U.S.
Navy Hospital - Yokosuma (Japón).
Pabellón psiquiátrico.
8:00 PM
Las facciones infantiles del agente especial Tetsu
Watanabe se reflejaban en la ventana de la habitación. El agua corría por los
cristales convirtiendo en filamentos luminosos los reflejos de las lejanas
luces de Tokio, al otro lado de la bahía. La fuerte tormenta había hecho acabar
el día antes de lo previsto, envolviendo en oscuridad el Centro Médico cuyas
ventanas operaban ahora como espejos.
Observando caer el agua, Watanabe se preguntaba si
los kami de la naturaleza les
perdonarían alguna vez. Amaterasu
parecía no haberlo hecho y por eso se había retirado antes de tiempo.
Junto a su reflejo podía ver también a un joven atado
de pies y manos a la cama. Sus miradas se cruzaron un instante. El agente,
incómodo, miró su reloj: eran las ocho de la tarde, el español ya debería haber
llegado. Se volvió hacia la cama.
-Veo que ha despertado, ¿cómo se encuentra, señor?
-¿Cómo quieres que me encuentre? Atado.
-Es por su propia seguridad, recuerde que tiene usted
ciertos problemas mentales.
-¡No tengo ningún problema mental, ustedes y los
americanos sí que estáis todos locos!
Tetsu se sonrojó. No terminaba de acostumbrarse a esa
forma de hablar tan ruda de los occidentales. Se volvió hacia la ventana. A
modo de ejercicio de distracción intentó encontrar la palabra castellana que
mejor definía el comportamiento del paciente. La encontró: borde.
Involuntariamente levantó la vista hacia el reflejo
de la cama. El paciente intentaba en vano desatarse las manos.
-No lo intente,- dijo sin volverse, -se hará daño.
-¡Es que me pica un huevo, joder!
Borde. Eso era. E inquieto, siempre le pasaba algo.
Llevaba apenas cuatro horas junto a él y las ganas de asesinarlo se
incrementaban a cada momento. Debía controlarse.
-Llamaré a una enfermera- Salió de la habitación sin
mirarle.
El agente atravesó la puerta y se encontró de bruces
con el marine que, apático, se apoyaba en la pared de enfrente medio
adormecido. Volvió la cara hacia ambos lados del pasillo. Una enfermera intentó
esquivarle, pero él la hizo detenerse.
–Si no le importa, el paciente tiene molestias.
La enfermera asintió con un ojigi y entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí. Tetsu
se quedó desorientado un par de segundos, mirando al impasible marine. Retiró
la mirada de los fríos ojos que le observaban por debajo la visera. Por fin, presa
de cierta soledad, decidió acercarse a la pequeña capilla de shinto que había
al final del corredor a buscar consuelo espiritual.
-Buenas noches.- dijo el marine del control-
Identificación, por favor.
Calatrava observaba desde detrás cómo el conductor
pasaba los salvoconductos al agente en medio de un impresionante aguacero.
-¿Embajada española, no?
-En efecto. Venimos a por un enfermo de nuestro país.
-Ya, ya sé a quién se refieren- el marine caminó de
espaldas sin soltar su ACR y sin perder de vista a los visitantes hasta llegar
a la valla. La levantó y se cuadró para dejar pasar al vehículo.
El
agente del CNI, teniente coronel Calatrava, marcó un número en su teléfono y
esperó a que contestaran.
-Ya estamos dentro- una pausa. –No, no han sospechado
nada. Continuamos.- y colgó.
El hospital de Yokosuma está al sur de la bahía de
Tokio, justo en la entrada del estuario. Formaba parte del complejo militar de
Yokosuma, uno de los bastiones aliados en el todavía semi-ocupado Japón donde ni
los policías podían llevar armas.
-Ya sabes lo que tienes que hacer.
-Si, espero a que saque usted al agente japonés de la
habitación y le pongo esto.
El individuo que se sentaba junto a Calatrava mostró
una pequeña pistola de inyección con su carga.
-Espera al menos un par de minutos, sólo necesitas un
instante y una dosis, debe quedar zombi, pero no dormido, nos lo llevaremos
andando. Si cuando lleguemos está despierto, intenta distraerle para que no dé
la voz de alarma, es posible que haya alguien en la puerta.
-¿Que vamos a hacer con el japonés?
-En principio nada. Nos llevamos al enfermo como si
realmente viniésemos de la embajada y ya está. Cuando llegue el auténtico
enviado estaremos muy lejos de aquí. Por cierto, ¿sigue esperando a que le
arreglen el coche?
-Si, en la autopista de la bahía, a unos siete
kilómetros, nuestro hombre puede que tarde aún una hora en repararle el motor.
-Cuando hayas dormido al paciente, llámale, para
asegurarnos.
El vehículo se detuvo a bastante distancia de la entrada
del edificio.
-¿Por qué no continúas?
-Será mejor que estemos lo más cerca posible de la
salida, por si hay problemas.
El Teniente Coronel hizo un gesto de fastidio, llovía
a mares y se iban a mojar, pero quizá el conductor tuviese razón.
Los dos hombres cruzaron el tramo de aparcamiento que
les separaba de las escalinatas de la entrada intentando esquivar los charcos.
En la puerta, un marine bajo una garita de lona les dio el alto.
-Documentación, por favor.
-Tome, es usted el quinto control.
El agua caía de forma constante, intensa, poniéndolos
como una sopa. El marine, bajo su pequeña carpa, no les prestó atención.
Continuó con su labor de identificación y les devolvió los papeles.
-Dentro hay un mostrador, tendrán que identificarse
de nuevo.
-Gracias.
Cuando Tetsu pasó el torii su mente olvidó por unos segundos el objetivo de su presencia
en el hospital. La imagen de su abuelo, fumando en una pequeña pipa de bambú y
contándole historias de batallas entre espíritus y demonios siempre le venía a
la cabeza cuando visitaba un templo. Qué lejos quedaban aquellos días felices
en que reinaba la armonía. Ahora, desde el tsunami, todo se había desequilibrado.
El miedo se había apoderado de su país. El aire, la lluvia, el sol: todo
parecía contaminado, todo podía ser maligno.
Un tropiezo con una anciana que salía de la capilla
le hizo volver a la realidad. Tras un sinnúmero de reverencias por parte de
ambos, logró continuar.
Había sido seleccionado por sus conocimientos de
español y, aunque estaba allí sólo para formalizar los trámites de entrega, las
historias que contaba el insufrible hombre de la habitación le tenían
preocupado, le recordaba a las que contaba su abuelo. Y había razones para que
los espíritus de la naturaleza estuviesen enojados.
Pero los psiquiatras americanos no entendían de
espíritus, ni venganzas naturales, ni demonios. Para ellos era simplemente un afectado
por shock postraumático, y él era un simple policía que sabía hablar español y
nada más.
Hoy vendrían a buscar al náufrago para devolverle a
su patria y Tetsu Watanabe volvería también a su casa, con su mujer y su
pequeña hija de tres años. Dejó un instante la mente en blanco y con una
reverencia, encendió una vela en el heiden,
luego, tras otra reverencia, dio un paso atrás y se giró para salir de la
capilla.
Desde el final del pasillo pudo ver cómo dos occidentales,
uno de estatura normal, calvo y mediana
edad y otro más joven y fornido y con barba, intentaban dialogar con el
estúpido marine de la pared. Vestían de negro, serios y elegantes, aunque estaban
empapados. Aceleró el paso.
-¿El señor Andrada, supongo?
El marine se volvió a recostar en la pared
encasquetándose la gorra.
-¡Eh! Oh, sí, perdone, estoy mojado y creo que no sé entenderme
con el soldado.
El agente especial inclinó levemente el cuerpo y se
presentó: - Tetsu Watanabe, agente especial de la policía metropolitana de
Tokio. Supongo que vienen de la embajada de española.- Con un sencillo
movimiento abrió la puerta de la habitación.
-Si- dijo el español siguiéndole–Aquí traigo la
documentación. ¿Este es el chico?
-¡Vaya… ya era hora!- gritó el paciente.
-Disculpe, señor, es usted ¿Diego Palmero Moreno?-
intervino el más joven.
-Claro, dígale al japo este que me desate.
Calatrava se volvió hacia Watanabe intentando mostrar
extrañeza.
-No hemos tenido otro remedio. Está muy alterado y ha
querido fugarse varias veces. Esa es una de las razones por las que hay un
marine en la puerta.
Calatrava, haciendo gala de habilidades sociales, se
acercó a la cama.
-Diego. ¡Por fin estamos aquí!- le tocó en el hombro-
Ya se ha acabado todo. Perdona que no hayamos venido antes, pero este país nada
en burocracia.- El agente japonés se sintió ofendido, pero no dijo nada, como
era de esperar en una persona educada.-Cálmate que en cuanto terminemos los
últimos trámites te vienes con nosotros a la embajada y mañana para casa. ¿De
acuerdo?
-¿Y con el monstruo qué vais a hacer?
-¿Monstruo?- Calatrava se hizo el nuevo –Luego ya
hablamos de todo lo que quieras, ahora déjame terminar esto.
El español y el agente especial salieron de la
habitación dejando a Diego con el joven y se dirigieron a una de las salas de
espera en las que sólo había un soldado americano con una pierna escayolada. El
japonés, muy cortés, esperó a que Calatrava tomara asiento para sentarse.
-¿Es usted médico?
-No, no. Soy personal diplomático.- mintió.
-Y su compañero, es médico.
Calatrava pensó unos segundos.- Está especialmente
entrenado para estos asuntos,- no mintió, - no debe preocuparse.
La conversación empezaba a incomodarle, así que no
perdió más el tiempo y sacó un montón de papeles del maletín. Estaban en
japonés, español e inglés. El agente especial empezó a ojearlos minuciosamente.
Pasaba las páginas con lentitud, sin dejar de observar ningún detalle. Al
parecer, estaba leyendo las tres versiones. El soldado americano miró divertido
la cara de desesperación del español.
-Si lo prefiere, me vuelvo a la habitación y le
espero allí, veo que se va a tomar su tiempo.
-Disculpe, pero debo comprobarlo todo: soy el
representante del gobierno nipón, comprenderá que es una responsabilidad.
“El representante del gobierno, un simple policía”. Bueno,
pensó, era una de las cualidades de los japoneses, hasta los barrenderos se
sentían orgullosos de su posición y responsabilidad, algo impensable en su país.
Se levantó y se dispuso a salir hacia el pasillo
cuando un ligero temblor movió la sala de espera. Alarmado se volvió hacia el
japonés, que continuaba mirando los papeles como si nada. El americano le hizo
un gesto de que siguiera, como quitándole importancia. Justo cuando iba a salir
de la sala, el japonés habló en tono pausado, ignorando la distancia que le
separaba del impostor Andrada.
-Um.- dijo - Yo conozco España, estuve allí un par de
años perfeccionando mi castellano. Son ustedes muy… alegres.
-Gracias.- Calatrava tomó el calificativo como un cumplido.
-Me temo, no obstante, que hay un problema- levantó
la mirada hacia el español.- Este documento no hace referencia a Diego Palmero
Moreno en su versión en inglés sino a Diego Palmero Romero. Tendrán que
corregirlo.
-¡Vaya!, Eso es un error imperdonable.- el español se
volvía por sus propios pasos con cierta timidez- Han debido cambiar un par de
letras, evidentemente, se refiere al chico de la habitación: En la versión en
japonés y en la española, que son las importantes, está correcto.
-Pero no en la inglesa, no puedo tomar una decisión: sería
inapropiado para mi rango, entiéndalo. Necesito que los papeles estén
corregidos para poderles dar la autorización o bien que…- un nuevo temblor, un
poco más prolongado, interrumpió a Tetsu.
El japonés empezó a recoger todos los papeles sin
prisa aparente mientras se levantaba-Será mejor que busquemos refugio, parece
que puede venir uno grande.
-¿Uno grande?- dijo Calatrava observando cómo el
marine también se levantaba de su sitio y empezaba a cojear hacia la puerta.-¿Cómo
de grande?
-Eso nunca se sabe, señor. Si me acompaña, por
favor.- Y se dirigió hacia la puerta.
Calatrava salió al pasillo alarmado, pero la
tranquilidad del personal le dejó estupefacto.
-No se preocupe por su compatriota, las habitaciones tienen
refuerzos especiales, vayamos hacia allí y continuemos con este papeleo. Pronto
pasará todo. Espero.
Un nuevo temblor, más intenso, les hizo trastabillar.
Los americanos empezaron a correr de un lado hacia el otro, nerviosos mientras
que los japoneses aguardaban tranquilamente su turno para entrar en las
habitaciones.
Calatrava observó este distinto comportamiento y miró
inquisitivo al japonés.
-No crea que no nos ponemos nerviosos.- dijo Tetsu
observando de reojo a Calatrava.- Pero correr es querer adelantarse a los otros
y eso es una falta de corrección imperdonable.
En la habitación, Diego sudaba murmurando, pero parecía
tranquilo. El barbudo agente que acompañaba a Calatrava estaba mirando por la
ventana y se giró súbito al aparecer ellos por la puerta.
-¿Se está produciendo un terremoto?
-De eso no hay duda, señor. Mantenga la calma y
aléjese de las ventanas y objetos que puedan herirle al caer. En el centro de
la habitación, sentados junto a la cama, estaremos más seguros. Ayúdenme con el
paciente.
Tetsu reparó en la figura tendida en la cama.
-Que extraño, parece que le ocurre algo. Llamaré a la
enfermera.
Un rápido movimiento del acompañante de Calatrava y dos
dosis de tranquilizante se introdujeron en el torrente sanguíneo del japonés una
detrás de la otra.
-Dono yo ni...
?- y se desplomó en los brazos del español.
-¿Pero qué haces?
-Acabo de hablar con el mecánico, el auténtico
Andrada viene para acá. Si viene la enfermera nos descubrirán. Debemos irnos
ahora.
-No podemos. Puede que haya un terremoto grande.
-Ahora, señor. No tendremos otra oportunidad.
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