La Princesa y el Monje

 

LUNES


Jean Baptiste casi tira los vasos vacíos que llevaba en la bandeja al tropezar cuando entraba en el Ok-Corral  con un tipo enjuto, desgarbado y sudoroso que titubeaba en la entrada.
-Pegdón… usted pegdone.
-No es nada Jotabé.
-¡Notagio! ¿Pero no se había ido ya a dogmig?
-Ya, pero hace mucho calor y no podía conciliar el sueño. Me acordé de que Manolo te había dejado abrir hasta las dos y he venido.

El francés se metió detrás de la barra sin detenerse, echó los vasos sucios sobre una pila de más vasos sucios y se puso a preparar un par de gintonics.

-Pero ahora no sé qué pinto aquí.
-No se pgeocupe, siéntese en aquella mesa de afuega… aquí no se puede pagag de calog… ya vegemos qué le puedo poneg…

Más desubicado que un espermatozoide negro en la próstata de un noruego, el notario se dio la vuelta, buscó desconcertado la mesa que le decía el camarero y se dirigió a ella.
La terraza estaba llena de la más variada fauna que, a esta hora, no pasaba de los treinta y tantos aunque había honrosas excepciones como la Maru que charlaba de cerca con una señora con pinta de tener caniche y chofer.
Al cabo del rato apareció Jotabé con un vaso de whisky lleno con un granizado verdoso en el que había clavado un par de pajitas cortas y negras.

-Aquí tiene, un mojito.
-¿Un mojito?
-Si, hombge, a falta de una cubana bien le viene un poco de su sabog.
-¿Las cubanas saben a mojito?
-No, pero no estagía mal.

El notario se acercó con reparo el vaso a la boca intentando echar para el lado las pajitas como si fuesen la cucharilla de un café matutino.

-No, notagio, se toma con las pajitas, si no se le va a caeg todo el hielo ensima.
-Lo cual no estaría nada mal.
-No señog… hoy está apgetando fuegte hasta el final. Le dejo, que no doy a basto ¡Ahoga les atiendo, un segundo!

El notario sorbió por primera vez en su vida de una pajita: una inundación de lima, hierbabuena y azúcar le llenó la boca… sí que estaría bien que las mujeres supieran a mojito, aunque a estas alturas ya no recordaba a qué sabían las mujeres.
Mientras daba pequeños y suculentos sorbos del combinado, José Antonio fue recuperando la compostura, definitivamente desvelado y empezó a otear los alrededores.
La animación era distinta que por el día, es como si hubiese dos humanidades diferentes en el mismo espacio, una se movía a la luz del sol y la otra, como vampiros, esperaba al ocaso para tomar el relevo. Empezó a deleitarse también con la vista.
Una chica vestida de viuda negra al más puro estilo Halloween, con el pelo largo, negro y liso y peor cara que un pollo congelado cruzó la plaza en dirección al Ok-Corral. El notario la miraba fijamente pero ella no se percataba porque parecía ir buscando algo en las fachadas. Entró en el local.
Jean Baptiste levantó la mirada del fregadero un segundo para verla, luego siguió fregando contestando a alguna pregunta que la chica le hacía. Se secó las manos y señaló hacia afuera como indicándole una dirección. La chica dio las gracias y salió de nuevo a la plaza, miró hacia la mesa de la Maru, que parecía despedirse de la señora del caniche y se acercó parándose a prudente distancia. Como esperando su turno.

-Jotabé… ¿puedes venir?
El camarero, salió del mostrador sin haber terminado de fregar y se asomó a la puerta.
-¿Quiege que le tgaiga una novela?
-No, no… ven, acércate.
Cuando estuvieron a medio metro, José Antonio continuó.
-¿Estoy equivocado o la Maru está trabajando en esa mesa?
-Sí, es que se ha metido en obgas y le pidió el favog a Manolo.
-¿En obras…?
-Al pageser, el alquileg de habitasiones pog hogas ya no es gentable, y ha pensado poneg una gesidensia paga egasmus…
-¡Um… pasar de orgasmus a Erasmus…!
Jotabé soltó una carcajada y se volvió a su fregadero. José Antonio aguzó el oído para no perderse el espectáculo de magia mientras daba un nuevo sorbo a su elixir cubano.
-Lo siento hija, pero hoy ya está hecho el cupo- oyó decir a la bruja.- Ven mañana y te atenderé encantada.


MARTES

La chica se acababa de sentar en frente de la Maru y, siguiendo sus indicaciones, puso la mano izquierda boca arriba sobre la mesa mientras el notario, más cerca que ayer, disfrutaba de un nuevo mojito.
-A ver, hija, trae para acá.
La chica fue a hablar pero la bruja Maru le interrumpió como si todo lo que necesitase saber estuviese escrito en aquella mano pequeña y blanca.
-Estas esperando a alguien.
La chica asintió mostrando repentino interés. El notario escuchaba sin mover un músculo.
-Alguien que te han dicho que iba a venir, será un día importante en tu vida.
La pitonisa soltó la mano sobre la mesa y se arrellanó en su silla.
-Hay algo más, - dijo mirando de hito en hito a la chica- Puedo ayudarte a encontrarle. Pero antes, debemos de hablar de negocios.
Como si se hubiese convertido en Standard & Poor’s, la Maru realizó rápidamente un análisis de viabilidad sobre la chica y estableció una prima. -Son 80 pavos.
“Eso es vista” Pensó el notario.
La chica se metió la mano en un bolsillo y sacó un par de billetes arrugados.
-Esto es lo que tengo. Cuarenta euros.
La zarpa de la Maru agarró el parné y, como por arte de magia, éste desapareció de la vista.
-Está bien, con esto será suficiente.
El notario sonrió divertido “Esto es si es un ajuste, y lo demás son mojigangas”.

La manaza de la bruja volvió a tomar la de la chica y empezó a leer el entramado de finas venas azules que transitaban por su muñeca en dirección al corazón.
-Hace mucho, mucho tiempo, en otro lugar, tú fuiste una princesa…
El notario se relajó dispuesto a escuchar el cuento de la Maru.

            En aquél país, las guerras enfrentaban a hermanos y vecinos, guerras de herencia y también de religión.
            Tu padre, un guerrero implacable y cruel, tenía miedo hasta de su sombra, pues había llegado a acumular una gran nómina de enemigos. Por eso, te tenía encerrada en un monaterio en medio del bosque al que defendía su propio castillo.
            Pero tú eras joven e inquieta, y aquel destierro te tenía marchita. Una mañana llegó al monasterio un monje montado en un burro. Parecía cansado y sucio y las monjas le dieron aposento en la caseta de aperos del huerto. Tú observaste todo desde la ventana de tu celda y notaste cómo el olor a hombre del monje subía hasta ella provocando en ti una auténtica revolución.
            Por la noche, sabiendo que las monjas ya estaban dormidas, saliste de tu celda y te encaminaste por los desiertos corredores en dirección a la cancela que daba acceso al huerto. Cuál no sería tu sorpresa al descubrir que las monjas habían echado el cerrojo a la misma, asegurándose así el perfecto aislamiento del varón.
            Unos pasos que se acercaban te asustaron y te escondiste entre las sombras. Una figura siniestra se acercó a la cancela. Era una hermana, bastante mayor que tú, mejor pertrechada que tú, y no me estoy refiriendo a las tetas, que también.
            De entre los hábitos sacó una enorme llave de hierro y la introdujo en la cerradura. Con un giro decidido pero lento, abrió el cerrojo y con él, la verja que le impedía llegar al cobertizo donde descansaba el monje.
            La monja encajó la cancela y se dirigió caminando junto al muro del convento hacia la caseta del huerto, oculta en la sombra de la luz de la media luna.

La chica escuchaba el relato de “su vida” con absoluto convencimiento de que aquello era verdad, aunque con cierta impaciencia:
-¿Usted cree que me va a poder ayudar?
-¡Calla, niña, que me desconcentras…!
“¡Qué artista!”, pensó el notario dando un sorbo de su segundo mojito.

            Tú, con la imprudencia que te daba la  juventud, apenas esperaste a que la monja entrase en el cobertizo para seguir sus pasos hasta detenerte a la entrada, donde aguardaste a oír  alguna conversación que te revelara el misterio de tan furtivo encuentro.
            Te llegaban susurros, ininteligibles, y algún que otro gemido que te pareció de placer, lo cual ruborizó tus tiernas mejillas púberes. Con sigilo, abandonaste la entrada de la caseta y volviste al convento y a tu celda. Aquella noche no pudiste dormir porque tu corazón latía desbocado esperando a la siguiente noche.

 Aunque la chica no se había percatado, había una nueva clienta esperando para ser atendida por la pitonisa. Sin embargo, la Maru atendía su negocio perfectamente, y no iba a dejar de hacerlo por muy ensimismada que estuviese.

-Bueno, y ya no puedo leer más por hoy.
-Pero…
-No te preocupes, ven mañana a las dos menos cuarto, te dedicaré más rato y no tendrás que pagar nada. Lo que buscas lo encontrarás aquí, pero todo a su debido tiempo.
El notario sorbió de su mojito y sonrió “¡Qué crac de gitana, le va a sacar hasta los ojos!”


MIÉRCOLES

-Bueno, ahí está, no te piegdas nada que esto está integesante.
-Vale, pero no te olvides de mirar que no me quede sin mojito, que no puedo avisarte sin llamarles la atención.
El camarero se metió en el Ok-Corral no sin antes echar una mirada furtiva a la clienta de Maru. Era una típica gótica que no llegaba a los veinte, con esa languidez mortecina que gustaban de exhibir aunque con una fuerte decisión en el andar.
-¡Las dos menos cuarto… aquí estoy!
-¡Hay mi niña… qué mala cosa me ha pasao!
La chica se sentó preocupada.
-¿Qué ha sido?
-Que he tenido que rechazar a un cliente porque había quedado contigo, pero claro, he perdido el dinero que me iba a pagar y me acabo de acordar de que mañana viene el de la luz a cobrar… ¡Qué mala cosa!
-Bueno- La chica metió sus manos en los pantalones –Aquí tengo algo de dinero.- Sacó un billete de veinte euros-Espero que pueda ayudarte.
De nuevo, el billete desapareció de la vista ante los atónitos ojos del notario.
-¡Ay, si ya me lo dice er Manué, esta chica es una santa!
“Y tú una hija de la gran puta”, pensó el notario.
-¿Dónde nos habíamos quedado?

            Aquella noche, el monje estuvo bien acompañado por una de las monjas, cosa que tú viste con tus propios ojos… Así que a la siguiente, esperaste oculta a que la monja abriese la cancela y visitase al invitado, momento que aprovechaste para ocultarte detrás de unos rosales a la espera de que el chico quedase libre.
            Tu deseo por verlo era superior a tu prudencia y, a la luz de la media luna, tuviste que escuchar gemidos y jadeos durante un buen rato hasta que, por fin, la monja, recomponiéndose el hábito, se encaminó hacia la cancela.
            No habías hecho más que salir de entre los arbustos cuando otra hermana, algo más joven, salió del convento en dirección a la caseta de aperos. De nuevo tuviste que ocultarte y de nuevo te tocó escuchar gemidos e incluso gritos de placer.

“¡Coño con el monje!” Pensó el notario mientras se deleitaba con el mojito franco-cubano de Jean Baptiste.

            No fue la última. Una a una, hasta diez monjas pasaron por el cobertizo del monje, y todas y cada una tuvieron su momento de placer, mientras tú, impotente, sólo deseabas que te dejasen ver a tan vigoroso varón.
            Pero el gallo cantó y las campanas del convento empezaron a llamar a maitines. Antes de que la última de las religiosas saliese del improvisado picadero, te escabulliste hasta la capilla para efectuar las primeras oraciones de la mañana. Aun tuviste tiempo de verla llegar por el rabillo del ojo, esplendorosa y feliz.
            La madre superiora, en cambio, era una vieja pequeña y sarmentosa que a ti siempre te había inspirado más miedo que respeto.
            -Hermanas, antes de rezar me gustaría decir algunas palabras respecto del santo peregrino que la buenaventura nos ha traído hasta nuestra humilde morada.
            El murmullo entre las hermanas acalló las últimas palabras de la vieja, pero su mirada, severa y seca las hizo silenciar de inmediato.
            -Se lo que está pasando porque me lo ha dicho El Altísimo- señaló hacia la bóveda de la capilla.-Y esto no puede seguir así. Por lo pronto, pequeña Clara, te recluirás en tu celda hasta nueva orden, debemos salvaguardar tu virtud encomendada a nosotros por tu egregio padre.
           
-¿Cómo sabes que me llamo Clara?
-Hija mía, ese es mi oficio.
La chica, impresionada, prestó nueva atención al relato de la bruja Maru.

            A pesar de tus veladas protestas, las hermanas que estaban a tu lado te llevaron hasta tu aposento y allí te encerraron. No pudiste saber lo que se habló en aquella improvisada reunión de comunidad, pero sí pudiste ver sus efectos.
            Durante toda la mañana, las profesas se afanaron en sacar todos los aperos de labranza del cobertizo y apilarlos debajo de una higuera grande que había en el centro del huerto. No fue tarea vana, ya que por la tarde, las mismas monjas se encargaron de llenar la caseta con un gran colchón, un par de sillones, y un montón de cortinas y sábanas que dispusieron como si de la habitación de un príncipe se tratase.

-¿Y qué pasó luego…?
-Eso queda para mañana… ya son las dos y este chico tiene que cerrar.
La gitana se levantó, se ajustó un pequeño bolso que casi le encajaba entre los michelines y se despidió de la chica que quedó atónita y sin palabras.

Un tipo con treintaitodos años se dejó caer sobre un taburete del Ok-Corral.
-Que pasa Tonio, te veo algo apgesadumbgado.
-¿Qué qué pasa…? ¡Que me he vuelto transparente, ya no es que no les guste, es que NO ME VEN!


JUEVES

El calor hacía que todo el mundo anduviese como zombi por la Alameda, esperando a que, quizá, con el paso de las horas, la cosa mejorase. El notario ya tenía su mojito sobre la mesa y la chica extendía su mano izquierda ante la experta mirada de la Maru.
            Aquella noche no pasó nada en el cobertizo convertido en inprovisado pabellón de invitados, pero a la mañana siguiente, un par de monjas, ayudadas por una carretilla, acercaron hasta él un suculento desayuno con alimentos que tú misma ni siquiera pudiste imaginar que existieran.
            Después de un buen rato, otro par de hermanas recogió los restos del ágape y dejaron descansar al invitado un buen rato, pasado el cual, empezó la peregrinación de religiosas que, una a una, empezando por la propia y vetusta madre superiora, acudieron a ver “cómo estaba” el invitado.
            Y no debía estar mal, porque a cada cual salía más satisfecha del encuentro. Tú, desde tu celda no podías oír qué sucedía abajo, pero, a pesar de tu corta edad, no te cabía duda de qué clase de visitas se estaban produciendo.

“¿Qué le habrán echado a la comida?” Pensó intrigado el notario cuando se descubrió siguiendo más el relato que la escena de engaño que realmente se estaba produciendo. “¡Coño, es buena esta Maru!”
-Bueno, está claro que las monjas se estaban beneficiando al clérigo, pero… ¿y yo qué?
-Tu hija mía, estabas recluida, veías pero no catabas… y ese es tu mal.
-¿Y ya está…?
-Bueno, quizá en la mano derecha haya algún dato más, pero eso se cobra a parte.
La chica volvió a sacar veinte euros de su bolsillo.
-Al final me vas a cobrar lo que me pediste, ochenta euros.
-¡Ay, hija…!¡Pero te vas a llevar la mayor alegría de tu vida...! ¿Y qué son 80 euros frente a la felicidad!- La Maru se inclinó sobre la mano derecha y continuó su relato.

            Así pasaron muchas jornadas, donde el monje lo dio todo, todo. Y las monjas canturreaban por el convento, llenas de… gracia. Pero un día, viste desde la otra ventana de tu celda cómo un grupo de jinetes se acercaba galopando.
            -¡Ah del convento, el Caballero de Astorga a las puertas!
            Era tu padre con algunos de sus más fieles vasallos.

                Mientras “el caballero de Astorga” estaba a las puertas del convento, Tonio se desahogaba nuevamente ante el pobre y atareado Jean Baptiste.
                -Nada tío, que no me jalo un rosco. Tendré que sentar la cabeza.
                -Ya sabes lo que dise el notagio: “cuando dejen de vegte, cásate con la primera que pilles” Lo digá por expegiensia pgopia.

            Igual alguna monja había hecho llegar un mensaje a tu padre de alguna manera, pero él y los caballeros entraron a saco en el convento matando a todas y cada una de las hermanas, incluida la madre superiora cuyos ruegos no sirvieron para nada.
            Tú desde tu celda escuchaste los gritos, los mandobles y los llantos, hasta que todo quedó en silencio. Luego, desde la ventana enrejada viste a tu padre cruzar el huerto a grandes zancadas y entrar, espada en mano, en el cobertizo donde dormía tu enigmático y pródigo hombre.
            Gritos y más gritos. Las lágrimas de tus ojos no te dejaban apenas distinguir lo que pasaba abajo, pero tu corazón temía lo peor. La puerta de tu celda se abrió de golpe y uno de los hombres de tu padre te cogió en volandas y te sacó de allí a rastras, mientras gritabas palabras de amor hacia el desconocido objeto de tu deseo.
            Por fin, en el claustro, pudiste ver al monje que atado de manos era arrastrado por tu padre hacia las afueras del convento.

-¿Y cómo era…?
-¡Ay hija mía…!¡Eso te lo contaré mañana viernes… pero ven, ya no te cobraré más y tendrás tu recompensa…!
La chica se levantó sin fuerzas aunque un brillo de esperanza parecía querer alegrarle la triste mirada.

“Sí que es hija de puta esta gitana” Pensó el notario viendo como ambas mujeres tomaban sus respectivos caminos.
-Notagio… te pgesento a Tonio, ¿Tú tenías una máquina de pelar?
-¿Una máquina de pelar…? Creo que sí, ¿quieres que la traiga mañana?
-Sí, tráela, Tonio la nesesita.
-¿Una máquina de pelar, yo?¿Y para qué?
-¡Tu hasme caso…! ¿No quegías ligag?


VIERNES

A pesar del sofocante calor del interior del Ok-Corral, el notario, Jotabé y Tonio se agolpaban  junto a la puerta del servicio. Alguien tramaba algo y estaban a punto de dar las dos menos cuarto.
-Bueno, chicos… os dejo, que no quiero perderme el desenlace de esta truculenta historia.
El notario salió meditabundo del local sin olvidar de recoger su mojito de la barra “¿Para qué querrán la máquina de pelar?”

En la mesa, la Maru ya despedía a la clienta encopetada que, noche tras noche, cruzaba la plaza desde la comisaría hasta allí para escuchar palabras de consuelo que José Antonio no había llegado a hilar, atento como estaba a la siguiente incauta: la Morticia Adams de las dos menos cuarto.

-Espero que hoy obtenga lo que me llevas prometiendo toda la semana.
-Siéntate niña, hoy es el gran día… pon tu brazo derecho sobre la mesa.
La chica hizo lo que la bruja le dijo y el relato continuó como si no se hubiese interrumpido nunca.

            Tu misterioso y platónico amor estaba cubierto por el hábito, por lo que apenas pudiste imaginártelo viendo sólo sus manos y sus pies, lo que para ti y tu fantasía juvenil resultó ser  suficiente. Según tu mente debía ser un chico joven, fuerte y cariñoso que aquellas arpías de convento habían utilizado como se usa un cazo para remover un potaje.
            -¡Padre! ¿Qué vas a hacer con él?
            -¡Darle su merecido…! ¿Qué si no?
            Tu grito hizo al monje levantar la cabeza y ver tu angelical rostro. Al pasar junto a ti, los dos os mirasteis.
            -¿Dónde has estado escondida, dulce luz de este aciago amanecer?
            -¡Esperando por ti, mi amor!
             No tuviste tiempo ni para rozarle, un buen empujón de uno de los secuaces de tu padre acabó con la improvisada declaración de amor: Él fue conducido hacia el patio del castillo donde le esperaba el cadalso y tú, subida a la torre más alta, donde quedarías confinada por siempre jamás.

Ver aparecer a Jean Baptiste en ese momento con un inesperado mojito acalló un segundo a la bruja.
-¿Otro… bueno, vale?- susurró el notario a Jotabé mientras cambiaba las copas.
-Avísame cuando tegminen.
-Acaban de capturar al monje. No le doy más de dos minutos…
-¿Dos minutos españoles o standag?
El notario no contestó, porque después de releer el brazo de la chica, la Maru, se arrancó de nuevo. 

            Desde tu torre de dolor pudiste ver cómo se realizaba una pantomima de juicio, de la que, naturalmente, el monje salió condenado. 
            Aquella tarde, el patio del castillo se llenó de una turba estúpida que vitoreaba a tu padre agradecida e insultaba a tu amado sin saber muy bien porqué.
            Tu padre pronunció unas grandilocuentes palabras sobre tu honor mancillado, a pesar de que para tu desgracia, éste permanecía intacto.
            Cuando la cálida luz del poniente se escondió tras las paredes grises de la fortaleza, y las sombras del crespúsculo se apoderaron del castillo, el cuerpo del monje colgaba de una soga entre los gritos de la plebe. Pero antes de que se consumara su fatídico destino pudiste ver cómo se volvía hacia ti, iluminado por el último rayo de sol, sus labios pronunciaron unas palabras finales: “Te amo, volveré”.

-¿Y eso es todo?
-Eso es todo…- la bruja se volvió a dejar caer sobre el respaldo de la silla de aluminio del velador-Estás esperando por un hombre que te hizo una promesa imposible hace muchos, muchos años, y yo, sinceramente te aconsejo que…
-¿Perdón…?- dijo Tonio acercándose a la mesa del notario. Vestía con unas ropas algo andrajosas y, en su cabeza lucía una coronilla perfectamente afeitada, una tonsura que no podía si no marcar sus orígenes.
–Me he llevado mucho tiempo en... fuera, y estoy buscando dónde dormir esta noche… me duelen los pies y la espalda, por caridad, le rogaría me diese alojamiento, sólo por esta noche…
José Antonio enrojeció de inmediato impresionado por la eficaz imagen del chaval. No menos impresionadas quedaron la bruja  y su incauta clienta.
-Lo… lo siento, no puedo ayudarte, de… de verdad, lo siento.
El chico giró el cuerpo buscando sin rumbo a lo ancho de la plaza, aparentemente ajeno a la mesa de al lado.
-¡Niño…!- dijo la bruja cogiendo con fuerza la mano de la chica -¡Niño! Aquí… ¿es que no nos ves?
Sin levantar la mirada del suelo, Tonio, demostrando auténticas dotes teatrales murmuró entre dientes.
-Lo siento, señora, pero es que no tengo costumbre de hablar con mujeres.
“Casi… casi no tienes costumbre, hijo de puta.”, pensó el notario.
-Pues o te espabilas, o vas a dormir en la calle… anda, ven con nostras, tenemos sitio.
-No sé si debería.
-¡No te preocupes, chiquillo, que no mordemos!
“No ni ná”, pensó Tonio, falsamente ruborizado.
La bruja se levantó y empezó a caminar, seguida del “monje”, aunque antes tuvo que tirar con fuerza de una chica absolutamente bloqueada que no daba crédito a lo que estaba pasando.
-Mira, esta chica se llama Clara, es mi sobrina, y no tendrá problema en cederte su dormitorio… sólo por esta noche, eh, sólo por esta noche.
-Espero no ser un estorbo.
-No, hijo, no… eres más bien una bendición del Señor.

El extraño grupo se perdió por entre las callejuelas, en dirección a la casa de la bruja, mientras el notario y Jotabé se quedaban mirando.
-Eres un cerdo, ¿lo sabes?
-No, notagio, soy un santo que esta noche ha hecho tges buenas obgas: la señoga Magu cgee que es una auténtica bguja, la chica cgee que ha encontgado a su amog y Tonio va a pillag pog fin y, si sigue tu consejo, pgobablemente paga siempge. ¿Qué más se puede pedig?.- De detrás de su espalda sacó un pequeño paquete y se lo entregó al atónito cliente-¡Ah! Tu máquina de pelag, ggacias…

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