8: (24)



8.1 (6:00 A.M.)

Paco miró el reloj y luego la ventana. Eran las seis de la madrugada y aun noche cerrada.

El ático de Antonia era, cuando se lo vendieron, un ático. Ahora eran realmente un par de cuartuchos, uno de los cuales estaba abarrotado de trajes de faralaes, batas de cola y abalorios de folclórica. El otro era un salón – dormitorio – cocina. Había también cuarto de baño tan pequeño que podías lavarlo y ducharte a la vez. En definitiva: una “solución habitacional".

Cuando llegó, tras dejar al notario en plena Alameda, se encontró la cerradura rota y una orden policial pegada en la puerta. Entró con cuidado, por si se hubiese colado alguien, pero estaba solo. Ahora se fumaba un pitillo pensando cómo pillar al cabrón que había organizado lo de Torreblanca. 

Sólo cinco horas le separaban del momento en que le encontraría, subiendo las escalerillas del avión para Frankfurt.No sabía cómo se llamaba ni qué aspecto tenía pero estaba seguro de que cuando lo viera lo reconocería. Además, sería Antonia la que estaría allí, y Antonia es muy lista. Sobre todo desde el incidente.

Dio una profunda calada al canuto y puso la televisión para ver alguna tontería, pero como era normal en los últimos días estaba sintonizado el canal de noticias. Se incorporó. Aquello era el río, su río. Subió el volumen.

“... como ya pasara hace una semana en la localidad cercana de Torreblanca, la aparición de decenas de cadáveres flotando por el río ha dejado muda a la policía...”

El inspector Gallardo merodeaba entre bolsas de plástico, bajo los focos de la televisión, sin mostrar el más mínimo interés por los telespectadores. Un letrero fijo rezaba: "Ultima Hora: Nueva inmolación". 

Paco sintió una repentina subida de temperatura. Una llamarada fulminó su ropa aunque tan rápidamente que no prendió en el resto del escaso mobiliario. Apagadas las llamas, la criatura ocupó sobradamente el sillón que antes acogía con holgura al guitarrista.

-¡Coño, joder... que quedaba medio canuto!

-No te preocupes. Te queda suficiente costo. Lo he visto en la mesita.

Cuando Paco “habitaba” a la Ninja de los Peines rara vez tenía la sensación de estar vivo. Era más como estar en la radio, en un estudio a oscuras en el que sólo faltara el Loco de la Colina. Antonia era otra cosa. Antonia era como Koji Kabuto en la cabeza de Mazinger: Antonia tenía el control. Y eso era lo que había pasado siempre. Y a Paco le incomodaba.

-¿Otra matanza, no?

-Si. En el río, no he podido ver nada, acabo de ponerlo. ¿Cómo has hecho eso?

-No he sido yo, habrás sido tú. La ira. La ira activa a la Ninja.

-Es que me repatea los huevos esta historia. Podríamos estar tu y yo, juntos, como antes.

-Y estamos juntos.

-No tan juntos, quiero decir, no de esta forma- Antonia tuvo un ligero atisbo de claridad por fin.

-No te preocupes.- dijo afectuosamente- Ya saldremos de esta. Calla un momento, escuchemos.

“...parece que los cuerpos presentas síntomas de sufrimiento, de dolor, aunque no se aprecia ni un sólo rasguño...”, decía la comentarista mientras un sinfín de ambulancias desfilaban por delante de la cámara.

-El causante parece que los amarga, los entristece, los hunde... Es como si les quitase la chispa de la vida.

-Y el ron.

-Déjate de chistes. ¿Has podido averiguar algo con la vieja de la silla de ruedas?

Paco sintió una alegría enorme al decir: - No, mejor aún, he localizado a Juana la Romana. Es una historia muy larga pero sé donde estará el causante a las once de la mañana. Va a pillar un avión para Frankfurt, aunque no he podido averiguar ni cómo se llama ni cómo es.

-Bien. Por lo menos es algo, tenemos que ir al aeropuerto, hay que parar esto. ¿Por qué para Frankfurt... qué hay en Frankfurt?- milagrosamente, la televisión tenía la respuesta.

“Por otra parte, mañana se celebrará una nueva reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo, en Frankfurt, donde se tratarán nuevas medidas para acabar con la crisis”.

-¡No me lo puedo creer!

-¿Qué? ¿Te extraña? Llevan así dos años.

-Me refiero a que es ahí a donde va nuestro “amigo”, al Banco Central Europeo.

-¿Y para qué? ¿Para sacar dinero?

-No. Mucho peor. Para quitarles la esperanza.

-¿Al Banco Central Europeo?

La claridad de mente de que disfrutaba Paco desde La Restinga no era equiparable a la de Antonia.

-Imagínate cuánto daño haría ver a los que gobiernan las finanzas llorando ante las cámaras diciendo que no hay nada que hacer. Sería una hecatombe mundial.

-El caso es que eso es lo que dijo su madre que tenía pensado hacer: joder a todo el mundo.

-Y qué mejor manera que hacerlo que a lo grande... por cierto, ¿qué madre?

-La del tipo ese, Juana la Romana.

-Vaya... pues es madre de una hijo de la gran puta.

-Bueno... eso es cierto, je, je... es el hijo de La Gran Puta.

-Tenemos que impedir que coja el avión. Parece que la gente está indefensa ante él y no podemos darle ni un minuto de respiro.

La Ninja de los Peines se levantó y examinó un segundo el entorno. Luego cogió carrera hacia la barandilla del ático y saltó al vacío perdiéndose en la oscuridad de la madrugada.


8.2 (6:45 A.M.)




Pablo era sometido a una mezcla de reproches y achuchones por la señora de De la Fuente que se había personado en comisaría como una madre en una guardería. Gallardo y el comisario charlaban agotados después de toda la noche al final del corredor sin perder de vista la escena cuando el gordo de los cables apareció con una caja de cartón entre las manos.

-Las tarjetas ya están preparadas. Puede que falle alguna, pero están secas. ¿Quieren verlas?
Gallardo suspiró e hizo indicaciones al Comisario mientras se acercaba al informático para acompañarle a la sala de reuniones.

-Perdona, te llamas Pepo, ¿no es así?

-Sí.

-¿Y porqué Pepo y no Pepe?- dijo caminando a su par por el largo corredor de la comisaría.

-Bueno, me llamaban Pepote pero estaba harto de que me dieran premios y corté por lo sano.

Gallardo no entendió bien el último comentario pero no hizo caso, habían llegado a la sala donde un ordenador portátil alimentaba de imágenes un proyector y este una pared. La plana mayor de la Policía estaba sentada allí, tomando café y bollería de la máquina, charlando sobre cosas intrascendentes mientras esperaban más información.

Al entrar el inspector y su acompañante se hizo un silencio expectante, de repente todas las miradas se centraron en la caja, que parecía contener el oráculo de la sabiduría.

-Ya están las tarjetas de los móviles preparadas. Esperemos que podamos sacar algo en claro de ellas.

Pepo se sentó lo más cerca posible del portátil, apartando sillas, personas y cafés. Enchufó un lector de tarjetas en el ordenador y comenzó a teclear furibundos comandos blancos sobre fondo negro.

La puerta de la sala de reuniones se volvió a abrir, aparecieron el comisario y su hijo Pablo, confuso pero con buen aspecto. Detrás de ellos se veía a la madre, compungida: -Perdona cariño, no puedes entrar aquí.-
La puerta se volvió a cerrar.

Una imagen de un par de chicos montados a caballo se proyectó sobre la pared.

-Y ahora a encontrar las fotos de la discoteca.

Pepo miró la fecha en el ordenador y mostró una lista de archivos para avanzar más rápido. No había ninguno de esa fecha. Miró el último. Eran el mismo par de chicos pertrechados para esquiar en un día luminoso y blanco. Extrajo la tarjeta y se la dio a un policía que escribió algo en ella y la guardó en una bolsita de plástico.

-Deben tener paciencia, son muchas tarjetas y la gente no suele hacer fotos de noche, puede que no encontremos nada.- Aclaró Gallardo ante la incomodidad del Comisario Jefe.

-¿Crees que serás capaz de reconocer a ese tal Johnny?- Dijo Gallardo al oído de Pablo.

-Sin duda. Será fácil, siempre estaba rodeado de gente. Busquen un grupo compacto y en el centro estará el.

Gallardo asintió. El chico parecía recuperado aunque la obsesión por Johnny podría deberse a sabe Dios qué motivos y que en realidad estuviesen perdiendo el tiempo. Volvió a recordar a la mujer de rosa.

La sargento Rubio, mientras tanto, charlaba con la Peligro en una sala de interrogatorios nuevecita, con cámaras y todo, aunque es posible que la prostituta no entrase en plano porque allí, sentada, con su bata de flores y su cara de luna parecía absolutamente desparramada delante de las fotografías de Antonia López y Paco el Camboyano.

-Entonces queda claro que no has visto a ninguno de estos dos por el Ok-Corral esta noche. Recuerda que estamos localizando al dueño y si hay una contradicción puedes tener problemas.

-Mire sargento- dijo intentando incorporarse sin éxito- yo se que le puedo hablar de hombre a hombre.
 -Rubio se removió incómoda en su silla. En cierto modo si, eran dos hombres. Y dos mujeres. ¡Qué cosas!

-Yo conozco a esos dos, una folclórica de medio pelo y su guitarrista bonsay. Le puedo asegurar que el único daño que pueden hacerle a la gente es dar un recital. Se les puede acusar de mataos, pero no de asesinos… eso no. Pongo mis dos manos por ellos.- Y soltó dos manotazos sobre la mesa que hizo temblar la sala de interrogatorios.

-Y quién me dice a mí que tú no estás implicada.

-Acabáramos hija… Si ya tengo dificultades en encontrar clientes encima voy a reducir el número de habitantes de la ciudad... Desde luego, la policía está más perdida de lo que me imaginaba.
Rubio reconoció en su interior la verdad de las últimas palabras de la Peligro. Estaban todos bastante perdidos.

-Vale, puede que tengas razón. De todas formas te vas a quedar aquí hasta que venga el dueño del bar. No puedo arriesgarme.

-¿¡Aquí!?- Se levantó con inusitada agilidad. – Llevo toda la madrugada aquí, casi ya no quedan horas para trabajar, un día perdido.

-Lo siento. Yo en cambio llevo demasiadas horas trabajando.

-Por lo menos podrías llevarme a los calabozos- dijo tímidamente- A lo mejor allí apaño algo.

-¡Con las ratas!- rió Rubio- No hay nadie en los calabozos.

-Hija. ¡Qué comisaría más guarrindonga, no tiene ni detenidos!

Rubio salió con una sonrisa amarga dejando a solas a la Peligro. La verdad es que hacía falta algún detenido, pero no sabían dónde buscarle. La Peligro se volvió a sentar suspirando.

-¡Ahí!... – Pablo se separó de la pared de golpe, señalando la pantalla- ¡Ahí está ese cabrón!

En la foto se veía un tipo calvo vestido de blanco y negro detrás de la mesa del disc-jockey. La foto estaba muy granulada, a causa de la defectuosa iluminación. Decenas de cabezas estaban vueltas hacia él. “Efectivamente el tío era el centro”, pensó Gallardo.

-¿Puede ampliar la foto?- Dijo el Comisario Jefe

-Es inútil, si ya se ve borroso, ampliando se va a ver peor. Mejor intentar encontrar otra foto tomada más de cerca.- Contestó Pepo.

Las siguientes fotos no eran más claras respecto del rostro de Johnny, pero sí respecto de lo sucedido.

Una secuencia de fotos, movidas o desenfocadas, mostraban a la gente bailando al unísono, levantando las manos a la vez que Johnny, divirtiéndose. Por fin, una imagen mostraba al Disc-Jockey extendiendo las manos sobre la masa de la pista. En la siguiente el grupo parecía haber cambiado: ya no eran personas que bailaban, ahora parecía zombis desencajados vueltos hacia la cámara, sólo la figura de Johnny permanecía hiniesta, triunfante, feliz. Una última instantánea mostraba el suelo. La pantalla se volvió negra, no había más fotos.

El silencio acompañó a la oscuridad.

-Está claro, Pablo, tenías razón. - Dijo Gallardo volviéndose hacia Pepo- Ese Johnny parece tener todas las papeletas para ser nuestro hombre. Tienes que localizar una foto clara de él.

-Quedan pocas tarjetas ya. Esperemos tener suerte.

La puerta de la sala de reuniones se abrió. La joven policía ya no parecía tan joven, cansada y en cierto modo desaliñada.

-Perdonen. Están aquí unos agentes del CNI, quieren una reunión inmediata con usted, inspector.- Y para corroborar lo que estaba diciendo, dos fornidos policías vestidos totalmente de negro flanqueaban a la ahora tan frágil agente.

Gallardo se puso de pie, se apañó el traje, el cabello y comprobó su barba sin rasurar. Miró desconsolado a su alrededor y sus ojos se posaron sobre los del Comisario Jefe. Éste movió los labios sin emitir ningún sonido: “Lo llevas en el sueldo”.


8.3 (8:15 A.M.)



¿Acaso podría una mesa camilla de 1,80 de alto, con una cabeza como un jarrón de las Alpujarras pasar desapercibida en una comisaría a las 8:15 de la mañana?

Esa es una buena pregunta. Y la Peligro llevaba haciéndosela desde hacía una hora y pico. La sola idea de fugarse de la comisaría la tenía en permanente alerta, pero tenía que avisar a Paco y Antonia. De la excitación le habían entrado unas ganas terribles de mear lo que a su vez le impedía pensar con claridad: la Peligro era muy hombre para estas cosas.

Pero allí en la sala de interrogatorios no se asomaba ni Dios, aunque en la comisaría debería haber un buen trajín porque no paraban de oírse pasos arriba y abajo al otro lado de la puerta.

Aunque ya lo había hecho muchas veces, volvió a recorrer las paredes y el techo de la sala de interrogatorios buscando ese famoso espejo, o esas modernas cámaras de circuito cerrado, que aparecían en las series de televisión. No había ni rastro, por lo que nuevamente llegó a la conclusión de que aquella era una comisaría guarrindonga.

A falta de cerebro para pensar, su vejiga decidió: “A la mierda, cojones. Me estoy meando como una perra turca”, y se levantó con el propósito de salir a mear. Por lo menos.

El pomo de la puerta giró sin problemas. Los oídos de la Peligro alertas, por si sonaba una alarma de estas de “corre que te cagas”, pero sólo se oía el murmullo de detrás. Tiró lentamente del pomo y la puerta cedió. La entreabrió unos escasos centímetros, la alarma continuó callada. Tuvo que abrirla un poco más porque su enorme careto no encajaba bien en el hueco entre la pared y la puerta: o tenía unos mofletes como paragolpes de un Land Rover o tenía los ojos muy juntos, pero tuvo que esforzarse lo suyo para mirar por la rendija.

El corredor parecía desierto, el murmullo venía de más lejos. Abrió un poco más la puerta. Un poco bastante para sacar la cabeza… los primeros policías que vio estaban sentados uno junto al otro delante de un ordenador a considerable distancia. Abrió la puerta de par en par para poder salir, tomó aire y salió al corredor en dirección contraria a los agentes. El pasillo se oscurecía conforme se alejaba del ruido y definitivamente se vio casi en penumbra. A pesar de todo pudo ver un cartel de baños que indicaba a la derecha.

Se acordó de estos personajes que se fugan por el ventanuco del cuarto de baño de un motel ante la atónita mirada de la policía, pero dada su envergadura el cuarto de baño debería disponer de todo un mirador para poder escaparse sin quedar atrapada.

Se metió en uno de los urinarios y se alivió después de remangarse el vestido y bajarse unas bragas de cuello vuelto que se había comprado en la Calle Feria, 3 por 1 euro.

Mientras volvía a tomar conciencia de sí misma, apurando las últimas gotas, empezó a escuchar el sonido del agua cayendo. Las duchas no estaban lejos, quizá podría rematar la noche. No era una buena idea, pero el animal que llevaba dentro, y fuera, venció instantáneamente. Salió del urinario y caminó sigilosamente, bueno ya saben, en dirección al ruido. Tras una cortina de tiras de goma azul entró en una sala llena de vapor, los vestuarios. Algunos agentes se duchaban tras mamparas traslúcidas que dejaban ver sus pies y parte de su cuero cabelludo.

Eran cinco agentes, por lo menos en esta parte del vestuario ya que parecía haber otro vestuario detrás de este primer grupo de duchas. Uno de los agentes le llamó la atención porque era bastante gordo, casi como ella… tuvo una idea. Con cuidado se acercó a la bancada que tenía a su izquierda sobre la que habían desparramado los uniformes; rebuscó entre las ropas azules y encontró lo que buscaba: un amplio pantalón junto a una no menos generosa guerrera con los distintivos de la policía. Escogió unas botas, unos calcetines, camiseta y calzoncillos.

Se dirigió a la cortina de tiras de goma y, aprovechando la cercanía, apagó la luz.

-¡Eh cabrones!... ¡Que estamos aquí!

-Ese tiene que ser Mendoza. Siempre gasta la misma broma. ¡Mendoza, me viacagar en tu puta madre!

La Peligro, como si saliese de robar del Corte Inglés, aligeró el paso hasta el urinario. Este era angosto, sobre todo para la novia travelo de La Masa, pero logró quitarse la bata, ponerse la ropa y guardarse los gallumbos en un bolsillo. Un trofeo.

Mientras se ponía las botas siguió escuchando insultos al tal Mendoza, pero nadie dejó de ducharse, por lo que aún tuvo tiempo para quitare la pintura Titanlux que abundantemente recubría su cara antes de salir al corredor. Caminó tranquilamente por el pasillo en dirección a lo que creía era la salida y saludó con un gesto a los dos policías del ordenador.

-¿Quién es ese gordo?- Preguntó Sánchez.

-No sé, será de estos del CNI que han llegado.

-¿Pierde un poco de aceite, no?

-¡Pufff! Estos de Madrid son todos unas mariconas.- y continuó ojeando el marca.com.

Pasó junto a muchos policías cansados que trajinaban con sus papeles, sus ordenadores, sus pizarras y sus líos. Nadie reparó en ella. Por fin vio el mostrador de atención al público, salió al vestíbulo y de ahí a la Alameda. La mañana era fría. El OK-Corral apenas si habría abierto la persiana. Tenía hambre y tenía que quitarse de en medio, pero primero tenía hambre.

Manolo Gómez estaba colocando cuidadosamente los platillos y las cucharillas y los azucarillos sobre las marcas de los vasos del día anterior. En la primera mesa ya estaba sentado el Notario leyendo tranquilamente el ABC. La radio daba cuentas del montón de cadáveres aparecidos en el rio aquella madrugada, la máquina de café rugía.

-Buenos días.

-Buenos días, ¿qué desea?- contestó Manolo echando un vistazo a la figura enorme azul que se recortaba contra la incipiente luz matinal.

-Quiero un bocadillo de chorizo y una cerveza.

-Empezamos bien.- murmuró el Notario sin levantar la mirada del tabloide.

Manolo si levantó la mirada, extrañado. Era la Peligro disfrazada de policía. Menuda noche.

-¿Has tenido un “servicio especial”?

-No. He estado detenida. Toda la noche. Ahí enfrente. Me acabo de fugar robando la ropa de un policía.

El Notario levantó la mirada con la boca abierta. –Jooooder… qué días llevamos.

-Necesito comer y encontrar a Paco y Antonia. Es urgente. Pero primero comer.

-Paco y Antonia, probablemente estén en el Aeropuerto, en el vuelo de Frankfurt que sale a las 11:00 de la mañana.

Manolo miró sorprendido al Notario.- Vaya, don José Antonio, últimamente lo sabe usted todo.

-Involuntariamente, desde luego.- y volvió la mirada a su lectura matinal.

-¿En qué lío te has metido Peligro? Lo tuyo son los… lo tuyo.- Manolo puso un botellín abierto sobre la barra y se volvió para preparar el bocadillo de chorizo.

La Peligro se apuró el botellín de un solo trago. – Necesito que me dejes dinero, cincuenta euros por lo menos, te los devolveré enseguida.

Manolo puso el bocadillo sobre la barra pringosa con sus manos pringosas y miró al travestí con desconfianza.

-Entiendo que lo quieres es ayudar a Antonia y Paco.- La Peligro asintió cogiendo el bocadillo.

- Ese dinero tardo en ganarlo dos días. - Fijo metiéndose una mano con pimentón dentro del bolsillo.- No me falles.

-No te preocupes.- Cogió el billete de cincuenta que le ofrecía Manolo mientras mordía el bocadillo, parte del chorizo quedó fuera de su boca- De lo deborbedé ezda darte- Y salió por la puerta como un morlaco de 500 kilos.

-¡Dazi!- gritó sin haber terminado la maniobra.

-¿A dónde le llevo, agente?

-Ad Aedopuedto.- Echaba de menos una cerveza para tragar más rápido ya que el hambre le hacía salivar lo justo para no ahogarse.

-Ahora mismo.- dijo el taxista esperando a que aquella mole terminara de entrar para arrancar. –Hay hambre, ¿no?

-Ni se lo imagina.

8.4 (8:25 AM)




El comisario De la Fuente se despidió de su mujer y su hijo en la puerta de la comisaría. Amanecía en una ciudad nuevamente golpeada por el dolor y el misterio que a pesar de lo cual se levantaba resignada. Los camiones de reparto ya cruzaban la Alameda buscando dónde dejar su carga, las paradas de autobús acogían a los pasajeros guareciéndolos del frío viento del norte que parecía haber traído la desgracia. El quiosco de prensa abría sus costados mostrando aún noticias antiguas, recogidas cuando decenas de chicos aún vivían y bebían.

Los agentes entraban y salían de la comisaría buscando un café o un bocadillo que les permitiera seguir en vigilia, tras una noche dura. De las más duras que recordaba De la Fuente. Un policía gordo casi choca con el comisario, salía disparado hacia la acera de enfrente. Hacía falta tener mucho coraje para aguantar todo aquello y mantener el tipo. Esas cosas eran las que a De la Fuente le hacían sentirse orgulloso de ser policía. Ahora le quedaba poco tiempo, pero viendo al policía que se alejaba en dirección a la taberna de enfrente volvió a sentir el cosquilleo de la juventud, cuando creía que podría capturar a los malos y proteger a los buenos.

Los años le había demostrado una verdad inquietante: los malos no era totalmente malos y los buenos no totalmente buenos, incluso había gente buena que se volvía mala y viceversa. El causante de las muertes en masa era objetivamente malo pero seguro que, para él o los suyos, tenía una escapatoria moral. Perseguían a la mujer de rosa, que parecía implicada, pero igual era “de los buenos”. El inspector Gallardo llegó y puso en cuestión todo su trabajo. Entonces era un hijo de la gran puta, ahora, encerrado con los hombres del CNI, parecía una buena persona a la que la mala suerte y la prepotencia del sistema habían dejado de lado.

-¿Quiere que le traiga un café, comisario?

-No gracias, Rosario, creo que esto terminará pronto. Por cierto. ¿tú tampoco te has ido a dormir esta noche?

-No comisario, se fueron todos ustedes y preferí quedarme para echar una mano.

La administrativa volvió a su mesa a ordenar papeles y a esperar a que fuesen las 9:00 para empezar a hacer carnets de identidad. Una buena cantidad de jubilados ocupaban las dos filas de sillas del vestíbulo.
De la Fuente se dirigió a su despacho mirando de reojo el de Gallardo, donde éste hablaba acaloradamente con los dos tipos del CNI. Gallardo miró al comisario como pidiendo ayuda. De la Fuente suspiró y cambió de dirección. Abrió la puerta.

-¿Todo bien, Gallardo?

Los agentes del CNI se volvieron al unísono, molestos por la interrupción pero retomaron el hilo de su discurso.

-Bien. Entonces queda claro: excepto para las tareas administrativas, de clasificación y almacenamiento de pruebas el caso queda en nuestras manos. Olvídense de seguir investigando. El juez Peral ya será informado. Ha sido un placer, señores. – y sin más, salieron del despacho dejando a un Gallardo hundido en su sillón.

-Vaya putada, ¿no?

-Gracias comisario. Si no llega a ser por usted me llevan detenido.

-Bueno, ahora recoja sus gabardina y vayamos a desayunar, todo se entiende mejor con el estomago lleno.
Gallardo no opuso resistencia, se levantó y fue a recoger su gabardina nueva del perchero que había junto a la puerta. Se detuvo y miró su mesa cubierta por una maraña de papeles, su pizarra, llena de nombres y números, el monitor del ordenador, lleno de ventanas. Finalmente echó la mano sobre el hombro de De la Fuente y dijo: - Tiene razón, comisario, llevamos muchas horas sin comer nada.

- Perdonen, ¿se van?

Eran Sonseca y Pepo que salían del laboratorio.

- Vamos a desayunar, ¿venís? – dijo amablemente el comisario. – Invito yo, por mi jubilación.

El informático y el policía se miraron– Yo tengo hambre.- Se excusó Pepo.

-Y usted Sonseca – dijo Gallardo mientras salían los cuatro a la plaza- ¿No se va con los del CNI?

-Sí, tengo que irme con ellos, pero les dije que me dejaran organizar todas las pruebas antes de llevárselas. 

El silencio se apoderó del grupo, entraron en una cafetería estilo Zen que había abierto un tipo rapado y musculoso junto a la comisaría. Se dejaron caer en la primera mesa que encontraron, cansado y somnolientos.

El tipo de la barra hizo como si no los  hubiera visto, dándose importancia como si fuese el empleado de una tienda de Nespresso. Finalmente se acercó y tomó nota en una tablet de última generación. El comisario pagaría parte de la tablet con el desayuno, sin duda.

- Bueno, ¿se lo dices tú o se lo digo yo?

-¡Shitt! – dijo Sonseca ruborizado – Te he dicho que ni el comisario ni el inspector pueden seguir en el caso, así que no hay nada que decir.

De la Fuente miró sorprendido al inspector y luego a Sonseca: - ¿Qué es lo que no nos vas a decir?

-Entiéndame jefe, no puedo decirles nada, es más, no creo que sea buena idea ni siquiera para ustedes.

-Pero yo si se lo puedo decir- Dijo Pepo mirando por encima de la cabeza del comisario como el musculitos de la barra se movía como una bailarina con almorranas poniendo las tostadas y el café.

-Peeepo…- dijo conciliador Gallardo- No te metas en líos, que al final siempre pagan los de abajo.

-Ya, pero es que los tíos esos del CNI no me caen bien. Los polis en general no me caen bien.

-¿Y qué haces trabajando para la policía?

-El causante de las muertes me cae peor.

-¡Ah!- dijo con sarcasmo el inspector – Y entre los “polis” y los del CNI, ganan los polis, ¿no?

Pepo se encogió de hombros, sin perder de vista al camarero. Tenía que tener mucha hambre.

-Bueno, dejémonos de charlas. – dijo volviendo a mirar a Sonseca- ¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

Sonseca suspiró y empezó a hablar. – Aquí el “alternativo” ha tenido la deferencia de copiarles las tarjetas de los móviles en un pendrive que ha dejado encima de su mesa- señaló al comisario.

-Y además… - dijo el gordo de los cables contento de ver cómo se acercaba el camarero con una bandeja.

-Además hemos escuchado una conversación durante una de las grabaciones de vídeo. Una conversación muy interesante que aún no han escuchado los del CNI.

Gallardo mostró un repentino interés mientras que De la Fuente se llevaba las manos a la cabeza, sabiendo por experiencia que eso no podía traer nada bueno. Los cafés empezaron a repartirse por la mesa en silencio. El camarero se fue y la conversación empezó a cuatro bandas, de golpe.

- ¡Cuidado con lo que hacéis, que nos vamos a meter en un follón!

-¿Y qué conversación es esa…?

-Yo no quería decir nada.

-¡Venga hombre, que nos quedan dos horas escasas!

-¡¿Dos horas para qué…?!- Se volvió De la Fuente, consciente de pronto de la tontería de la conversación.

El camarero volvió de nuevo, ahora con las tostadas. La pierna de Gallardo daba botes bajo la mesa golpeándola involuntariamente por debajo y provocando un tintineo de cucharillas que daba el repique de emoción al silencio obligado. Por fin, el camarero se fue y Gallardo se tiró a la yugular de Sonseca.

-¡Me quieres decir de una puta vez para qué queda dos horas!

-Es una conversación entre el que toma un vídeo y alguien a su lado, se escucha entrecortada y puede que no sea más que una historia inventada, pero parece que le dice que el tal Johnny salía hoy para Frankfurt desde el aeropuerto.

-Hemos comprobado los vuelos que salen hoy y, efectivamente, hay uno para Frankfurt, de Air Berlin, a las 11:00 de la mañana.

-¿Y qué hacemos aquí parados?

-Ustedes ya no están en el caso.

-¿Y crees que los del CNI van a reaccionar lo suficientemente rápido como para llegar al aeropuerto a tiempo?

-Además, continuamos sin tener una imagen clara del tal Johnny… ¿qué podríamos hacer en el aeropuerto?

Gallardo se levantó y dejó veinte euros sobre su tostada.

-Yo no sé vosotros, pero yo voy a ir a pillar al hijo de puta ese, me da igual el CNI y las ordenes. De camino hablaré con Peral, seguro que me da una orden de registro, o de detención o de cualquier cosa.
Y salió de un salto de la cafetería, buscando a derecha o izquierda un taxi.

-¡Gallardo…Gallardo!- salió detrás de él el comisario hasta alcanzarle. Le cogió de un brazo- Espérate un poco hombre, nos vamos en un coche patrulla. Tenemos tiempo, no te preocupes.

Gallardo se detuvo en seco, miró a De la Fuente y bajó los hombros en señal de rendición.

- Tómate el café. Vas a tardar lo mismo que si hubieses cogido un taxi.


8.5 (8:45 A.M.)


Las arrugas de la sábana apenas lograban disimular las formas de la chica. Su espalda sobresalía por el embozo que formaba un puente colgante entre sus omoplatos al vadear el valle que formaba su columna. Una desordenada cabellera roja se extendía alrededor de la cabeza.
La pantorrilla asomaba despreocupadamente por la izquierda, un brazo blanco como la leche colgaba por la derecha, la almohada torcida, los dedos del otro pié asomando tímidos por una esquina. La luz suave y aterciopelada de la mañana la acariciaba intentando darle calor.
Johnny miraba a la pelirroja desde la puerta del baño, envuelto en la bata del hotel, perfumado con el perfume del hotel, calzado con las pantuflas de felpa con el escudo dorado del hotel.
Se acercó sigiloso a la cama, tomó asiento en un hueco entre su pierna y su codo, deslizó con sutileza sus toscos dedos sucios sobre la inmaculada espalda de la chica, apartando sin dificultad la sábana que la cubría hasta la y griega que formaban sus glúteos fríos y duros.
Introdujo su mano extendida bajo la sábana y empezó a acariciar las nalgas de la chica sin querer mostrar más de su cuerpo, dejando a su turbia mente la imagen que sus manos le transmitían, disfrutando inopinadamente del sentido del tacto. La chica gimió complacida, giró la cabeza e intentó ver la escena a través de su melena enmarañada.
-¿Ya te has despertado, Johnny?
El hombre hizo un gesto de asentimiento y despejó de cabello el rostro angelical de la chica. Los ojos grandes entrecerrados, la nariz pequeña pero firme, los labios gruesos y jugosos, la barbilla redonda y fuerte.
-¿Has dormido bien?
La chica se dio la vuelta dejando ver parte de su cuerpo desnudo, su pubis rojizo se asomó un instante antes de que su pierna lo cubriera cruzándose sobre su vientre. Con un rápido movimiento de cabeza echó su cabello hacia atrás. Su mano izquierda rozó el pecho de Johnny entreabriéndole ligeramente la bata.
-He dormido muy bien, Johnny. ¿A dónde vas, no pensabas avisarme?
-Te he despertado, ¿no? He de irme, mi avión sale a las once y ya sabes cómo son los aeropuertos, hay que estar mucho antes de embarcar.
La chica se incorporó dejando caer nuevamente su melena sobre la cara que posó sobre el hombro descubierto del hombre.
-Llévame contigo, Johnny.
-No puede ser, no tienes billete.
La mano izquierda de la chica bajó por el interior de la bata de Johnny desanudándola hasta llegar al bajo vientre donde empezó a juguetear con su vello.
-Podríamos pasarlo bien. ¿No lo has pasado bien conmigo?
Levantó la cara volviendo a despejarla de cabello con ese movimiento perfectamente calibrado de su cabeza. Sus labios rojos y generosos besaron el cuello del hombre que no pudo reprimir un pequeño espasmo de cosquillas. Sus cabezas estuvieron juntas durante un segundo. Johnny la separó suavemente.
-He de irme, no puedo quedarme.
La mano de la chica bajó un poco más terminando de abrir la bata del hombre que cubrió su cuerpo de nuevo cerrándola.
-Déjalo ya, ¿no ves que me tengo que ir?
Johnny movía la mano derecha mientras hablaba, la chica la cazó en el aire y la atrajo hacia su pecho posándola con suavidad sobre él, invitándole a hacer el amor como nunca se hubiera imaginado que lo haría ninguna chica ni en sus sueños más calientes. Johnny se abrió de nuevo la bata y girándose para ponerse frene a ella. Retiró su mano del pecho y la cogió del cuello oprimiéndolo con lentitud pero con firmeza.
-¿Quieres más, pequeña zorra colorá?
Ella gimió abriéndose como una flor. Johnny se colocó sobre ella sin dejar de apretar su cuello. La chica volvió a jadear en un espasmo que le recorrió todo el cuerpo. El deseo era superior a su instinto de supervivencia, y aunque le faltaba el aire no quería que el hombre aflojara su presa. Recibió a Johnny sin dificultad, sintiendo cómo sus pubis se comprimían uno contra el otro sin obstáculos.
Los movimientos espasmódicos de Johnny sobre el delicado cuerpo de la chica contrastaban con la firmeza de su garra sobre su cuello que apretaba cada vez más fuerte haciéndola contorsionarse incómoda. El hombre babeaba sobre el rostro de la chica como una alimaña que espera el momento para desgarrar las entrañas de su presa, la cabeza de la joven colgaba balanceándose involuntariamente con las acometidas de él que empezaba ya a jadear nerviosamente, como un pajillero de parking.
¡Nock1 ¡Nock! - Señor... su taxi está en la puerta.
Los ojos de la chica parecían suplicar que acabara de una vez por todas con su agonía. La cara del hombre era un mapa de carreteras surcado por gruesas carreteras venosas, cubierto por un sudor espeso y pegajoso.
-Señor, perdone, nos dio orden de que le insistiéramos.
De un golpe iracundo hundió la cabeza de la chica en la almohada y se levantó.
-Ahora mismo bajo, dígale al taxi que espere.
Se quitó la bata y empezó a vestirse sin volver a mirar en dirección a la cama. La chica jadeaba imperceptiblemente, casi inerte; su cuerpo había perdido el brillo de la juventud, sus ojos yacían hundidos en las cuencas. Lo que hacía unos instantes parecía un ángel ahora se asemejaba más a la triste imagen de la muerte.
Johnny abandonó la habitación y a la chica moribunda en dirección al ascensor del hotel. En la planta baja, vestido de galán italiano de los cincuenta, cruzó el vestíbulo hacia la salida.
-Perdone, señor. - Le llamó el recepcionista.
-¿Si?- Contestó Johnny sin acercarse.
-¿Va a abandonar el hotel?
Johnny se acercó al mostrador, miró a derecha y a izquierda.
-¿Le interesa saberlo?
-Naturalmente señor. Si va ha abandonar el hotel deberá pagar la cuenta.
-Si, voy a abandonar el hotel.
El recepcionista alarmado intentaba localizar de reojo la ficha y el carnet de identidad recogidos seguramente por su compañero de la noche.
-Me puede decir qué habitación ocupaba usted.
-Estaba en la 305. Pero la habitación no está a mi nombre.
Allí estaba la ficha de la 305, y el carnet de identidad. Efectivamente no estaba a su nombre, sino al de una mujer.
-Discúlpeme, señor, debo estar dormido aún.
Johnny sonrió generosamente al recepcionista que se sintió súbitamente feliz.
-Que tenga un buen día.
-Igualmente.
Salió por la puerta giratoria del hotel a una mañana fría y luminosa. El taxista le esperaba en la puerta con el maletero abierto.
-¡Oh, vaya! ¿no tiene equipaje?
-No, yo siempre viajo con lo puesto.
-¿A dónde nos dirigimos?- dijo el taxista cerrando la puerta tras el hombre.
-Al aeropuerto.
-Perfecto. Hoy parece que todo el mundo va al aeropuerto.
Johnny no contesto, molesto aún por su inconfensable placer interrumpido.




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