What's Cooking?


Alrededores del Cementerio de Aoyama, Tokio. 12:03 pm

                Mientras la Ninja, en sus adentros, mantenía una discusión culinaria sobre qué hacer con una cigala del tamaño del Nimitz, Gallardo y Watanabe salían del cementerio de Aoyama contemplando cómo una figura de negro cabalgaba sobre el monstruo.
                -Sin embargo- dijo Tetsu corriendo junto al comisario en dirección al perímetro mortal de Ebirah.
                -Parece que está vestido de ninja: negro, encapuchado… espere, si, es una mujer, sin duda.
                -Desde luego que es una mujer, es La Ninja de los Peines.
                -¿Porqué de los peines?
                -Lleva unos peinecillos en la cabeza que es capaz de lanzar a gran velocidad contra su objetivo. Aunque estaba bastante aturdido, pude ver cómo acababa con Johnny el Penumbra en un movimiento de nuca mientras evitaba que saltáramos del avión, ¿recuerda?
                Watanabe no contestó, intentaba ver con sus propios ojos lo que el comisario le estaba describiendo lo que era desde luego imposible, dada la distancia. Repentinamente, Gallardo pegó un frenazo y tiró de él con fuerza.
                -¿Qué pasa?
                -No podemos seguir… mire lo que le está pasando a esos pobres…
                Las pinzas incansables del monstruo recolectaban humanos en cincuenta metros a la redonda, los elevaba hasta su boca y allí los dejaba al “cuidado” de un juego de pinzas más pequeñas que se encargaban de cebar el fétido agujero dentado.
                -Por Amateratsu, ¿y qué hacemos ahora?
                -Observar, seguro que a “ella” se le ocurre algo.-Gallardo señaló a la figura oscura que permanecía de pié, orgullosa, sobre la cabeza del monstruo.
                -No le doy al bicho ni cinco minutos.
                La Ninja estaba meditando su plan, entreteniéndose, regodeándose en un juego de preguntas y respuestas.
                “¡Antonia, déjate de adivinanzas, cojones, que cada minuto que pasa mueren tres  o cuatro japos..!”
                “Tienes razón… Me habré vuelto insensible…  Observa”
                Como una Heidi gótica, se abrazó a la cabeza del monstruo como lo habría hecho a Niebla, la Ninja se extendió hasta el máximo de sus posibilidades tocando con todo su cuerpo la coraza. De pronto, la superheroína se empezó a calentar, a calentar mucho, tanto que el calor que desprendía empezó a exhalar una densa y firme humareda. Debajo de ella, la cubierta del monstruo empezó igualmente a calentarse de forma vertiginosa. Por fin algo empezó a molestar a Ebirah.
                La zona que rodeaba a la Ninja de Fuego se fue tornando de un apetitoso color anaranjado mientras Ebirah empezó a convulsionar destruyendo son sus violentos estertores el Museo, la Escuela de Policía y las calles que separaban los edificios del camposanto.
                El chirrido se convirtió en un estridente chillido de alta frecuencia que obligó a los tokiotas a taparse los oídos y doblarse sobre sí mismos para intentar no vomitar.
                Los helicópteros de la televisión salieron despedidos en todas las direcciones, incapaces sus tripulaciones de soportar el sacrificio auditivo.
                Un penetrante e intenso olor a marisco cocido inundó la bahía de Tokio, desde Yokosuka hasta Narashino, desde Hashiman hasta Hamura. Los estertores de muerte de Ebirah se convirtieron en una intensa vibración insoportable. La Ninja, soldada por el calor a la quitina de su caparazón mantenía la posición, pero parecía que iba a terminar igual que el bicho, cocida y muerta.
                Un salto inusitado hizo levantarse al monstruo más de cien metros sobre el perfil de las casas para caer después frito como un pajarito sobre los cientos de tumbas ancestrales de Aoyama. La Ninja se despegó agotada de su víctima. El silencio inundó la noche.
                “Joder, Antonia, qué bestia eres…”
                “Hay veces en la vida en que hay que usar todos los recursos… Larguémonos de aquí”

                Watanabe y Gallardo observaron cómo la figura negra que había permanecido adherida a Ebirah todo el tiempo simplemente desapareció. En el silencio, un ruido metálico se aproximó desde las inmediaciones del cementerio para dejar a los pies del japonés una tartera color caqui con unos dígitos luminosos que marcaban 0:00:00.
                -¿Y esto qué es?
                -No tengo ni idea- Gallardo se agachó y lo recogió.-Parece un explosivo, pero no ha detonado… será mejor que se lo entregues a tus jefes.
                El japonés cogió con aprensión el dispositivo y se lo guardó bajo el brazo.
                -¿Y la Ninja?
                -Ha desaparecido… siempre hace lo mismo, simplemente desaparece.
                La imagen de Ebirah, cocido e inmóvil sobre el cementerio dio la vuelta al mundo en segundos, haciendo que, por un momento, el penalti de Cesc Fábregas se perdiese en la soledad de las ondas. Fue gol, pero la gente tardó en enterarse.

La Alameda, dos semanas después

                Gallardo se acercó a Antonia en la barra del Ok-Corral.
                -Hola, Antonia, tenía ganas de verte.
                -¡Ah… si! – contestó la folklórica sin volver la cara.
                -¿Cómo te fue la gira por Japón?¿Viste al monstruo?
                -Uy, qué va… los artistas siempre andamos en lo nuestro, seguro que ustedes lo visteis mejor por televisión.
                “Será mentirosa… “
                “Será mentiroso…”
                -¡Eh…! ¡Un momento pog favog! – Dijo Jean Baptiste acallando a los clientes del bar– Están poniendo imágenes de Japón.
                -¡Qué hartura de Japón!- dijo el notario sin levantar la vista de su novela.
                El francés subió el volumen de la gran pantalla de televisión que habían instalado sobre la estantería de novelas de bolsillo.
                -Después de los graves acontecimientos ocurridos en las últimas semanas, el país nipón se despierta hoy con una buena noticia.
                En la imagen, un grupo de enfermeros atendían a unas personas que parecían estar muy débiles en un paisaje casi lunar.
                -De las ruinas del complejo de investigación Himitachi, destruido por una explosión mientras el monstruo Ebirah atacaba Tokio, han sido rescatados hoy varios supervivientes, entre ellos una súbdita hispanoalemana, la doctora Manuela Klein.
                Antonia se acercó a la pantalla tanto como pudo. Gallardo le siguió.
                -Al parecer, ella y algunos científicos de la compañía pudieron refugiarse en un bunker del complejo en el que han sobrevivido hasta ahora gracias a las provisiones de que disponían. La embajada española no ha hecho declaraciones aún, a la espera de poder entrevistar a la doctora Klein.
                -Me cago en sus muertos.- murmuró entre dientes la cantaora.
                -¿La conoces?
                -¿Eh…? No… no… qué va, es que… hay que tener potra para salir sana y salva de semejante desastre.
                -Si… sí que hay que tener potra.
                “Mentirosa…”
                -Bueno, me voy a la playa… ¡Manolo!
                -Dime Antonia.
                -Que me voy a Chiclana, que vamos a estar unos días el Paco y yo con unos amigos. Nos vemos en septiembre.
                -¡Cómo se nota que hay poderío…!- dijo la Maru mientras daba cuenta de unas aceitunas. -¡Quién lo iba a decir!
                -Una, que se ha venido arriba.
                Antonia, vestida de guiri, con unas enormes gafas de montura blanca y una pamela de paja salió a la puerta y se montó en el taxi que la estaba esperando. Gallardo se la quedó mirando mientras su teléfono empezaba a vibrar.
                -¿Si?
                -“Hola, señor Gallardo, ¿se acuerda de mí?”
                -¡Hombre, cómo me voy a olvidar! ¿Cómo está, señor  Watanabe?
                -“Bien. ¿Se acuerda del artefacto que cayó de Ebirah?”
                -Si…. ¿lo entregaste a tus jefes?
                -“No exactamente… Tenemos que hablar”
                Gallardo tiró un billete de cinco euros sobre el mostrador y salió a la Alameda sin despegarse el teléfono de la oreja.
                -Otgo que se va… menos mal que este ha pagado, pogque Antonia nos ha dejado un… como se dise… ¡Ah, sí! Un muñeco.
                -Anda, muñeco, sigue con lo tuyo que esta tarde es la final y esto se va a poner de bote en bote.
                El francés se encogió de hombros y continuó metiendo cajas de botellines en el único hueco que quedaba libre tras la barra mientras la vida continuaba en la Alameda bajo el peso de un sol injusto.

F I N





PRÓXIMA SEMANA, doble estreno:
El Making-Off de La Ninja de los Peines contra el monstruo de Fukushima.
Descubre los lugares, los paisajes, los vídeos, la música…
Los Cuentos de la Alameda.
Relatos de un verano tórrido.

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