La ciudad no era una,
eran muchas, dispuestas una al lado de la otra, como huevos en un
cartón.
Había una ciudad
alternativa, que luchaba por llevar la modernidad al resto de sus
vecinos encerrándose en los guetos que la especulación urbanística
había designado para ella. Contenta de llevar una vida alternativa,
ecológica, concienciada y confortable. Donde lo políticamente
correcto, el feminismo impostado y el multiculturalismo distante se
mezclaban pero no se agitaban mientras filosofaban en cannabis
regado de cruzcampo.
Estaba la ciudad
currante, que luchaba por sobrevivir encerrada en sus bloques
periféricos. Donde la vida transcurría un día tras otro, sin
inquietudes filosóficas porque éstas no aparecían en las grandes
televisiones de plasma, ni en los abonos de fútbol, ni en los bares
de cruzcampo y gambas a 1 euro. La corrección política no era
entendida, ni percibida; las liberación de la mujer se había
traducido en trabajar fuera y dentro, el multiculturalismo se
plasmaba en una silenciosa invasión de currantes de otras latitudes.
El cannabis se consumía, y se vendía, y se vendían otras cosas.
Una ciudad de mercadillo y tortilla, a la que el foie le daba asco y
no conocía la cebolla caramelizada, sólo la que hacía llorar.
Había más ciudades
dentro de la ciudad. Y todas llevaban una semana patas arriba. Nadie
sabía nada. Nada del extraño caso del suicidio colectivo, o lo que
fuese. Nada de la mujer fulminada instantáneamente ante las cámaras
de televisión. Nada de ese extraño borrón negro que aparecía en
algunas fotos de prensa. Nada de porqué dos agentes de la policía
aparecieron de pronto atados a uno de los balcones de una de las
viviendas.
El Ministro del Interior
balbuceaba en las ruedas de prensa intentando explicar lo
inexplicable, porque el jefe superior de policía sólo le
facilitaba datos inconexos, porque el Inspector de la Audiencia
Nacional estaba mas perdido que el barco del arroz.
Nada sabía Antonia López
de ese extraño mensaje que le entrara por la ventanilla del coche.
¿Quién era Juana la Romana? En Torreblanca nadie la conocía, y
Antonia se había paseado durante la última semana muchas veces. De
rubia, de morena, de gordita, de delgada, de alta, de baja...
habilidades facilitadas por la criatura en la que habitaban ella y
Paco el Camboyano pero que no le ayudaban para localizar a Juana.
Nadie sabía quién era esa tal Juana y Antonia empezaba a dudar de
si en realidad existía.
Una cosa sí habían
aclarado Antonia y Paco. Ella “viviría” durante el día y él
durante la noche. “Que tu tienes tus necesidades de hombre”, le
había dicho desconociendo quizá las auténticas necesidades de su
compañero. Paco también buscaba a Juana la Romana, pero con el
mismo éxito que Antonia.
Antonia y Paco habían
aprovechado la capacidad de movimiento ultra rápido de la criatura,
aunque habían descubierto que no podía ejecutarse durante más de
siete u ocho minutos seguidos, so pena de dejar a la Ninja exhausta y
expuesta en el peor momento.
Pero gracias a ella,
ambos estaban perfectamente al día de los no-progresos de la policía
mientras “paseaban” sin problemas por el Cuartel General de la
investigación, situado curiosamente a escasos metros del ático de
Antonia.
Por eso ambos sabían que
el Inspector Gallardo estaba más preocupado por encontrar a la mujer
del Mini que había escapado del cordón policial de Torreblanca que
de saber qué había pasado durante la noche anterior. Los policías
Sánchez y Suárez le habían contado lo de la figura femenina de
negro, pero también le habían contado otras tantas historias
increíbles, con la intención de ocultar la verdad verdadera y así
evitar el trullo. Gallardo los tenía moviendo papeles, no quería
sancionarlos aún para evitar escándalos.
Por otra parte, la
anciana que quedó en el bloque insistía que ambos eran unos
chorizos y que, “menos mal que se le había aparecido la Virgen,
que si no...”. ¡La Virgen!
Gallardo creía,
acertadamente, que la mujer de rosa fulminada espontáneamente, la
posible figura femenina negra, la mujer del Mini y hasta la Virgen
misma tenían alguna relación. Pero creía que todas, las cuatro,
tenían algo que ver con el asunto de las muertes. Una estupidez de
esas que te hacen perder generaciones enteras de investigación
fallida, como sabrán los forofos de la fusión fría o terminarán
enterándose los de los neutrinos más veloces que la luz.
Mientras tanto, la gente
se enteraba de todo por los programas basura, por los que había
pasado hasta el sursuncorda.
Historias a cada cuál
más disparatada: complots internacionales, terrorismo 2.0, mafias
rusas, Anonimous..., un sinfín de presuntos culpables eran
descubiertos día si y día también. Todas las teorías sufrían un
concienzudo análisis por parte de sesudos expertos, extraños
sicólogos, investigadores conspiranóicos, familiares, vecinos y
allegados de las víctimas, y por supuesto la correspondiente cuota
de mariquitas y petardas de plantilla.
La prensa “seria”
(por favor, no se rían) reclamaba a las autoridades que dieran
información veraz y acabaran con las teorías y conspiraciones de
tertulia, pero Gallardo, que en definitiva era sobre el que caía la
dirección del asunto, insistía que la confusión era buena para la
investigación. El inspector pensaba que el autor o autoras del
atentado terminarían cometiendo un error para “aclarar” las
cosas. La verdad es que Gallardo tenía sólo confusión.
Del autor o autores no se
sabía nada. Aquella noche Paco y Antonia decidieron dejar de buscar
a Juana la Romana y retomar la pista de la anciana superviviente.
-¡Oye... es que te veo y
no me lo creo! ¡Paco... ¿eres Paco?!
Paco se volvió
ligeramente y saludó con una sonrisa encantadora en sus labios
juveniles - Qué pasa Peligro, ¿tienes problemas de vista?
-No, es que te pareces al
Bruslí de joven y no al Paco- exclamó bajándose con dificultad del
único taburete que había en el Ok-Corral.-Hijo, me cuesta
acostumbrarme...
Efectivamente. Paco
parecía más joven. No era exactamente como Bruce Lee pero se le
daba un aire. Delgado, fibrado, no muy alto, su rostro sin arrugas
pero con esos ojos oblicuos culpables del mote “el camboyano”, y
sí, como 20 años más joven.
-Te recuerdo que Bruce
Lee, que Dios tenga en su Gloria, no fue nunca viejo. Y barriendo el
aire con la mano abierta, como un torero, dijo -¡Buenas noches a
todos!-
El personal del bar
saludó sin demasiado entusiasmo. Allí estaba Don José Antonio,
leyendo a Don Marcial Lafuente, Pepa, una yerbas de cincuenta y todos
tomando un té verde, una pareja de chicos tonteando con sus manitas
frente a un par de cervezas y Manolo Gómez, con el típico aspecto
cansado y somnoliento que solía presentar después de todo un día
detrás de la barra.
-Ponme una Cruzcampo,
Manolo. Que esté Fresquita. -La temperatura exterior de 5 grados
llegaba sin impedimento hasta las novelas de Corín Tellado, pero
Paco era fiel a su proverbio: “las tías calientes y la Cruzcampo
fría”.
-¿Qué pasa Paco?-
preguntó Gómez mientras la Peligro iniciaba un acercamiento tan
sinuoso como le era permitido a un hipopótamo pintado como una
puerta.
-Oye- dijo con voz ronca-
¿tú te has hecho algo verdad?
-Que nooo, Peligro, no…
que ya te he dicho que las vacaciones me han sentado bien.
-Ya, y a la Antonia.-
sacó una servilleta del servilletero y la puso de un golpe sobre el
mostrador- Escribe aquí dónde está ese sitio maravilloso.- y
deslizó una mano como un guante de látex inflado a la cintura del
ajustado jersey amarillo de Paco- Con tan espectaculares
resultados....
Un ligero pero efectivo
manotazo impidió mostrar nada. La Peligro, pese a su nombre, no
tenía peligro ninguno... en realidad pasaba más de todo de lo que
parecía. Paco le echó una mirada de reproche y luego le sonrió. –
Manolo – dijo girándose - ¿se sabe algo más de lo de
Torreblanca?
-No… bueno, no sé
hasta donde tú sabes. Si sigues al Ministro del Interior, nada de
nada, si sigues a la televisión son tantas cosas que ya ni las pongo
en pié. ¡Cuidado suicidarse tantas personas a la vez…! Eso tiene
que ser un escape de gas o algo que le han echado al bloque, porque
si no, no se entiende.
-Lo que si te digo yo,
porque lo he visto en la tele, es que la mujer que se quema viva y
desaparece, en realidad no desaparece: Se transforma- dijo La Peligro
como si, cual Mata Hari de recebo, hubiese extraído la información
a un agente doble.
- Si, se transforma en un
chicharrón.- dijo el notario.
- Que no niño, que hay
fotos de una figura negra, que sube por la pared del edificio.
-Bueno, pues un
chicharrón volátil- José Antonio pasó la página sin levantar la
cara, más preocupado por lo que el marshall iba a hacer con los
forajidos que con lo que la policía cercana estaba investigando. Es
lo que tiene la ficción.
La Peligro se volvió
desairada hacia su rincón y su botellín.
-¿Tu no tendrías que
estar trabajando ya?
-¿Yo?.... es muy
temprano. A mi los clientes me vienen ya con los tres avisos, picados
y banderilleados.
“Y acercándose a tí
como el que se va para las tablas”, pensó Gómez.
La verdad es que para
acercarse a La Peligro había que estar muy perjudicado.
-En la radio también han
hablado de la figura negra que aparece en algunas fotos, es como un
borrón. Algunos afirman que es un montaje.- dijo Pepa, con su voz
escuálida.
-Si, como lo del
Lurdanganín ese. ¡Qué pena... tan buen mozo y tan chorizo!
-Peligro, ¿a ti no te
gustaban los malotes?
-Yo como de todo.
-Bueno… ¿y Antonia?-
dijo Gómez ignorando la conversación “de chicas”.
-Pues muy bien. Arriba la
he dejado, durmiendo… estaba muy cansada- En realidad la llevaba
puesta, pero eso era difícil de explicar. Desde luego estaba
descansando, callada como una tumba.
-¿Qué le debemos?- dijo
uno de los chicos del fondo.
-¿Dos cervezas?, uno
sesenta.
-De todas formas – dijo
bajando el tono de voz hacia Paco – la policía está alteradísima.
No hay forma de que la ciudad se tranquilice, llevamos una semana
prácticamente en estado de sitio. Ten cuidado esta noche.
-No te preocupes, yo
también estoy cansado… es que tenía ganas de estirar las piernas-
“literalmente”.
o O o
Mientras tanto, en la
comisaría de enfrente, en una gran sala llena de mesas, cables por
el suelo, portátiles, pizarras, papeles, cajas y gente muy cansada
el Comisario De la Fuente hablaba en un rincón por el móvil.
-Ya...ya lo sé cariño...
“soy el más tonto y siempre me endosan todo lo peor”. Pero me
quedan dos semanas para jubilarme y no pienso irme a casa porque
Pablito no te haya hecho caso y se haya ido por ahí. Recuerda que
“Pablito” tiene veintiocho años, vamos que es un tío hecho y
derecho.
La retahíla interminable
que brotó por el móvil parecía no contener comas, ni puntos y
aparte. La interlocutora del comisario debía respirar por otro
sitio, porque no paraba ni para coger resuello.
-Comisario, el Inspector
Gallardo le reclama– dijo Castillo con la misma cara de cansado que
tenían todos, aunque devorando con fruición un inmenso serranito
que goteaba aceite sobre el suelo.
-Bueno, cariño, que te
tengo que dejar. No te preocupes, la ciudad está llena de policías,
todo lo más que le puede pasar es que lo detengan. Adiós.
Y colgó aliviado.
-¿Dónde está Gallardo? -En la sala de reuniones, está un poco
nervioso.
Lo que le hacía falta al
comisario, Gallardo nervioso.
Entró en la sala a
oscuras, sólo iluminada por la luz del proyector contra una de las
paredes. Estaban viendo una imagen de una figura muy tenue y borrosa
sobre la barandilla de un balcón.
-Bien- dijo Gallardo -Por
fin aparece. Veamos, esta foto nos la ha facilitado un periodista
freelance, después de vendérsela al mejor postor. Según nos cuenta
él, la velocidad de obturación era de uno partido por cuatro mil
segundos, una velocidad normal para objetos a plena luz del día con
muy buena iluminación. Si observamos, el borrón es
semitransparente, dejando ver aún la barandilla tras de él. Eso
quiere decir que la figura que adivinamos estuvo en esa posición
milésimas de segundo. Estamos hablando de algo extremadamente
rápido.
-¿Cómo de rápido?-
dijo el Comisario Jefe de la Ciudad, otra de las personas que podía
joderle la jubilación a De la Fuente.
-De aproximadamente uno
/diezmil segundos.
-¿Y dice que no es un
efecto visual o un truco fotográfico?
-En absoluto, nuestros
especialistas han analizado la tarjeta de la cámara del fotógrafo:
no ha habido edición de la imagen, y ésta se tomó justo en el momento
en que dice el periodista.
-Hay cámaras que mezclan
figuras también en el momento de la foto.- dijo un agente calvo.
-No es el caso. Esta es
una cámara profesional, no hace chorradas, sólo fotos de muy buena
calidad.
La puerta de la sala se
abrió y una jovencísima policía buscó un instante a alguien entre
las figuras de alrededor de la mesa. -Comisario Jefe, el Ministro
necesita los últimos datos para la rueda de prensa.
-¿Qué le digo?
-Seguimos sabiendo lo
mismo: algún tipo de sustancia ha provocado un envenenamiento masivo
en el interior de ese edificio, lo que a su vez indujo a los
envenenados a salir de él de forma descontrolada, provocando la
muerte de la mayoría de ellos.-
-¿La mayoría?, ¡Han
muerto todos!
-Insista en eso, así
parece que tenemos algo.
-¿Y sobre la figura
esta, o la mujer que desapareció en una llamarada?
-Siga con lo de siempre,
la policía no comenta las noticias de los medios, estamos
investigando todos los aspectos del caso.
-Bien, el Ministro se va
a cagar en mis muertos.
-Eso lo lleva en el
sueldo- dijo Gallardo volviéndose despreocupadamente hacia De la
Fuente- ¿Qué tenemos sobre el informático ese que iba a aclarar lo
de las huellas del bolso?
-Está analizándolas, no
hay una huella concreta, parecen como dos huellas superpuestas, en
todos los casos... como si dos manos hubiesen tocado siempre en los
mismos lugares. El chico está haciendo progresos.
-¿Para discriminar ambas
huellas?
-Si. Pero es difícil.
Mire, ahí llega Sonseca. A ver si tenemos algo.
Sonseca era de la
policía científica. Por su aspecto podría dedicarse a enterrar
cadáveres, pero prefirió meterse a policía. Cadáveres no le
faltaban, desde luego.
-El informático tiene
algo. Está subiendo las escaleras. ¿Tenéis conectado el ordenador?
-Si... siempre está
conectado.
En la puerta apareció un
chico gordo y greñoso. Llevaba puesta una camiseta sucia con un
dibujo de un robot verde abrazando a un pingüino. Gallardo reprimió
un gesto de asco.
-Hola.- Dijo sin perder
un segundo en mirar a las personas. Buscaba un puerto USB como el que
busca un coño.
-Perdonen. Este es
Pepo... José Buendía. Es un experto informático que el Parque
Tecnológico nos ha cedido para ayudarnos en esta investigación.-
Pepo no hacía caso mientras clavaba su pendrive en el puerto del
ordenador.
-Se hizo famoso por ser
el creador del famoso Algoritmo de Distorsión Gravitacional.- Dijo
el policía calvo.
Gallardo le observó.
“Algoritmo de Distorsión Gravitacional”. ¿Tendría que ver con
su peso?
-¿Distorsión
Gravitacional?
-Es una chorrada- dijo
Pepo apañando el ordenador- En los juegos de los móviles que
utilizan el sensor gravitacional para, por ejemplo, simular un
tablero con bolas de acero era obligatorio tener el móvil
horizontal. Mi algoritmo permite jugar a estos juegos tumbado en el
sofá. Lo patenté y Apple me pago 200.000 euros por la patente.
-¿Y sigues trabajando?
-Esto no es trabajo, es
diversión.
“Diversión”, pensó
Gallardo. “Esto es diversión, manda cojones.”.
La pantalla cambió,
aparecieron algunos caracteres blancos sobre fondo negro mientras
Pepo tecleaba frenéticos comandos. La pantalla parpadeó de nuevo y
mostró una imagen de las huellas digitales del bolso. Un puntillismo
negro, una imagen casi invertida de una nebulosa estelar, donde las
estrellas eran negras y el espacio blanco.
-Siguiendo la teoría de
que en realidad estas huellas son la mezcla de dos o más huellas he
hecho un “programita” que explora las posibles conexiones de los
puntos adyacentes para buscar líneas de huella digital. El programa
ha estado aprendiendo durante diez horas con millones de huellas de
vuestros archivos, para saber a qué atenerse.
Gallardo miró a Sonseca
e hizo un gesto de desconfianza hacia el gordito del ordenador.
Sonseca sonrió divertido y le indicó que mirase la pantalla.
En la pared, líneas
rojas y verdes partían desde todos los puntos hacia todas las
direcciones, algunas se volvían más gruesas y quedaban fijas, otras
cambiaban de color o desaparecían para no volver a aparecer más.
Poco a poco se fueron dibujando dos patrones de huella superpuestos,
uno rojo y otro verde. Finalmente el parpadeo de líneas cesó.
-Y hemos encontrado dos
huellas perfectamente reconocibles- dijo Pepo mientras ambas huellas
se separaban, una al lado de la otra.- Las huellas pertenecen a dos
personas de esta ciudad.
-Efectivamente.-
Intervino Sonseca- Una vez que Pepo ha terminado su trabajo, le
pasamos las huellas al registro del D.N.I. que ha identificado a dos
personas distintas, un hombre y una mujer.
Un murmullo llenó la
sala de reuniones. Gallardo se levantó. -Antes de seguir Sonseca, me
gustaría que esta información me la facilitase a mi en privado, en
mi despacho.
El resto de reunidos
mostró su desacuerdo con un murmullo de protesta.
-Entiéndanme... no creo
que esto sea así de fácil. Usted, Pepe o como se llame,
acompáñenos.- Se volvió hacia el resto de la sala –Tenemos que
estar seguros antes de dar nombres. Disculpen señores.
Y los tres se fueron
hacia el final del pasillo, donde el Comisario había ordenado
habilitar uno de los despachos para el Inspector Gallardo.
o O o
Aunque provinciana y, en
cierto modo, anclada en un pasado mejor, también había en la ciudad
una “ciudad moderna”, elegante, chic, donde la cebolla
caramelizada llegaba de noche en enormes camiones junto con el foie,
para ser untados sobre casi cualquier cosa. Una ciudad donde no había
deportivas sin marca, donde los iPads no los regalaban los bancos,
sino los papás, donde la tarde se pasaba en el gym y la noche con el
gin. Una ciudad bien vestida, perfumada, alegre, despreocupada. Una
ciudad satisfecha.
Desde hacía unos días
Johnny era la guinda de esa ciudad, llena de chicas de nata y chicos
de caramelo, todos guapos, todos perfectos, todos divertidos, todos
amables y aparentemente cariñosos. Todos deseando conocer a Johnny
porque llegaba e iluminaba la fiesta.
Cuando detuvo su Mustang
junto la sala Delice las luces de las farolas parecieron girar para
verle salir: chaqueta blanca y chaleco blancos encerrando una camisa
negra que intentaba mostrarse sacando sus enormes solapas; pantalones
acampanados muy ajustados. Todo ello cabalgando sobre un par de
zapatos de plataforma. Todo blanco, como el Mustang. No llevaba gafas
de sol de pasta, pero podría haberlas llevado, la gente no lo
hubiese notado. La sonrisa de Johnny oscurecía todo lo demás.
Cuatro chicas se
separaron de la entrada del local y aceleraron el paso para acercarse
a él.
-¡Oh Johnny…! Dile a
Carlota lo que me dijiste ayer.- dijo una rubia adelantándose.
Delgada y alta, más alta que él a pesar de las plataformas, con una
fragilidad que mal disimulaba una mirada traviesa.
-¿Ayer cuando, muñeca?
No recuerdo mucho de ayer.
-¡Oh Johnny… eres un
muy malo con nosotras!- Y se le colgó de un brazo colocado a
propósito. El otro ya estaba ocupado por la tal Carlota, morena,
estilizada, de buena cuna, quizá inocente, quizá no. Las otras dos
se agarraron una de la otra y se colocaron detrás, siguiendo el
balanceo del culo ceñido de Johnny. Todas rieron.
-Hola Johnny. ¿Te
aparcamos el coche?- Dijo uno de los gigantescos porteros sonrientes.
Porque hasta los porteros de discoteca sonreían cuando aparecía
Johnny. – Si Julián, pero no te lo lleves muy lejos, no sea que se
te cuelguen cuatro de estas. – Incluso podrían llegar a reírse,
ajenos a las personas de la larga cola que esperaban al raso su turno
para entrar.
Dos fuertes brazos
abrieron de par en par las puertas del local. El sonido machacón del
interior se filtró de pronto al vestíbulo mientras el quinteto
entraba girando alrededor del hombre. La apertura del segundo juego
de puertas les sumergió en un espacio denso y atronador de luces
azules, rojas y anaranjadas y de olor a alcohol y sudor.
La sala estaba
abarrotada, caliente, ruidosa. La música tenía abducidos al noventa
por ciento de los clientes que danzaban como posesos. El DJ hizo un
gesto desde su control al grupo de Johnny, pero éste no le vio,
caminando arropado por su cohorte de chicas en dirección a la puerta
de la sala VIP. En ella, otro guardia de seguridad le hizo un gesto
de saludo agachando ligeramente la cabeza y la abrió.
En la sala VIP la cosa
era muy distinta. No parecía una discoteca, aunque un par de chicas
bailaban en una pequeña plataforma cálidamente iluminada. La música
aquí permitía no solo bailar, sino también charlar en los grupos
de sillones que formaban distintos espacios de tertulia. Chicas muy
jóvenes atendían las mesas vestidas como colegialas japonesas. La
clientela era bien vestida y joven. Una de las camareras hizo un
gesto a Johnny para que le acompañara hacia un reservado; su paseo a
lo largo de la sala ocasionó un rosario de saludos y miradas
sonrientes en dirección a él.
-Caye, ¿quién es?
-Es Johnny… ¿no le
conoces?
-No. ¿Johnny? No tienen
pinta de extranjero.
-¡Oh, probablemente no
se llame así! Pero da igual, el se puede llamar como quiera.- dijo
Cayetano mirándolo embelesado.
El que preguntaba se
quedó contemplando atónico a su interlocutor.
–Perdona Cayetano pero
creo que me he perdido algo… ¿Te has enamorado?
-¡¿Eh?! No por Dios.
¡Cómo eres Pablo! Es que Johnny es súper fantástico, y
habrá
elegido llamarse así. Ven, te lo voy a presentar.- Cogió del brazo
a Pablo e hizo ademán de levantarse.
-No, espera. Déjame que
le observe desde aquí, y...- dijo liberándose de la garra de
Cayetano -Bueno, si es que puedo llegar a verle entre los moscones.
Y decías que ese tal Johnny era...
-Bueno, la verdad es que
hay poco que contar, un día apareció, entró aquí y se tomó una
copa. Y rápidamente estuvo rodeado de mazo de peña. Cuando estás
con él todo es súper divertido y súper “nice”. Es como si los
problemas se desintegraran.
-Sigo pensando que estas
“fallen” total- Miró a su amigo preocupado- Nunca te he visto
hablar así de nadie. – Vamos Pablito… deja ya eso… que me
pones frenético.
-Vamos a ver: entra un
señor calvo, vulgata, disfrazado de Toni Manero y que dice llamarse
Johnny e inmediatamente todos os salís de órbita… me tendrás que
reconocer que no es para nada normal.- Pablo, como el resto de las
personas que había en la sala VIP, gesticulaba exageradamente,
poniendo caras y moviendo las manos de forma teatral.
-Mira esa chica, la
pelirroja. No ha habido nadie que haya sacado de ella más que un
“no”, un “adiós” o un “perdona, estoy esperando a
alguien”. Por eso la conocemos por “la roja”, por eso y por que
es pelirroja, como ya he dicho. Y sin embargo no quita ojo del tal
Johnny. Le falta gritar “¡Eh… Johnny… mira qué tetas!”
-Ostras tú, qué bestia
eres.- Observó un momento a la pelirroja de pelo brillante y liso
hasta la cintura que permanecía de pié junto a una de las barras,
haciendo como que chateaba en el móvil aunque sin prestarle la más
mínima atención. Efectivamente no quitaba ojo del grupo de Johnny
–¡La muy zorra, fue
capaz de rechazarme a mí el otro día!- Cayetano contuvo su
indignación -Pero claro, yo no soy Johnny.
Pablo entornó los ojos
-Y mira cómo vamos vestidos todos. Prada, Ralph Lauren, Quicksilver,
Gucci, Dolce... ¡Eso que lleva puesto él no se encuentra ni en
Máximo Dutti! ¿Es que hemos perdido el gusto?
-No… mira allí, a las
dos bailarinas, ¿ves cómo van?- Las chicas de la pequeña pista
vestían ceñidos monos acampanados con estridentes estampados
psicodélicos, como si se los hubiesen confeccionado con un par de
cortinas de Ikea, tenían los pelos a lo afro y abundante chatarrería
de plástico en brazos y cuello.
Pablo no daba crédito-
¡Dios mío, los setenta come back!
-Efectivamente: Johnny
marca tendencia. De hecho yo estoy buscando ya ropa apropiada. Me
siento out.
-¡Out! Pero si el peor
invento después de los calcetines de tenis fueron los pantalones
acampanados. ¿Se puede saber qué diablos pasa aquí?- Pablo estaba
irritado y no comprendía el cambio de su amigo.
-Pablo.- bajó el tono y
concentró la atención de su interlocutor- Hasta que no conozcas a
Johnny todo lo que te cuente no servirá de nada.
–Mira Caye, si por
conocer a ese señor voy a terminar poniéndome ropa seventies mejor
no nos volvemos a ver. – Y se levantó con su copa en dirección a
la salida dejando a su amigo con la boca abierta.
-¡Ciao… nos vemos en
el gym!- Dijo Cayetano disimulando. Pablo pensó “Si, pero sólo si
vas en ropa deportiva” mientra intentaba recordar si había visto
alguna vez ropa deportiva acampanada. La sola idea le daba vértigo.
El sonido y el olor de
pista de baile eran insoportables para el pusilánime Pablo. Así que
decidió salir afuera para fumarse un cigarrillo. Cualquier cosa con
tal de alejarse de Johnny.
En cambio Johnny parecía
encantado de conocerse. La gente le adoraba. Puesto ahí, en el
centro de un coro de pijos admiradores, cualquiera diría que Johnny
era de Torreblanca. Pero ahora podía engatusar a la gente. Podía
darles paz y armonía con solo sonreirles. Y eso le gustaba, y le
agotaba.
Alicia, la rubia de su
izquierda le miró de pronto sorprendida. - Oh... Johnny... ¿que te
pasa en la cabeza?
Johnny, sin dejar de
sonreír, se echó una mano a la sien izquierda. Una gruesa vena
había aparecido de repente ocupando el espacio que iba desde la sien
hasta el parietal.
“Ha llegado la hora de
la recolección” se dijo siniestramente. - ¡Oh...!, Es una
tontería... ven... vamos a bailar. Afuera.
-¡Chicos! Todos a la
pista, a bailar con Johnny.- Todos empezaron a levantarse divertidos,
emocionados, alegres de acompañarles a la pista de baile.
Johnny se apartó del
grupo y se dirigió a la cabina del DJ.
-Déjame que ponga
algunos temas.
-Por supuesto Johnny...
lo que pidas.
El DJ se apartó y le
ofreció los mandos de la pista. La gente miraba expectante.
¿Qué más se podía
pedir? Todos iban a bailar al ritmo que Johnny les marcara.
o O o
-Bueno, pues yo ya me
voy.- Dijo Paco apurándose la cerveza. Tenía mucho que hacer esa
noche porque ahora le tocaba localizar el centro donde habían
llevado a la anciana superviviente del suicidio colectivo.
-Dame 80 céntimos Paco.-
le recordó Gómez, que vigilaba muy estrechamente su negocio.
-Toma, un euro... hoy
estoy que me salgo.- Paco hizo un gesto para saludar al respetable y
justo cuando iba a salir por la puerta un pensamiento le hizo
retroceder- ¿Porque ninguno de ustedes conoceréis a Juana la
Romana, verdad? Venga, buenas noches.
-Un momento... - dijo
Peligro con la cara abotargada de tanta cerveza- ¿Juana la Romana?
Había una Juana, una puta fina, que vivía ahí, hacia la mitad de
la Alameda, en una casa de tres plantas... creo que le llamaban “La
Romana” porque organizaba orgías en la época del tito Paco.
-No creo que estemos
hablando de la misma Juana. La que yo digo vive muy lejos de aquí.
-¿En Torreblanca?-
Preguntó el notario sin levantar la mirada de la novela, a la que ya
le quedaban pocos forajidos por matar.
Paco volvió a cerrar la
puerta del local. Repentinamente interesado en la figura pringosa y
desgarbada de José Antonio. -Si... ¿la conoces?
-Claro, Juana La Romana,
junto con muchas de las putas que merodeaban por aquí fueron
“reubicadas” en Torreblanca. Yo mismo fui garante de las órdenes
de desahucio.
Paco cogió una de las
sillas metálicas y se sentó a la misma mesa que el notario. -Manolo, ponnos un par de copas.
-Marchando una cerveza y
un mosto de la casa- dijo Gómez con nulo entusiasmo.
-A ver, José Antonio,
dime lo que sepas.- Llamas minúsculas incendiaron los iris de Paco
formando una hoguera alrededor de sus pupilas que el notario no podía
dejar de mirar.
-En los años sesenta el
negocio de La Romana iba viento en popa, hasta tal punto que logró
comprar la casa en la que ejercían. Sus orgías eran frecuentadas
por altos mandatarios del régimen de Franco que buscaban entre sus
paredes la libertad que negaban a todos en la calle. Pero en los años
setenta el negocio empezó a flaquear.
-¿Se acabó la jarana?
-Se acabó la jarana de
pago. La apertura primero y luego la transición empezó a extender
ciertos usos. Lo que antes tenía que hacerse ocultamente y pagando,
en esa época se hacía abiertamente y de forma gratuita.
-El libertinaje... je,
je... ¡Qué tiempos!. En cambio Juana lo perdió todo.
-No inmediatamente. A
falta de ingresos honrados, Juana tuvo que echar mano de su agenda
para diversificar los ingresos y empezó a chantajear a gente muy
poderosa.
-Pero con los ricos no se
juega.
-Efectivamente. Un duque
y un alto cargo de la Administración contrataron los servicios de
abogados, detectives y notarios para encontrar la forma de acabar con
La Romana.
-Y tu estabas entre
ellos.
-Si. Nuestros esfuerzos
dieron resultados parciales. Logramos quitarle la propiedad de su
casa tras destapar errores de documentación y alguna trampilla
legal. Juana, tuvo que mudarse a esta finca, cuando todavía era un
corral de vecinos. Perdió casa y negocio. No pudo recuperarse.
-Y una vez aquí, sufrió
el desahucio como todos sus vecinos. Apuesto que en ese asunto
también estabas tu.
-También. Yo sé dónde
están todas y cada una de las personas que vivían aquí.
-Y piensas que estando
aquí podrás servirles de algo.
-Creo que sí. No son
pocos los familiares que llegan preguntando por ellos. Desconectados
de sus vidas. Yo me encargo de acercarlos.
-¿Por qué lo haces?
-Porque es la única
forma que tengo de devolverles lo que les quité.
-¿Tu crees?
El notario le miró y
sonrió amargamente. No tenía respuesta. Ahora Paco sabía la verdad
sobre él, porqué le llamaban notario, porqué no trabajaba, porqué
no se movía del Ok-Corral. La conciencia es una putada, pero es el
plan B de la buena gente, había que respetarla.
-Entonces puedes llevarme
junto a Juana la Romana.
José Antonio se
incomodó.- No puedo alejarme de aquí. Puedo indicarte qué
dirección tiene, pero tengo que estar aquí.
-No.- Los ojos de Paco
brillaron -Me vas a llevar. Es necesario.
José Antonio asintió,
despojado de voluntad.
Apuraron los tragos. Era
la ocasión para ver a Juana la Romana y esclarecer el suceso de
Torreblanca.
-Manolo- dijo soltando un
billete de cinco euros sobre la barra como el que suelta uno de
quinientos -Nos vamos, si viene alguien preguntando por personas que
antes vivían aquí toma sus datos, los localizaremos, ¿verdad José
Antonio?
-Si... no se te olvide-
Manolo y La Peligro
miraban extrañados a la pareja que salía por la puerta.
-Este Paco es una caja de
sorpresas... ha conseguido llevarse al notario.
-Si. Ojalá encuentren a
la tal Juana. Parece importante.
Manolo empezó a recoger.
De pronto un grupo de policías pistola en ristre pasó corriendo por
delante de la puerta del local dando órdenes a gritos. La Peligro se
apeó del taburete y se asomó.
-¡Chiquillos....!- dijo
con desparpajo -Que la comisaría está al otro lado.
-Cállese señora, y
métase dentro del bar, podría resultar herida.
La Peligro hizo caso a
medias, parándose a observar dónde se dirigían los policías. Se
detuvieron frente al portero electrónico y pulsaron en uno de los
pisos.
-Están llamando en la
casa de Antonia.- dijo entrando en el bar.
-¿Antonia?
-Si... vienen a por ella.
Desde la siguiente
esquina, el notario y Paco observaban la escena junto al Mini -¿Has
visto eso?
-Si, José Antonio...
tenemos que darnos prisa.
Se metieron en el coche
casi al unísono; Paco arrancó y enfiló derrapando en dirección a
las afueras dejando atrás las calles llenas de luces navideñas. La
Policía les había encontrado, y ellos aún no sabían nada.
-Inspector- dijo la joven
agente parando a Gallardo cuando salía de la Comisaría.
-¿Qué ocurre?-
-Llaman de Emergencias,
decenas de cadáveres flotan por el río camino de la esclusa.
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