3.TRANSFORMER





Antonia se miró... se miró y no daba crédito “¡Jodé, cómo me he puesto de tizne!”, pensó... “¡Si que es verdad, y cómo te has puesto de güena!”, pensó también.

Un momento... ¿quién está ahí?”
Yo”, era la voz de el Paco, no había duda.
¿En mis adentros?”
No estoy seguro.”

Todo parecía indicar que Antonia se había tomado un par de pastillas de esas de reirse. “Pero, ¿dónde estás Paco?”, pensó, temiéndose lo peor. “Aquí dentro, compartimos cuerpo, cuerpazo diría yo.”

Y la imagen de la criatura pasó por delante de su mirada. Una figura imponente que parecía algo exterior, como si no fuese ella. Y a esta sensación de tener un cuerpo ajeno, un cuerpo que no reconocía como propio se le añadía la presencia cercana del Paco, como si ambos tuviesen un asiento privilegiado en el uso y manejo de una sola persona. “Esto tiene que ser lo que llama la Maru un «trastonno bipolás»”, se dijo.

Era la Antonia, pero también era el Paco, con sus cosas. Iba a ser que Maruja Fernández tenía razón: ahí había un trastorno bipolar de libro.

¿Y cómo hemos llegado a esto?”
Pues me gustaría decir que es por el amor que te tengo, que es como un volcán de fuego, y que a todo el mundo le diría que te quiero...” dijo el Paco, parafraseando a los Chichos “ pero creo que con el volcán ha sido suficiente.”

Estaban jodidos: la Antonia y el Paco atrapados en un cuerpo escultural, potente, poderoso, espectacular... y negro zaino. Era una broma de la Naturaleza, que tiene su guasa como bien sabe Punset.

Bueno, ¿y ahora qué hacemos?” Preguntó la parte Antonia de aquel ser.
Hombre, a mi se me ocurren un par de cosillas”, dijo la parte Paco echando una mano al busto de la criatura: inhiesto, prominente, acerado.

- ¡Tu te vas a quedar quieto, pedazo de cabrón!

Sonó en todo el valle la voz de la criatura mientras Antonia retiraba la mano de forma fulminante. “Mujeeer...., que yo siempre he soñao con esto” y la mano izquierda se movió a aquella parte de la criatura que quedaba entre sus piernas... el movimiento fue extraño, porque antes de que tocara ya se había retirado, rápido, como un suspiro que hace desaparecer un objeto en una parte y lo hace reaparecer en otra.

¡Quilla... qué rápida!”
Esto es muy grande, Paco, soy... somos una nueva especie, con mucho poder, tenemos que hacer algo grande, tenemos que luchar por el bien y defender a la gente”. Paco guardó silencio, pero Antonia sabía, notaba perfectamente que se estaba partiendo la caja.

Mira, Paco, tener un gran poder implica una gran responsabilidad”.

¿A quién le has escuchado eso, al tío de Spiderman?”
No, a Dolores de Cospedal”
Osea, a la tía.”

Antonia se estaba empezando a desesperar, eso de tener al Paco cerca era un coñazo, pero tenerlo dentro, dentro mismo de una misma, era la ostia.

Tenemos que explorar nuestras posibilidades, saber hasta dónde podemos llegar”
Pues eso es lo que yo decía”, y la mano empezó a moverse sin conseguir terminar su recorrido.
Que no Paco, cojones, que tenemos que ver qué podemos hacer con este cuerpo”
¡Ea!” dijo el Paco sin mover un músculo.

La Ninja de los Peines, que era evidentemente el nombre de la criatura, flexionó las estilizadas y musculosas piernas de modelo y pegó un salto que la sacó del cráter, depositándola con violencia y seguridad junto a los restos del Seat Panda.

¿Ves carajote?”, dijo satisfecha, mirando desde lo alto del montículo de escombros el enorme valle que había presenciado el nacimiento de la criatura. “Podemos saltar un huevo de metros, así, sin esforzarnos”.

Antonia hizo correr a la criatura, primero poco a poco, luego más rápido, finalmente a tal velocidad que su figura era un simple borrón en las laderas de las montañas que circundaban el valle, como si se hubiese tomado una foto con demasiado tiempo de exposición. La Ninja se paró en seco, produciendo una enorme polvareda y clavando los pies en la tierra hasta dejar dos surcos paralelos. “Es verdad, corremos que te cagas”

Antonia tuvo un pensamiento, que ya es, dadas las circunstancias: “Observa”, lentamente se quitó las gafas de protección y concentró la mirada sobre una enorme roca que había a su derecha. Los ojos, color miel intenso, reverberaron en rojo acogiendo toda la energía de la criatura, un escalofrío recorrió su musculosa, aunque femenina, espalda, el cielo empezó a nublarse, un aire frío barrió las montañas cercanas produciendo un aullido estremecedor. Paco empezó a inquietarse, temiendo que Antonia estuviese haciendo algo que no debía. La mirada clavada en la roca, la tensión en los músculos. Nada.

Bueno”, siguió Antonia cambiando de tema y mirando para otro lado, “No tenemos el poder de atravesar los objetos con la mirada ni lanzamos rayos por lo ojos..., lástima, me hacía ilusión.”

El Paco no dijo nada porque también le hacía ilusión... sin embargo: ¿porqué les hacía tanto daño la luz, porqué necesitaban esas gafas «canis» que le cubrían hasta las sienes?, ¿acaso La Ninja de los Peines era sólo una superheroína de Tele 5, o por el contrario esa mirada de oro escondía un secreto aún por descubrir, un poder que debía estar guardado bajo la llave de unos oscuros cristales blindados esperando a ser necesario para salir como sale la lava de un volcán?

Bueno, exactamente así no lo pensó Paco, pero deben permitirme alguna “licencia literaria”.

Una cosa sí era evidente para Paco: podía tener sus propios pensamientos sin que Antonia los escuchara. Eso estaba bien. Un poco de intimidad nunca viene mal. Él tenía sus propios planes y Antonia debía quedar al margen, en principio.

Tengo una idea”, dijo Paco, para que le escucharan, tomando el control del cuerpo de la criatura.

Se acercó a la roca, posó las manos sobre ella concentrando toda su energía. Las manos empezaron a despedir vapor, la roca empezó a calentarse alrededor, luego el círculo de calor se fue haciendo más intenso, más grande, la roca empezó a vibrar y a ponerse al rojo vivo. Un sonido grave empezó a surgir de su interior, subiendo de frecuencia a la vez que las vibraciones se volvían más frenéticas hasta que la estridencia se volvió insoportable. Todo cesó de golpe con una enorme explosión que desintegró la roca en mil pedazos que salieron despedidos hacia afuera, como si un empuje de megatones de fuerza les empujara para alejarse de la Ninja.

¡Coño!”, dijo Antonia, “¡Y me querías tocar las tetas!”
Yo sé ser delicado con lo que merece la pena serlo”. Dijo el Paco, arrullando con su voz a su compañera.

Antonia recordó los empellones que le metía cuando creía que ella dormía y pensó esa frase suya tan determinante “¡y un mojón!”. Paco no contestó, no le había escuchado. Mejor.

Bien Paco”, dijo Antonia. “Debemos salir de aquí”
Pues con este chasis, desnuda, negra, con gafas de macarra y tacones de 20 centímetros dudo que no llamemos la atención”.

Antonia se volvió a concentrar... Paco emitió un gemido apagado, gemido que poco a poco se alejó hasta perderse entre una bruma de ruido blanco, como si se ahogara en un remolino interdimensional. Antonia miró sus manos, cómo cambiaban, cómo se volvían más pequeñas, más blancas, más artríticas. Sus pies tocaron el suelo, y sus pechos, casi, expoliados de la firme juventud de la criatura. La Ninja de los Peines se había convertido en Antonia.

-Ahora no llamaré la atención- miró su cuerpo desnudo- tanto, no llamaré la atención tanto. Necesitamos ropa.- Guardó un instante de silencio- ¿Me escuchas, Paco?

Nadie contestó, un punto de ansiedad ocupó el lugar que antes llenaba la voz cascada del Paco, su corazón se aceleró.... “¿Y si todo hubiese sido una caraja por culpa del golpe, y si en realidad era sólo Antonia López, sola y desnuda, sin poderes, sin el Paco...”. La angustia empezó a atenazarle la garganta; un sudor frío le recordó su condición de mortal, de frágil folclórica de fiesta de pueblo, de nadie importante.

Deprimida comenzó a caminar en ninguna dirección. Antonia no sólo había perdido su forma y su poder, también había recuperado sus inseguridades, sus miedos, sus sensaciones aprendidas durante años de humillación en los escenarios de mil pueblos, las miradas irrespetuosas de un público ebrio, los recuerdos de una niñez llena de carencias, sola en el rincón de bulliciosos tablaos apestando a alcohol y humo, con su madre cantando para el mismo público ebrio, mirándola de vez en cuando, con ternura, pero sin recursos. Años de faltar al colegio, cansada de noches de juerga, años perdidos que la llevaron a lo que era Antonia López folclórica de verbena.

Buscó nerviosamente alrededor: no había nada, sólo rocas y algunas plantas raquíticas. Al otro lado del valle veía los restos del Hostal, mordidos por un inmenso cráter. Si no tenía poderes, cómo había llegado hasta allí. ¿Caminando? No podía ser, no había andado ni 20 metros y ya le dolían los juanetes. Cómo era además capaz de razonar todo eso, ella, Antonia López, «cortita» como decían todos.

Estaba claro que sí, que La Ninja de los Peines existía y que ella había habitado en la criatura junto al Paco.

Una ira nueva brotó en Antonia. No estaba dispuesta a seguir doblándose ante los demás, no estaba dispuesta a seguir arrastrándose por los escenarios. Con rabia se enfrentó a sus pensamientos más oscuros, se propuso volver a ser La Ninja de los Peines, volver a ser alguien, a tener poder y seguridad, a tener valor y coraje. Y se concentró, se concentró como si fuese a cantar un fandango de Huelva y el calor en su interior rápida, imparablemente, fue recorriendo sus arterias, extendiéndose hasta los últimos resquicios de su cuerpo. Empezó a cambiar de color, de tamaño, de envergadura.

Allí estaba de nuevo: La Ninja de los Peines. Antonia López era de nuevo poderosa.

Quilla, qué has hecho, de pronto es como si me hubieses metido en un saco, como si no viese nada. ¿Qué has hecho?”

He vuelto a ser Antonia.” Contestó aún incrédula y maravillada “Digamos que te he puesto en pause. Vayámonos de aquí, tenemos que volver a casa”


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