9: (24 Segunda Parte)




 9.1 (9:35 A.M.)
 
Los aeropuertos tienen cosas en común con estaciones de tren o de autobuses. Son lugares de encuentros y despedidas, de gente que se va o que vuelve, de alegrías y tristezas, incluso de ambas cosas a la vez. Sentimientos encontrados porque todo el que va deja algo detrás y va a encontrarse con algo nuevo o a reencontrarse con algo viejo.
Miles de historias se han forjado en ese caldo emocional donde unos pierden sus mecanismos de defensa y autoprotección o incluso de involuntaria alienación y otros recuperan aspectos valerosos, seguros y determinativos de su personalidad, camuflados durante las largas horas de espera mientras se mezclan con personas desconocidas que, como en la sala de espera del médico, están dispuestas a compartir sus inquietudes y esperanzas.
Pero los aeropuertos tiene un denominador común, algo que realmente los hace aún más catárticos: El control de pasajeros.
Porque hasta la llegada al aeropuerto, incluso aún en la zona de facturación, restaurantes, entradas y salidas, uno es dueño de si mismo, de su destino y del de sus posesiones. Una vez pasado el control de embarque, una vez que ves cómo a la señora de al lado le han obligado a quitarse los zapatos y a caminar descalza bajo un arco de seguridad, una vez que has tenido que mostrar todas tus pequeñas pertenencias, tus gadgets, tus secretos, puestos en una bandeja para que un sujeto con cara de aburrido los radiografíe hasta la última vértebra, dejas de tener control sobre tu vida inmediata.
Entonces, en la zona del duty free, ya no puedes tomar decisiones por ti mismo, estás a las expensas de la compañía aérea, la autoridad aeroportuaria o los sindicados de pilotos y controladores. Incluso el personal de limpieza tiene autoridad para llamarte la atención o indicarte que cambies de sitio.
Es el lugar ideal para leer una novela sobre el holocausto judío en la segunda guerra mundial, porque es ahí donde probablemente se pueda llegar a comprender cómo coño aguantaron hasta el horno crematorio sin rebelarse. Y entonces es cuando realmente uno piensa que no ha sido buena idea irse a tomar por culo de vacaciones, y que en el coche por ahí, por la costa, o la montaña era mucho mejor.
Pero ya es tarde, ya estás en el vagón de Auschwitz, pastoreado por gente de uniforme sin ninguna consideración. Esperando, rezando, para que todo acabe cuanto antes.
Sin embargo, hay gente que está deseando pasar esa línea de rayos “X” y pasillos laberínticos de cinta de nylon para dejar atrás lo que no quieren ver, lo que les molesta o atosiga. Para ellos, el control de pasaje es la puerta hacia un mundo mejor. No van al vagón de Auschwitz sino que salen del horno crematorio de una vida obtusa, reducida o vanal y el tránsito por la zona restringida a los pasajeros, el avión y por último la puerta de salida es sólo una última prueba divina antes de llegar a la gloria de la independencia, la libertad y la felicidad. Pero estos son los menos.
-¡Ay mamá!- la madre intentaba acariciar a su hija adolescente que arrastraba una enorme mochila hacia el mostrador de facturación-¡Déjalo ya, ¿no?!
-Hija, es que te vas tan lejos y tanto tiempo. No se si ha sido buena idea pagarte el año de estudios en Alemania para aprender inglés, que digo yo que mejor hubiese sido en Inglaterra.
-Si... allí, con los Ropper... ¡no te jode!
-¡Niña...! ¡Ay Dios mío, cada vez estás peor...!
El hermano pequeño de la chica, agarraba a la manga de la madre mientras miraba la escena sin demasiado interés. Su atención estaba más en otra chica que estaba sentada en los sillones del fondo. Había observado cómo salido del servicio de señora, asomado primero la cara por la puerta y mirando a derecha e izquierda, como si temiese que alguien la viera, y luego, casi sigilosamente se había sentado en el primer sillón que encontró.
Tenía el pelo muy corto, aunque con una larga y fina coleta que le colgaba detrás de la oreja izquierda, un flequillo de cortinilla que apenas alcanzaba unas cejas pobladas pero delgadas y lo que más le había llamado la atención al chico, su ropa: vaqueros cagaos, botas sucias de montañero, jersey de lana y cuello vuelto de color indefinido entre el marrón y el verde negruzco y un chaleco de la misma tela y con la misma mierda que los vaqueros. Vestía como su hermana. Exactamente igual que ella.
El chico miró hacia arriba, intentando ver si la mochila de su hermana estaba abierta y con jirones de ropa colgando, pero no alcanzaba a verla totalmente desde sus nueve años de altura, pero creía adivinar una cremallera entreabierta.
-Mamá, mamá....- decía tirando de la manga de su madre que no le hacía caso, enfrascada en la discusión con su hermana adolescente.
-Y a ver si te cortas un poquito, porque el otro día me conecté a tu Facebook y sólo tienes fotos de fiestas, rodeada de maromos como armarios. ¿No se te ha ocurrido hacerte una foto estudiando?
-¡Pero qué plasta mamá...!- dijo la chica desesperada contemplando cuánto le quedaba aún para poder facturar la mochila.- ¿Crees que es normal poner fotos estudiando en el Facebook?
-Bueno, pero por lo menos podrías hacerte alguna foto con María, tu amiga..
-María es la que hace las fotos, no puede salir en ellas... ¿comprendes?- dijo poniendo cara de “se ve que no sabes nada de la vida”.
“Y una mierda...”, pensó la madre. “Tu lo que pasa es que has salido tan puta como tu tía Encarna... “
-Bueno, pues pásale la cámara a alguno de los rubios esos con los que sales y hazte fotos más decentes.
-¡Ufff...!- resoplaba como un tren de mercancías- ¡Si tu has sido la más suelta del barrio, ¿qué quieres ahora?!
“Suelta... ¿yo suelta?, ummm...” quedó reflexionando la mujer, sin saber todavía si darle una torta “con la mano vuelta” o aceptar su condición de “progenitora emérita”.
-Bueno- resolvió al final. -Dejémoslo estar, total si te vas a ir y vas a hacer lo que te salga del chichi.
-Mamá...,- continuaba el niño- mamá...
-¡Qué quieres tú ahora!- contestó malhumorada la madre.
-Es niña tiene la ropa de Alicia.
La madre miró de soslayo y contestó para que su hija le escuchara.
-La ropa de Alicia es tan bonita que todas las niñatas de aeropuerto van vestidas como ella.
Alicia, con su piercing en el centro del labio inferior, sus rastas y su ropa ajada miró a la chica del fondo y contestó.
-¡Eah...! Para que veas que no soy la única que viste así.
La mujer volvió la mirada otra vez hacia el lugar donde estaba la chica con la intención de comprobar que, a pesar de todo, iba mejor vestida que su hija, pero no la encontró. Se había ido. “Mierda, ¡qué más da!, si no quiero discutir...”
-Venga hija, olvidémoslo. ¿Tienes todo?
-Siiii... es la quinta vez que me lo preguntas.
“Joder. Esto de tratar con adolescentes es insufrible”.
-Bueno, pues entonces me voy.- Comprobó que su hijo había desaparecido.- ¿Y Carlos... dónde se habrá metido ahora el niño?
-Está allí, hablando con “mi doble”.
El chico se había acercado a la chica del sillón, que al verle venir se había levantado para esconderse entre la gente, pero le había dado alcance.
-Has cogido la ropa de mi hermana.
La chica se detuvo en seco. Le miró y le preguntó:
-¿Lo has visto?
-No, pero esa es la ropa de mi hermana, la conozco.
La chica se agachó para poner su cara a la altura de la del chico. Sus ojos color miel reverberaron al decirle:
-No es la ropa de tu hermana.
-No es la ropa de mi hermana.
-No tenemos nada que ver.
-No tenéis nada que ver.
-¿Cómo te llamas?
-Carlos. ¿Y tú?
-Antonia. Hasta luego, Carlos, buenos días.
-Buenos días Antonia.
El chico le sonrió y volvió con su madre y su hermana.
-¿Qué has estado hablando con esa chica?
-Nada. No tiene nada que ver con Alicia.
La madre reprimió el comentario que como un ariete le vino a la cabeza. Cogió a su hijo de la mano y se despidió de su hija.
-Hasta el verano, cariño- le dio muchos besos en la mejilla, agarrándole la cara como para estrujarla, queriendo quizá que otra vez fuese esa niña dulce y obediente de antaño.
-Hasta luego mamá- dijo la chica sinceramente- No te preocupes, ya te llamo cuando llegue.
Antonia observó la escena de lejos, sin perder de vista al chico que ya no volvió a mirarla. Se movía por el aeropuerto con la misma soltura que un businessman de multinacional y, en general, los viajeros no reparaban en ella pues sus preocupaciones iban de las colas a las pantallas y de éstas a los documentos, los niños o los equipajes. Ella, en cambio, examinaba tranquila pero exhaustivamente a cada uno de los viajeros, catalogándolos. Sus ojos podían ver detalles a distancia que cualquiera hubiera pasado por alto, su cerebro clasificaba los rasgos y los comportamientos como un sexador de pollos separa pollos de pollas.
Aun faltaba hora y media para que despegara el vuelo de hacia Frankfurt y la chica escrutaba la cola de facturación intentando localizar candidatos a “hijo de puta”. No había muchos hijos de puta esa mañana en la cola del mostrador de Air Berlín, y eso que normalmente hay más que botellines. “Paciencia”, se decía, “igual ni está facturando... igual tienes que embarcar, y sin billete.”
Un taxi paró en la terminal de salidas. Un policía gordo y de movimientos ondulantes se bajó recogiendo de mala manera el cambio que el taxista le entregaba.
-¡Buen viaje!
-¡Ay hijo...!- dijo sin acordarse de su disfraz- ¡Un buen viaje es lo que yo necesito!
“¡Coño!”, pensó el taxista, “¡Hasta en la policía! ¡Cuánto daño ha hecho Zapatero!”

9.2 (9:40 A.M.)





    -Ya lo sé, señoría, pero necesito que haga usted esto por el bien de la investigación.
    El Inspector y el Comisario viajaban detrás del coche patrulla, Castillo conducía con habilidad, aunque su cara de cansancio dejaba dudas sobre su capacidad de reacción. El Inspector escuchaba el teléfono con cara preocupada.
    -No lo crea, señoría, si esperamos a que el CNI se ponga a trabajar el sospechoso ya habrá volado y puede que nos enfrentemos a un atentado peor.
    El Comisario miraba por la ventanilla pasar las casas iluminadas por el rosáceo amanecer. El miedo de la madrugada por la integridad de su hijo aún no le había abandonado y alguna vez, a lo largo de la mañana, tendría que enfrentarse con su mujer, mucho más poderosa que “su señoría”, desde luego. No veía cómo sería su vida de jubilado, quizá empezaría a escribir un libro, o a pintar un cuadro, o a ordenar el garaje, o cualquier cosa que no tuviera que resolver de forma inmediata, para la que su impericia no fuera sinónimo de muerte.
    -Claro, señoría, sólo necesito hasta las once de la mañana, sólo hasta esa hora, si, ya sé que la ley no le permite intervenir en hechos declarados como de Alarma Nacional, pero mientras usted pregunta y le contestan pasarán un par de horas, como mínimo, y nosotros no estaremos totalmente al descubierto.
    El Inspector abrió los ojos y tocó nerviosamente el brazo de su acompañante que volvió la cara. Parecía que había convencido al juez.
    -Gracias, señoría, muchas gracias.
Colgó.
    -¡Uf…! Por las mañanas está especialmente difícil.
    -Hasta el primer tiento no da pié con bola, ¿no?
    -Yo no he dicho eso- contestó secamente, pero añadió.
    -Bueno, si, qué puñetas. Hasta el primer tiento está hecho un lío. Aunque hoy esa confusión nos ha venido bien. En contestarle pueden tardar dos días, pero él dentro de dos horas o menos me estará llamando para ordenarme que vuelva a la comisaría. Motu proprio.
    -Pero no tenemos muchos datos, sólo que es un pasajero del vuelo a Frankfurt, quizá nos dejen ver la lista de embarque, quizá, y puede que los del CNI, que ya estarán siendo avisados por Sonseca, como convenimos, estén de camino y lo jodan todo.
    -El informático ese, Pepo, está intentando localizar una imagen del sospechoso en los vídeos, a lo mejor ya tiene algo… ¿Porqué no lo preguntas Castillo?
    -¿¡Eh!? ¡Ah, sí!
    Y cogió el micrófono de la radiopatrulla para preguntar. De la Fuente le tocó en el hombro.
    -NO. No uses la radio de la Policía, pueden oírnos.
    -No se preocupe, comisario, en la centralita está Montilla.
    -Ya, el del lenguaje en clave.
    -Sí, verá…- pulsó el botón del micrófono- Alcázar a Almonte, Alcázar a Almonte, cambio.
    -Aquí Almonte, ¡Viva la Virgen del Rocío!
    -“Eso es que está todo bien”- murmuró Castillo a los pasajeros.
    De la Fuente miró a Gallardo y se encogió de hombros, como eludiendo toda responsabilidad por el comportamiento de sus hombres.
    -¿Has comprado ya el cuadro?
    -El pintor lo ha localizado, pero tiene mucho polvo y lo está limpiando.
    -¿Crees que me lo podrás enviar hoy?
    -Me ha dicho el pintor que si tenéis prisa os lo envía ahora mismo, tal como está.
    Gallardo indicó vehementemente a Castillo que sí.
    -Que sí, que nos lo mande como está, ya lo limpiará otro día.
    -Bueno, - se oyó murmurar al otro lado de la línea- Que os lo deja en el buzón de la casa de Madrid, lo envía ahora mismo.
    -De acuerdo, gracias Almonte, ¡Viva la Virgen!
    -Del Rocío, del Rocío…
    -Eso, perdón, Viva la Virgen del Rocío. Corto.
    -¿Y cómo nos ha dicho que nos lo va a mandar?
    -Me imagino que se lo mandará por email a su buzón de correo del móvil.- Señaló a Gallardo- Recuerda, “al buzón de la casa de Madrid”.
    Gallardo encendió su móvil y empezó a trastear como un loco, buscando el buzón de entrada.
    -¿Y cómo sabe éste cuál es mi buzón?
    -Estuvo manoseando su móvil cuando usted dejó la gabardina en el perchero, mientras charlaba con los del CNI.
    -Ya hablaré yo con el gordo ese., ¡Qué se habrá creído!¡Es que le voy a meter un paquete que se va a enterar!- El enfado de Gallardo cesó de inmediato. Los ojos se le abrieron como platos, volvió el móvil en dirección al Comisario: allí estaba, en primer plano, algo movido y con algo de ruido, pero se podía ver bastante bien la cara de un individuo delgado, de cabeza triangular y calva, ojos vivos y pequeños y labios finos.
    -¿Ese es nuestro hombre?
    -Éste es.- dijo Gallardo- ¡Por Dios! ¿Cuánto queda para el aeropuerto? Parece que llevo toda la vida en este coche patrulla.
    -Tranquilo inspector, que tenemos tiempo. Ya estamos llegando, tendremos que entrar por la zona de mantenimiento, no es muy aconsejable bajarnos directamente en la puerta, llamaríamos la atención.
    -Además casi mejor vamos a la sala de control de seguridad, donde las cámaras. Será más efectivo que dar vueltas por la terminal.
    -De acuerdo- Gallardo volvió a remirar la pantalla del móvil, como queriendo memorizar cada rasgo del sujeto de la foto- ¡Johnny, te tenemos!
    El coche patrulla pasó a velocidad legal por la puerta de la terminal y continuó su camino, en dirección a la entrada de servicios. Mientras lo hacía volvió a crujir la radio.
    -Aquí Almonte, aquí Almonte.
    -Te escucho Almonte, aquí Alcázar. ¡Viva España!
    Castillo unió los dedos formando una “O” como queriendo indicar a los pasajeros que todo iba normal.
    -Los de la documentación ya tienen todos los papeles y van volando a San Pedro.
    -De acuerdo Almonte.
    -Hasta luego, buena suerte.
    Castillo desconectó la radio.
    -Mal asunto, los del CNI se dirigen aquí, probablemente en helicóptero, tenemos muy poco tiempo y no podemos conectarnos más, creo que hay ropa tendida.
    Gallardo miró a De la Fuente y explotó.
    -¿Cómo puñetas sabe todo eso?
    -Los de la documentación son los del DNI, ¿no?, pues eso, los del CNI; se dirigen a San Pedro, pues el amigo de San Pablo, el Aeropuerto de San Pablo; y vienen volando, pues como no lo hagan en helicóptero, porque ya ha visto el follón de tráfico que hay hoy.
    -¿Y lo de que hay ropa tendida?
    -Porque no ha dicho Viva la Virgen del Rocío.
    -Ya.
    El coche empezó a frenar para detenerse frente a la valla del control de acceso.
    -¿Y este lenguaje en clave lo han acordado antes?- Dijo Gallardo a De la Fuente mientras sacaba su documentación.
    -¡Que va…!- Dijo el comisario haciendo lo propio- Lo más sorprendente es que el código lo improvisan y lo entienden. Es como la máquina Enigma pero con clave dinámica improvisada, no me preguntes, yo tampoco sé cómo lo hacen.
    -¿A dónde se dirigen?- dijo el guarda de la puerta abriendo la valla.
    -Vamos a la Sala de Control de Seguridad. Una visita rutinaria.
    -Bien, pueden pasar, en aquella ventanilla les registrarán y les darán los pases.
    -Gracias, compañero.- dijo el agente, sabiendo que no hay cosa que le guste más a un segurata que ser compañero de un auténtico policía.
    -Pues podrían darnos unas clases de criptografía a los demás, este sistema es inexpugnable.
    -Ya, pero para darnos unas clases tendrían que poder explicarse- dijo De la Fuente en un susurro- Y esa no es ninguna de sus habilidades.
    Gallardo miró al comisario y luego al agente y se preguntó si la cosa podría salir bien.
    -Ya hemos llegado. Es hora de moverse.

    Sobre la autovía hacia el aeropuerto atascada de vehículos un grupo de tres helicópteros pasó traqueteando a baja altura y a sorprendente velocidad. Iluminados a contraluz por el sol naciente, los aparatos parecía que iban a dejar un grupo de marines en plena selva. El taxista se estremeció asustado.
    -¡Mala cosa, helicópteros a baja altura, algo pasa!
    -¿Dónde?- Preguntó Johnny.
    -En el Aeropuerto, ¿no ve que van en nuestra misma dirección?
    “Mierda”, pensó el Penumbra.
    -¿Y qué cree que puede ser?
    -Pues si son helicópteros y estamos hablando del aeropuerto, un accidente o un atentado.
    -Parece que sabe usted mucho de esto.
    -Hombre, yo escucho la radio y créame, tantas horas a pié de calle se termina aprendiendo mucho.
    -Pero no se ven ambulancias, ni policía.
    -Ambulancias y policía ya hay en el aeropuerto, de eso sobra allí, y taxis, que no vea usted lo mal que está el negocio.
    Johnny apartó la mirada y observó los tres puntos que ya se perdían en la lejanía. Vio un letrero de un centro comercial. Improvisó.
    -Salga un momento, tengo que comprar algo para el viaje.
    -El centro comercial está aun cerrado.
    -Ya, pero seguro que habrá alguna tiendecilla o algo, las de los aeropuertos son carísimas.
    -Un poco más adelante hay una gasolinera, saldré por aquí y llegaremos antes.
    El taxi tomó una salida hacia el carril de servicio. El Penumbra sonrió al ver que ésta pasaba entre naves industriales sin actividad.




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