10. Aeropuerto


PRIMERA PARTE

   Un taxi abandona el polígono industrial y gira siguiendo la alambrada del aeropuerto. Su propietario yace muerto en la cuneta, consumido por la pesadumbre. El coche parece seguir indicaciones que de vez en cuando señalan la ZONA DE CARGA de AENA.
   El sol ya empieza a subir con fuerza y molesta la vista del conductor de manos temblorosas. Johnny está excitado, demasiado excitado. Si tuviese la suficiente sangre fría habría abortado sus planes, pero Johnny no tiene sangre fría, no ahora.
   El lugar por el que transita el taxi está rodeado de antiguas construcciones en ruina, antiguas instalaciones militares traídas por el tito Eisenhower, aunque, de vez en cuando se cruza con algún coche estacionado, de ventanillas empañadas y movimientos regulares. Parejas tempranas buscando un apaño rápido antes de comenzar la jornada. Nada que temer.
   Un enorme avión ruge sobre su cabeza pasando su tren de aterrizaje a escasos metros del taxi. Johnny encoje el cuello instintivamente.
   Por fin encuentra un desvío pegado a alambrada que conduce a un control de acceso cerrado. Un par de guardias de seguridad armados a cada lado de la calzada le dan el alto. Johnny cree haber visto a lo lejos los tres helicópteros. Baja la ventanilla.
   -¿Tiene permiso para entrar?
   -Sí, creo que lo tengo aquí.- dijo dirigiendo la mano a la guantera a lo que el guardia responde alejándose y encañonándolo alarmado.
   -Aleje las manos de la guantera, póngalas donde yo pueda verlas y salga del coche muy despacio. ¡Luis, llama a control, puede que tengamos problemas! ¡Retire las manos de la jodida guantera!
   -Tranquilo hombre, tranquilo. Voy a salir.- La luz del sol chocó con su sonrisa y fue despedida hacia las gafas oscuras del agente. El guardia dejó bajar el arma.
   -Perdone amigo, como he visto llegar tres helicópteros del Ejército del Aire me he puesto un poco Rambo.
   -No se preocupe- dijo Johnny saliendo del taxi –Estamos todos un poco nerviosos ¿verdad?
   -¿Qué pasa Bernardo?- dijo el otro guardia con la pistola en una mano y el walky en la otra.
   -Nada, Luis. Que estamos todos un poco nerviosos.

   Mientras tanto, al otro lado de la pista de aterrizaje, en la terminal, un enorme culo azul se bamboleaba intentando seguir a su dueño. Las piernas, gordas y apretadas por el uniforme, chocaban una con la otra proporcionando un extravagante meneo impropio de un agente de seguridad del estado.
    “¿Y cómo coño localizo yo a Antonia aquí, por Dios? ¡Uich! Este pantalón me va a destrozar la entrepierna… voy a sufrir una emasculación expontánea como siga metida en esta mierda de uniforme”
   Antonia López, ahora una chica de dieciséis años, contempló alucinada al gordo y sin embargo delicado policía.
   “¿La Peligro? ¡No puede ser! Igual tiene un hermano gemelo pasma, pero eso sería la ostia. Claro que si es La Peligro sería la reostia.”
   Las miradas de La Peligro y Antonia se encontraron un instante, a esa distancia era dudoso que la mirada de fuego de La Ninja de los Peines tuviese poder alguno, pero ambas se quedaron petrificadas. Un segundo. El “policía” siguió girando la cabezota intentando encontrar a alguien desesperadamente. Antonia se acercó.
   -Perdone agente, ¿podría indicarme dónde está el mostrador de Spantax?
   -¿Eh? Este… mira niña, yo de eso no sé nada, pregúntale a otra, por ejemplo a esa canijucha del gorrito.-    Contestó La Peligro sin perder un segundo en mirar a su interlocutora.
   “Es ella, La Peligro, pero…”
   -¿Y me podría decir cómo puedo encontrar a La Peligro?
   El gordo de azul se quedó clavado. Ahora sí miró a la chica de arriba abajo.
   -¿Cómo has dicho?
   -La Peligro, un travesti de La Alameda. Me han dicho que andaba por aquí y estoy deseando invitarla a un bocadillo de chorizo.
   El gigante amanerado se puso rojo como un tomate y sintió como el mismísimo bocadillo de chorizo tomaba camino inmediato hacia la salida de atrás. Apretó las piernas.
   -¿Cómo sabes tú eso? ¿Quién coño eres?
   -Digamos que te conozco, aunque tú no me reconozcas a mí. Ahora dime… ¿qué haces aquí y cómo se te ha ocurrido disfrazarte de policía en un lugar lleno de policías? ¿Acaso es una nueva perversión que añadir a tu currículum: Morir asaeteada como San Sebastián?
    -Mira niñata, no sé de qué me hablas, pero ya va siendo hora de que te vayas un poquito a tomar por culo, ¿sabes? Déjame que estoy muy ocupada… ocupado.
   -Por cierto, llevas uniforme de capitán. Lo digo porque eso es un delito más grave que vestir de simple agente.
   -Oye, que te puedo meter un paquete que te cagas, así que ¡humo!
   -Peligro, que estás en peligro, que esto no es una tontería… vuélvete al barrio, que aquí se va a liar gorda y esa gorda no eres tú.
   -¡Pero bueno! ¡¿Cómo coño te atreves?!- La Peligro se había ido subiendo, acorralada emocionalmente, y estaba dispuesta a no dar su brazo a torcer. Un brazo que aprisionado por el uniforme de policía parecía un gigantesco morcón azulado.
   La chica la miró fijamente a los ojos. Sus ojos empezaron a llamear como una catalítica. El travelo se relajó.
   -¿Qué haces aquí?
   -Estoy buscando a Antonia López. He sabido que la policía le anda buscando por el crimen de Torreblanca. Yo sé que ella no ha sido, pero estos son como perros y una vez que cierran la mandíbula no sueltan la presa.
   -Está bien. Yo soy Antonia López.- Y por un instante, dejó que su rostro se volviera algo parecido al original, el cuelo se plegó, los párpados se descolgaron, los labios se secaron.
   Rápidamente volvió “estirarse”.
   -¡Antonia, ere tú!- gritó el “policía”
   Antonia tiró de su manga para agacharlo y hacerla callar.

   Esta imagen estaba siendo proyectada en una de las pantallas del centro de control pero no era esa la pantalla que atraía la atención de Gallardo y De la Fuente, sino otra en la que se veía un helicóptero posándose junto a otros dos en el helipuerto. Un montón de hombres iban saliendo de ellos pertrechados como para una batalla.
   -Ya están aquí.- susurró De la Fuente a Gallardo.
   -Lo sé, pero, mire hacia esa allí.
   El inspector señalaba una pantalla en uno de los extremos mostraba a un civil elegantemente vestido y cubierto por un sombrero de ala ancha. Pasaba junto a una valla de control sin que nadie le impidiera el paso, los guardias no estaban. Gallardo comprobó los rótulos sobreimpresos: “Zona Almacén. Entrada 1A”.
   Gallardo y De la Fuente se encontraban en un discreto rincón del centro de control, aparentemente en visita rutinaria, sin molestar  ni ser atendidos por un atareado personal que en su rutinario control del aeropuerto estaba dejando pasar por alto la entrada del intruso, confiados en que el personal de garita hacía su trabajo.
   Detrás de una cabina, el jefe parecía ordenar sus ideas pintando en una pizarra. Un hombre abrió su puerta y le dijo algo sin entrar. El hombre se levantó de golpe. Empezó a dar indicaciones con los brazos, parecía muy excitado, buscaba algo en la mesa, finalmente salió al patio donde una decena de personas controlaba la seguridad del aeropuerto.
   -Alerta Terrorista. Rápido, activen el protocolo naranja. Repito, Alerta Terrorista, no es un simulacro.
   De repente Gallardo y De la Fuente se vieron rodeados por gente que ni siquiera habían visto antes y que se movía de aquí para allá en una coreografía aprendida pero aparentemente confusa. El personal de consola empezó a teclear con rapidez, hablando por sus micrófonos, cambiando de posición interruptores, mirando pantallas. Luces de color naranja se encendieron a lo largo de las paredes.
   -Bueno- dijo De la Fuente para que lo escucharan- Estos señores están ocupados, será mejor que nos marchemos.
   Y dicho y hecho. Los dos policías salieron a la puerta de la sala de control, donde Castillo les esperaba sorprendido.
   -¿Qué pasa?, Estaba hablando con un tipo y le ha sonado el busca y se ha largado.
   -Han activado la alerta antiterrorista, los del CNI no suelen ser muy discretos. Si hay una forma de no pillar a ese tipo es avisándole por megafonía.
   -¿Dónde vamos?
   -A la zona de Almacenes, puerta 1A… allí está nuestro hombre, o por lo menos estaba hace unos segundos.

   Mientras, en el vestíbulo.
   -¡Sssh!- dijo la chica llevándose un dedo a los labios- Ahora, Peligro, vete a tu casa y olvídate. ¿Vale?
   -Pero…
   En ese momento, los “buscas” de todos los agentes empezaron a sonar. A los que estaban en la terminal, en el control de pasajes, en el servicio, en la entrada, comprando donuts, charlando: “beep, beep”. Decenas de manos se fueron a buscarlos a los cinturones casi al unísono, decenas de ojos miraron su pantalla, decenas de cerebros entendieron el mensaje: “Alerta Terrorista: Nivel Naranja. No Simulacro”.
   Un leve murmullo pero en constante aumento empezó a inundar las abovedadas instalaciones del aeropuerto. Los agentes de las puertas se colocaron en posición, deteniendo el paso de personas y empezando a cachear, pedir documentación y hacer abrir equipajes directamente en la calle. Un par de coches montaron un control de acceso en la entrada de la autovía, los de control de pasaje bloquearon la entrada de nuevos pasajeros, las cintas de transporte de equipaje se pararon, dejando las maletas sin vida.       Las pantallas de información mostraron una plano naranja. La gente aun no se percataba del cambio, seguía tomando café, leyendo revistas, paseando por la terminal, haciendo cola en facturación. Sin embargo, el personal civil del aeropuerto empezó a mirarse unos a otros por encima de las cabezas de los ciudadanos, comunicando con un gesto de complicidad aprendido en sesiones de simulacro que estaban en alerta.
   -Capitán, rápido, vayamos al destacamento… rápido.
   El agente tiró de la manga de La Peligro que miró desconsolada a Antonia. La chica le hizo señas para que fuera con él y que estuviera tranquila. El gordo capitán se puso en marcha torpemente, algunos otros mandos policiales se fueron uniendo al grupo, caminaban rápidamente pero sin correr en dirección a una pequeña puerta vigilada al fondo del terminal. El resto de los agentes continuó con un control tan férreo de todo que la gente empezó a percatarse de que algo pasaba y empezó a inquietarse.
   “Ahora qué coño hago yo. Estos tíos han levantado un poyo antiterrorista, La Peligro está metida en una reunión de seguridad disfrazada de policía, el culpable no aparece y… ”, Antonia empezó a calentarse, literalmente. Afortunadamente se dio cuenta antes de prenderse como una falla.
   “Tranquila Antonia que te caldeas y ya sabemos lo que esto significa. Pensar, lo que tienes es que pensar”

   Los “robocops” de los helicópteros bajaban a toda leche del último aparato pasando a tomar posición junto a sus compañeros. Habría más de treinta hombres. Un sargento, con cara de mala leche claro, inspeccionaba la alineación de los efectivos. Cuando todo hubo terminado habló por el mini microfono que tenía apretándole la mejilla.
   -Todo preparado para el despliegue, señor. ¿Alguna orden?
   Escuchó atentamente la respuesta. Una figura elegante y menuda pasó por detrás de la formación caminando sin titubear, su sonrisa, como si tuviera un diente de oro, iba alumbrado toda la pista. En una circunstancia normal a cualquiera le habría llamado la atención ver a un civil, sin uniforme ni distintivos, caminando tranquilamente por las pistas del helipuerto, pero ahora hasta el último mindundi de mantenimiento estaba absorto con la maniobra militar.
   -¡Quillo… ¿qué guapo, no?!
   -Joder, cómo acojonan los cabrones esos.
   -Yo vi una vez una peli donde se veía cómo a estos tíos los programaban desde chicos, convirtiéndolos en máquinas de matar sin conciencia.
   -¡Y yo vi otra en la que un tío con barbas largas y un palo separaba las aguas del Mar Rojo!
   -Pues mi hermana estuvo saliendo con uno y dice que sin conciencia puede, pero que máquina lo que se dice máquina…
   -Es que tu hermana es muy puta.
   -Ya. Si lo sabré, pero nada, se tira a todo lo que se menea. ¡Qué cruz!
   Johnny el Penumbra se iba acercando al edificio de la terminal, como el que pasea por un parking.
   El sargento miró una tablet con pinta de haber sido tuneada por unos canis del Polígono, con manos toscas y fuertes empezó a toquetear para luego levantar la mirada hacia el pelotón.
    -Uno uno, ¿Conectado?- murmuró a su micrófono.
   -Conectado señor- contestó el primero de la primera fila también en voz baja.
   -A la posición H1, rápido. Espere la siguiente orden, no olvide su protocolo.
   -Sí, señor.- Y dando un paso al frente emprendió una carrera aparatosa de botas, casco, rifle de precisión y demás “hardware” hacia un extremo del edificio de la terminal.
   -Uno dos, ¿Conectado?...
   Así, hombre a hombre fue desplegándose el operativo de los cuerpos especiales. Todos ellos armados con rifles de precisión, todos ellos con un protocolo, todos esperando órdenes, colocándose en lugares estratégicos del edificio, las pistas y los hangares, ante la atónita mirada del personal que, en cumplimiento del nivel de alerta, permanecía inmóvil en el lugar en los que ésta les había pillado.
   -Pues yo sigo pensando que tienen pinta de estar programados.
   -Sí, tu quítales la paga, verán lo rápido que se desprograman.

   Las pantallas de la terminal parpadearon un instante. Luego, sobre fondo naranja,  mostraron un mensaje: “Simulacro de alerta*. Por favor, permanezcan donde están. No hay peligro”
   Por la megafonía empezó, por fin, a emitirse un mensaje.
   “En cumplimiento con las normas de seguridad vigentes, se está produciendo un simulacro de alerta. Por favor, permanezcan en el lugar en el que se encuentren y colaboren con los cuerpos de seguridad y el personal del aeropuerto. Repito esto es un simulacro, no hay peligro ninguno, sólo tienen que colaborar con los cuerpos de seguridad y el personal del aeropuerto”
   El mensaje fue repetido en inglés, después en francés, luego de nuevo en castellano. La gente empezó a excitarse, pero no sexualmente, hubiera sido interesante de contar, pero no, sólo empezó a ponerse nerviosa.
   -Mira Nicolás- le decía un señor gordito y con cara de buena persona a un chico que comía un donut con ganas sin el menor interés en lo que sucedía a su alrededor- Esto en lo que trabaja papá, ¿ves?, ahora hacen un simulacro para estar entrenados y ver si algo falla. Así cuando tengan que hacerlo de verdad podrán hacerlo mejor.
   -Pero papá, ¿tú no eras cocinero?
   -Pues eso, hijo, eso… uno tiene que probar las cosas antes de darlas por buenas.
Gallardo y De la Fuente pasaron como una exhalación por delante de Antonia. Un agente tuvo intención de detenerles, pero les mostraron las credenciales y pasaron el control en dirección a la zona de embarque.
“Mierda… estos dos se me han adelantado. En estas circunstancias sólo puedo ser La Ninja de los Peines.    Aunque ahora voy a tener más cuidado que en Torreblanca”
   -¿Dónde vas chica?- dijo un agente que vigilaba el grupo de sillas en las que estaba sentada Antonia.
   -Perdone, tengo una urgencia, “me estoy cagando”. – le terminó susurrando casi al odio.
   El agente le hizo un gesto para que fuera a hacer lo que tuviera que hacer. Otra agente intercambió un gesto con él, junto a la puerta de los servicios, y siguió a Antonia con la mirada mientras se acercaba.
   -Pasa. Termina rápido porque tienes que volver a tu sitio.
   -Seré la más rápida, no se preocupe.
   En el interior, una azafata apretaba sin conseguir aliviar su tripa. Kiwis, piña, Activia y nada. Por debajo de la puerta oyó cómo unos pasos menudos se movían hacia una de las cabinas de su derecha. Volvió a empujar sin conseguirlo. “Mierda, ni en alerta soy capaz de cagar. Puto estreñimiento”. Oyó cómo se cerraba el pestillo de la puerta mientras seguía intentándolo.
   ¡Blumf! Un resplandor iluminó el servicio seguido de una pequeña nube de humo. La azafata se alarmó.
   -¡¿Le ocurre algo?!- preguntó mientras se despejaba el humo.
   -No se preocupe, señora, son solo gases.- contestó una voz hombruna.
   -Pues hija, qué envidia me das, yo ni eso…- Pero ya nadie contestó.

   Un limpiador guardaba sus trastos en el cuarto de limpieza, cerca de la entrada de servicio a las pistas. Atareado no se percató de la figura menuda y elegante, aunque siniestra, que estaba detrás de él. Al darse la vuelta dio un respingo.
   -¡Dios…! ¡Qué susto! ¿Qué hace aquí? No puede estar aquí.
   Los ojos de Johnny miraron fijamente a los del hombre.
   Un intenso malestar se apoderó de él, se llevó la mano al pecho e intentó abrir la boca, pero no podía, no le quedaba aire en los pulmones. Sus sienes empezaron a hundirse, a la vez que sus ojos, su mano se crispó como una garra, la garganta se le secó, las piernas no pudieron sostenerle. Cayó al suelo. Johnny le mira impertérrito. Brazos y piernas se exprimieron como esponjas, el mono pareció perder relleno, hecho un guiñapo se acurrucó en el suelo en postura fetal, empezó a convulsionar mirando hacia arriba, suplicando ayuda. En un último movimiento desesperado agarró  la pierna de Johnny y murió con un estertor de angustia.
   -Lo siento- dijo arrancando la garra huesuda que le oprimía la pierna- Pero tiene razón. No puedo estar aquí. Tengo que volar.

   El murmullo en la sala de briefing del destacamento de policía se calló de pronto al entrar en ella un par de sujetos con gafas oscuras y vestidos de negro con pinta de saber tela de cosas. Los mandos policiales los observaron expectantes. La Peligro, como un negro en una sauna finlandesa, intentaba pasar desapercibido aunque nadie lo miraba, todos los ojos se dirigían hacia los hombres de negro.
   -Bueno días, señores. Señora…- hizo un gesto hacia La Peligro que nuevamente se sonrojó.
   “Qué vista tiene el jodío”, atinó a pensar.
   -Hemos declarado la Alerta Terrorista en todo el Aeropuerto porque tenemos fundadas razones para asegurar que en estas instalaciones está el sujeto que ha provocado las muertes masivas de Torreblanca, hace unos días, y el río, esta misma noche.
   El murmullo subió de tono.
   -Por favor, señores, y señora, guarden silencio.
   “Verás tu el lechuguino este que me va a descubrir con tanto milindreo de lenguaje no sexista… me cago en la Pajín.”
   -No sabemos a qué nos enfrentamos. Creemos que el individuo en cuestión puede disponer de alguna sustancia o instrumento que afecta al comportamiento emocional de sus víctimas, incitándolas a la autodestrucción. Pero esto son sólo conjeturas. Estamos empezando a repartir mascarillas para los servicios de seguridad y el personal civil, así como para los civiles en general ahora en la terminal. Al salir, un par de agentes les hará entrega de las suyas. No permitan que nadie se la quite. No aseguramos que sirvan para mucho, pero es una medida que tenemos que tomar.
   Un agente pequeño y con cara de niño le hizo entrega a La Peligro de una foto.
   -También les están entregando la fotografía del sospechoso. Es posible que pueda ir disfrazado, imagínenselo con barba, o bigote, o peluca. No podrá ocultar esos ojos pequeños a menos que se ponga unas gafas oscuras. Identifiquen a todas las personas con gafas oscuras. Tampoco podrá ocultar esos labios finos, ni esa cabeza triangular. Busquen esos parámetros. Podría ser un pasajero con destino a Frankfurt. El vuelo ya ha sido bloqueado, como los otros. Vigilen especialmente a estos pasajeros.
   El murmullo se intensificó de nuevo.
   “Así que éste es el hijo de puta. Entonces, porqué buscan a Antonia y a Paco. Ya me parecía a mí que estaban equivocados”.
   -Por favor. Distribuyan la fotografía a sus hombres, háblenles de las tres características que les he marcado, pero no dejen que la foto sea vista por el público, es importante que nadie pueda identificarlo antes que nosotros. Si alguien sospecha algo, díganles que forma parte del ejercicio. Es fundamental que no se formen tumultos pues a rio revuelto, ya saben… Recuerden, NO SABEMOS A QUÉ NOS ENFRENTAMOS. Pueden retirarse.
   Los policías empezaron a salir, La Peligro se propuso unir al grupo cuando una mano la detuvo.
   -Perdone, señora, espero que todo este asunto no le esté afectando.
   El hombre de negro miraba a La Peligro con ojos redonditos detrás de sus gafas.
   -¡Uy! No se preocupe, estoy como todos, expectante.- contestó el travelo abriendo los ojos desmesuradamente.
   -Si tiene algún problema, no dude en acercarse, estaré por aquí. Y cuando todo esto termine, me gustaría que nos contara cómo ha vivido esta experiencia.
   -¿Qué os la cuente o que te la cuente a ti solo?
   El hombre de negro se quitó las gafas un segundo.
   -¿Nos vemos luego?
   -Por supuesto. Seguro que tengo grandes cosas que compartir contigo.
Antes de terminar de salir, La Peligro volvió discretamente la vista a tras justo a la vez que el hombre de negro. Sus ojos se encontraron.
   “Si ya me lo decía la Maru… Sal, muévete, deja estos callejones y conoce mundo…Qué razón tenía la muy bruja”.

   -Por favor, pónganse estas mascarillas, el simulacro de hoy va de contaminación- le dijo una azafata de tierra con un carrito catering abarrotado de mascarillas ofreciéndole una a Gallardo y otra a De la Fuente.
   -¡Vaya!- Gallardo tomó la mascarilla y empezó a colocársela-¡No os aburrís en este sitio!
   -¡Qué va…!- dijo ella intentando disimular –¡El otro día nos tocó contaminación acústica y estuve repartiendo tapones para los oídos toda la mañana!
   Gallardo y De la Fuente se miraron extrañados mientras se colocaban las mascarillas.
   “Contaminación acústica… qué coño es eso. Debería pensar otra escusa, estos se lo han creído porque serán tontos pero lo de la contaminación acústica suena a patraña ridícula”
   Mientras la azafata se iba al siguiente grupo de personas, reflexionando, De la Fuente se volvió hacia Gallardo.
   -¿Y esto, habrán encontrado el arma homicida?
   -No lo sé, igual es por precaución. Bajemos a las pistas a ver si podemos llegar a la Zona de Almacén.
   -Entre una cosa y otra, este tío puede estar ya sentado en las rodillas del piloto de Air Berlin.
   -Espero que no. Mira, por allí, unas escaleras para bajar.
   Gallardo y De la Fuente, con las placas de policía en la mano derecha para enseñarlas rápidamente, se dirigieron hacia una escalera de emergencias que parecía podría llevarles a las pistas. Subía las escaleras un chico de la limpieza, con mono naranja, gorra, cubo y mocho.
   -Perdone, ¿Estas escaleras bajan hasta las pistas?
   Sin levantar la cabeza, Johnny contestó lacónicamente- Si.
   Gallardo y De la Fuente apretaron el paso sin darse cuenta que no habían visto el rostro del que les hablaba.
   Johnny puso el mocho sobre el suelo y empezó a fregar en dirección a las puertas de embarque.
   -¡Eh…! ¿Qué haces?- Le susurró una voz a sus espaldas.
   -Estoy limpiando.
   -¿Tú eres nuevo, no? ¿Y no sabrás qué hacer ante una alerta, verdad?
   -Pues no.
   El otro hombre de mantenimiento se llevó las manos a la cabeza.
   -Mierda de mini jobs… cada vez venís menos preparados.
   -Lo…lo siento.- contestó el Penumbra haciéndose la víctima.
   -En caso de alerta, se deja de trabajar inmediatamente y te quedas donde estés. Anda, aparta los trastos y siéntate aquí con nosotros. Espera, no… ve a aquella chica y dile que te de una mascarilla.
   -¿Una mascarilla?
   -Sí, es simulacro de contaminación, ¿eso han dicho, no?
   -Sí. De contaminación.- contestó uno de los que estaban sentados.
   “Contaminación de los cojones, je, je.”
   -Bueno, voy para allá y ahora vuelvo.
   -No vuelvas, quédate por allí, no puedes moverte por ahí como si tal cosa.
   -Vale, lo siento.
   Johnny se dirigió hacia las puertas de embarque, recalculando como un GPS despistado sus siguientes pasos.
   La azafata de tierra seguía repartiendo inútiles mascarillas a las personas que salpicaban el corredor de las puertas de embarque, los dependientes de las tiendas de licores, tabaco y perfumes y los compañeros que se iba encontrando. Al fondo del larguísimo pasillo de embarque se agolpaban cienteos de pasajeros, detenidos por el súbito bloque del aeropuerto.
   -Perdone, señorita, podría darme una de las mascarillas.
   La chica se volvió para satisfacer la demanda y de pronto se le iluminó la cara.
   -¿Johnny? ¡Oh Dios mío, no me lo puedo creer! ¡Eres Johnny… cuando se lo cuente a Carlota… Johnny!    ¿No sabía que trabajabas aquí?
   “Si…je, je... Carlota está más seca que la mojama!”
   -Perdona, baja la voz, estoy de incógnito.
   -Oh… ya, qué tonta…perdona… Para qué necesitas tu trabajar. Toma, ponte esto, es fundamental.
   -¿Por qué?- dijo tomando la mascarilla.
   -Estamos en pleno simulacro. Bueno, creo que a ti sí te lo puedo decir… creen que puede haber un atentado terrorista con algún tipo de gas o esas cosas.- dijo susurrándole al oído.
   -¡Vaya, qué contrariedad!- dijo repentinamente fino el de Torreblanca.- ¿Y no podrías buscarme un “agujero” donde quitarme esto y de camino… echar un ratito?
   A pesar de la mascarilla se notó cómo la chica sonreía picarona.
   -Espérate ahí un segundo a que termine y te vienes conmigo, los de tierra tenemos un pequeño tugurio para reencuentros y despedidas rápidas con los de aire.- Le guiñó un ojo.
   Johnny se sentó en el primer asiento que vio libre y se encasquetó la gorra imaginando cómo acercarse a la puñetera puerta de embarque, aunque ahora que contaba con la ayuda de esta fulana de la que, sinceramente, no recordaba nada en absoluto, sería más fácil.
   Una chica de pelo corto y coleta asimétrica salió del servicio junto al banco de Johnny, pasó junto a él y siguió caminando en dirección al bullicio del fondo, ninguno de los dos sospechó nada.

   -Ahí están los helicópteros, pero ya no hay nadie. Mierda, el tío este se nos ha escapao.
   -Tranquilo inspector. Volvamos arriba.
   Al girarse, en el alero de la terminal, se toparon de bruces con un enorme mádelman en tonos grises y negros armado con un rifle de precisión. Los dos policías hicieron un gesto de disculpa.
   -Somos policías.- dijo torpemente De la Fuente enseñando su placa.
El sujeto no se dignó a mirarles. Si hubiesen sido pequeños, con cabeza triangular, labios finos y ojos vivos ahora tendrían un tercer ojo, entre las cejas, pero como no respondían al patrón simplemente no existían.
   -¡Joder, estos tíos cada vez dan más miedo!
   -Y que lo digas, no sé si tanta especialización y tanto control no nos estarán llevando a donde no queremos llegar.
   -Es curioso que eso lo diga un policía que viene de los grises de la dictadura.
   -Precisamente por eso lo digo.
   Caminaban despacio pero sin detenerse, en dirección a las escaleras que subían hasta la zona de embarque. Justo cuando pasaban junto a la puerta del equipo de mantenimiento vieron como ésta estaba entreabierta.
   -¿Qué es eso… parece un cuerpo?
Abrieron lentamente la puerta, el brazo agarrotado del cadáver del empleado de limpieza cayó a los pies de Gallardo. Lu mano se aferraba inútilmente al vacío.
   -¡Vaya…! ¡Este tío ha pasado por aquí!
   -Sí, mira… sus ropas… el sombrero. Y este tío está desnudo. Se ha vestido de personal de mantenimiento.
   -Pero ¿a dónde ha ido, hacia arriba, hacia la izquierda o hacia la derecha?
Ambos policías miraron a ambos lados y se giraron el uno hacia el otro, diciendo a la par: -¡El tío de la escalera!- y emprendieron una frenética subida.

   -¿Has terminado el pasillo de embarque?
   -Qué va, hay mucha más gente en ese pasillo que en el resto de la terminal, recuerda que están bloqueados los vuelos de Bolonia, Madrid, Valencia y Marrakech. Así que voy a volver a por más muchas veces.
   La azafata se acercó a las cajas de mascarillas donde estaban  siendo entregadas junto con otros empleados. Dos policías conversaban detrás de la mujer que las repartía. Uno de ellos le mostraba al otro lo que parecía una foto.
   -Ve con éstas- le dijo la señora a un chico que estaba delante- Si te faltan vuelve a por más, una por pasajero, no las regales; nos estamos quedando sin mascarillas.
   -La gente me pregunta que qué pasa, y no sé qué decirles.
   -Cualquier cosa menos la verdad.
   -Ya. La verdad. A saber cuál es la verdad.
   El chico cogió el par de cajas que le entregó y las metió en su carrito, luego maniobró con tanta torpeza que se enganchó con el de la azafata.
   -¡Eh compañero… ten cuidado!
   Los dos auxiliares de tierra intentaban sin demasiado éxito desenganchar los carritos. El  policía que tenía la foto se separó de la pared.
   -Esperad, yo os ayudo- dejó la foto boca abajo sobre el borde de una mesa. La foto cayó al suelo y se dio la vuelta. La cara de Johnny el Penumbra aterrizó junto a los pies de la azafata que se quedó mirándola, congelada.
   -¿Qué… quién es ese?
   La mano ágil del otro policía ya estaba cogiendo la foto y ocultándola.
   -Nada, es uno de los muchos tipos que se ponen en busca y captura.
   -Cada día…- dijo el otro policía levantando a pulso el carrito de la chica- …tenemos fotos nuevas.- Dejó el carrito liberado junto a la chica - ¡Ya está!
   Se volvió hacia su compañero haciendo un gesto de alivio.
   La azafata se quedó perpleja, mirando a la que repartía mascarillas.
   -… ¡Eh…! ¡Que te estoy hablando!
   -Perdona, si, dame por lo menos diez cajas.
   -Bien. Y espabila, que en cualquier momento se lía la de siempre, ya sabes que los pasajeros en masa son como una manada… recuerda, rápido. ¡Venga!
   -Sí, si… -aún no salía de su asombro. “Johnny buscado por la policía. ¿Debería decirles que está ahí, en el pasillo, vestido de limpiador o debería avisar a Johnny de que le estaban buscando?”
Pensando, pero sin aclararse, llegó a la altura del Penumbra. Aunque no podía verle la cara, su sonrisa era inconfundible. Levantó la gorra y la miró.
   -¿Te ocurre algo muñeca?
   -Es que… es que…
   Un tumulto repentino proveniente del fondo del corredor de embarque desbordó a un grupo de agentes que permanecían vigilantes junto a las paredes.
   -¡Queremos saber qué pasa!- gritaba el macho alfa.
   -¡Queremos embarcar o irnos, queremos la verdad!- gritaba la gente.
   La manada se había puesto en marcha.
   -¡Ven…!- cogió a la azafata del brazo y la separó del carrito.
   -¿Dónde vamos?
   -Donde tú me digas, pero rápido.
   Sin pensar, la chica puso su tarjeta de identificación sobre un detector y esperó a que se abriera una pequeña puerta junto al servicio. Metió a Johnny en ella y entró detrás cerrándola tras de sí.
   La turba ocultó la escena rápidamente, más de trescientas personas ocupaban el pasillo de embarque de extremo a extremo, con trolis, bebés, cámaras de vídeo, gorritos, abrigos, regalos y muy mala uva.
   -¡Queremos saber!- animaba el líder del grupo.
   -¡Queremos saber!- secundaba la masa.
   Algunos policías, desbordados, solicitaban por radio instrucciones. La masa se dirigía, imparable, hacia la salida de la zona de embarque, entre esta y aquella Gallardo y De la Fuente salieron de la escalera, justo cuando el tumulto se les echaba encima. Antonia, subida a una de las sillas cotemplaba la escena. Hizo un gesto porque lo que ahora tenía que hacer no le hacía ninguna gracia.


¡Blumfff!




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