Antonia
se miró... se miró y no daba crédito “¡Jodé, cómo me he
puesto de tizne!”, pensó... “¡Si que es verdad, y cómo te has
puesto de güena!”, pensó también.
“Un
momento... ¿quién está ahí?”
“Yo”,
era la voz de el Paco, no había duda.
“¿En
mis adentros?”
“No
estoy seguro.”
Todo
parecía indicar que Antonia se había tomado un par de pastillas de
esas de reirse. “Pero, ¿dónde estás Paco?”, pensó, temiéndose
lo peor. “Aquí dentro, compartimos cuerpo, cuerpazo diría yo.”
Y
la imagen de la criatura pasó por delante de su mirada. Una figura
imponente que parecía algo exterior, como si no fuese ella. Y a esta
sensación de tener un cuerpo ajeno, un cuerpo que no reconocía como
propio se le añadía la presencia cercana del Paco, como si ambos
tuviesen un asiento privilegiado en el uso y manejo de una sola
persona. “Esto tiene que ser lo que llama la Maru un «trastonno
bipolás»”,
se dijo.
Era
la Antonia, pero también era el Paco, con sus cosas. Iba a ser que
Maruja Fernández tenía razón: ahí había un trastorno bipolar de
libro.
“¿Y
cómo hemos llegado a esto?”
“Pues
me gustaría decir que es por el amor que te tengo, que es como un
volcán de fuego, y que a todo el mundo le diría que te quiero...”
dijo el Paco, parafraseando a los Chichos “ pero creo que con el
volcán ha sido suficiente.”
Estaban
jodidos: la Antonia y el Paco atrapados en un cuerpo escultural,
potente, poderoso, espectacular... y negro zaino. Era una broma de la
Naturaleza, que tiene su guasa como bien sabe Punset.
“Bueno,
¿y ahora qué hacemos?” Preguntó la parte Antonia de aquel ser.
“Hombre,
a mi se me ocurren un par de cosillas”, dijo la parte Paco echando
una mano al busto de la criatura: inhiesto, prominente, acerado.
-
¡Tu te vas a quedar quieto, pedazo de cabrón!
Sonó
en todo el valle la voz de la criatura mientras Antonia retiraba la
mano de forma fulminante. “Mujeeer...., que yo siempre he soñao
con esto” y la mano izquierda se movió a aquella parte de la
criatura que quedaba entre sus piernas... el movimiento fue extraño,
porque antes de que tocara ya se había retirado, rápido, como un
suspiro que hace desaparecer un objeto en una parte y lo hace
reaparecer en otra.
“¡Quilla...
qué rápida!”
“Esto
es muy grande, Paco, soy... somos una nueva especie, con mucho poder,
tenemos que hacer algo grande, tenemos que luchar por el bien y
defender a la gente”. Paco guardó silencio, pero Antonia sabía,
notaba perfectamente que se estaba partiendo la caja.
“Mira,
Paco, tener un gran poder implica una gran responsabilidad”.
“¿A
quién le has escuchado eso, al tío de Spiderman?”
“No,
a Dolores de Cospedal”
“Osea,
a la tía.”
Antonia
se estaba empezando a desesperar, eso de tener al Paco cerca era un
coñazo, pero tenerlo dentro, dentro mismo de una misma, era la
ostia.
“Tenemos
que explorar nuestras posibilidades, saber hasta dónde podemos
llegar”
“Pues
eso es lo que yo decía”, y la mano empezó a moverse sin conseguir
terminar su recorrido.
“Que
no Paco, cojones, que tenemos que ver qué podemos hacer con este
cuerpo”
“¡Ea!”
dijo el Paco sin mover un músculo.
La
Ninja de los Peines, que era evidentemente el nombre de la criatura,
flexionó las estilizadas y musculosas piernas de modelo y pegó un
salto que la sacó del cráter, depositándola con violencia y
seguridad junto a los restos del Seat Panda.
“¿Ves
carajote?”, dijo satisfecha, mirando desde lo alto del montículo
de escombros el enorme valle que había presenciado el nacimiento de
la criatura. “Podemos saltar un huevo de metros, así, sin
esforzarnos”.
Antonia
hizo correr a la criatura, primero poco a poco, luego más rápido,
finalmente a tal velocidad que su figura era un simple borrón en las
laderas de las montañas que circundaban el valle, como si se hubiese
tomado una foto con demasiado tiempo de exposición. La Ninja se paró
en seco, produciendo una enorme polvareda y clavando los pies en la
tierra hasta dejar dos surcos paralelos. “Es verdad, corremos que
te cagas”
Antonia
tuvo un pensamiento, que ya es, dadas las circunstancias: “Observa”,
lentamente se quitó las gafas de protección y concentró la mirada
sobre una enorme roca que había a su derecha. Los ojos, color miel
intenso, reverberaron en rojo acogiendo toda la energía de la
criatura, un escalofrío recorrió su musculosa, aunque femenina,
espalda, el cielo empezó a nublarse, un aire frío barrió las
montañas cercanas produciendo un aullido estremecedor. Paco empezó
a inquietarse, temiendo que Antonia estuviese haciendo algo que no
debía. La mirada clavada en la roca, la tensión en los músculos.
Nada.
“Bueno”,
siguió Antonia cambiando de tema y mirando para otro lado, “No
tenemos el poder de atravesar los objetos con la mirada ni lanzamos
rayos por lo ojos..., lástima, me hacía ilusión.”
El
Paco no dijo nada porque también le hacía ilusión... sin embargo:
¿porqué les hacía tanto daño la luz, porqué necesitaban esas
gafas «canis»
que le cubrían hasta las sienes?, ¿acaso La Ninja de los Peines era
sólo una superheroína de Tele 5, o por el contrario esa mirada de
oro escondía un secreto aún por descubrir, un poder que debía
estar guardado bajo la llave de unos oscuros cristales blindados
esperando a ser necesario para salir como sale la lava de un volcán?
Bueno,
exactamente así no lo pensó Paco, pero deben permitirme alguna
“licencia literaria”.
Una
cosa sí era evidente para Paco: podía tener sus propios
pensamientos sin que Antonia los escuchara. Eso estaba bien. Un poco
de intimidad nunca viene mal. Él tenía sus propios planes y Antonia
debía quedar al margen, en principio.
“Tengo
una idea”, dijo Paco, para que le escucharan, tomando el control
del cuerpo de la criatura.
Se
acercó a la roca, posó las manos sobre ella concentrando toda su
energía. Las manos empezaron a despedir vapor, la roca empezó a
calentarse alrededor, luego el círculo de calor se fue haciendo más
intenso, más grande, la roca empezó a vibrar y a ponerse al rojo
vivo. Un sonido grave empezó a surgir de su interior, subiendo de
frecuencia a la vez que las vibraciones se volvían más frenéticas
hasta que la estridencia se volvió insoportable. Todo cesó de golpe
con una enorme explosión que desintegró la roca en mil pedazos que
salieron despedidos hacia afuera, como si un empuje de megatones de
fuerza les empujara para alejarse de la Ninja.
“¡Coño!”,
dijo Antonia, “¡Y me querías tocar las tetas!”
“Yo
sé ser delicado con lo que merece la pena serlo”. Dijo el Paco,
arrullando con su voz a su compañera.
Antonia
recordó los empellones que le metía cuando creía que ella dormía
y pensó esa frase suya tan determinante “¡y un mojón!”. Paco
no contestó, no le había escuchado. Mejor.
“Bien
Paco”, dijo Antonia. “Debemos salir de aquí”
“Pues
con este chasis, desnuda, negra, con gafas de macarra y tacones de 20
centímetros dudo que no llamemos la atención”.
Antonia
se volvió a concentrar... Paco emitió un gemido apagado, gemido que
poco a poco se alejó hasta perderse entre una bruma de ruido blanco,
como si se ahogara en un remolino interdimensional. Antonia miró sus
manos, cómo cambiaban, cómo se volvían más pequeñas, más
blancas, más artríticas. Sus pies tocaron el suelo, y sus pechos,
casi, expoliados de la firme juventud de la criatura. La Ninja de los
Peines se había convertido en Antonia.
-Ahora
no llamaré la atención- miró su cuerpo desnudo- tanto, no llamaré
la atención tanto. Necesitamos ropa.- Guardó un instante de
silencio- ¿Me escuchas, Paco?
Nadie
contestó, un punto de ansiedad ocupó el lugar que antes llenaba la
voz cascada del Paco, su corazón se aceleró.... “¿Y si todo
hubiese sido una caraja por culpa del golpe, y si en realidad era
sólo Antonia López, sola y desnuda, sin poderes, sin el Paco...”.
La angustia empezó a atenazarle la garganta; un sudor frío le
recordó su condición de mortal, de frágil folclórica de fiesta de
pueblo, de nadie importante.
Deprimida
comenzó a caminar en ninguna dirección. Antonia no sólo había
perdido su forma y su poder, también había recuperado sus
inseguridades, sus miedos, sus sensaciones aprendidas durante años
de humillación en los escenarios de mil pueblos, las miradas
irrespetuosas de un público ebrio, los recuerdos de una niñez llena
de carencias, sola en el rincón de bulliciosos tablaos apestando a
alcohol y humo, con su madre cantando para el mismo público ebrio,
mirándola de vez en cuando, con ternura, pero sin recursos. Años de
faltar al colegio, cansada de noches de juerga, años perdidos que la
llevaron a lo que era Antonia López folclórica de verbena.
Buscó
nerviosamente alrededor: no había nada, sólo rocas y algunas
plantas raquíticas. Al otro lado del valle veía los restos del
Hostal, mordidos por un inmenso cráter. Si no tenía poderes, cómo
había llegado hasta allí. ¿Caminando? No podía ser, no había
andado ni 20 metros y ya le dolían los juanetes. Cómo era además
capaz de razonar todo eso, ella, Antonia López, «cortita»
como decían todos.
Estaba
claro que sí, que La Ninja de los Peines existía y que ella había
habitado en la criatura junto al Paco.
Una
ira nueva brotó en Antonia. No estaba dispuesta a seguir doblándose
ante los demás, no estaba dispuesta a seguir arrastrándose por los
escenarios. Con rabia se enfrentó a sus pensamientos más oscuros,
se propuso volver a ser La Ninja de los Peines, volver a ser alguien,
a tener poder y seguridad, a tener valor y coraje. Y se concentró,
se concentró como si fuese a cantar un fandango de Huelva y el calor
en su interior rápida, imparablemente, fue recorriendo sus
arterias, extendiéndose hasta los últimos resquicios de su cuerpo.
Empezó a cambiar de color, de tamaño, de envergadura.
Allí
estaba de nuevo: La Ninja de los Peines. Antonia López era de nuevo
poderosa.
“Quilla,
qué has hecho, de pronto es como si me hubieses metido en un saco,
como si no viese nada. ¿Qué has hecho?”
“He
vuelto a ser Antonia.” Contestó aún incrédula y maravillada
“Digamos que te he puesto en pause. Vayámonos de aquí, tenemos
que volver a casa”
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de la obra musical reproducida.
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