6. BOOGIE NIGHTS





La ciudad no era una, eran muchas, dispuestas una al lado de la otra, como huevos en un cartón.

Había una ciudad alternativa, que luchaba por llevar la modernidad al resto de sus vecinos encerrándose en los guetos que la especulación urbanística había designado para ella. Contenta de llevar una vida alternativa, ecológica, concienciada y confortable. Donde lo políticamente correcto, el feminismo impostado y el multiculturalismo distante se mezclaban pero no se agitaban mientras filosofaban en cannabis regado de cruzcampo.

Estaba la ciudad currante, que luchaba por sobrevivir encerrada en sus bloques periféricos. Donde la vida transcurría un día tras otro, sin inquietudes filosóficas porque éstas no aparecían en las grandes televisiones de plasma, ni en los abonos de fútbol, ni en los bares de cruzcampo y gambas a 1 euro. La corrección política no era entendida, ni percibida; las liberación de la mujer se había traducido en trabajar fuera y dentro, el multiculturalismo se plasmaba en una silenciosa invasión de currantes de otras latitudes. El cannabis se consumía, y se vendía, y se vendían otras cosas. Una ciudad de mercadillo y tortilla, a la que el foie le daba asco y no conocía la cebolla caramelizada, sólo la que hacía llorar.

Había más ciudades dentro de la ciudad. Y todas llevaban una semana patas arriba. Nadie sabía nada. Nada del extraño caso del suicidio colectivo, o lo que fuese. Nada de la mujer fulminada instantáneamente ante las cámaras de televisión. Nada de ese extraño borrón negro que aparecía en algunas fotos de prensa. Nada de porqué dos agentes de la policía aparecieron de pronto atados a uno de los balcones de una de las viviendas.

El Ministro del Interior balbuceaba en las ruedas de prensa intentando explicar lo inexplicable, porque el jefe superior de policía sólo le facilitaba datos inconexos, porque el Inspector de la Audiencia Nacional estaba mas perdido que el barco del arroz.

Nada sabía Antonia López de ese extraño mensaje que le entrara por la ventanilla del coche. ¿Quién era Juana la Romana? En Torreblanca nadie la conocía, y Antonia se había paseado durante la última semana muchas veces. De rubia, de morena, de gordita, de delgada, de alta, de baja... habilidades facilitadas por la criatura en la que habitaban ella y Paco el Camboyano pero que no le ayudaban para localizar a Juana. Nadie sabía quién era esa tal Juana y Antonia empezaba a dudar de si en realidad existía.

Una cosa sí habían aclarado Antonia y Paco. Ella “viviría” durante el día y él durante la noche. “Que tu tienes tus necesidades de hombre”, le había dicho desconociendo quizá las auténticas necesidades de su compañero. Paco también buscaba a Juana la Romana, pero con el mismo éxito que Antonia.

Antonia y Paco habían aprovechado la capacidad de movimiento ultra rápido de la criatura, aunque habían descubierto que no podía ejecutarse durante más de siete u ocho minutos seguidos, so pena de dejar a la Ninja exhausta y expuesta en el peor momento.
Pero gracias a ella, ambos estaban perfectamente al día de los no-progresos de la policía mientras “paseaban” sin problemas por el Cuartel General de la investigación, situado curiosamente a escasos metros del ático de Antonia.

Por eso ambos sabían que el Inspector Gallardo estaba más preocupado por encontrar a la mujer del Mini que había escapado del cordón policial de Torreblanca que de saber qué había pasado durante la noche anterior. Los policías Sánchez y Suárez le habían contado lo de la figura femenina de negro, pero también le habían contado otras tantas historias increíbles, con la intención de ocultar la verdad verdadera y así evitar el trullo. Gallardo los tenía moviendo papeles, no quería sancionarlos aún para evitar escándalos.

Por otra parte, la anciana que quedó en el bloque insistía que ambos eran unos chorizos y que, “menos mal que se le había aparecido la Virgen, que si no...”. ¡La Virgen!

Gallardo creía, acertadamente, que la mujer de rosa fulminada espontáneamente, la posible figura femenina negra, la mujer del Mini y hasta la Virgen misma tenían alguna relación. Pero creía que todas, las cuatro, tenían algo que ver con el asunto de las muertes. Una estupidez de esas que te hacen perder generaciones enteras de investigación fallida, como sabrán los forofos de la fusión fría o terminarán enterándose los de los neutrinos más veloces que la luz.

Mientras tanto, la gente se enteraba de todo por los programas basura, por los que había pasado hasta el sursuncorda.

Historias a cada cuál más disparatada: complots internacionales, terrorismo 2.0, mafias rusas, Anonimous..., un sinfín de presuntos culpables eran descubiertos día si y día también. Todas las teorías sufrían un concienzudo análisis por parte de sesudos expertos, extraños sicólogos, investigadores conspiranóicos, familiares, vecinos y allegados de las víctimas, y por supuesto la correspondiente cuota de mariquitas y petardas de plantilla.

La prensa “seria” (por favor, no se rían) reclamaba a las autoridades que dieran información veraz y acabaran con las teorías y conspiraciones de tertulia, pero Gallardo, que en definitiva era sobre el que caía la dirección del asunto, insistía que la confusión era buena para la investigación. El inspector pensaba que el autor o autoras del atentado terminarían cometiendo un error para “aclarar” las cosas. La verdad es que Gallardo tenía sólo confusión.

Del autor o autores no se sabía nada. Aquella noche Paco y Antonia decidieron dejar de buscar a Juana la Romana y retomar la pista de la anciana superviviente.

-¡Oye... es que te veo y no me lo creo! ¡Paco... ¿eres Paco?!

Paco se volvió ligeramente y saludó con una sonrisa encantadora en sus labios juveniles - Qué pasa Peligro, ¿tienes problemas de vista?

-No, es que te pareces al Bruslí de joven y no al Paco- exclamó bajándose con dificultad del único taburete que había en el Ok-Corral.-Hijo, me cuesta acostumbrarme...

Efectivamente. Paco parecía más joven. No era exactamente como Bruce Lee pero se le daba un aire. Delgado, fibrado, no muy alto, su rostro sin arrugas pero con esos ojos oblicuos culpables del mote “el camboyano”, y sí, como 20 años más joven.

-Te recuerdo que Bruce Lee, que Dios tenga en su Gloria, no fue nunca viejo. Y barriendo el aire con la mano abierta, como un torero, dijo -¡Buenas noches a todos!-

El personal del bar saludó sin demasiado entusiasmo. Allí estaba Don José Antonio, leyendo a Don Marcial Lafuente, Pepa, una yerbas de cincuenta y todos tomando un té verde, una pareja de chicos tonteando con sus manitas frente a un par de cervezas y Manolo Gómez, con el típico aspecto cansado y somnoliento que solía presentar después de todo un día detrás de la barra.

-Ponme una Cruzcampo, Manolo. Que esté Fresquita. -La temperatura exterior de 5 grados llegaba sin impedimento hasta las novelas de Corín Tellado, pero Paco era fiel a su proverbio: “las tías calientes y la Cruzcampo fría”.

-¿Qué pasa Paco?- preguntó Gómez mientras la Peligro iniciaba un acercamiento tan sinuoso como le era permitido a un hipopótamo pintado como una puerta.

-Oye- dijo con voz ronca- ¿tú te has hecho algo verdad?

-Que nooo, Peligro, no… que ya te he dicho que las vacaciones me han sentado bien.

-Ya, y a la Antonia.- sacó una servilleta del servilletero y la puso de un golpe sobre el mostrador- Escribe aquí dónde está ese sitio maravilloso.- y deslizó una mano como un guante de látex inflado a la cintura del ajustado jersey amarillo de Paco- Con tan espectaculares resultados....

Un ligero pero efectivo manotazo impidió mostrar nada. La Peligro, pese a su nombre, no tenía peligro ninguno... en realidad pasaba más de todo de lo que parecía. Paco le echó una mirada de reproche y luego le sonrió. – Manolo – dijo girándose - ¿se sabe algo más de lo de Torreblanca?

-No… bueno, no sé hasta donde tú sabes. Si sigues al Ministro del Interior, nada de nada, si sigues a la televisión son tantas cosas que ya ni las pongo en pié. ¡Cuidado suicidarse tantas personas a la vez…! Eso tiene que ser un escape de gas o algo que le han echado al bloque, porque si no, no se entiende.

-Lo que si te digo yo, porque lo he visto en la tele, es que la mujer que se quema viva y desaparece, en realidad no desaparece: Se transforma- dijo La Peligro como si, cual Mata Hari de recebo, hubiese extraído la información a un agente doble.

- Si, se transforma en un chicharrón.- dijo el notario.

- Que no niño, que hay fotos de una figura negra, que sube por la pared del edificio.

-Bueno, pues un chicharrón volátil- José Antonio pasó la página sin levantar la cara, más preocupado por lo que el marshall iba a hacer con los forajidos que con lo que la policía cercana estaba investigando. Es lo que tiene la ficción.

La Peligro se volvió desairada hacia su rincón y su botellín.

-¿Tu no tendrías que estar trabajando ya?

-¿Yo?.... es muy temprano. A mi los clientes me vienen ya con los tres avisos, picados y banderilleados.

“Y acercándose a tí como el que se va para las tablas”, pensó Gómez.

La verdad es que para acercarse a La Peligro había que estar muy perjudicado.

-En la radio también han hablado de la figura negra que aparece en algunas fotos, es como un borrón. Algunos afirman que es un montaje.- dijo Pepa, con su voz escuálida.

-Si, como lo del Lurdanganín ese. ¡Qué pena... tan buen mozo y tan chorizo!

-Peligro, ¿a ti no te gustaban los malotes?

-Yo como de todo.

-Bueno… ¿y Antonia?- dijo Gómez ignorando la conversación “de chicas”.

-Pues muy bien. Arriba la he dejado, durmiendo… estaba muy cansada- En realidad la llevaba puesta, pero eso era difícil de explicar. Desde luego estaba descansando, callada como una tumba.

-¿Qué le debemos?- dijo uno de los chicos del fondo.

-¿Dos cervezas?, uno sesenta.

-De todas formas – dijo bajando el tono de voz hacia Paco – la policía está alteradísima. No hay forma de que la ciudad se tranquilice, llevamos una semana prácticamente en estado de sitio. Ten cuidado esta noche.

-No te preocupes, yo también estoy cansado… es que tenía ganas de estirar las piernas- “literalmente”.

o O o

Mientras tanto, en la comisaría de enfrente, en una gran sala llena de mesas, cables por el suelo, portátiles, pizarras, papeles, cajas y gente muy cansada el Comisario De la Fuente hablaba en un rincón por el móvil.

-Ya...ya lo sé cariño... “soy el más tonto y siempre me endosan todo lo peor”. Pero me quedan dos semanas para jubilarme y no pienso irme a casa porque Pablito no te haya hecho caso y se haya ido por ahí. Recuerda que “Pablito” tiene veintiocho años, vamos que es un tío hecho y derecho.

La retahíla interminable que brotó por el móvil parecía no contener comas, ni puntos y aparte. La interlocutora del comisario debía respirar por otro sitio, porque no paraba ni para coger resuello.

-Comisario, el Inspector Gallardo le reclama– dijo Castillo con la misma cara de cansado que tenían todos, aunque devorando con fruición un inmenso serranito que goteaba aceite sobre el suelo.

-Bueno, cariño, que te tengo que dejar. No te preocupes, la ciudad está llena de policías, todo lo más que le puede pasar es que lo detengan. Adiós.

Y colgó aliviado. -¿Dónde está Gallardo? -En la sala de reuniones, está un poco nervioso.

Lo que le hacía falta al comisario, Gallardo nervioso.

Entró en la sala a oscuras, sólo iluminada por la luz del proyector contra una de las paredes. Estaban viendo una imagen de una figura muy tenue y borrosa sobre la barandilla de un balcón.

-Bien- dijo Gallardo -Por fin aparece. Veamos, esta foto nos la ha facilitado un periodista freelance, después de vendérsela al mejor postor. Según nos cuenta él, la velocidad de obturación era de uno partido por cuatro mil segundos, una velocidad normal para objetos a plena luz del día con muy buena iluminación. Si observamos, el borrón es semitransparente, dejando ver aún la barandilla tras de él. Eso quiere decir que la figura que adivinamos estuvo en esa posición milésimas de segundo. Estamos hablando de algo extremadamente rápido.

-¿Cómo de rápido?- dijo el Comisario Jefe de la Ciudad, otra de las personas que podía joderle la jubilación a De la Fuente.

-De aproximadamente uno /diezmil segundos.

-¿Y dice que no es un efecto visual o un truco fotográfico?

-En absoluto, nuestros especialistas han analizado la tarjeta de la cámara del fotógrafo: no ha habido edición de la imagen, y ésta se tomó justo en el momento en que dice el periodista.

-Hay cámaras que mezclan figuras también en el momento de la foto.- dijo un agente calvo.

-No es el caso. Esta es una cámara profesional, no hace chorradas, sólo fotos de muy buena calidad.

La puerta de la sala se abrió y una jovencísima policía buscó un instante a alguien entre las figuras de alrededor de la mesa. -Comisario Jefe, el Ministro necesita los últimos datos para la rueda de prensa.

-¿Qué le digo?

-Seguimos sabiendo lo mismo: algún tipo de sustancia ha provocado un envenenamiento masivo en el interior de ese edificio, lo que a su vez indujo a los envenenados a salir de él de forma descontrolada, provocando la muerte de la mayoría de ellos.-

-¿La mayoría?, ¡Han muerto todos!

-Insista en eso, así parece que tenemos algo.

-¿Y sobre la figura esta, o la mujer que desapareció en una llamarada?

-Siga con lo de siempre, la policía no comenta las noticias de los medios, estamos investigando todos los aspectos del caso.

-Bien, el Ministro se va a cagar en mis muertos.

-Eso lo lleva en el sueldo- dijo Gallardo volviéndose despreocupadamente hacia De la Fuente- ¿Qué tenemos sobre el informático ese que iba a aclarar lo de las huellas del bolso?

-Está analizándolas, no hay una huella concreta, parecen como dos huellas superpuestas, en todos los casos... como si dos manos hubiesen tocado siempre en los mismos lugares. El chico está haciendo progresos.

-¿Para discriminar ambas huellas?

-Si. Pero es difícil. Mire, ahí llega Sonseca. A ver si tenemos algo.

Sonseca era de la policía científica. Por su aspecto podría dedicarse a enterrar cadáveres, pero prefirió meterse a policía. Cadáveres no le faltaban, desde luego.

-El informático tiene algo. Está subiendo las escaleras. ¿Tenéis conectado el ordenador?

-Si... siempre está conectado.

En la puerta apareció un chico gordo y greñoso. Llevaba puesta una camiseta sucia con un dibujo de un robot verde abrazando a un pingüino. Gallardo reprimió un gesto de asco.

-Hola.- Dijo sin perder un segundo en mirar a las personas. Buscaba un puerto USB como el que busca un coño.

-Perdonen. Este es Pepo... José Buendía. Es un experto informático que el Parque Tecnológico nos ha cedido para ayudarnos en esta investigación.- Pepo no hacía caso mientras clavaba su pendrive en el puerto del ordenador.

-Se hizo famoso por ser el creador del famoso Algoritmo de Distorsión Gravitacional.- Dijo el policía calvo.

Gallardo le observó. “Algoritmo de Distorsión Gravitacional”. ¿Tendría que ver con su peso?

-¿Distorsión Gravitacional?

-Es una chorrada- dijo Pepo apañando el ordenador- En los juegos de los móviles que utilizan el sensor gravitacional para, por ejemplo, simular un tablero con bolas de acero era obligatorio tener el móvil horizontal. Mi algoritmo permite jugar a estos juegos tumbado en el sofá. Lo patenté y Apple me pago 200.000 euros por la patente.

-¿Y sigues trabajando?

-Esto no es trabajo, es diversión.
“Diversión”, pensó Gallardo. “Esto es diversión, manda cojones.”.

La pantalla cambió, aparecieron algunos caracteres blancos sobre fondo negro mientras Pepo tecleaba frenéticos comandos. La pantalla parpadeó de nuevo y mostró una imagen de las huellas digitales del bolso. Un puntillismo negro, una imagen casi invertida de una nebulosa estelar, donde las estrellas eran negras y el espacio blanco.

-Siguiendo la teoría de que en realidad estas huellas son la mezcla de dos o más huellas he hecho un “programita” que explora las posibles conexiones de los puntos adyacentes para buscar líneas de huella digital. El programa ha estado aprendiendo durante diez horas con millones de huellas de vuestros archivos, para saber a qué atenerse.

Gallardo miró a Sonseca e hizo un gesto de desconfianza hacia el gordito del ordenador. Sonseca sonrió divertido y le indicó que mirase la pantalla.

En la pared, líneas rojas y verdes partían desde todos los puntos hacia todas las direcciones, algunas se volvían más gruesas y quedaban fijas, otras cambiaban de color o desaparecían para no volver a aparecer más. Poco a poco se fueron dibujando dos patrones de huella superpuestos, uno rojo y otro verde. Finalmente el parpadeo de líneas cesó.

-Y hemos encontrado dos huellas perfectamente reconocibles- dijo Pepo mientras ambas huellas se separaban, una al lado de la otra.- Las huellas pertenecen a dos personas de esta ciudad.

-Efectivamente.- Intervino Sonseca- Una vez que Pepo ha terminado su trabajo, le pasamos las huellas al registro del D.N.I. que ha identificado a dos personas distintas, un hombre y una mujer.

Un murmullo llenó la sala de reuniones. Gallardo se levantó. -Antes de seguir Sonseca, me gustaría que esta información me la facilitase a mi en privado, en mi despacho.

El resto de reunidos mostró su desacuerdo con un murmullo de protesta.

-Entiéndanme... no creo que esto sea así de fácil. Usted, Pepe o como se llame, acompáñenos.- Se volvió hacia el resto de la sala –Tenemos que estar seguros antes de dar nombres. Disculpen señores.

Y los tres se fueron hacia el final del pasillo, donde el Comisario había ordenado habilitar uno de los despachos para el Inspector Gallardo.

o O o

Aunque provinciana y, en cierto modo, anclada en un pasado mejor, también había en la ciudad una “ciudad moderna”, elegante, chic, donde la cebolla caramelizada llegaba de noche en enormes camiones junto con el foie, para ser untados sobre casi cualquier cosa. Una ciudad donde no había deportivas sin marca, donde los iPads no los regalaban los bancos, sino los papás, donde la tarde se pasaba en el gym y la noche con el gin. Una ciudad bien vestida, perfumada, alegre, despreocupada. Una ciudad satisfecha.

Desde hacía unos días Johnny era la guinda de esa ciudad, llena de chicas de nata y chicos de caramelo, todos guapos, todos perfectos, todos divertidos, todos amables y aparentemente cariñosos. Todos deseando conocer a Johnny porque llegaba e iluminaba la fiesta.

Cuando detuvo su Mustang junto la sala Delice las luces de las farolas parecieron girar para verle salir: chaqueta blanca y chaleco blancos encerrando una camisa negra que intentaba mostrarse sacando sus enormes solapas; pantalones acampanados muy ajustados. Todo ello cabalgando sobre un par de zapatos de plataforma. Todo blanco, como el Mustang. No llevaba gafas de sol de pasta, pero podría haberlas llevado, la gente no lo hubiese notado. La sonrisa de Johnny oscurecía todo lo demás.

Cuatro chicas se separaron de la entrada del local y aceleraron el paso para acercarse a él.

-¡Oh Johnny…! Dile a Carlota lo que me dijiste ayer.- dijo una rubia adelantándose. Delgada y alta, más alta que él a pesar de las plataformas, con una fragilidad que mal disimulaba una mirada traviesa.

-¿Ayer cuando, muñeca? No recuerdo mucho de ayer.

-¡Oh Johnny… eres un muy malo con nosotras!- Y se le colgó de un brazo colocado a propósito. El otro ya estaba ocupado por la tal Carlota, morena, estilizada, de buena cuna, quizá inocente, quizá no. Las otras dos se agarraron una de la otra y se colocaron detrás, siguiendo el balanceo del culo ceñido de Johnny. Todas rieron.

-Hola Johnny. ¿Te aparcamos el coche?- Dijo uno de los gigantescos porteros sonrientes. Porque hasta los porteros de discoteca sonreían cuando aparecía Johnny. – Si Julián, pero no te lo lleves muy lejos, no sea que se te cuelguen cuatro de estas. – Incluso podrían llegar a reírse, ajenos a las personas de la larga cola que esperaban al raso su turno para entrar.

Dos fuertes brazos abrieron de par en par las puertas del local. El sonido machacón del interior se filtró de pronto al vestíbulo mientras el quinteto entraba girando alrededor del hombre. La apertura del segundo juego de puertas les sumergió en un espacio denso y atronador de luces azules, rojas y anaranjadas y de olor a alcohol y sudor.

La sala estaba abarrotada, caliente, ruidosa. La música tenía abducidos al noventa por ciento de los clientes que danzaban como posesos. El DJ hizo un gesto desde su control al grupo de Johnny, pero éste no le vio, caminando arropado por su cohorte de chicas en dirección a la puerta de la sala VIP. En ella, otro guardia de seguridad le hizo un gesto de saludo agachando ligeramente la cabeza y la abrió.

En la sala VIP la cosa era muy distinta. No parecía una discoteca, aunque un par de chicas bailaban en una pequeña plataforma cálidamente iluminada. La música aquí permitía no solo bailar, sino también charlar en los grupos de sillones que formaban distintos espacios de tertulia. Chicas muy jóvenes atendían las mesas vestidas como colegialas japonesas. La clientela era bien vestida y joven. Una de las camareras hizo un gesto a Johnny para que le acompañara hacia un reservado; su paseo a lo largo de la sala ocasionó un rosario de saludos y miradas sonrientes en dirección a él.

-Caye, ¿quién es?

-Es Johnny… ¿no le conoces?

-No. ¿Johnny? No tienen pinta de extranjero.

-¡Oh, probablemente no se llame así! Pero da igual, el se puede llamar como quiera.- dijo Cayetano mirándolo embelesado.

El que preguntaba se quedó contemplando atónico a su interlocutor.

–Perdona Cayetano pero creo que me he perdido algo… ¿Te has enamorado?

-¡¿Eh?! No por Dios. ¡Cómo eres Pablo! Es que Johnny es súper fantástico, y 
habrá elegido llamarse así. Ven, te lo voy a presentar.- Cogió del brazo a Pablo e hizo ademán de levantarse.

-No, espera. Déjame que le observe desde aquí, y...- dijo liberándose de la garra de Cayetano -Bueno, si es que puedo llegar a verle entre los moscones. Y decías que ese tal Johnny era...

-Bueno, la verdad es que hay poco que contar, un día apareció, entró aquí y se tomó una copa. Y rápidamente estuvo rodeado de mazo de peña. Cuando estás con él todo es súper divertido y súper “nice”. Es como si los problemas se desintegraran.

-Sigo pensando que estas “fallen” total- Miró a su amigo preocupado- Nunca te he visto hablar así de nadie. – Vamos Pablito… deja ya eso… que me pones frenético.

-Vamos a ver: entra un señor calvo, vulgata, disfrazado de Toni Manero y que dice llamarse Johnny e inmediatamente todos os salís de órbita… me tendrás que reconocer que no es para nada normal.- Pablo, como el resto de las personas que había en la sala VIP, gesticulaba exageradamente, poniendo caras y moviendo las manos de forma teatral.

-Mira esa chica, la pelirroja. No ha habido nadie que haya sacado de ella más que un “no”, un “adiós” o un “perdona, estoy esperando a alguien”. Por eso la conocemos por “la roja”, por eso y por que es pelirroja, como ya he dicho. Y sin embargo no quita ojo del tal Johnny. Le falta gritar “¡Eh… Johnny… mira qué tetas!”

-Ostras tú, qué bestia eres.- Observó un momento a la pelirroja de pelo brillante y liso hasta la cintura que permanecía de pié junto a una de las barras, haciendo como que chateaba en el móvil aunque sin prestarle la más mínima atención. Efectivamente no quitaba ojo del grupo de Johnny

–¡La muy zorra, fue capaz de rechazarme a mí el otro día!- Cayetano contuvo su indignación -Pero claro, yo no soy Johnny.

Pablo entornó los ojos -Y mira cómo vamos vestidos todos. Prada, Ralph Lauren, Quicksilver, Gucci, Dolce... ¡Eso que lleva puesto él no se encuentra ni en Máximo Dutti! ¿Es que hemos perdido el gusto?

-No… mira allí, a las dos bailarinas, ¿ves cómo van?- Las chicas de la pequeña pista vestían ceñidos monos acampanados con estridentes estampados psicodélicos, como si se los hubiesen confeccionado con un par de cortinas de Ikea, tenían los pelos a lo afro y abundante chatarrería de plástico en brazos y cuello.

Pablo no daba crédito- ¡Dios mío, los setenta come back!

-Efectivamente: Johnny marca tendencia. De hecho yo estoy buscando ya ropa apropiada. Me siento out.

-¡Out! Pero si el peor invento después de los calcetines de tenis fueron los pantalones acampanados. ¿Se puede saber qué diablos pasa aquí?- Pablo estaba irritado y no comprendía el cambio de su amigo.

-Pablo.- bajó el tono y concentró la atención de su interlocutor- Hasta que no conozcas a Johnny todo lo que te cuente no servirá de nada.

–Mira Caye, si por conocer a ese señor voy a terminar poniéndome ropa seventies mejor no nos volvemos a ver. – Y se levantó con su copa en dirección a la salida dejando a su amigo con la boca abierta.

-¡Ciao… nos vemos en el gym!- Dijo Cayetano disimulando. Pablo pensó “Si, pero sólo si vas en ropa deportiva” mientra intentaba recordar si había visto alguna vez ropa deportiva acampanada. La sola idea le daba vértigo.

El sonido y el olor de pista de baile eran insoportables para el pusilánime Pablo. Así que decidió salir afuera para fumarse un cigarrillo. Cualquier cosa con tal de alejarse de Johnny.

En cambio Johnny parecía encantado de conocerse. La gente le adoraba. Puesto ahí, en el centro de un coro de pijos admiradores, cualquiera diría que Johnny era de Torreblanca. Pero ahora podía engatusar a la gente. Podía darles paz y armonía con solo sonreirles. Y eso le gustaba, y le agotaba.

Alicia, la rubia de su izquierda le miró de pronto sorprendida. - Oh... Johnny... ¿que te pasa en la cabeza?

Johnny, sin dejar de sonreír, se echó una mano a la sien izquierda. Una gruesa vena había aparecido de repente ocupando el espacio que iba desde la sien hasta el parietal.

“Ha llegado la hora de la recolección” se dijo siniestramente. - ¡Oh...!, Es una tontería... ven... vamos a bailar. Afuera.

-¡Chicos! Todos a la pista, a bailar con Johnny.- Todos empezaron a levantarse divertidos, emocionados, alegres de acompañarles a la pista de baile.
Johnny se apartó del grupo y se dirigió a la cabina del DJ.

-Déjame que ponga algunos temas.

-Por supuesto Johnny... lo que pidas.

El DJ se apartó y le ofreció los mandos de la pista. La gente miraba expectante.
¿Qué más se podía pedir? Todos iban a bailar al ritmo que Johnny les marcara.

o O o

-Bueno, pues yo ya me voy.- Dijo Paco apurándose la cerveza. Tenía mucho que hacer esa noche porque ahora le tocaba localizar el centro donde habían llevado a la anciana superviviente del suicidio colectivo.

-Dame 80 céntimos Paco.- le recordó Gómez, que vigilaba muy estrechamente su negocio.

-Toma, un euro... hoy estoy que me salgo.- Paco hizo un gesto para saludar al respetable y justo cuando iba a salir por la puerta un pensamiento le hizo retroceder- ¿Porque ninguno de ustedes conoceréis a Juana la Romana, verdad? Venga, buenas noches.

-Un momento... - dijo Peligro con la cara abotargada de tanta cerveza- ¿Juana la Romana? Había una Juana, una puta fina, que vivía ahí, hacia la mitad de la Alameda, en una casa de tres plantas... creo que le llamaban “La Romana” porque organizaba orgías en la época del tito Paco.

-No creo que estemos hablando de la misma Juana. La que yo digo vive muy lejos de aquí.

-¿En Torreblanca?- Preguntó el notario sin levantar la mirada de la novela, a la que ya le quedaban pocos forajidos por matar.

Paco volvió a cerrar la puerta del local. Repentinamente interesado en la figura pringosa y desgarbada de José Antonio. -Si... ¿la conoces?

-Claro, Juana La Romana, junto con muchas de las putas que merodeaban por aquí fueron “reubicadas” en Torreblanca. Yo mismo fui garante de las órdenes de desahucio.

Paco cogió una de las sillas metálicas y se sentó a la misma mesa que el notario. -Manolo, ponnos un par de copas.

-Marchando una cerveza y un mosto de la casa- dijo Gómez con nulo entusiasmo.

-A ver, José Antonio, dime lo que sepas.- Llamas minúsculas incendiaron los iris de Paco formando una hoguera alrededor de sus pupilas que el notario no podía dejar de mirar.

-En los años sesenta el negocio de La Romana iba viento en popa, hasta tal punto que logró comprar la casa en la que ejercían. Sus orgías eran frecuentadas por altos mandatarios del régimen de Franco que buscaban entre sus paredes la libertad que negaban a todos en la calle. Pero en los años setenta el negocio empezó a flaquear.

-¿Se acabó la jarana?

-Se acabó la jarana de pago. La apertura primero y luego la transición empezó a extender ciertos usos. Lo que antes tenía que hacerse ocultamente y pagando, en esa época se hacía abiertamente y de forma gratuita.

-El libertinaje... je, je... ¡Qué tiempos!. En cambio Juana lo perdió todo.

-No inmediatamente. A falta de ingresos honrados, Juana tuvo que echar mano de su agenda para diversificar los ingresos y empezó a chantajear a gente muy poderosa.

-Pero con los ricos no se juega.

-Efectivamente. Un duque y un alto cargo de la Administración contrataron los servicios de abogados, detectives y notarios para encontrar la forma de acabar con La Romana.

-Y tu estabas entre ellos.

-Si. Nuestros esfuerzos dieron resultados parciales. Logramos quitarle la propiedad de su casa tras destapar errores de documentación y alguna trampilla legal. Juana, tuvo que mudarse a esta finca, cuando todavía era un corral de vecinos. Perdió casa y negocio. No pudo recuperarse.

-Y una vez aquí, sufrió el desahucio como todos sus vecinos. Apuesto que en ese asunto también estabas tu.

-También. Yo sé dónde están todas y cada una de las personas que vivían aquí.

-Y piensas que estando aquí podrás servirles de algo.

-Creo que sí. No son pocos los familiares que llegan preguntando por ellos. Desconectados de sus vidas. Yo me encargo de acercarlos.

-¿Por qué lo haces?

-Porque es la única forma que tengo de devolverles lo que les quité.

-¿Tu crees?

El notario le miró y sonrió amargamente. No tenía respuesta. Ahora Paco sabía la verdad sobre él, porqué le llamaban notario, porqué no trabajaba, porqué no se movía del Ok-Corral. La conciencia es una putada, pero es el plan B de la buena gente, había que respetarla.

-Entonces puedes llevarme junto a Juana la Romana.

José Antonio se incomodó.- No puedo alejarme de aquí. Puedo indicarte qué dirección tiene, pero tengo que estar aquí.

-No.- Los ojos de Paco brillaron -Me vas a llevar. Es necesario.

José Antonio asintió, despojado de voluntad.

Apuraron los tragos. Era la ocasión para ver a Juana la Romana y esclarecer el suceso de Torreblanca.

-Manolo- dijo soltando un billete de cinco euros sobre la barra como el que suelta uno de quinientos -Nos vamos, si viene alguien preguntando por personas que antes vivían aquí toma sus datos, los localizaremos, ¿verdad José Antonio?

-Si... no se te olvide-

Manolo y La Peligro miraban extrañados a la pareja que salía por la puerta.

-Este Paco es una caja de sorpresas... ha conseguido llevarse al notario.

-Si. Ojalá encuentren a la tal Juana. Parece importante.

Manolo empezó a recoger. De pronto un grupo de policías pistola en ristre pasó corriendo por delante de la puerta del local dando órdenes a gritos. La Peligro se apeó del taburete y se asomó.

-¡Chiquillos....!- dijo con desparpajo -Que la comisaría está al otro lado.

-Cállese señora, y métase dentro del bar, podría resultar herida.
La Peligro hizo caso a medias, parándose a observar dónde se dirigían los policías. Se detuvieron frente al portero electrónico y pulsaron en uno de los pisos.

-Están llamando en la casa de Antonia.- dijo entrando en el bar.

-¿Antonia?

-Si... vienen a por ella.

Desde la siguiente esquina, el notario y Paco observaban la escena junto al Mini -¿Has visto eso?

-Si, José Antonio... tenemos que darnos prisa.
Se metieron en el coche casi al unísono; Paco arrancó y enfiló derrapando en dirección a las afueras dejando atrás las calles llenas de luces navideñas. La Policía les había encontrado, y ellos aún no sabían nada.

-Inspector- dijo la joven agente parando a Gallardo cuando salía de la Comisaría.

-¿Qué ocurre?-

-Llaman de Emergencias, decenas de cadáveres flotan por el río camino de la esclusa.








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