La Alameda. 7 años después de la guerra.
La luz grisácea se colaba en la habitación a través de tres estrechos ventanucos horizontales cubiertos por placas de plástico translúcido.
En el seno de los rayos de luz, flotaban partículas de polvo que corrieron a refugiarse en la oscuridad cuando él abrió la trampilla del suelo.
Se movía con dificultad, porque como decía, no tenía ya edad para subir por aquella ridícula escalera. Pero sin embargo lo hacía a diario sin que nadie se lo hubiese pedido. Estaba claro que sus ganas y su capacidad no estaban acompasadas.
En la habitación no había prácticamente nada, sólo un par de sacos de tierra en uno de los rincones y algunas herramientas colgado de las paredes. En los lugares más escondidos se escuchaba arañar a una familia de ratones que, por ahora, no preocupaban demasiado al viejo.
Se acercó arrastrando los pies mientras sonreía maléficamente. Miró a través del hueco.
-Hum… creo que ha llegado tu hora, amigo mío.
Las manos temblorosas y resecas abrieron la ventana de plástico. El olor a tierra mojada le acarició la nariz mientras echaba mano de unas tijeras mugrientas que colgaban de la pared.
-Tienes buen aspecto, a pesar de todo.
Las tijeras salieron por el hueco y se acercaron al cordón verdoso del que pendía. La luz del sol a través del plástico amarillento que cubría el pequeño arriate prestaba a la escena un colorido curiosamente artificial.
-Espero que estés tan saludable como aparentas.
Con torpeza, ambas cuchillas fueron colocadas a los lados del tallo y, tras varios intentos infructuosos, el tomate cayó sobre la tierra. La mano del viejo salió, tomó el fruto rápidamente y se retiró dejando caer la puertecilla con un golpe seco.
Volvió a colocar las tijeras sobre la alcayata de la pared y dedicó un instante a la contemplación de aquél prodigio de la naturaleza. Era rojo, grande y brillante. Como debería ser. Luego, tras echarlo con cuidado en el bolsillo de su vieja chaqueta, se dio media vuelta y se dirigió a la trampilla del suelo.
Los peldaños de la escala de madera crujían bajo su peso.
Cuando por fin logró poner ambos pies sobre el suelo de losetas de cemento tuvo que descansar unos segundos para recuperar las fuerzas y acostumbrar sus ojos a la penumbra. Retiró la escalera y la guardó bajo la cama desvencijada de la habitación del medio del pasillo.
El resto de la casa tenía aún menos luz que el desván. Las ventanas estaban cubiertas por tablones y sólo las pequeñas rendijas que había entre ellos permitían el paso de estrechas cuchillas de luz que cortaban la oscuridad horizontalmente.
Los pasos cansados del anciano lo dirigieron hacia el fondo del pasillo, donde una temblorosa luminosidad marcaba el rumbo de una puerta entreabierta.
-Tsetsuko. Tengo una sorpresa para ti.
El rostro demacrado y extrañamente maduro de la niña se apartó del libro para mirarle. Era delgada y larguirucha. Sus ropas, como las del viejo, estaban viejas y gastadas por mil lavados. Sus ojos sin embargo eran nuevos y vivos.
-¿Has encontrado Peter Pan?
-No, pequeña. –El salón era también oscuro, aunque una vela de parafina que ardía en la mesa, junto a la niña, dejaba ver que las paredes estaban abarrotadas de libros.-La verdad es que debe estar por ahí, pero no me he puesto a buscarlo como debería.
Como si fuera un mago que saca un conejo de la chistera, la mano del viejo sacó de su bolsillo el espléndido tomate que acababa de recolectar.-Mira.
-¡Uau!-Dijo la niña levantándose de un salto.-Es el tomate más grande que he visto nunca.
Su manita lo tomó y lo acercó a la luz.
-Es espléndido, tío.
-Esta noche, cuando regrese mamá, nos lo comeremos. Pero ahora debemos meterlo en agua, para que se lave bien y pierda el calor del sol.
-¿No me lo puedo quedar?
El viejo la miró sonriente.
-Pequeña, los tomates se estropean, hay que comérselos.
La niña le devolvió el fruto y se quedó mirándolo con desilusión. El viejo le revolvió el pelo con cariño.
-¿Qué lees?
-Los Hollister y el misterio del Centro Comercial.
-¿Otra vez?
-Me encanta, es tan extraño y apasionante.
-Claro, claro...-El viejo se giró para ir a la cocina. Ella le agarró la mano y comenzó a andar a su paso.-Tengo que buscarte Peter Pan antes de que se te pase la edad.
-¡Casi tengo doce años!
-Por eso, pequeña, por eso.
La cocina era un pequeño cuartucho al que le faltaba uno de los tablones de la ventana, por lo que allí había un poco más de luz. Una pila de cacharros viejos descansaba sobre el mostrador de ladrillo junto al seno del fregadero. El grifo hacía años que no tenía ni gota de agua, por lo que estaba oxidado y apartado hacia la pared. En su lugar, una garrafa de plástico contenía un par de litros de agua. El viejo tomó un cacharro, puso en él el tomate y lo cubrió con la cantidad justa de líquido. Lo removió levemente y se secó la mano en la chaqueta.
-Volvamos al salón, no me gusta estar aquí demasiado tiempo.
-¿Por qué tío?
-Ya te lo he dicho, no conviene estar mucho tiempo al aire libre, no es sano.
-Ya, ya lo sé. El aire no es sano, ¿y cuándo lo será, cuándo podré salir al aire libre?
-Tú deberías esperar a los doce o trece. Es lo que nos han asegurado. Anda, vamos al salón.
Mientras cerraba la puerta de la cocina, un par de golpes en la entrada les hizo sobresaltarse. Tsetsuko, ejecutando un movimiento mil veces ensayado, pegó una carrera sigilosa hacia el salón y se encerró.
Aún esperó un minuto a que la niña dejase de hacer ruido antes de dirigirse a la entrada. Sonaron otros dos golpes en la puerta.
Al llegar a ella, miró por la mirilla.
-¡Hola señor Noti!-Dijeron dos voces infantiles al unísono. El viejo abrió la puerta lo justo para sacar la cabeza y echar un vistazo a derecha e izquierda. Alguien la terminó de abrir desde afuera.
Un par de gemelos famélicos se colaron por ambos lados del viejo hacia el interior de la vivienda. El viejo cerró y se volvió a mirarles.
-Jorge, Juan… Pero no os quedéis ahí, entrad.-Dijo con sarcasmo.
-Perdone señor, pero ya sabe que no nos gusta estar afuera.
-Mire lo que le hemos traído.
Colgando de una cuerda, un barbo de treinta centímetros aún goteaba en el suelo.
-Lo acabamos de pescar.
-¡Perfecto!-Dijo el viejo agarrando la cuerda.-Esta noche habrá comilona. Entrad, vuestra amiga está en el salón. Id preparando el material.
-¡Tsetsuko!-Gritó Jorge corriendo por el pasillo.-¡Somos nosotros!
Al cabo de un rato, tras limpiar el barbo y dejarlo en remojo con el tomate, se unió en el salón a los tres chicos que le esperaban sentados en la mesa con sus respectivos cuadernos y lapiceros, expectantes y en silencio. Eran de la edad de la chica y, como ella, parecían mayores de pura delgadez.
-Muy bien, veo que estáis listos. ¿Qué tocaba hoy?
-Íbamos a ver los números racionales.
-¿De veras os apetece?
Los chicos se miraron entre sí sorprendidos de la pregunta. Tsetsuko no tuvo problemas en contestarle.
-¡Para nada! Yo prefiero que nos leas un cuento.
-Ya, claro. Y así nos dormimos todos.
-Ja, ja. A mí lo que me gustaría es que nos hablaras de la guerra.
-¡Toma, y a mí!
-A mi no me gusta oír hablar de la guerra. Me resulta triste. Prefiero que nos hables de antes de la guerra.
-Bueno, bueno… Como sólo estamos de acuerdo en que no nos gustan los números racionales, me ayudaréis con la cena de esta noche.
Los chicos aceptaron resignados la decisión del viejo.
-¿Vosotros os vais a quedar a cenar?
Los dos hermanos se miraron acariciando la idea de quedarse, pero Jorge recordó el recado de su madre.
-No podemos. Hemos de regresar a casa antes de que se haga de noche.
-Bien, entonces seremos sólo tres: Tsetsuko, Hana y yo. Pero no sé cómo repartir un barbo y un tomate entre los tres.
-Pues deme el cuchillo, lo haré yo.-Dijo Juan hablando como si ya fuera un hombre.
-No me refiero a eso… quiero que me digáis cuanto nos corresponde a cada uno-Respondió el viejo señalando los cuadernos.
“Intenta enseñarnos los número racionales”, susurró Tsetsuko al oído de Jorge.
-¡Eh…!-Saltó el gemelo.-¡Eso es trampa!
-¿Alguien ha hablado de números racionales?-Dijo el viejo mirando a su alrededor como si estuviesen rodeados de público.
-No…-Se contestó a sí mismo, cambiando la voz para que pareciera de una mujer.-Yo sólo he oído hablar de un barbo y de un tomate.
-Eso es trampa, tío.
-Pues mira: Juan ya está escribiendo, a lo mejor él lo hace antes que vosotros.
Juan levantó orgulloso su cuaderno y lo enseño al “público”. En la hoja había garrapateado un pez y un tomate a los que había divido en tres trozos.
-¡Lo conseguí!
-Ja, ja… eso no vale, hay que hacerlo con números.-Contestó Tsetsuko.
-¿Estás segura?-Juan volvió a mirar su obra de arte.
El anciano se puso en pie.
-¿No queríais que os hablara de la guerra?
El viejo era delgado, como todo el mundo en aquellos días. Tenía la piel reseca y cetrina y aparentaba más edad de la que realmente tenía. Pero en ese momento, a los chicos les pareció un gigante iluminado por la luz de la vela.
-Siiii… -Gritaron los gemelos con entusiasmo.
-Pues bien. Antes de la guerra, los números permitían llegar a los más recónditos lugares del universo.
-¿Los números?
-Si jovencito, los números. Pero se desató la locura, y si no nos espabilamos terminaremos volviendo a hacer las cosas como nuestros antepasados de las cavernas.-Señaló al dibujo de Juan- Así que a usar los números para encontrar la respuesta.
-¡Joder…!-Dijo Jorge dando un golpe en la mesa.-¡Lo sabía!
-Si encontráis la respuesta os hablaré de la guerra.
-Pero tenemos que volver antes de que anochezca…-Protestó Juan dando por sentado de que el ejercicio les llevaría toda la tarde. De pronto, Tsetsuko mostró su cuaderno, triunfante.
-¡Esta es la respuesta!
1 barbo dividido entre 3 personas y 1 tomate dividido entre 3 personas.
-¡Veis, tampoco era tan difícil!
-¿¡Pero qué ha hecho…!? Ahí pone lo que usted nos ha dicho.-Dijo Jorge.
-Y esa es la respuesta.-Tomó una pequeña pizarra y escribió con un trozo de cal:
1/3 de barbo y 1/3 de tomate.
-Uno dividido por tres es un tercio o tercera parte, es simplemente otra forma de decirlo, pero así dicho es un número racional..
-¡Pues vaya una chorrada!-Protestó Juan.
Volvió a dejar la pizarra sobre la mesa y miró severo a los tres chicos. Ellos ya reconocían esa mirada, era cuando el viejo les iba a contar algo que a él le parecía trascendente, así que pusieron cara de circunstancias.
Para los tres, el tío Noti siempre contaba historias emocionantes, pero algunas veces se ponía paliza y serio. También entonces había que escucharle. Ellos sabían como aparentar que lo escuchaban y el viejo, según creían, no se daba cuenta.
-Las cosas están delante de nosotros, esperando a que las descubramos, y no hay que buscarlas en leyendas o cuentos. Están ahí, hay que mirar, pero sobre todo, hay que pensar.
-¿Y no es mejor usar el cuchillo?-Volvió a chulear Juan.
-Los números permiten ver cómo se hacen las cosas sin necesidad de realizarlas. Y eso es muy importante, porque no siempre tendremos un cuchillo y un barbo a mano.
Los chicos se miraron confundidos.
-Y ahora, os hablaré de la guerra.
De pronto todo fue silencio mientras le miraban con los ojos abiertos como platos porque ahora venía lo que a ellos realmente les gustaba.
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