las escaleras
que hay al final a la izquierda y saldrá al corredor de embarque, continúe
hacia la zona de tiendas, la puerta 3B está casi al principio. Este teléfono es
un terminal especial, puede tenerlo encendido todo el tiempo, sin interferir
las comunicaciones del piloto. Esta pistola es una pistola neumática de balas
de goma, no pueden atravesar el fuselaje pero usada con habilidad puede dejar
K.O. a cualquier persona.
Gallardo se sentía como un 007 de
pacotilla. No era un hombre de acción sino de investigación, pero no quedaba
tiempo y prefería encargarse personalmente del individuo al que todos deseaban
encontrar.
-Jefe, el CNI en la línea uno.
El Jefe del centro de control miró a los
policías y suspiró poniendo el manos libres del teléfono.
-Andrés Guillot, Jefe de Control del
Aeropuerto, ¿preguntaba por mí?
-¿Se puede saber quién le ha dado
autorización para levantar la alerta antiterrorista?
-Tenía que salvaguardar la seguridad de
los pasajeros, no se preocupe, los aviones no van a despegar.
-Me da igual lo que usted piense. Le
recuerdo que en estado de Alerta, el Aeropuerto está militarizado y usted está
bajo mi mando. Se enfrenta a un consejo de guerra. ¿Lo sabe?
-¿Porqué no viene hacia aquí y lo
hablamos en persona?
-Porque no me da la gana. El centro de
control en caso de alerta está en el destacamento, donde debo estar. Vuelva a
activar la alerta antiterrorista.
-Lo siento señor, pero el sentido común
me pide lo contrario. Ha sido un placer.
Colgó el teléfono.
-Un consejo de guerra, lo que nos hacía
falta.
De la Fuente pensó en su jubilación,
cada vez más cerca, cada vez más incierta.
-Cuando todo se resuelva verá como no
son capaces de llegar tan lejos.- dijo Gallardo, espoleado por la proximidad de
su objetivo.
La puerta del despacho se abrió y entró
un hombre sudoroso.
-Jefe, venga a ver esto.
El Jefe se levantó y se volvió hacia
Gallardo.
-Usted debería irse inmediatamente, el
embarque está yendo muy rápido, le deben quedar segundos para cerrar su puertas.
Gallardo asintió y salió del despacho y
de la sala de control en dirección al corredor de embarque. Apenas tuvo tiempo
para ver cómo los operadores se agolpaban en torno a una de las pantallas.
El joven auxiliar de vuelo, con el
rostro oculto bajo la gorra, aligeró el paso adelantando discretamente a los
demás. Por fin llegó a la puerta 3B, una pequeña cola se iba formando frente a
un mostrador de la compañía. Una azafata de tierra iba comprobando pasajes y
documentación. Johnny estaba pensando en su inmediato futuro, una vez olvidado
por completo el “incidente” con la otra azafata. Por fin iba a poder marcharse
hacia su siguiente etapa en una estrategia que no conocía límites para alcanzar
sus propósitos. No había sido tan complicado escabullirse del cerco de la
policía ni del ejército. Realmente era un tipo grande.
-¿Tienes pasaje, compañero?
-Si, toma- le entregó su billete y su
pasaporte.
-Pero este es un billete normal. ¿Por
qué no has cogido un billete con descuento para el personal?
Johnny sonrió.
-Es un regalo de mis sobrinos.
Imagínate, regalarle a un auxiliar de vuelo un billete de avión.
La chica le sonrió, arrobada por la
bella alegría que transmitía el pasajero. Miró la identidad del titular y el
pasaporte de forma mecánica.
-No tienes tarjeta de embarque.
-Con el follón la he tenido que perder.
¿Tendría que ir otra vez al mostrador?
-No, espera, te hago una aquí mismo,
desde luego qué jaleo para este aeropuerto chan pequeño.
La chica rellenó a mano una tarjeta de
embarque, la grapó al billete y le cortó una solapa.
-Está la cosa para perder mucho tiempo.
Buen viaje, compañero. Y a ver si nos volvemos a ver.- le guiñó un ojo,
ignorando la calaña del espécimen que tenía enfrente.
-Nos veremos, no te quepa la menor duda.-
sonrió de esa manera tan encantadora.
La chica le devolvió la sonrisa y
continuó con el control de pasaje.
Johnny bajó la rampa del pasillo móvil
que terminaba en la puerta del avión. Saludó amablemente al operario de la
rampa y llegó a la altura de la azafata de abordo que volvió a pedirle los
documentos. Su asiento estaba justo allí, en primera fila. Se sentó junto a la
ventanilla y volvió el rostro hacia ella, observando cómo la vida había vuelto
a las pistas: los transportes funcionando, los trabajadores corriendo de un
sito para otro, los aviones moviéndose.
El resto de los pasajeros fue llenando
el avión a velocidad de vértigo. Mientras, en la cabina del piloto, la torre de
control daba en inglés instrucciones específicas.
-Una vez que estés completo, lleva el
avión hasta el principio de la pista. Ponte el primero y espera instrucciones.
Pueden tardar, ya sabes.
-¿Habrá algún agente en la cabina?
-Eso pretenden los de seguridad, pero no
te lo garantizo, tú mantén cerrada la cabina del piloto. No te preocupes, hay
una corona de soldados rodeando las pistas, no pasará nada.
-Me preocupa especialmente eso. Yo he
sido militar y no suelen ser demasiado flexibles en la ejecución de sus planes.
-Estos están bajo el mando del
Departamento de Inteligencia. No te preocupes.
El piloto y el copiloto se miraron. No,
no era tranquilizador estar en el punto de mira de decenas de francotiradores.
El copiloto movió algunas palancas, los motores empezaron a rugir pero el avión
continuó quieto, pegado a la terminal.
-Cabina, aquí el piloto. ¿Cómo va el
embarque?
-Sin problemas en cabina, faltan... –
una pausa- faltan doce personas.
El inspector Gallardo apareció jadeando en
el dintel de la puerta. Mostró su identificación y una tarjeta de seguridad
expedida hacía minutos en el centro de control. La chica miró aprensiva al
policía. Debería sentirse más segura, pero no era buena señal tener a un hombre
armado entre el pasaje, aunque fuera de los buenos.
-Tome asiento en la plaza 26C al final,
en el pasillo. Es la posición mejor para ver toda la cabina y poder moverse
rápidamente.
-Gracias señorita.
Gallardo caminó por el corredor del
avión intentando observar los rostros de los pasajeros que ya habían tomado
asiento. Había sido una maniobra de embarque rapidísima y el policía llegaba
con prácticamente todos los asientos ocupados. Sin embargo, la pequeña
conversación de la puerta y la desorientación que se sufre al entrar en un
avión le habían impedido fijarse en el hombre de uniforme que, en primera fila,
miraba por la ventanilla.
El teléfono de Gallardo sonó.
-¿Qué ocurre De la Fuente?- dijo tomando
asiento.
-¿Te acuerdas de “la cosa” que nos
acercó hasta aquí?- la voz del comisario era un susurro.-Su cuerpo está en las
escaleras de emergencia, aquí al lado. Parece que ha muerto. Han llamado a los
servicios sanitarios.
-¿Crees que alguien ha podido hacerle
daño?
-No
sé, no la he visto aún. Te mantengo informado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario