11. Aeropuerto




SEGUNDA PARTE

   Gallardo contempló cómo de pronto, al salir de la escalera, una inmensa masa de gente se les echaba encima. No tuvo tiempo para detener a De la Fuente. Los dos se quedaron clavados como pasmarotes sabiendo que iban a ser aplastados de forma irremisible.
   Dicen que, cuando vas a morir, toda tu vida pasa por delante de tus ojos, claro que eso podría será si tienes tiempo, los policías no lo tenían. El rugido de la masa aturdía sus sentidos, pudieron ver algunas miradas de ira, algunas de sorpresa, alguien quizá pensara que había que detenerse, pero la suerte estaba echada, la masa, como un solo bloque de carne, no tenía voluntad ni posibilidad de maniobra. Gallardo cerró los ojos.
   El rugido cesó de golpe. ¿Silencio? No, se oía algo, a lo lejos: gritos, empujones, golpes. Pero lejos. Más cerca se escuchaba cantar algunos pájaros, sus respiraciones entrecortadas, y otra respiración, más pausada. Gallardo abrió los ojos.
   Una figura imponente, negra, alta, musculosa y con dos buenas tetas los contemplaba sin moverse.
   -¿Están bien?
   -¡Um…! ¿Qué ha pasado?
   El comisario se agarró a Gallardo y observó a la estupenda mujer oscura.
   -Nada. No suban, hay jaleo.
   La Ninja de los Peines encogió ligeramente las piernas y pegó un salto imponente girando su cuerpo para quedar suspendida del techo como una gigantesca mosca humanoide. Volvió la cabeza para echar un último vistazo a la pareja de policías que aún no salía de su asombro. Más al exterior un miembro de los cuerpos especiales miraba hacia las pistas sin haber oído aun nada que llamara su atención. La figura femenina comenzó a gatear al revés, bajo el techo, en dirección a la escalera.
   -¡Espera!- gritó el inspector.
   La chica se detuvo justo a punto de abandonar el alero de la terminal.
   -Llévanos al centro de control.
   -No.- dijo una voz gutural, casi inhumana- Podéis ir por vuestro propio pié, por las pistas.
   El soldado se giró rápidamente al oír la extraña voz cavernosa. En un par de movimientos se parapetó detrás de un remolque abandonado. Encañonó al comisario y, a través de la mirilla comprobó que no era el objetivo. Movió el rifle para encañonar al inspector y comprobó igualmente que no era el objetivo. El inspector miraba hacia el alero. Movió el objetivo en esa dirección.
   -Necesitamos que nos… teletransportes- decía el inspector-, o lo que sea que has hecho ahora mismo. Es preciso controlar esto inmediatamente o el que buscamos se nos escapará entre el tumulto o algo mucho peor.
   En el alero no había nadie. El soldado apartó la mirilla para observar todo el campo de visión. Allí no había nadie. Se levantó. Nadie.
   -Sargento, aquí dos siete, aquí dos siete. ¿Me escucha?
   -Si dos siete. ¿Qué le ocurre?
   -Ha habido un extraño movimiento a mis espaldas. Dos individuos identificados. Un tercero sin identificar. Les he perdido el rastro.
   -Retranquee su posición hasta la pared del terminal. Mantenga la guardia dos siete.
   -Si señor.

   Gallardo y De la Fuente quedaron solos, mirándose. Pero ya no estaban en las pistas de aterrizaje, sino en un lugar oscuro lleno obstáculos. Sus ojos, adaptados a la luz del día, no veían absolutamente nada.
   -¿Qué ha pasado, cojones, qué coño ha pasado?- De la Fuente gritaba nervioso.
   -Tranquilo, comisario, creo que esa cosa nos ha teletransportado, pero no tengo ni idea de adonde.
   Una vibración y un resplandor salieron del bolsillo de la gabardina del inspector. El teléfono sonaba levemente; en un movimiento  mil veces ejecutado, Gallardo cogió el aparato y miró la pantalla. -¡Mierda!- Se llevó el teléfono al oído.
   -¿Si.  Señoría?
   En el silencio, el comisario podía casi entender lo que el diminuto altavoz reproducía. El inspector escuchaba en silencio. Su rostro, pegado a la pantalla luminiscente parecía una línea recortada contra el fondo absolutamente negro de la habitación.
   -Entendido, señoría, no se preocupe. Me pondré a disposición de la autoridad. Le pido mil perdones.
   Colgó, pero dejó el móvil activado a modo de linterna improvisada. Lo movía de izquierda a derecha. Estanterías, papeles, cajas, el comisario, más estanterías. Al fondo, una puerta.
   -¿Qué te ha dicho Peral?
   -Que he intentado engañarle y que ha dado orden de detención contra mí. Que me entregue.
   -¿Y qué piensa hacer?
   -Entregarme. – Hizo una pausa mientras apartaba unas cajas con la mano libre.- A usted.
   -¿A mí?
   Se acercaban empujando bultos hacia la salida.
   -Bueno, usted es el Comisario Jefe, quién mejor.
   -¿Y qué se supone que debo hacer yo?
   Al abrir la puerta, la luz artificial de un corredor les devolvió la confianza. Salieron y miraron a un lado y a otro reconociendo el lugar: estaban a cuatro pasos de la entrada del centro de control.
   -Retenerme y arreglar este desmadre que han liado los del CNI.
   -Pues venga, rápido, vayamos dentro.
               
   -Oye, Johnny, quería preguntarte una cosa.
   Los cuerpos del Penumbra y de la azafata estaban pegados uno al otro acorralados por sendas filas de taquillas a ambos lados e iluminados por la luz natural de una pared de cristal que daba a las pistas. Al tener casi la misma altura sus rostros estaban muy próximos. Johnny se quitó la mascarilla y empezó a olisquear como si estuviese disfrutando de un buen coñac.
   -Dispara.
   -¿Has hecho algo malo?
   Johnny le quitó la mascarilla a la azafata. Con una maravillosa sonrisa le preguntó:
   -¿Me crees capaz de hacer algo malo?
   -¡No… yo no!- dijo la chica, olvidando sus dudas- Pero la policía ha repartido un retrato tuyo y creo que todo este follón tiene que ver contigo.
   “Mierda”
   -Tienes que haberte confundido, ¿no crees?- volvió a sonreír.
   La chica le contestó abrazándolo y besándolo con fruición, aprovechando que ninguno de los dos tenía escapatoria. Las manos de Johnny recorrieron aceleradamente el cuerpo de la azafata desnudándola de cintura para arriba, a pesar de la tensión que había fuera, Johnny tenía ganas de “jugar”. Ella se quitó la falda en un movimiento. Pasó rápidamente a desabrocharle la bragueta al de Torreblanca, que excitado, ahora sí, besaba sin miramientos sus pechos.
   -¡Ah! ¡Esto es muy incómodo!- dijo separándose frustrado.
   -No Johnny… no pares, no por favor. Te daré lo que desees, pero por favor, no pares.
   “Me darás lo que desee. Eso está claro”
   El Penumbra empezó a juguetear con el cabello de la azafata, le desprendió las horquillas que lo mantenían recogido en un moño y lo soltó. Lo alisó y lo extendió mientras ella se iba poniendo de rodillas lentamente, sin dejar de besar el cuerpo de Johnny allá por donde quiera que pasaran sus labios.
   Johnny le agarró una mata de pelo con fuerza y tiró de su cabeza hacia atrás.
   -¿Lo que desee?
   La chica mostraba cierta incomodidad por la postura y porque el hombre no soltaba su pelo, obligándola a mantener la cabeza en un giro imposible.
   -Lo que desees.
   -¡Quiero esto!- dijo volviendo a tirar del pelo. La chica gimió y empezó a respirar con dificultad.
   -Johnny, Johnny, me haces daño.
               
   Los dos hombres de negro, acompañados de un capitán de la policía observaban el bullicio contenido en la entrada de la zona de embarque. Una veintena de policías se había concentrado ahí y formaba con sus cuerpos y la ayuda de pivotes, bandejas y aparatos atravesados en medio del paso una barrera humana. Los pasajeros les gritaban desde cierta distancia, amagando con desobedecer la orden de no pasar.
   -¿No tienen equipamiento antidisturbios?- dijo uno de los de negro observando el bloqueo desde lejos.
 -No. Tenemos equipamiento antiterrorista, anticontaminación, anti incendios, anti prácticamente todo, pero los antidisturbios son un cuerpo especial. Hay que avisarles para que vengan.
   -¿Lo han hecho ya?
   -Nada más oirse el primer grito. Pero habría que haberlos avisado por lo menos hace una hora. Si esto continúa así, no llegarán a tiempo de evitar una catástrofe.
   -¿Y cómo no tenían esto previsto?
   -¿Por qué nos hemos enterado a la vez que ellos?
   El hombre de las gafas oscura entendió el reproche.
   -¿Y qué podríamos hacer para ayudaros?
  -Desde luego no hacer uso del montón de francotiradores que han traído. Mejor que se queden fuera. Al fresco.
   El policía abandonó a los dos tipos de negro y corrió a ayudar a sus compañeros. Uno de los hombres de negro se volvió hacia el otro.
   -Joder tío, qué forma de cagarla.
   -Ya, unos la cagan más que otros.
   -¿Qué quieres decir?
  -Que te opusiste rotundamente a que la policía colaborara en esto. Te quisiste poner las medallas tu solito.
   -Bueno tú también estabas en el ajo.
   -Y te dije que no era buena idea. Que cuantas más cabezas mejor. Ahora, si rueda alguna, serán las nuestras.
   El agente secreto no contestó. En su lugar, cogió el móvil y empezó a marcar.
   -¿A quién llamas ahora?
  -Al helipuerto. Vamos a utilizar los helicópteros para recoger a los antidisturbios, cuanto antes lleguen menores serán los daños. Llama al capitán para preguntarles dónde los recogemos.
   Mientras uno hablaba por teléfono, el otro agente corrió hacia el cordón de policías que intentaba nombrar un interlocutor de entre los pasajeros para poder negociar con la masa. Era difícil porque una vez que lograban apartar a uno para hablar, salía otro detrás mucho más beligerante.
   La Peligro, como un obélix sarasa frete a los romanos, estaba en la primera fila. Movía la cabeza de un lado para el otro sorprendida de lo mal que funcionaban los policías. El capitán que se acercaba por detrás parecía desolado.
   -¿Qué piensa que podríamos hacer?- le dijo.
   -Yo los dejaba salir. A tomar por culo tol mundo.
   -¿Y no cree que con eso dejaríamos libre al tipo de la foto?
   La Peligro no contestó. La verdad es que en medio del follón era difícil pensar con claridad.
   Desde detrás llegó la voz del agente del CNI.
   -¡Capitán… Capitán…!-
  Entre el jaleo y las mascarillas era imposible hacerse entender. Algunos agentes, en plan Charles Bronson,  se echaban la mano al cinto para hacerse los duros pero afortunadamente otros les conminaban a mantenerse tranquilos.
   -¿Qué quiere ahora?- se acercó.
   -Localice un helipuerto o un lugar amplio donde recoger a los antidisturbios allá por donde quiera que se encuentren.
   El policía se alejó del tapón y se llevó al agente a la puerta de entrada donde un nervioso y solitario policía impedía el paso en cualquier dirección.
   -¿Un helipuerto? ¿Se cree que esto es Chicago?
   -Es lo único que podemos hacer para ayudar.
   -Está bien. Vamos junto a su compañero… a ver qué podemos hacer.- Y comenzó a caminar hablando por el walky – Atención, central, atención.
   -“Aquí central, cuarenta minutos para la llegada de los refuerzos, hay un atasco monumental”.
   -¿Por dónde van ahora mismo?
   Hubo una pausa.
   -“En estos momentos se encuentra en la ronda de circunvalación a la altura de la salida a la nacional”.
   -¿Hay…?- miró al agente secreto- ¿Hay un helipuerto por ahí cerca?
   Otra pausa.
   -¿Un qué?
   -¡Venga Montilla… me ha entendido perfectamente!
   Otra pausa. El capitán y el hombre de negro llegaron a la altura del otro agente.
   -“El antiguo hospital psiquiátrico, hemos hecho algunas prácticas… tiene un aparcamiento muy grande, sin cables ni obstáculos…”
   -¡Bien… desvíe treinta hombres hacia allí, los vamos a recoger en helicóptero!
   El otro agente se puso el móvil en la cara.
   -¿Ha escuchado…? Antiguo hospital psiquiátrico.
   El agente miró irritado a sus compañeros.
   -¿Qué no sabe dónde está, cómo que no sabe dónde está? Pregúntele a los de la torre de control, que le guíen, o ponga el GPS, ¡espabile!
   El capitán de la policía suspiró desesperado llevándose las manos a la cabeza.

   La Ninja de los Peines había dejado al inspector y al comisario en un almacén junto a la puerta de la sala de control y, dando tumbos, salía por la puerta de emergencia.
   La tarea de moverse a velocidad ultra rápida entre las pistas, en un extremo de la terminal y la sala de control, justo en el contrario, cargando con De la Fuente primero y luego con Gallardo le había llevado demasiado tiempo. Estaba al límite de sus fuerzas.
   La luz natural en la escalera metálica de evacuación hirió sus pupilas haciéndola retroceder hasta apoyarse en la pared. Tiritaba de frío y apenas podía mantenerse en pié. Agarró la barandilla y comenzó a subir en dirección a la azotea.
   Respiraba con dificultad y el poco aire que tomaba le quemaba los pulmones. La falta de coordinación era evidente. La criatura tropezó y cayó de rodillas.
   “Animo Ninja, no me falles”
  Con visible esfuerzo agarró con las manos un tubo que sobresalía en la pared y volvió a ponerse de pié.
   Antonia, ella misma, no estaba afectada, pero el cuerpo de la Ninja de los Peines parecía no responder. Notaba cómo las piernas y los brazos carecían de fuerza, como el corazón, siempre rotundo en su latir, apenas se oía. La imagen que recibía de su mirada era borrosa, desenfocada. No parecía que aquello tuviera arreglo, pero no podía dejar el cuerpo de la Ninja allí tirado. Subía penosamente las escaleras mientras que algunas personas que permanecían paradas en las pistas, o que ya hartas, se movían de un lado para el otro, contemplaban la escena señalando aquella figura negra, maciza y poderosa que, sin embargo,  parecía subir herida de muerte.
   -Mirad allí, en la escalera.
   -¡Ostias…!¡Es un Ninja!¡Seguro que es al que estaban buscando! Parece mal herido.
   -No es un Ninja.- Contestó el listo del grupo.
   -¿A no… y qué te parece que es?
   -Es UNA Ninja… ¿no le ves las tetas?
   -Es verdad… pedazo de tetas, por cierto.
   -¿Nos acercamos?
   -No… no hace falta, mira a dónde va.
   Mientras la figura negra y agotada subía lenta pero continuamente las escaleras metálicas que zigzagueaban por uno de los costados del edificio de la terminal, los empleados del aeropuerto contemplaban cómo se acercaba a la azotea, donde un súper soldado permanecía de rodillas con el rifle de precisión apoyado en la cornisa. La Ninja se iba a topar de bruces con las Fuerzas Armadas, y ese tío no tenía pinta de aguantar muchas tonterías.
   Uno de los trabajadores empezó a dar saltos y a mover los brazos.
   -¡Eh…!¡Eh…!
   -¿Se puede saber qué puñetas haces?
   -Avisarle, para que no le coja desprevenido.
   -O a visar a la Ninja.
   -Ostias, es verdad.
   El sonido de los helicópteros despegando distrajo el tiempo suficiente al soldado que no giró la cabeza, ignorando el imprudente aviso del trabajador.
   La Ninja, casi al final del penúltimo tramo, oyó los gritos, pero no fue capaz de enfocar la vista hacia los borrones de color amarillo y azul que se movían a lo lejos. Trastabilló y cayó de bruces contra los duros escalones de metal. El cuerpo se quedó quieto.
    “Ninja… ¡Ninja!... ¡No me hagas esto por Dios! “, Antonia sintió como la oscuridad la rodeaba, como el sonido exterior se perdía, la sensación de frío de la escalera desaparecía. En un intento desesperado quiso recuperar su forma de Antonia López pero no había nada que hacer. Había perdido toda comunicación con la criatura.
   El cuerpo inerte de la Ninja yacía a todo lo largo sobre el último tramo de escalera. Su caída había hecho un ruido considerable y había alertado al soldado de la azotea. La punta de su rifle apareció lentamente por encima de la cornisa, luego el cañón, la mano izquierda sujetándolo, luego la cabeza acorazada.
   -Sargento, aquí tres cinco, aquí tres cinco, ¿me escucha?- se movía nervioso, sin dejar de apuntar a la Ninja de los Peines.
   -Si tres cinco, ¿qué le ocurre?
   -Una civil vestida de forma extraña ha caído al lado del punto M3. Creo que está muerta o mal herida.
   -Intentaré mandar a alguien, no la pierda de vista, pero no olvide su objetivo. Si le supone la más mínima dificultad no dude en usar sus armas para neutralizarla.
   -A sus órdenes, señor.


               

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