5. CSI TORREBLANCA



-¡Castillo!

Castillo aceleró el paso echándose mano a la cartuchera. –Dígame comisario.

- Los de Madrid están a punto de llegar, ¿está todo controlado?

El policía miró por encima de la gente y, señalando a un grupo de ambulancias rodeadas de policía que había junto al edificio, empezó a relatar el estado de la situación:

- Vidal y Durán controlan la evacuación de cadáveres. Llevan toda la noche pero ya casi han terminado.- Un poco más a la izquierda se empina, mira a lo lejos, al final de la calle, donde parece haber una carpa– En el hospital de campaña los sicólogos controlan a los familiares y Garrido y Rubio a los sicólogos.

El comisario hizo un gesto de asentimiento y siguió con la mirada la mano de Castillo que señalaba más a la izquierda a un grupo de vehículos coronados de antenas y rodeados de policía que había a mitad de camino. –Los hombres de Montero vigilan a la prensa y los de Sempere a los de Telecinco.- El comisario se detuvo un momento observando al grupo con preocupación mientras el sargento continuaba barriendo con la mano extendida todo a su alrededor donde se extendía una pared de antidisturbios azules delante de una turba multicolor. – El resto está controlado: a la izquierda por los hombres de Franco y a la derecha por los de Castro.

- Así me gusta, cada cual con los suyos- Dijo con sorna -
- Por último, - dijo mirando hacia el cielo, - dos helicópteros de la División de Aérea controlan los accesos y los movimientos de personas desde arriba.

- ¿Ha habido algún problema?

-Lo normal, pero quizá a los de Madrid no les guste eso,- dijo señalando hacia los bloques de enfrente- Esto parece la cabalgata de los Reyes Magos.

En efecto: absolutamente todas las ventanas,  balcones, terrazas, poyetes, cornisas, aleros y salientes estaban a rebosar de público. Habían niños sentados en los alféizares, para que no perderse nada, chavales haciendo tiempo mientras jugaban al futbol sobre el tejado de unos comerciales, periodistas de teleobjetivo apostados sobre los coches y los salientes, cientos de rostros  orientales, árabes, sudamericanos, rumanos, eslavos, gitanos y payos entre un mosaico multicolor de ropa tendida les observaban con interés; lo que viene a ser un anuncio de Benetton.

Destacaba una familia en un balcón que, haciendo gala de dominio de la situación, había sacado la mesa camilla y se habían sentado alrededor para comer y beber algo, eran muchas horas de tensión.

A su derecha, a una señora la estaban peinando mientras su peluquero mantenía una interesante conversación sobre lo sucedido y un poco más arriba una jovencita jugueteaba con un muchacho sin querer perderse nada, ni por delante, ni por detrás; lo que se llama estar a las duras y a las maduras. El resto estaba aparentemente normal pero si se observaba un rato, cada uno tenía su “tipo”, como en los carnavales de Cádiz. El comisario no tenía tiempo para recrearse.

-¡Castillo!- dijo el comandante sin dejar de mirar al público.

-Estoy tras de usted, comisario.- El comisario se dio la vuelta sobresaltado- ¡Ah! Coño, pareces un fantasma-

- Eso mismo dice mi mujer.

- Ya, una cosa… ¿Tenemos asegurado el callejón de detrás?

- He mandado a Suárez y Sánchez.

-¿A los dos juntos? ¿Cuántas veces te he dicho que no quiero ver a esos perlas juntos?, sabes que la lían…

-Ya, pero por separado también… si las dos los dos está juntos ellos se lo guisan y ellos se lo comen, y total, ahí detrás no hay nada.

- Bueno, pero tenlos controlados.- Castillo asintió olvidando inmediatamente el encargo.
La radio del sargento crepitó y empezó a hablar en su hombro como un loro robotizado: “chisk…Los pollos han salido de la jaula y vuelan hacia la cima…chisk”.

- ¿Qué coño significa eso?

-Es Montilla, que como sabe le va el rollo “secreta”. Creo que los de Madrid han llegado ya y vienen para acá.

-¿¡Los pollos!?..., ¿un magistrado de la Audiencia Nacional y un Inspector de la Policía Judicial, “los pollos”? ¡Tiene cojones! ¿De dónde saca Montilla los nombres en clave?

- Hombre, como venían en el AVE…

El Comisario entornó la mirada y volvió a representar el calendario de Diciembre en su cabeza… el día 28 parpadeaba como un árbol de Navidad. “Sólo dos semanas, dos semanas y mando a tomar por culo a esta caterva de inútiles de uniforme… dos semanas…”

- Bien…- se restregó las manos nerviosamente - ¿Qué más?

Castillo comenzó de nuevo, repasando desde el principio, para no perder el hilo
- Vidal y Durán controlan la evacuación de cadáveres…

- Ya… ya… dime algo que no sepa. – La paciencia del Comisario parecía no tener límites.

-Los pollos, perdón, los de la Audiencia Nacional son el juez Pedal y el Inspector Gallardo.

- Os he dicho que el juez se llama Peral… ¡PE-RAL!, un día os va a oír y os va a meter un puro que os vais a cagar.

El comisario conocía la “costumbre” del cuerpo de llamar Pedal al juez Peral, quizá motivada por la afición del togado por las bebidas espirituosas, concretamente por el Cazalla, aunque llegado el momento no le hacía ascos a nada.

Así, se decía que el juez se levantaba Peral pero se ponía Pedal, y como se ponía Pedal casi de inmediato, pues eso, que era Pedal todo el día. Los juicios de Peral eran famosos por la dificultad de los taquígrafos en tomar nota de sus palabras y las risas que se echaban condenados, acusadores, víctimas y público en general. Se comentaba que en el mercado negro, las "entradas" para los juicios de Peral se vendían casi al mismo precio que las del Madrid-Barça.

- Bueno, ya sabemos que Peral no llegará,- “¡Como no hay bodegas entre Santa Justa y Torreblanca!”, pensó el Comisario- …pero Gallardo es un pájaro de cuidado.
Castillo se quedó mirando sorprendido al Comisario - ¿¡Qué!? – Le espetó el jefe.

-Nada, Comisario, nada… que entre pájaro y pollo…

-¡Polla!, Gili-Pollas, eso es lo que tú eres…

- Eso me dice mi mujer – murmuró, rascándose la coronilla por encima de la gorra.

El Inspector Gallardo era uno de los mejores especialistas en terrorismo de la Policía Judicial. No había caso en el que entrara Gallardo que no terminara cerrado, los malos atrapados y los hechos esclarecidos. Por eso, el comisario desconfiaba de esa habilidad, dado que estando como estaba todo en manos de “sus hombres” si algo podía salir mal, saldría mal, por algo eran conocidos por "los hombres de Murphy"; y Gallardo lo sabía. No, no era una buena noticia para su jubilación encontrarse con un expediente de Gallardo.

o O o

Dos figuras se movían sigilosamente por la escalera del bloque mientras entraban en una de las viviendas. La escasa luz que lograba  atravesar los pringosos rectángulos de cristal de los descansillos iluminaba la escena; los bomberos habían cortado el suministro eléctrico para evitar desgracias y todo el bloque parecía un edificio fantasma. El bullicio de la calle se filtraba claramente a través de los tabiques "preconstitucionales". La vivienda, estaba aún peor iluminada; unas gruesas cortinas cubrían el cierre metálico de la terraza sumiéndolo todo en una negrura casi absoluta.

La casa apestaba a orines, “Olor a chumino: o hay gatos o hay viejas, o las dos cosas”, pensó uno de los individuos deteniéndose  un momento para aclimatar la vista, y el olfato.

- Sánchez, ¿tú tienes que estar muy colgao, no?- Dijo el otro en un susurro.

-Tu hazme caso Suárez… todos los pobres tienen su mijita de oro. Y como se han suicidado, no les importará "absorber" los recortes de nuestros sueldos – Contestó también susurrando.

- Ya. A mí los muertos no me dan miedo, son los vivos de ahí abajo los que me preocupan.

-Pero, ¿y lo que ya hemos pillado?, aquí hay por lo menos dos mil euros, además, ¿cuándo te ha fallado un negocio de los míos?

-¿Tienes tiempo…? Porque me puedo sentar aquí y no parar.

-Calla… ve a aquella habitación, usa tu bolsa si encuentras algo, yo iré por aquí.

Sánchez y Suárez se separaron, Suárez se fue refunfuñando hacia la derecha y Sánchez hacia la izquierda, abandonando lo que parecía ser el salón. Los pobres, como él decía, solían tener sus escasos abalorios junto a la cama. Se detuvo: un brillo apenas perceptible le hizo cambiar de idea. Se acercó al centro de la habitación hasta lo que parecía una mesa camilla.

Puso la mano sobre la tapa de la mesa que parecía cubierta de un hule adhesivo y empezó a desplazarla en movimientos en abanico, la mesa estaba llena de migas de pan, y más cosas: “un cenicero, un vaso caído… una pequeña caja, ¿una pitillera?, no, un pastillero. Una hojita de papel: un cupón o algo así; un plato con un… algo...¡mierda!, un tenedor, una servilleta, un…” ¡Tumb!...golpe.

-¡Ossssstiasssss!- El grito  llegó a la habitación donde estaba Suárez que se dio la vuelta de inmediato. Aunque casi se cae, logra zafarse de alguna prenda en el suelo y sale al salón susurrando:

-¿Qué ha pasado?

-¡Aquí hay alguien!- Contestó quejándose Sánchez.-¡Me cago en mi muertos, qué dolor!

-Alguien no. ¡Tu puta madre! – dijo una voz cascada desde la oscuridad. Era la voz de una anciana. Una anciana con muy mala leche que le había roto los dedos de un bastonazo.

-Señora… ¿Qué…? ¡¡joder!! ,  ¿qué hace aquí?- preguntó Suárez mientras intentaba acercarse hacia la parte de la habitación donde hablaba la anciana cuidando de no dejarse las pelotas en un mueble bar desproporcionado que le impedía el paso.

-¡Estoy en mi casa, y ustedes son unos chorizos hijos de puta!

-Yo me voy a cagar en tus muertos. ¡Que me has desgraciao la mano!-  dijo saltando hacia el rincón del salón de donde procedía la voz de la anciana; Suárez escuchó otro golpe, seco, metálico, y otro más, sordo, como de un fardo que cae al suelo, luego se hizo el silencio.

-¿Sánchez…, Sánchez? ¿Señora, qué coño le ha hecho a mi compañero?

-Arreglarle la cara, que la tenía muy dura.

Suárez se aproximó cautelosamente. Bueno, digamos que “hizo una maniobra de aproximación”, porque en realidad tenía más miedo que siete chinos rodeados por Chuck Norris.

-Señora, estese tranquila, voy a recoger a mi compañero muy, muuuy despacio. No le voy a hacer daño. Mantenga la calma. – La puñetera oscuridad no le dejaba ver absolutamente nada. Podría intentar descorrer las cortinas, pero entonces les verían desde la calle, todo Torreblanca, y es posible que la cosa empeorase en vez de mejorar. Suárez se puso de rodillas y empezó a gatear en dirección al lugar dónde creía debía estar el cuerpo de su compañero, con los dedos rotos y el careto sabe Dios.

- ¿Cómo ha sobrevivido, señora?- dijo, intentando distraer a la anciana y de camino controlar su ubicación por la voz.

- Porque…- la anciana guardó silencio. Suárez se detuvo en seco, acojonado.- Porque estaba dormida, no recuerdo nada.- mintió.

-¡Ung!- Se quejó Sánchez. Perfecto, ya sabía más o menos dónde estaba cada uno.

-Sánchez, no te muevas. Voy hacia ti. La vieja está a mi derecha, por el amor de Dios no vayas hacia ella.

-Déjalo que se acerque- dijo la anciana– y ven tú también, si quieres.- Si la mujer hubiese tenido 22 años, la situación parecería incluso excitante, pero sabiendo lo que ya sabía, a Suárez le vino toda la filmografía de Tarantino a la memoria. – No señora, nosotros nos iremos por donde hemos venido y usted se quedará aquí tranquila.

o O o

- Señor, el Inspector Gallardo.

Gallardo era alto, enjuto, pálido. Vestía una gabardina oscura, un sombrero de lana de color gris debajo de cuya ala asomaban dos ojos pequeños, vivaces y fríos. Su mano derecha, huesuda y alargada, sujetaba un cigarrillo sin encender, la izquierda permanecía en el bolsillo de la gabardina. Caminaba a grandes zancadas, aunque sin perder la compostura.

- Encantado, soy el comisario de la Fuente. ¿Ha venido solo?- preguntó, e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho.

- No, he venido con el Juez Peral, pero se ha ido a los juzgados. Esperará allí a que lleguemos con novedades.- mintió hábilmente Gallardo. – Mis hombres están llegando ahora mismo – señaló un par de coches que aparcaban junto a las ambulancias- Asígneles compañeros para que le pasen toda la información que hayan recabado. ¿Quién es aquella mujer?

Entre las marcas de los cuerpos, en la acera, una mujer con abrigo, zapatos, bolso y pañuelo rosa parecía buscar agachada algo en el suelo.

- Perdón, ¿no viene con usted? – preguntó Gallardo para hacer tiempo mientras hacía señas con las cejas a Castillo, gesto inútil según su experiencia porque el sargento no era nada perspicaz.

- Ya le he dicho que mis hombres están allí. Entiendo que es una curiosa que se les ha colado.

- Ejem…- la vergüenza enrojeció la cara del comisario- Castillo, por favor, saque a esa mujer fuera del perímetro de seguridad.

- Ahora mismo, comisario.- Y empezó a trotar sujetándose la pistola en dirección a la figura femenina.

Antonia vio por el rabillo del ojo al sargento y se puso pie con tranquilidad. Cuando Castillo estuvo a su altura se deslizó las Prada ligeramente a lo largo de la nariz y le miró a los ojos por encima de ellas, dejando salir a la criatura un poco, sólo poco.

Los iris color castaño rotaron al color miel intenso y empezaron a refulgir como si pequeñas llamas saliesen de su pupila en todas direcciones. La mirada se clavó en Castillo.

- Por… favor… tiene que salir de aquí…- balbuceó el sargento.

-Usted tiene permiso para estar dentro del perímetro.

-Usted tiene permiso para estar dentro del perímetro.

-Si necesita algo, pídamelo.

-Si necesita algo, pídamelo.

-No gracias, agente, puede retirarse.

-A sus órdenes.

El sargento dio media vuelta y se encaminó al grupo del comisario con andar relajado. “Este agente tiene que ser muy cortito, ha sido más fácil de convencer  que los cajeros automáticos”, pensó Antonia volviendo a agacharse.


o O o


- Sánchez, no te muevas, voy a tirar de tu pierna y cuando estemos fuera de su alcance te ayudaré.
Pero la anciana no pensaba dejar escapar su presa fácilmente, nuevos golpes  y gemidos se escucharon en el rincón –¡Me cago en la puta, ya!- gritó Suárez descorriendo las cortinas.

Un torrente de luz entró en la habitación: Una anciana, desde una silla de ruedas, propinaba muletazos en el pecho al dolorido Sánchez, que en vano, intentaba coger el arma agresora con la mano sana.

Suárez pegó una patada a la silla de ruedas y mandó a la anciana contra la pared. Se agachó y cogió a su compañero por los costados ayudándole a levantarse. Sánchez tenía un buen moratón en la sien derecha y se dolía del pecho, una mano inutilizada, con los dedos formando un extraño racimo inmóvil.

- Ahora te vas a enterar. – Tosió. - Suárez, dale una ostia a la vieja.

-¡Calla ya, capullo, vámonos de aquí antes de que se quede con nuestro careto!

-Yo no me voy sin devolverle por lo menos una patada a esa hijaputa.- Y se soltó de Suárez arrojándose sobre la anciana, que se cubría la cara contra la pared, preparada ya para recibir.
En la calle, Antonia percibió algo por encima de su mirada, levantó la mirada miró hacia el balcón donde se acababa de descorrer una cortina. “Coño, ahí arriba queda alguien”. Una violenta llamarada envolvió su cuerpo: el traje de Max Mara, el abrigo de Hermes Paris, las gafas de Prada y los Christian Leboutin se desintegraron en una nube de ceniza, Antonia creció, se fortaleció y se oscureció, convirtiéndose de forma fulminante en La Ninja de los Peines.

En ese instante  la realidad se detuvo, el comisario y el tipo del sombrero, aún miraban atónitos al agente que regresaba, la gente permanecía callada pero con la boca abierta, las luces de la policía quedaron fijas, los helicópteros colgados como adornos de navidad, quietos y silenciosos; luces de flash  fijas decoraban las fachadas como la entrada de El Corte Inglés. Nada se movía, nada se oía,  excepto la criatura reptando por la pared del edificio. No es que se hubiese detenido el tiempo, es que el tiempo de La Ninja de los Peines iba a otra velocidad.

Las yemas de sus dedos iban derritiendo el material de las paredes, formando pequeñas porciones de lava incandescente que la pegaban literalmente a la pared, como una salamanquesa a la tapia de un cine de verano. La Ninja subió rápidamente hasta la ventana del tercer piso. Se detuvo justo delante de los cristales, sujetándose a la barandilla, segura y grácil.

En el interior, dos policías y una anciana parecían maniquíes en un escaparate, uno de los policías tiraba del otro que mantenía una pierna a escasos centímetros de la cabeza de la anciana en un imposible equilibrio.

La Ninja  rompió el cristal del balcón con un puñetazo, los cristales detuvieron su rápido movimiento inicial quedando atrapados en el aire como si éste fuera gelatina transparente. La criatura se coló por el hueco desplazando los fragmentos sin dificultad. Se acercó a la escena y la observó durante un instante.

Cogió al primer policía y sin esfuerzo los trasladó hasta la terraza y lo ató a la barandilla con la cuerda del tendedero. Luego cogió al que estaba a punto de patear a la anciana y, comprobando que ya llevaba lo suyo, lo trasladó simplemente junto a su compañero dejándolo en las mismas condiciones. Luego volvió hasta la anciana mientras se iba calmando poco a poco.

Como en una moviola, la escena empezó a tomar movimiento, lentamente al principio, rápido luego.

-¡No por favor…! ¡Qué soy una pobre anciana!

-Tranquila señora,- sonó la voz grave, casi hombruna de la criatura- está a salvo.

La señora miró la figura negra, con los ojos cubiertos por unos enormes cristales oscuros, el pelo recogido sembrado de peinecillos azabache, el cuerpo desnudo, apenas cubierto por una tenue película tan negra como la noche contra una piel de extraño color gris claro, las manos enormes coronadas con unas espectaculares uñas de color grafito. Curiosamente, la visión de la criatura  tranquilizó a la anciana.

-¡Ay Madre de Dios, ya decía yo que la Virgen del Pilar me asistiría, si ya lo decía yo… y has veníó a salvarme!

-Más o menos…

-¡Eh!...¿Qué coño es esto?- gritó uno de los de la ventana…-¡¿Cómo carajo…?!

-Sánchez, ¡Dios mío!- dijo el otro, intentando forcejear con las cuerdas.- ¡Cómo hemos llegado aquí, estamos atados y delante de todos!- El murmullo de la calle subió de intensidad, los flashes de las fotos se multiplicaron en el tendío.

-Ya... ¿cómo habréis llegado a donde estáis?- Murmuró la criatura con una mueca que quería ser una sonrisa -¿Cómo es que a usted no le ha pasado nada?- Dijo volviéndose hacia la anciana.

-¡Ay, virgensita, porque Dios ha querío!-

-Abuela, déjese de mandangas, cuénteme la verdad- La Ninja de los Peines era virgen, pero no de esas vírgenes.

-Quiero decir que como Dios me mandó este castigo- señaló a la silla de ruedas- no pude acercarme al balcón y hacer lo que me entraron ganas de hacer, tirarme y acabar con todo.

-¿A todo el mundo le apeteció lo mismo?- dijo la Ninja mirando hacia la calle pensativa – A todos, hija, a todos… una pena, una angustia, un sinviví… una cosa mu mala… luego, cuando se acabaron de tirar se pasó, y me quedé aquí, muerta de miedo, rezándot… rezando a la Virgen del Pilar, hasta que aparecieron esos dos.

-¿Y cree que alguien más puede haberse salvado?

-La única impedida en esta casa soy yo, bueno y el inútil de mi yerno, pero a ese se lo llevaron anoche a urgencias, penando como siempre... allí estará, triste y amariconao, pero a salvo. Eso tendrías que hablarlo con "Er Manué", porque esas cosas que pasan no están mu bien que digamos.

Antonia sabía que la anciana se refería a Jesús ("Er Manué"), pero entendió perfectamente el concepto.

- Bien abuela… en breve subirá la policía… la buena, no tema.

La Ninja se puso en movimiento dejando a la anciana con la boca abierta y congelada. Bajó los escalones de tres en tres y salió al portal, todo el mundo permanecía parado mirando hacia el balcón, el tipo del sombrero sin embargo miraba fijamente a la Ninja, era imposible que la estuviese viendo, estaba petrificado, pero en sus ojos había cierta inteligencia.

Apartó la mirada el hombre y corrió hacia fuera del perímetro. Se metió en el Mini. Conforme se iba convirtiendo en Antonia arrancó el motor, también la escena fue tomando movimiento…

El Inspector Gallardo volvió la cabeza inmediatamente hacia el exterior del perímetro, había visto algo… ¿qué era? Intentaba vislumbrar entre la multitud moviendo la cabeza de arriba a  abajo rebuscando un resquicio; había un coche en la acera de enfrente, intentaba salir pese a la bulla.

-¡Castillo, venga conmigo, aparte a la gente!- gritó tirando de la manga del sargento.

Los dos se zambulleron en la bulla, ayudados por los antidisturbios, en dirección al vehículo que no podía andar a causa de la masa humana. La gente aparecía excitada, primero la mujer que desapareció en una llamarada, luego las marcas negras humeantes de la fachada, inmediatamente los dos policías atados en el balcón… y ahora estos que perseguían a alguien, a alguien que no veían.

-¡Agentes! Detengan ese vehículo.

Los antidisturbios intentaron atender la orden de su superior abandonando el cordón de control y provocando involuntariamente el colapso del perímetro bajo la presión torreblanquina. Pisotones, empujones, caídas, gritos... un inmenso follón se llevó por delante a los policías como los Ñus se llevaron al padre del Rey León, mientras que la vía de escape del coche se vio súbitamente despejada.

Con energía y sin  miramientos el Inspector se elevó sobre las cabezas de los ciudadanos dejándose jirones de la gabardina  y nadó acercándose al coche hasta casi tocarlo.

Pero ya era demasiado tarde, de un fuerte acelerón, el Mini ClubMan salió despedido hacia adelante, alejándose a toda velocidad. La imagen de la conductora se quedó en la retina del policía, era la mujer de rosa, pero ¿estaba desnuda?

Antonia vio a través del retrovisor cómo el policía del sombrero, con la gabardina hecha unos zorros, se quedaba con tres palmos de narices, pistola en mano.

Un golpe a su derecha. Una piedra se colaba por la ventanilla de atrás, rompiendo el cristal. Un gitanillo se escabullía entre la gente. La cantaora movió una mano como un relámpago y cogió la piedra al vuelo. Llevaba una nota atada, la sacó y la desplegó sin perder de vista el tráfico.

Un extraño mensaje apareció ante sus ojos:
“SI QUIERES SABER LO QUE HA PASAO PREGUNTA POR JUANA LA ROMANA”



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